domingo, 9 de julio de 2017

La guaca II


Víctor Cardona Galindo
Los guaqueros hacen de las suyas queda vez que tienen oportunidad, aprovechan cualquier reunión social para contar sus historias, ya sea una asamblea de la comunidad, una velada o velorio. Son buenos para arrancar carcajadas. Aquilino Salas, La Laura, era un gran guaquero, lo es Elías Ríos y Jesús Ríos Vargas, El Fantomas, quien mejor cuenta las aventuras de Toño Peralta. Los Galindo y Los Maldonado son buenos guaqueros. También era muy divertido charlar con Francisco Serrano de Las Salinas y Matilde Valeriano Parra, La Pachaca, de La Remonta. Los dos ya fallecidos.
Josafat Galeana Serafín, El Pechu, se dedica a tirar basura
 todos los días y no falta a ningún velorio en Atoyac y sus
 alrededores, por más lejos que esté él llega y acompaña
 toda la noche. Tampoco se pierde una sola procesión
de Jesús de Nazaret durante la cuaresma.
Foto: Víctor Cardona Galindo.

Anselmo Martínez El Chulo, un señor muy picaresco, un guaquero, que se hizo famoso porque cantaba el verso: “Estos guaraches que traigo yo /Lucio Cabañas me los compró /y con el dinero que le sobró /un chicle motita me regaló”. Ahora esa rima se ve muy simple, pero El Chulo la cantaba cuando estaba en pleno apogeo la Guerra sucia y de esa manera se burlaba de los soldados que en ese tiempo estaban hasta en la sopa.
A El Chulo le decían La Güampira, porque se vestía de mujer y asustaba a las parejas románticas que se escapaban por las noches al río. También tapado con una sábana blanca se le aparecía a los albañiles que por las noches hacían gavetas en el panteón municipal. Un día se puso a gritar “hice una muerte, hice una muerte”, un vecino llamó a la policía porque pensó que don Anselmo estaba confesando algún delito. Cuando los “cuicos” llegaron encontraron que El Chulo había fabricado una muerte de madera y la hacía caminar por sus brazos. Es que también era buen artesano.
Y volviendo con los otros guaqueros. El otro día mi compadre Toño Peralta me contó que iba caminando por la orilla del río, ahí por Las Juntas, “cuando veo que del otro lado del río estaba una hilera de chachalacas. Que agarro mi riflito 22 y les tiré, de un sólo balazo maté a las seis. Les atravesé a todas el pescuezo. Es que yo tengo buena puntería usted sabe compadre”.

***
Compadre, mi fama de cazador trascendió las fronteras, no sé cómo supieron los gringos que yo era un buen cazador. Un día llegaron a tu humilde casa en San Francisco del Tibor un grupo de güeros que me buscaban para retarme a un concurso de cacería en África. ¡No hombre compadre! Yo nunca subiéndome a un avión, ese día volé desde la Ciudad de México hasta África compadre. Pinches güeros parecían Rambo, tanta arma que sacaron de las maletas. Yo llevaba mi cuaxtlera.
Dije entre mí, con esta les voy a ganar a los pinches gringos, me la colgué y nos fuimos al monte de cacería. Por la tarde llegaron los gringos al campamento y no habían cazado nada. Yo me chingué, dos elefantes, tres leones y dos tigres, un pinche jabalí y cinco gacelas.
Los gringos no cabían del asombro, tantos animales cazados y ellos nada. Me trajeron de regreso a San Francisco del Tibor me dieron mi trofeo. Los cueros de los animales que cacé ahí los tengo. —Verdad vieja —Si viejo si —contesta mi abnegada comadre.

***
Compadre —dice Toño Peralta— un día andaba por el rumbo de La Pintada, iba rumbo a El Camotal, cuando me encuentro un tigre, al verlo que le tiro con la escopeta y que me sigue, que le tiro el machete y el tigre atrás de mí. Ya me llevaba cerquita, pero al subir cuesta arriba el tigre se resbalaba, ya casi me alcanzaba y el tigre se resbalaba, sentía que me arañaba los pies y el tigre se resbalaba.
Que intervengo y le digo — ¡No hombre compadre! si a mí me sigue un tigre yo me cago, —Porque crees que se resbalaba el tigre compadre —Contestó sereno mi compadre Toño.

Otra de Tigre
Un día me avisaron que un compadre mío estaba enfermo en San Juan de las Flores, le dije a mi vieja vamos a ver a mi compadre. Nos fuimos, llegamos, mi compadre estaba encamado y la comadre tenía ya varios días comiendo puros frijolitos. Mi vieja me dice  —Toño te hubieras de ir por ahí a ver si te encuentras un venado para que la comadre coma un poquito de carne.
Agarré la escopeta de mi compadre y mi machete envainado y me fui por el monte rumbo al Río Chiquito, iba listo para tirarle a cualquier animar que saliera. Pensaba que a lo mejor un tejón o jabalí se aparecieran, pero de pronto al salir a un claro del monte, me saltó un tigre de bengala. Me llevé el susto de mi vida compadre, pero reaccionando que le tiro un balazo, creo que por el susto no le pegué, entonces que se enoja el tigre y que me sigue, no alcancé a cargar la cuaxtlera y que le tiro con la varilla, pero le jerré y siguió atrás de mí, que corro y ya que lo vi cerquita que le tiro con la escopeta, el tigre esquivó el golpe y que corro y el tigre atrás de mí. Que llegó a un arroyo y que veo que de una cascada caía un chorro de agua blanco, blanquísimo, que me subo por el chorro de agua y cuando llegué arriba veo que el tigre también va subiendo por el chorro de agua; entonces que sacó el machete y de un machetazo trocé el chorro de agua, entonces el tigre cayó y se desnucó al golpearse con una laja. Ahí tengo el cuero, cuando quiera verlo compadre, vaya a la casa —verdad vieja —Si viejo si, —contesta la santa de mi comadre.

El Tío Fermín Galindo
El tío Fermín se metió un día por necesidad al monte. Estaba sentado bajo un matorral cuando llegó una chachalaca y se sentó en una rama casi encima de él, rápido la agarró de la pata y la metió a su morral, “que digo estas no andan solas, y sí, nada más esperé tantito cayó la otra y que la agarro y la meto al morral, llegando a la casa mi vieja estaba feliz, las peló y las cenamos en estofado”.

El Tio Lencho Galindo
Un año se me olvidó limpiar la milpa. Cuando fui estaba toda llena de monte. Comencé con la tarecua y no avanzaba, en un palo de ocote estaba un guaco que cantaba y cantaba, yo no le hacía caso. Hasta que le puse atención porque parecía decir mi nombre Lenchoo, Lenchoo, bríncale al bolo, al bolo, al bolo, dale puro bolo, y volvía a decir Lenchoo, Lenchoo, al bolo. Dije entre mi este guaco está pendejo, seguí con la tarecua, pero me cansaba y que le brinco al bolo, y al bolo. Mientras al guaco gritaba, al bolo dale puro bolo. Con el bolo acabé de limpiar la milpa, gracias al guaco.

Oscar Blanco Patiño
Fui al palenque, ya ves que soy gallero. Había un gallo colorado emplacao que las ganaba todas, soberbio el dueño del gallo, dijo le doy diez mil pesos al que me gane una pelea, pero es más le doy los diez mil pesos al que me entable una pelea. Le dije espérame te voy a entablar la pelea. Fui a la casa y me llevé un gallo “rodailo”, pescuezo pelón, pero antes le di de comer puro nixtamal y ya lleno, acabando de comer me lo llevé al palenque. Cuando llegué con mi gallo pelón todos se carcajearon y gritaban burlándose. Me le paré enfrente al gallero fanfarrón, y le dije con este gallo te voy a entablar la pelea. Me soltaron al emplacao y en el primer navajazo, le rompió el buche a mi gallo. Al navajazo volaron los granos nixtamal y quedaron regados por todo el piso del palenque. El gallo fino ya no siguió peleando porque se puso a comer nixtamal. Como antes de la pelea no les dan de comer a los gallos finos para que estén bravos, tenía hambre ese pobre animal. Mi gallo pelón, a pesar de que no tenía buche, siguió caminando y cantó a medio palenque. Los jueces entablaron la pelea y me dieron mis diez mil pesos.

***
Oscar dice que un día para atrapar palomas, se llevó un bule lleno de mezcal y llenó una jícara de cirián y la puso a la orilla de una ajonjolinal. Las palomas bajaban de los palos a beber y caían de lado bien pedas. Ya no podían volar. Entonces las agarraba y las amarraba de las dos patas con mecate de rafia y las colgaba en la silla del burro. ¡Zanca! estaba tan enviciado agarrando las palomas borrachas que se me fue el rato, cuando veo que volaron las que agarre primero y mi burrito se levantó en el aire, para detenerlo me colgué de la reata, pero las palomas eran muchas y me levantaron con todo y burro, cuando vi iba volando por arriba de los cerros. Pero la santa de mi mujer, siempre, cuando voy de cacería me echa unas panochas en el morral, para que no pase hambre. Con el sol las panochas se derritieron y se formó un hilito, por ese hilito me bajé. De mi burro quien sabe hasta dónde se lo llevaron las palomas.

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Francisco Pérez Fierro era investigador, le gustaba indagar sobre las costumbres de los pueblos y los casos extraordinarios que ocurrían en las comunidades costeñas. Un día alguien le avisó que en Cacalutla se presentaba el fenómeno del nagualismo. Presto fue en busca de un viejito que se transformaba en animal. Pérez Fierro preguntó por el señor y salió un viejito dicharachero que lo atendió en una mesa vieja, manchada y sin mantel.  —Nos dijeron que usted se transforma —dijo Pérez Fierro. —Claro que si —respondió el viejito. — ¿Se puede transformar para mí? —Preguntó el investigador —Claro que si —contestó aquel.
Pérez Fierro se puso listo. Preparó la cámara. El campesino se instaló en un costado de la mesa y se puso a mirarlo encorvado como simulando un toro. Estuvo así quince minutos. Entonces Pérez le preguntó — ¿A qué horas se va a transformar? —Me estoy transformado —contestó. Pasada media hora Pérez Fierro le dijo — ¿A qué hora se va a transformar pues? —Me estoy transformando, me estor transformando —volvió a contestar. — ¿Pero a qué hora? —Dijo con más energía. Entonces contestó —No ves que me estoy haciendo güey.

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En Atoyac los pendejos no mueren. Un hombre de la sierra subía disparando su pistola por la loma de colonia Villita. Acababa de darse de balazos con la policía. Al verlo Antonio Abarca desabrochándose la camisa y enseñando el pecho le gritó Hey tú, tantas ganas tienes de matar, mátame a mí. El hombre con la pistola humeante en su mano derecha volteó y al verlo contestó Yo no mato pendejos. Luego prosiguió su camino rumbo a la 18 de mayo.

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Fortina Rojas cuenta que había un hombre que tenía una hija y era muy celoso. No le dejaba salir ni al pan, y para podérsela llevar un enamorado inventó un truco. Mientras un amigo pescaba en un terreno seco, el otro se sacó a la muchacha por la cocina. Cuando los padres fueron a ver que pescaba, éste les dijo “Soy pescador sequero y si no pesco yo pescará mi compañero”.

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Hubo un tiempo que en el camino que conduce a la colonia Miranda Fonseca asaltaban todos los días. Se hizo costumbre que un grupo de encapuchados rodeara la combi y desvalijara a todos los pasajeros.
Cierto día salieron los asaltantes a la combi en que viajaba Rubén Ríos Radilla. Comenzaron asaltando de atrás para adelante y cuando llegaron al chofer le quitaron todo. En eso Rubén quiso quitarse el reloj pero un asaltante que apuntaba con una escopeta le dijo usted no Profe.

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El tenor Ambrosio Castillo contaba que realizó una gira por Europa y cuando estuvo en Francia le llamaron Ambrossie del Castillee y cuando estuvo en Italia le llamaron Ambrosini del Castillini y cuando estuvo en Rusia le llamaron Ambrososko del Castillosko, muy finas y distinguidas personas hay en esos países. Pero cuando regresó a Atoyac, su pueblo natal, al bajarse de camión flecha roja escuchó que la gente cucha decía ahí va Bocho el joto.


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