jueves, 11 de mayo de 2017

Ciudad con aroma de café XXXII y última parte


Víctor Cardona Galindo
Laurentino Santiago cuenta que un ordeñador pasaba todos los días montado en su caballo por el caudaloso río Atoyac. El patrón tenía la medida de cuanta leche producían sus vacas cada día. Al ordeñador se le ocurrió en cierta ocasión que al pasar por el río, le echaría un litro de agua a los picheles. Así, todos los días pasaba y tomaba un litro de las cristalinas aguas de nuestro río, por eso la leche rendía un litro más. Fue juntando los centavos que le daban por ese litro y cuando tuvo lo suficiente se compró un elegante sombrero. Pero luego se posesionó de él la ambición y pensó agregarle dos litros de agua a los picheles. Pero ese día al agacharse desde el caballo, para recoger agua a medio el río, el sombrero se le cayó y rápido se lo llevó la corriente. “Por eso lo que es del agua, al agua”, remata Laure.
Una tarde de los años cincuenta en el río Atoyac. 
Foto colección de Dagoberto Ríos Armenta.

Pronto de ese hermoso río Atoyac quedarán solamente las anécdotas, que los vehículos atravesaban en grandes balsas sus embravecidas corrientes, de los robalos grandes que se capturaban y que un tiempo se pescaba con dinamita porque había infinidad de peces. Desde hace mucho tiempo se dio la voz de alerta. Lo estamos acabando, pero no ponemos atención, ahora por primera vez desde que tengo memoria el río Atoyac se secó. En la parte del puente de El Ticuí la mitad del agua que corre está limpia y la otra mitad es pura agua negra. En el puente de San Jerónimo, hasta el viernes 5 de mayo, no llegaba nada de agua, el río era un desierto, solamente algunos “pacholes” de lirio luchaban por sobrevivir en algunas partes húmedas. Mientras los cerros siguen tapados por el humo de los incendios forestales.
El río comienza a secarse desde que nace, en las laderas de los pequeños riachuelos que lo abastecen los campesinos construyen presas para regar sus cultivos: amapola, jitomate, chile, maíz y frijol, la gente busca que comer y aprovecha el pequeño afluente que tiene cerca. Ha esto le súmanos el cambio de uso de suelo, los campesinos tumban los renovales para sembrar milpa o para hacer potreros, los pequeños manantiales pagan las consecuencias. Se busca el beneficio a corto plazo y no se ve la afectación que vendrá con el tiempo. La poca agua que baja se desvía antes de llegar a la cabecera municipal mediante la presa derivadora Juan Álvarez que la envía hacia potreros y campos de cultivo. El agua termina regándose en el tular de Monte Alto.
Desde su fundación la vida de Atoyac está marcada por su río. Las tribus primitivas que se asentaron en estas tierras dependieron de él para sus cultivos y alimentación; así como dependemos nosotros. Mi abuela contaba que en su niñez, todas las mañanas, las mujeres enfilaban hacia el río para traer agua, y los domingos la algarabía de las costeñas del rumbo alegraba el día. Todas acudían a lavar a las cristalinas pozas del río. Los cuajinicuiles, amates y ahuejotes eran altísimos y frondosos. Los posquelites y zarzales adornaban la ribera.
Los hombres amarraban sus caballos, cerca del pasto verde y de los estanquillos de agua para que comieran y bebieran durante el día. Los mangos que sombreaban los caminos prodigaban sus frutos a los transeúntes. Los cañales y platanales le daban un aspecto paradisiaco al entorno.
Y mientras las mujeres lavaban usando un bejuco aromático, los hombres atrapaban camarones en las frescas aguas y se deleitaban con cantos y escandalosas pláticas. Los niños y adolescentes jugaban en las amplias y profundas pozas a los clavados y zapotazos.
Pero ahora los efectos del calentamiento global están llegando ya, y bien duro. Todavía no nos reponíamos de los daños que dejó el huracán Ingrid y la tormenta tropical Manuel en el 2013, y nos llegó, el fenómeno Mar de Fondo y después una profunda sequía en el temporal, luego las lluvias atípicas y granizadas que se llevaron la esperanza de cosechar el poquito de café que estaba madurando en la sierra.
Luego la roya afectó el 90 por ciento del café. El año pasado la laguna Mitla sufrió una tremenda sequía y las flores que se dan en los campos están deshidratadas, tanto que las abejas no llevan miel a sus colmenas. Hay quien dice que desapareciendo las abejas el hombre no tardará en perecer.
En la región siempre hemos visto el calentamiento global como un tema muy lejano, como si fuera un asunto de naciones industrializadas. De lo contrario haríamos todo lo que estuviera en nuestras manos para contrarrestarlo, pero todos permanecemos apáticos mientras sufrimos sus efectos. No nos damos cuenta que poco a poco nos va faltando agua. Los ríos y arroyos no son los mismos cada año.
Cada vez que puedo les recuerdo que cuando los de mi generación éramos niños, allá por 1980, bebíamos agua directamente de la sangría del riego, el agua que venía del canal era limpia y cristalina. Los que un tiempo fuimos aguadores en El Ticuí, nuestros clientes nos mandaban a traer agua, para tomar, del canalón por donde ahora está el cuartel del 109 Batallón de Infantería.
Ahora las cosas van cambiando y no hacemos nada por defender nuestro río. Lo contaminamos sin ninguna consideración. Le arrojamos basura y por si fuera poco también los envases de fungicidas. El grito de alerta es que el río languidece y está muriendo. Desde el año 2003 Arturo García Jiménez promovió, sin mucho eco, la formación del Consejo Ciudadano para el rescate de la cuenca del Río Atoyac, que hizo muchas actividades buscando hacer conciencia para cuidarlo. Un grupo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) realizó investigaciones en la cuenca del río Atoyac, se hicieron recomendaciones que nadie ha seguido.     
Ya he dicho aquí que muchas variedades de peces desaparecieron, como los blanquillitos, esos peces que con el sol reflejaban los colores del arcoíris. Ahora hay pocos pegas pegas, ese pez que se adhiere con sus ventosas a las piedras y es difícil de quitar. Se acabó la guevina. Aunque todavía hay truchas que se ven nadar junto a la carpas. En cantidad, reina el popoyote. Los bobos quedan pocos: ese pez feo parecido al cuatete que no se puede agarrar porque su piel es babosa.
Don Simón Hipólito que vivió su juventud en la época de los cuarenta, comenta: “muchos chamacos de mi edad acarreábamos agua en dos botes sostenidos por palancas que descansaban en los hombros. Las señoras acarreaban agua del río en botes que descansaban en sus cabezas amortiguadas por yaguales. Igual lo hacían las jóvenes, quienes haciendo girar graciosamente sus cabezas hacían que saliera el agua de sus botes para mojar a los jóvenes intrusos que se les apareaban para enamorarlas y que no eran de su agrado. Era habitual acarrear agua del río desde las cuatro hasta las seis horas de cada mañana, antes que llegaran señoras o lavanderas a lavar ropas”.
Zeferino El Prieto Serafín es de los años cincuenta y recuerda: “cuando no había agua entubada en las casas había que irla a traer al río, para esto lo hacían los jóvenes, hombres y mujeres; los hombres adaptaban un palo con unas cadenas a los extremos y ahí enganchaban las latas o botes para transportar el agua, el palo se colocaba encima de los hombros y le llamaban palanca. En cambio las mujeres se colocaban la lata de agua sobre la cabeza, para amortiguar un poco el peso y lo duro de la lata, un trapo lo enrollaban en forma circular y se lo ponían en la cabeza y encima del trapo acomodaban la lata. Al trapo enrollado que se ponían en la cabeza le llamaban yagual. Cuando algún joven quería enamorar o cortejar alguna muchacha que andaba acarreando agua, decía me voy a echar un ‘norte’, y el ‘norte’ consistía en seguir a la muchacha cuando iba al río y andarla acompañando ida y vuelta cada viaje que hacía para aprovechar y enamorarla, había ocasiones en que se detenían un rato en algún lugar ya fuera un rincón o callejón y ahí permanecían platicando y la muchacha con el bote o lata lleno de agua sobre la cabeza y ni el peso del agua sentían, todo por amor”.
Los hombres de mi generación también acarreamos agua en palancas, en la década de los ochenta. Todos desfilábamos con nuestras cubetas en palancas hacia el canal y las mujeres con sus cubetas en la cabeza. Mucho antes de irnos a la escuela, llenábamos los tambos para que nuestras madres cocinaran y lavaran. Por la tarde cobrábamos 50 centavos por viaje de agua y un peso cuando era para la tinaja, porque entonces íbamos por ella hasta arriba del canalón.
En ese tiempo el río nos daba para comer camarones reales y cuando mi madre lavaba en el río, entonces mis hermanos y yo nos pasábamos el día tirados de panza en las pocitas para atrapar con cerda camarones de castilla y antes de irnos a casa metíamos el anzuelo entre las piedras del lavadero y pescábamos unos bobos grandes.
En esos años, en temporada de lluvia, la gente iba por agua al río. Se hacían pocitos en la arena y el agua salía limpia, filtrada lista para tomar. No había contaminación, ahora al hacer un pocito a la orilla del río encontramos la suela de una sandalia, un pañal desechable, ropa o un vidrio. Ya no es apta para el consumo humano. Incluso si nos metemos a la corriente el agua tiene un olor a podrido ya no huele a limpio, esto es alarmante. Ahora el agua que llega a las casas huele a podrido, igual que la del canal, donde ahora nadamos en agua caliente, entre bolsas de sabritas, ropa vieja o todo tipo de envases.
Para los que vivimos en El Ticuí cabría recordar, como ejemplo, la poza que estaba en el bombeo, en el año 2000 todavía podíamos irnos a bañar ahí. Ahora es un charco. ¿En el pueblo donde ustedes viven cual sería la referencia que la falta de agua nos está alcanzando?
Otro daño que sufre el río es la explotación irracional del material pétreo. Hace poco se generó un descontento en el ejido de Mexcaltepec porque la empresa que construía el puente, estaba sacando material para vender. De ese lugar desde hace mucho tiempo han sacado material para diversas obras, destruyendo el ecosistema sin ningún miramiento. Por eso no es la primera vez que se inconforman sus habitantes por este tipo de explotación de los recursos. Es notable que cuando se extrae arena se hacen grandes hoyos donde el agua se estanca y no corre normalmente por su cauce, provocando sequía en otras partes. 
En la cabecera municipal se sacó material pétreo, para hacer el bordo, que con recursos del Fondem se construyó para defender la colonia Las Palmeras de futuras inundaciones. Con esa extracción de materiales se afectó un arroyuelo, sin embargo no hubo sanciones a la empresa. En nombre del bienestar común se afectan los ecosistemas que nunca más se reponen.
Así se han venido haciendo obras sin ver cómo afectan. Al Zócalo se le quitó el adoquín y se le cambió por concreto estampado, sin reparar que con eso se dañaban los mantos freáticos. Se siguen pavimentando calles sin considerar que con eso se incrementa el calentamiento de las casas. Al medio día no se aguanta el calor. Con eso también se afecta los mantos freáticos. Últimamente pavimentamos hasta los patios, luego nos quejamos porque se secan las norias y porque hace mucho calor. Es necesario cambiar de rumbo, comenzar a pavimentar lo necesario y pensar que tenemos que dejar espacios por donde se reincorporen las aguas a la tierra. Luego las calles parecen ríos y nos que quejamos de las inundaciones, pero es que el agua como cae se va. Nada la retiene.
También el daño que está sufriendo la selva cafetalera es alarmante, se están acabando las maderas preciosas, hace poco el campinceran fue sometido a una explotación irracional, a este árbol también se conoce como granadillo es famoso porque con él se elaboran instrumentos musicales como guitarras y marimbas, lapiceros decorados que son muy caros. En el mercado asiático es altamente cotizado porque con él se decoran yates de lujo. El granadillo es muy resistente como poste, en la cerca, expuesto al sol, a la tierra y a la lluvia dura cuarenta años.
La gente ha perdido los escrúpulos, hay quienes prenden fuego a los potreros sin hacer guardarrayas, campesinos que le prenden fuego a sus tlacololes y se van a sus casas o lo dejan ardiendo durante la noche sin vigilar el fuego. Estamos acabando con el bosque, además de que los drenajes de todos los pueblos grandes del municipio van a dar al río Atoyac.
Se está acabando nuestra identidad, ya casi no hay café y la raíz etimológica de Atoyac viene del náhuatl Atl, agua; toyaui, regarse, esparcirse. Si no cuidamos nuestro río, pronto no quedará ni una gota de agua que se riegue o se esparza.


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