domingo, 6 de enero de 2019

Crónicas del Palacio XII


Víctor Cardona Galindo
En 1991 me dio por vender libros. Gil Mendoza me pasó libros para vender en abonos, yo cobraba el enganche y le pasaba las letras firmadas para que él cobrara los abonos. Siempre cuando inicio una empresa, soy tenaz, dice mi madre que tengo “entrada de caballo bueno y salida de burro flojo”. Comencé a vender libros, iba a los pueblos y en todas las casas bonitas entraba a ofrecer los volúmenes y mostraba los catálogos. La gente escogía, y a veces, llevaba las pesadas obras conmigo. 
Los corresponsales de los medios locales cubriendo
 los destrozos del huracán Ingrid y la tormenta 
tropical Manuel octubre de 2013, de izquierda 
a derecha: Jorge Reynada de ABC de Zihuatanejo
Francisco Magaña de El Sur, Marcos Villegas de 
El Sol de Acapulco, Adrián Jacinto de Cable Costa
Pablo Alonso de El Diario 17. Foto: tomada del
 muro Facebook de Pablo Alonso.

Una vez cargando una Enciclopedia Universal me aventuré a El Paraíso. En una de las calles secundarias del pueblo encontré una casa color rosa muy bonita, y afuera conversaban dos hombres bien vestidos. La vivienda tenía, en su librero, libros que parecían de yeso o de unicel. El dueño me dijo que esos libros eran solamente para adornar la casa. Entonces el otro amigo que escuchaba la conversación tomó los volúmenes que les mostraba de La Enciclopedia Universal y los empotró en el espacio vacío del librero diciendo Mira vale se ven bien, yo reforcé el comentario, sí se veían bien y la enciclopedia era muy completa para que los niños la utilizaran en la escuela.
El dueño de la casa respondió pues si se ven bien, hay déjalos vale y sacó de la cartera los mil setecientos pesos que costaba la obra y me la pagó. Me vine muy contento y emocionado con esa venta me pareció fantástico vender una enciclopedia tan cara de un solo golpe.
Seguí yendo a vender libros a El Paraíso, vendí algunas obras. Un día estaba esperando el camión en la salida de la comunidad, pasó en su camioneta un Técnico que venía de arreglar un refrigerador. Me dijo súbete vámonos y nos venimos platicando. Después de pasar San Vicente Benítez comenzó a pelear con los baches. Veníamos casi a vuelta de rueda. De pronto, sin saber de dónde, salieron dos hombres encapuchados que nos encañonaron con fusiles R-15, obligaron al Técnico a desviar la camioneta por una brecha que nos condujo a un asoleadero. En el camino había más hombres con armas largas. Nos obligaron a bajar de la camioneta. Ya tenían alrededor del asoleadero varios vehículos entre ellos un camión de pasaje. Al bajarme me jalaron la camisa para atrás y con ella me amarraron las manos. Igual que a los demás me tiraron en la tierra boca abajo. “El primero que se levante se muere”, dijeron. Mientras estábamos tirados siguieron metiendo carros. Antes de cerrar los ojos vi que los individuos se movían de manera coordinada y todos traían botas nuevas. Los R-15 me llamaron mucho la atención. Luego el silencio, nadie decía nada ni se atrevía a dar el primer paso. Yo no me movía por temor a que me dispararan y mantenía los ojos cerrados. Hasta que una joven me fue a desatar, “Ya se fueron”, comentó al momento que deshacía en nudo de mi camisa. Después que habló la mujer nos levantamos todos. Abordamos los vehículos y seguimos nuestro camino a la cabecera municipal, sin ningún peso en la bolsa. Nos quitaron todo. Me dejaron todos empolvados y revueltos los catálogos de los libros dentro de la cabina de la camioneta del Técnico. En esos días los asaltantes actuaban impunemente, incluso en el Arroyo Oscuro colocaron un letrero: “Asaltos de 8 a 5 de la tarde, descansamos los domingos”. La gente atribuía loa asaltos a la policía Motorizada que en tiempo de José Francisco Ruiz Massieu estaba hasta el la sopa.
***
El camión salió de Lázaro Cárdenas como a las diez de la noche. Yo tenía la costumbre se salir a esa hora y bajarme en Coyuca de Benítez para esperar el camión que venía de Acapulco a las cuatro de la mañana para llegar a la seis a la ciudad de Atoyac.  Esa vez me dormí casi todo el camino, abrí los ojos cuando pasábamos por Zacualpan, y cuando los volví abrir fue porque el camión daba tumbos al querer esquivar un tronco de palma que estaba atravesado en la carretera, pero el camión no fue muy lejos, adelante estaba parado un hombre a media carretera que disparó contra el chofer. El disparo le rozó el hombro y la bala se fue a incrustar en la frente de una pasajera que cayó boca abajo en el asiento sobre su hijo que quedó bañado en sangre. Un hermanito mayor decía con que se golpeó Manuel y lloraba. El niño más pequeño no sabía que decir, mientras el camión se balanceaba por una carretera de terracería hacia donde fue desviado por los asaltantes. Luego se escuchó una voz que ordenaba que saliéramos de uno por uno.
Cuando fuimos saliendo, unos hombres encapuchados nos apuntaban con armas largas. Nos obligaron a que pusiéramos nuestras pertenencias en unas bolsas, yo eché todo el dinero que traía. Luego nos fueron colocando, a los hombres atrás del camión y apartaron a las mujeres. Éramos seis hombres entre ellos dos militares. En voz baja me comentaron que días atrás asaltaron un camión y violaron a las mujeres. Uno de ellos dijo: “yo no voy a dejar que violen a nadie” y el otro contestó “yo tampoco”. Un hombre armado nos vigilaba de frente apuntándonos. Ese día tuve la certeza de que moriría ahí. Cuando todos terminaron de bajar, un hombre alto subió al camión. Quiso bajar a los niños que lloraban pero no pudo, salió del camión y algo les dijo a los dos que cuidaban la entrada. Todos se fueron para atrás del camión, al momento que gritaban: “el que se mueva se muere”. Ahí estuvimos un rato. Luego entre todos comenzamos a ayudar al chofer para salir de ahí. Pero ya que vimos a la herida llegamos a la conclusión de que había muerto. Amanecía cuando estábamos en la carretera. Luego llegó un policía Federal de Caminos al que le dimos el reporte.
La mujer quedó boca abajo, con una caja de cigarros Salem agrazada, se alcanzaba a ver la cajita verde. Como a las ocho de la mañana llegó la Policía Judicial con el agente del Ministerio Público, comenzaron las diligencias y todos nos quedamos para declarar. Levantaron el cadáver, estaba tieso y los niños que lloraban fueron llevados en una patrulla de la Policía Federal de Caminos para buscar a su familia. Mientras todos los pasajeros fuimos trasladados en patrullas de la Policía Judicial a la ciudad de Atoyac para que declaráramos ante el agente del Ministerio Público. Era un domingo y todo el día nos lo pasamos declarando. Nadie se pudo ir hasta el último dio su versión. 
El doctor Romero
Llegué temprano a la comandancia y pregunté por las novedades. Un jefe de grupo de la Policía Preventiva me dio un gajo de hojas donde estaban las tarjetas informativas. Leí en el reporte: “Una unidad de esta corporación, sostuvo durante la madrugada un enfrentamiento con asaltantes de camiones en la comunidad de Zacualpan”. No había mayor información, únicamente se decía en el cuerpo de la nota que se habían disparado 20 cartuchos de escopeta calibre 12 y “al parecer algún delincuente salió herido en la refriega” y ya se le seguía el rastro.
Como me gusta corroborar la noticia, me dirigí a Zacualpan para investigar que se sabía del enfrentamiento entre policías y asaltantes. Chequé mis fuentes. Algunos sólo habían oído los disparos y otro me dijo Anoche intentaron matar al doctor Miguel Romero. Entonces corrí a ver al doctor, porque es mi amigo desde hace muchos años.
Miguel Romero estaba encerrado dentro de su clínica. Sus familiares me reconocieron y abrieron la puerta, me hicieron pasar. El doctor de inmediato me dijo oyes cabrón que bueno que vienes quiero denunciar que anoche me quisieron matar.
Me explicó Anoche me llamó doña María diciéndome que en una esquina de su corral andaba una venadita que tengo encerrada acá en el patio. Salí a ver y sí efectivamente la venadita se había salido, me fije que alguien le habían abierto la tranca. Entonces me metí y me ganché la 45 y me fui a buscarla. Apenas iba atravesando la calle, cuando me gritaron “párate hijuelachingada o te mueres”, al momento brinqué a donde estaba más oscuro y entonces oí un disparo, pomm, cuando sentí el fogonazo ya estaba atrás de un cuyotomate, el tronco de ese palo es grueso, entonces les contesté con la 45, pomm, en eso vi que un bulto negro se dejó caer del otro lado de la carretera y que contestan, pomm. Así estuvimos un rato, tirándolos nada más al tanteo, hasta que se me acabó la carga corrí y me metí a la casa. Ya cuando estaba en la casa oí que un carro entraba al barrio y recorría las calles. No sé quién me quiso matar. Le dije creo que fue la policía, porque hay reporte de tiroteo anoche. No te preocupes.
Me regresé a la jefatura de policía y me informó el comandante que ellos acudieron a Zacualpan porque el chofer de un camión de pasajeros había pasado a módulo de la Y Griega para reportar un asalto. Pero ya cuando la ronda iba en camino, se recibió una llamada telefónica donde denunciaban que habían visto pasar a un hombre armado por la calle y esto se les comunicó por radio a la patrulla que se dirigió al lugar. De ahí el tiroteo.
El doctor estuvo escondido y asustado por unos días. A mí me quedó la duda ¿Quién fue el que llamó a la policía, para denunciar el hombre armado? y ¿Quién le abrió la cerca de la venadita? ¿No sería que de verdad se querían “escabechar” al doctor?
***
Los trajeron en la ronda, Él era un jovencito, y como Ella no rebasaba los 18 años. Él traía puesta una camisa a rayas y pantalón de mezclilla, era de otra ciudad tal vez, porque no lo conocí. Ella si era paisana traía una blusa blanca y falda a cuadros, lloraba al momento que los bajaron de la patrulla. Atrás venía un preventivo manejando un Volkswagen blanco y lo estacionó frente a la comandancia.
Eran las ocho de la noche, la alcaldesa aún estaba ahí. Cuando vio bajarlos, preguntó al comandante ¿Capitán? ¿Capitán? ¿Capitán? Diga señora respondió el capitán. ¿A estos muchachitos porque los traen detenidos? Preguntó Por faltas a la moral contestó el capitán. ¿Cómo es eso? inquirió la alcaldesa. El capitán agregó Los encontramos haciendo el amor atrás de un muro en la cancha Olea.
La alcaldesa se sorprendió ¿Cómo en mi gobierno se detiene a la gente por hacer el amor? Así lo dice el Bando de Policía y Buen Gobierno, señora, señaló el capitán.
Sonriendo la alcaldesa ordenó Mire capitán olvídese del Bando y ponga inmediatamente en libertad a estos muchachitos, déjelos que hagan el amor, si no estaban delante de la gente y estaban escondidos en lo oscuro, déjelos hacer el amor. Eso es muy romántico. Durante mi gobierno a nadie se le va a detener por hacer el amor. Póngase a hacer el amor capitán, y dirigiéndose a los policías dijo Pónganse a hacer el amor muchachos, ustedes también. Ojala todos hicieran el amor el mundo sería más feliz. Los jóvenes corrieron donde estaba la alcaldesa, le besaron la mano, luego abordaron el cochecito blanco y se fueron.
Pablo Alonso
A principios de mayo de 2015, el fenómeno Mar de Fondo atacó las costas de Guerrero,  habitantes de las comunidades de Cayaquitos, Ojo de Agua, Michigan y Boca Chica, fueron afectados por el alto oleaje.
Ese día la marea alta devastó más de 50 viviendas en las comunidades de Boca Chica, Michigan, Puerto Escondido y El 20, en algunos casos la gente se quedó con lo que llevaban puesto encima. Olas de hasta cinco metros se produjeron en las playas de Boca Chica y Michigan en este municipio; en la primera, el mar atravesó la franja de arena y llegó al estero, lo que ocasionó pérdidas económicas a los prestadores de servicios que se encuentran en la zona.
Al día siguiente la noticia se supo en Atoyac, una veintena de reporteros de la Costa Grande caminaron por la mañana rumbo a la playa de Boca Chica para conocer los daños del siniestro. En lancha llegaron hasta el islote que separa el mar con la laguna, caminaron por esa franja de tierra buscando las afectaciones. Allá a lo lejos perdido entre mangles y sauces encontraron un almendro. El sol ya había subido y estaba en su punto. Los demás reporteros caminaron, Pablo Alonso se quedó atrás, entonces asomándose debajo de una hoja encontró una solitaria almendra. No era un almendra cualquiera, era casi roja, perfecta sin ningún golpe de la caída, pero sobre todo sorprendía que no tuviera ni siquiera un rasguño de los quirópteros que acostumbran estas frutas por alimento. Pablo sintió miedo que alguno de sus compañeros la hubiera visto, porque además tenía un tamaño superior de las almendras comunes. Se sintió afortunado que fuera él quien la haya encontrado, por eso la envolvió en una servilleta y la metió discretamente en la bolsa de su camisa. Durante el recorrido la cuidó como un tesoro, a cada rato la tocaba y la sentía cerca de su corazón para cerciorarse que no se hubiera caído. Sintió un singular placer no decirle a nadie de su hallazgo, no quiso comerla, porque le parecía demasiado bonita para tener ese destino y la cuidó celosamente durante el día. Llegando a su casa, por la tarde, se la dio a su cotorra.

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