domingo, 26 de marzo de 2017

Ciudad con aroma de café XXVI

Víctor Cardona Galindo
La carretera
Al momento de crearse nuestro estado de Guerrero, las únicas vías de comunicación eran los caminos reales. El principal era el México-Acapulco, que desde tiempos precoloniales unía el centro con el mar del sur. Por ese camino se movieron por más de dos siglos los cargamentos que traía y llevaba el galeón de Manila. El camino real se mantuvo por más de un siglo en el México independiente, hasta que al masificarse la presencia de los automóviles en la Ciudad de México, los movimientos posrevolucionarios exigieron la construcción una carretera.
La recién estrenada carretera a San Jerónimo
de Juárez en 1935. Foto: Colección de 
Rubén Ríos Radilla.

La construcción de la carretera fue una demanda del movimiento escuderista de Acapulco. Con ello se pretendía acabar con el aislamiento regional del que se beneficiaban los miembros de la colonia española del puerto quienes acaparaban la producción y controlaban el comercio local.
Muerto Juan R. Escudero la demanda de la carretera la retomó el general Amadeo Vidales Mederos con su Plan del Veladero dado mismo que fue dado a conocer el año de 1926.
El 11 de noviembre de 1927 fue inaugurada la carretera México-Acapulco, con sus 485 kilómetros del Palacio Nacional de la ciudad de México a la plaza principal de Acapulco.
Retomando los datos que aporta Tomas Bustamante Álvarez en el volumen IV de la Historia General de Guerrero, “En 1926 se inició la construcción de la carretera Acapulco-Puerto Marqués y la de Acapulco hacia Costa Grande. Los habitantes de Coyuca de Benítez, Zacualpan, San Jerónimo, Atoyac y Tecpan, comenzaron los trabajos de sus carreteras partiendo de sus respectivos pueblos para conectarlas con la carretera en construcción que venía de Zihuatanejo a Petatlán, por el oeste y de Acapulco, por el este”.
Antes de la llegada de la carretera se iba para Acapulco a lomo de bestias por un camino de herradura y se tardaba hasta tres días en llegar al puerto y viceversa. La gente dormía en el camino. El general Silvestre Mariscal en sus memorias nos habla del recorrido que se hacía de Acapulco-Atoyac a lomo de bestias por la orilla de la playa. El trayecto del Carrizal a la Barra de Coyuca o a Pie de la Cuesta se hacía en cayucos donde se podía admirar esa hermosa laguna que por las mañanas asemeja un inmenso espejo extendido entre las frondas costeñas.
Luego el trayecto se completaba en carretas jaladas por bueyes. “Cuando llegaban a la Frente del Diablo (un lugar lleno de arrecifes y acantilados con historias espeluznantes), la brecha era demasiado angosta, y las llantas de la carreta quedaban al pie del precipicio”, por eso la gente se bajaba  hasta que el carretero pasaba ese tramo, eso nos narra Graciela Guinto Palacios en su novela Palpitaciones costeñas
En ese tiempo en Atoyac había un viejo camino que pasaba por la orilla de El Humo, Barrio Nuevo y entraba a Los Arenales. Era una brecha por la que circulaban las carretas. Por ese camino escabroso comenzaron a llegar a nuestra ciudad los primeros juegos mecánicos a finales de los años veinte. Los carros que los transportaban llegaban llenos de las ramas que arrancaban al pasar por los callejones llenos de vegetación.
El cronista de San Jerónimo don Luis Hernández Lluch registró que fue el señor Zeferino Torreblanca Ávila quien compró el primer camión, en diciembre de 1926, que fungió como primer transporte a partir de febrero de 1927 entre San Jerónimo y Atoyac.
Nuestro cronista por excelencia Wilfrido Fierro Armenta registró que general Rafael Sánchez Tapia jefe de operaciones Militares del estado de Guerrero trajo, el 23 de enero de 1929, el primer coche marca Pontiac, tipo coupé, así como el primer camión de redilas Chevrolet. “Los vehículos fueron conducidos por el camino a la playa”.
Rosa Santiago Galindo tiene 94 años, nació en 1923, recuerda que en aquel tiempo Atoyac era un pueblo chico, vivía pura gente criolla y honesta, así como se ven de carros ahora por las calles, así había de bestias: burros, mulas, caballos y atravesaban las calles marranos por doquier. Su mamá les decía cuando salían a la calle “váyanse por la orilla no las vaya atropellar un burro”.
Rosita dice que el primer carro llegó frente a la escuela Juan Álvarez, era una camioneta de redilas grande de color azul con bancas incrustadas a su interior para trasportar gente, se llamaba El Gaucho, llegó poco después otra camioneta roja que se llamaba El Rosita.
Orbelín Soberanis Núñez, en su libro Como ha sido el Tecpan que yo he vivido, recuerda  que hasta 1932 de Tecpan se iba a Acapulco “cabalgando a caballo por los médanos en dos días se llegaba al entonces pequeño Puerto de Acapulco. Quedándose a dormir la primera noche en el rancho El Guiñote localizado en el municipio de Coyuca de Benítez, propiedad de un señor conocido como Perico Diego”.
“La carga se transportaba en carretas en un recorrido de ocho largos días y en la época de lluvias, como siempre estaban crecido los ríos, la carga se pasaba de un lado a otro en canoas y a veces se llegaba a mojarse o llenarse de lodo en los charcos que tenían que cruzar durante su largo recorrido”.
“A las cinco de la mañana salíamos de Tecpan ya fuera a caballo, en mulas o en carretas, recuerdo que al llegar a un lugar llamado ‘Monte alto’, si el viaje era en carreta, al pasar por enormes charcos llenos de lodo se nos impregnaban las nalgas de esa mezcla de agua y tierra; se hacían más o menos tres horas a San Jerónimo” donde se cruzaba el río en pangos.
Durante 1931-1933 el paso de camiones para ir al puerto de Acapulco se hacía por la playa, en esos años de Atoyac a los Arenales se utilizaban los servicios del coche Dodge de Felipe Rodríguez. Dice Wilfrido Fierro que “el camino de carretas hacia el puerto de Acapulco y Zihuatanejo, sirvió mucho para el tráfico de camiones a partir del año de 1933 hasta que dio paso a la carretera nacional”.
Anituy Rebolledo retoma a Carlos E. Adame y su Crónica de Acapulco donde rememora esos tiempos. “Una camioneta salía de Atoyac con pasaje y carga con destino al puerto. Paraba en el río de San Jerónimo donde ya esperaban los viajeros de ésta última localidad. Todos montaban en carretas ahora tiradas por bueyes para un viaje accidentado por angostas y lodosas veredas”.
“Se llegaba al Zapotillo casi al medio día luego de un recorrido de alrededor de 20 kilómetros. Allí se cambiaba de medio de transporte, de carretas a camión de redilas. El destino siguiente era El Carrizal, distante 40 kilómetros, al que se llegaba entre 2 y 4 de la tarde. El viaje se hacía por el llano que separaba la laguna del oleaje marino”.
Al respecto dice Orbelín: “Ya estando en El Zapotillo se abordaban unos camiones parecidos a las camionetas que se usan hoy, donde transportaban pasajeros con algunos bultos de carga, de las cabeceras municipales hacia las comisarías; eran un poco más largas, los asientos estaban unos frente al otro, eran bancas acomodadas de la cabina del vehículo a la cola del mismo; los pasajeros nos íbamos viendo cara a cara”.
“Estos incomodos camiones –sigue Orbelín- arrancaban sus motores dándoles cran (el cran era una varilla gruesa que tenía dos ángulos) y entonces circulaban estos transportes por toda la playa, por todo el médano, y de El Zapotillo se llegaba al Carrizal del municipio de Coyuca de Benítez en un tiempo aproximado de cuatro horas; ahí nos embarcábamos en lanchas de motor y navegábamos por toda la laguna en donde veíamos de vez en cuando algunos lagartos. La travesía llegaba a la Estación, de la Barra del Río de Coyuca”.
“Las pangas –dice Carlos E. Adame- salían de la barra a esperar el pasaje produciendo un ruido característico al ir rompiendo las aglomeraciones del lirio acuático o ‘patos’ invasores de la laguna. Las hileras de costales de copra y ajonjolí se alineaban por toda la localidad. El olor a gasolina impregnaba el ambiente y los viajeros abarrotaban las fondas a orillas de la laguna (…)
Los 8 kilómetros entre el Carrizal y la Barra se cruzaba en dos o tres horas a bordo de lanchas gasolineras o pangos característicos de la región”.
“En seguida –habla Orbelín- se abordaban camionetas del mismo corte para terminar el viaje al llegar a Acapulco en un tiempo aproximado de 12 horas… Algunas veces nos embarcábamos en El Carrizal en un pequeño barco de un señor Mac Hudson que nos trasladaba hasta Pie de la Cuesta”.
“El tramo final entre la Barra y Acapulco –alrededor de 30 kilómetros-, se cubría en plena oscuridad para llegar al puerto a eso de las 9 de la noche. Un viaje de 15 horas”, comenta Carlos E. Adame.
La carretera entre Acapulco-Atoyac-San Jerónimo quedó terminada en 1935. Dice Tomas Bustamante que en parte fue la industria forestal la que impulsó la apertura de carreteras, porque a partir de ahí ésta actividad económica comenzó a tener auge en las regiones del centro y Costa Grande; “ahí donde la comunicación por carretera había llegado, los bosques fueron sometidos a intensivos sistemas de explotación”.
Otro recuerdo es el de Graciela Guinto, “Antes que la carretera entrara a Coyuca, el pueblo no sabía de talas, todo estaba virgen. El ‘chicayotillo’ y el ‘panteco’ abundaban en el campo; y las mujeres, alegres, los cortaban, ocupándolos como blanqueador. Las ancianas y otras no muy jóvenes, lavaban en el río con el tórax descubierto, enseñando sin pudor sus pechos flácidos tostados por el sol. Obviamente, ocupaban para lavar, la lejía y el jabón de sebo hecho en casa”.
“La carretera nacional de México a Zihuatanejo estaba terminada. Cuando construyeron el tramo cercano a Coyuca fue una novedad para los nativos, quienes se asombraban ante la nueva maquinaria pesada que ocupaban en la construcción de la misma, la cual era desconocida para ellos. Todo esto dio trabajo a los lugareños y más vida al pueblo; pues llegaron muchos forasteros a laborar en la carretera y en la construcción del puente. Algunas nativas encontraron su pareja y se casaron con ellos; y otra vez, la sangre costeña se mezcló a otra sangre de diferente idiosincrasia. Y la gente decía: —‘Se la llevó uno de la carretera a vivir a su tierra’”, dice la coyuqueña en su otra novela Sangre Bronca.
Después de pasar por Coyuca la carretera de terracería llegó primero a San Jerónimo y el ramal de Atoyac se abrió en 1939. Cuando la brecha se acercó a nuestra ciudad, tarde con tarde, la población acudía a observar las máquinas que trabajar. Se quedaban atónitos de ver como abrían la tierra. “Máquinas que algunos pobladores bautizaron con el apodo de ‘cuchas’”, recuerda don Simón Hipólito Castro.
Don Inés Galeana Dionisio nació en 1926, tenía 13 años cuando llegó la carretera a nuestra ciudad. Un día fueron con su papá Lino Galeana Reyes y su mamá Catalina Dionisio Gómez a ver como trabajaban las máquinas de noche. Eran como a las 10 de la noche cuando se fueron y regresaron a las 12. Era admirable ver como derribaban los árboles grandes. Los arrancaban con todo y raíz y los iban a tirar a otro lado. Todos se admiraban de la fuerza de las máquinas. Al final de su vida don Inés recordaba que atrás de la máquina venía una aplanadora y unos carros regando la tierra.
Por su parte Zeferina Pino iba al Rancho Verde donde estaba la propiedad de Joaquín Paco papá de Álvaro Paco a ver el espectáculo de las máquinas excavadoras. Todos estaban admirados de como llegaba el progreso a la ciudad.
Ya terminada la carretera los primeros viajes en camión fueron muy tortuosos, “a los lados del camino –nos recuerda Orbelín Soberanis- había muchos árboles, incluyendo espinos cuyas ramas golpeaban al viajero si este no iba pendiente de cubrirse oportunamente; además había unos baches tan grandes que más bien eran pozos, los cuales al atravesarlos el camión, hacían que el viajero cayera sobre el pasajero de enfrente y así lentamente se pasaba por Alcholoa, Cacalutla, Zacualpan, El Cayaco, El Papayo, El Zapote hasta llegar al río de Coyuca, el cual se cruzaba un sinfín de problemas, similares al tránsito del río San Jerónimo”.
Al llegar a la Frente del Diablo comenta Soberanis Núñez que la gente se bajaba del camión, pues peligrosamente pasaba el transporte por una reducida brecha entre el abismo y la montaña.
Es Francisco Galeana Nogueda en su libro Conflicto sentimental. Memorias de un bachiller en humanidades quien nos recuerda que durante su niñez “corrían por la brecha polvorienta unos cuantos camiones que hacían en servicio de dicha población al puerto, y según recuerdo los dueños de esos transportes pioneros eran Chico el Loco; don Celso Salgado; Chuma Abarca, Faustino Olguín y Ángel Olguín, su hijo; Rosendo –poco a poquito-; Felipe Rodríguez y otros”.

Por la carretera polvosa, que se iba abriendo poco a poco, llegó hasta Atoyac en 1933 el general Lázaro Cárdenas del Río candidato a la presidencia de la República por el Partido Nacional Revolucionario, quien sentado en el poder cambió la vida de los costeños.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario