martes, 19 de mayo de 2015

El Nanche

Víctor Cardona Galindo

A veces pienso que la vida en la ciudad de Atoyac inicia en  Reforma. Esta calle, para los que no saben, comienza donde estaba antes la terminal de autobuses Estrella de Oro. Ahora está la farmacia del “Ahorro”, frente a la veterinaria de Arsenio Juárez por donde viven Juan y Ramón Galeana. Para mejores señas en esa calle durante mucho tiempo estuvo el grupo de Alcohólicos Anónimos “Nuevo Amanecer” antes de irse para la colonia Las Palmeras, donde sigue salvando vidas.
La Reforma por la mañana muy temprano se llena de carretilleros. Frente a la panadería de don Natalio llegan las vendedoras de la parte baja del municipio. Traen girasoles, ramas de albahaca, mangos y toda clase de productos. Las combis se paran en el puente. A diferencia de la calle Aquiles Serdán, en Reforma el tránsito va haciéndose más denso.
En esta calle confluyen las combis que vienen de El Ticuí, la colonia Miranda Fonseca, las que vienen de Alcholoa, Zacualpan, San Jerónimo y la Colonia 18 de Mayo. Eso nada más para mencionar las rutas de transporte. Porque si mencionara una a una las comunidades cuya puerta de entrada a la ciudad es Reforma entonces no acabaría pronto.
Yo camino por Reforma todos los días para ir al trabajo, me bajo en el puente cuando vengo del Ticuí. Al bajarme a veces veo un campesino que afila su machete en uno de los muros del puente. Ese puente que se construyó después del 2004, año en que azotó a esta ciudad una tromba. Por esas fechas yo tenía mi estudio, en una de las orillas del arroyo Cohetero. Todo mi archivo se perdió en la inundación, un trabajo de 14 años de investigación y acumulación de información se los llevó el agua. De mi biblioteca sólo se salvó el libro Como Agua para Chocolate de Laura Esquivel.  Creo que hasta entonces supe que la calle se llamaba Reforma y que no era una prolongación de la avenida Aquiles Serdán como yo creía.
A los vecinos que perdieron sus cosas, el Ayuntamiento, les repuso sus refrigeradores, camas, estufas y hasta lavadoras. A mi nadie me repuso mis libros, de los datos que tenía en el archivo, después descubrí el placer de volverlos a encontrar, y también aprendí a tener mi estudio en las partes muy altas.
Si ahora me bajo en el puente, es porque en la esquina de Reforma con Nicolás Bravo, se instala El Nanche a vender los periódicos. Ya los taxistas conocen el lugar como la esquina de El Nanche. En el futuro cuando se le siga llamando así pensarán que en el lugar había un árbol de ese fruto, como en la parada de El Tamarindo donde ya no hay tamarindo.
Nuestro amigo el “periodiquero” no se llama Nanche, así le decimos por ser de El Nanchal un pueblito que está en las faldas de la azul montaña a unos cuatro kilómetros al noreste de la ciudad. El Nanche es todo un personaje su nombre verdadero es Cervelio García Sánchez, es nieto de Isidoro Sánchez el famoso “Satélite”, pero en desmadre los amigos le dicen Cervecelio, porque era bien borracho, y tenía la costumbre de irse a su casa a la una de la mañana, hasta que se le apareció un encapuchado rumbo a El Nanchal dejó de beber y ya no volvió a su pueblo, se quedó a vivir en la ciudad.
Cuando escribí la primera parte de éste relato en el Atl y lo subí a Facebook apareció el encapuchado, dio la cara y en confianza contó que todas las noches Cervelio pasaba borracho y apedreaba las casas y a los perros que le ladraban hasta el cansancio. Por eso decidió espantarlo. Se puso un sombrero negro, se cubrió parte de la cara, se vistió con un capote y con un garrote largo se puso en el camino fumándose un puro. Cuando El Nanche iba a comenzar a corretear los perros, el encapuchado le dio una fumada al puro y únicamente se vio la brasa en el aire. Al Nanche hasta la borrachera se le quitó y se regresó corriendo a la ciudad. Desde entonces no se va de noche a su pueblo, ya vive aquí.
Pero antes que se le apareciera el encapuchado tuvo un raro encuentro, hechos que fueron marcando la ruta para que dejara la bebida. Resulta que una tarde llegó al Fortín (así se llama una cantina) y anduvo de mesa en mesa buscando quien le invitara una cerveza, todos se la negaron, pero en una esquina estaba un hombre elegante muy bien parecido que le dijo “yo te la voy a invitar, ven siéntate conmigo”. Se bebió una caguama con él y luego se marchó. Caminó por Hidalgo y al llegar al Atrancón  ya lo estaba esperando el amigo bien vestido que había dejado en El Fortín.
Le dijo “te estoy esperando, porque no tengo amigos en Atoyac y quiero que me acompañes a cenar y a beber. Ten chíngate una”, y de atrás de un pretil donde estaba sentado aquel desconocido sacó una cerveza modelo bien fría y se la dio, él se abrió otra. Cuando se la acabaron de atrás de pretil sacó otra y otra.
Luego le dijo “vamos a cenar” y al decir eso llegó un taxi por ellos que los llevó al centro donde cenaron tacos y de ahí al Tahúr el bar que estaba de moda. El Nanche sólo recuerda que en El Tahúr aquél hombre le invitó las cervezas y una muchacha. Al otro día cuando despertó estaba en su casa, donde sus familiares le dijeron que lo llevó un hombre bien parecido y bien vestido en un taxi.
Se vino a la ciudad de Atoyac y anduvo investigando. Todos decían haberlo visto pasar con ese joven apuesto y bien vestido que pagaba todas las cuentas con billetes de a 500 pesos. Pero Cervelio desde entonces vivió asustado. Porque todos concluyeron que era El Diablo que anduvo con él.
El Nanche fue el primero que les enseñó a unos periodistas, entre ellos a los enviados de la revista Milenio y a los de El Sur,  donde estaba la tumba del guerrillero Lucio Cabañas Barrientos. Salió fotografiado en la primera plana de El Sur con su sombrero viejo, sentado sobre la tumba. Desde entonces ese ejemplar del periódico lo guarda como su máximo tesoro.
Cuando vinieron los delegados zapatistas en marzo de 1999 a promover “La consulta por la paz y la democracia”, una noche sólo Cervecelio y su servilleta, nos quedamos de guardia. Yo era corresponsal de El Sur y Cervelio estaba bien borracho como era su costumbre. Ya se iba, pero para que se quedara le invité una caguama, ahí nos quedamos toda la noche. El Nanche no dejó de hablar de todos los políticos locales y de los amigos. Porque siempre ha tenido esa capacidad de enterarse de todo. Ya por la mañana llegó Carlos Quevedo, se puso al frente de la guardia, y me fui al mercado a desayunar un arroz frito con café y El Nanche se fue a curársela.
Cervelio es uno de los distribuidores que El Sur ha tenido en Atoyac a lo largo de sus 20 años y es muy cumplido. Desde hace tiempo me viene exigiendo ver su historia en el periódico que con tanta dedicación distribuye entre los lectores de Atoyac. Porque aquí El Sur es el periódico que más se lee. Entre los otros distribuidores que ha tenido El Sur sólo recuerdo a Ana Santiago.
El Nanche se hizo voceador –periodiquero, más bien- vendiendo el semanario Atl. Su director Felipe Fierro le daba los periódicos para que los vendiera. Era bien borracho y muchas veces se quedó dormido en algún corredor con el paquete de periódicos como almohada. Otras veces la gente le iba a decir a Felipe que El Nanche ya había empeñado el paquete de periódicos en una cantina. Felipe iba, los desempeñaba y se los volvía dar al Nanche. Cervelio fue una de las causas que Felipe se descapitalizara y el Atl dejara de salir regularmente, y ya cuando el Atl no salía, le decía a todos que Felipe no sacaba el periódico porque el alcalde Pedro Brito le había untado la mano con un billete. Comentaba risueño: “Ese Felipe ya se vendió”.
Por la mañana para estar con El Nanche se juntan muchos amigos, por ahí llega Sambry, mi compadre Paco Magaña, El Pollito, Dimis y uno que otro chico de negligé, que van a enterarse de los chismes de la mañana porque El Nanche los tiene frescos, aun aquellos que no se han publicado todavía. También se ven por ahí temprano Ladislao Sotelo Bello, Pedro Rebolledo Málaga, José Salinas, Silvano Piza y Lázaro Mascot.
El doctor Orlando Santiago pasa por El Sur cuando va rumbo a su consultorio y Layo Mesino el líder fundador del OCSS va por su periódico y regresa a la colonia 18 de Mayo en donde vive. Muchos pasan en sus carros a comprar el periódico y le dicen: “y ahora cuántos muertos hubo”. El Nanche se limita a decir: “deja de estar chingando y llévate el periódico”. Los automovilistas bajan la ventanilla y él les alcanza El Sur
Cuando alguien le dice una chanza contesta: “déjate de pendejadas”. Mientras ríe mostrando la ventana de los dientes que le faltan.
Cervelio mucho se queja de los que le deben. Les dice “ya págame cabrón, mi vieja come tres veces al día” es su forma de cobrar a  muchos de los que tiene en una lista grande en su libretita de deudores. A los clientes del Ayuntamiento nos dice “cabrones parece que trabajan con viuda” porque a veces saldamos nuestra cuenta pasadito el mes.
El Nanche para todos tiene, de mí dice que yo era el que le lavaba las manos con alcohol a Pedro Brito, que tengo guardado el recipiente y que lo voy a poner en un museo. Luego agrega que llegué a ser la mugre del dedo chiquito de Armando Bello y que por eso era muy influyente, pero que ahora Ediberto Tabares no me quiere y me tiene arronzado.
Del doctor Sergio Eugenio rumora que no pudo curar a Casanga y que se curó con un té de Paulillo. De Layo Mesino comenta que ya no puede ni con su alma. Y de Adolfo Godoy cuando era regidor, que ya no se bajaba del carro ni para recibir el periódico y que no arreglaba ni donde se dormía.
En la administración pasada El Nanche pagó su parte de unas láminas que se suministraron por medio de la congregación Mariana Trinitaria. Como no llegaban Cervelio aprovechaba la presencia constante de los corresponsales de los periódicos estatales como: Marcos Villegas, Dimas Arzeta, Pablo Alonso, Cuauhtémoc Rea y Paco Magaña para denunciar al Ayuntamiento por esa deficiencia. Muchas veces también salió en Cable Costa denunciando que le debían sus láminas. Y cuando se las entregaron sus amigos de la dirección de comunicación social subieron al Facebook la foto donde está con su morrala llena de periódicos y su sombrero viejo recibiendo su dotación de láminas. El acontecimiento provocó muchos comentarios. Todos le decían “Nanche estás en internet” y él contestaba agarrando su sombrero viejo. “Yo no se de esas pendejadas, no me estén chingando”.
El Nanche está enterado de la política y de los chismes del día. Ahora ya no bebe y se dedica todo el día a vender el periódico, vende otros diarios pero la venta de El sur es su principal ingreso, yo le digo que gana más que Juan Angulo y que se está haciendo rico a costa del trabajo de muchos reporteros y ni las gracias les da. Porque gracias a que El Sur se vende bien ya terminó su casa. Toda la mañana está en la esquina de Reforma y Nicolás Bravo y ya cuando le da el sol deja la esquina y recorre la ciudad, gritándole a todo mundo “¡El Sur!” o grita alguna chanza, depende de cómo se lleve con la gente con la que se topa en el camino.
Cuando escribí la primera parte de este relato y la subí al Facebook, Valentín Catarino Salas opinó que El Nanche genera una buena vibra “al llegar a mi casa, la casa de ustedes, con un rostro rojizo, sudoroso, agotado, como dijera él ‘por el pinche sol’, cabe destacar que el buen Cervecelio llega chiflando o gritando ¡El Sur! como ya mencionaste, mostrando por delante el gran profesionalismo que le aplica sin duda día con día. El Nanche toca la puerta, si le invitas un vaso de agua no dice que no, se sienta y se hecha un poco de aire con ese sombrero viejo que aun usa y te empieza a platicar, platicar y sin más rollo ya te dice toda las noticias que traen los diarios, te cuenta anécdotas del transcurso del día y de un momento a otro sin más palabras checa el tiempo, se despide y da las gracias...eso si, antes de hacer su partida te regresa a ver con esa cara triste y cansada recordándote ‘me debes tantos días que no se te olviden para el domingo”.
A veces me da risa de verlo con una playera del Movimiento Ciudadano, otras con una del PT y más seguido con las del PRD. Yo le digo que parece representante de IFE y contesta con una de esas muchas chanzas que sabe hacer.

Cuando balacearon las oficinas de El Sur, en noviembre del 2010, lo encontré por la mañana preocupado me dijo –imagínate si cierran el periódico, va estar de la chingada, que voy a comer--. Unos días fue un vendedor clandestino, pues al recorrer la ciudad no gritaba “¡El Sur”!, como siempre, solamente exclamaba “¡El periódico!”. Me lo encontré y le dije --grítale bien cabrón--. Me contestó: “que estoy pendejo para que den una bola de balazos”. Yo agregué – ¡Vale que el miedo anda en burro!

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