miércoles, 23 de diciembre de 2015

La Gloria, cuarta y última parte


Víctor Cardona Galindo
Miguel Pérez Negrete encontró en la comunidad de Piedras Grandes concentraciones de cerámica, basamentos defensivos, con muros de protección y fosos. Además de una gran cantidad de piedras con petrograbados de gran tamaño asociados a la observación astronómica, representaciones de astros como Venus y eclipses. Estos petrograbados tenían, para los antiguos habitantes de Piedras Grandes, el objetivo de medir el tiempo, normar sus ceremonias y el ciclo agrícola.
Pérez Negrete dice que por el interés de Bertín Ortiz Atanasio fue dos veces a Piedras Grandes, comunidad que toma su nombre de unas impresionantes rocas de granito de 40 metros de altura. En la primera con José Aguilera Almanza, Juan Carlos Aguilera Rodríguez, Hans Martz de la Vega y Giacanny. La segunda únicamente en compañía de la arqueóloga Lucía Felipe Valencia.
Piedra de Los Tigres en la zona arqueológica de 
La Gloria ubicada en la parte alta de la sierra de 
Atoyac que fue explorada por el equipo encabezado
 por el arqueólogo Miguel Pérez Negrete en el 2005. 
Foto: cortesía de José Aguilera Almanza.

Igual que en La Gloria, en Piedras Grandes la comunidad está asentada sobre los vestigios prehispánicos, destacando los enormes bloques de granito donde fueron plasmados los petrograbados. “La Piedra de las Ranas, donde se observa una consecución de puntos y el motivo asociado al planeta Venus en la época Prehispánica, dando Juan Carlos un chispazo de ingenio al proponer que era el ciclo de las ranas el que estaba representado en esa piedra y si, tenía lógica: las cuentas de los días se asocia al crecimiento de las ranas y en la parte superior Venus en forma de jilote o maíz tierno, con una constelación en forma de jaguar. Y cerca se hallaba el ‘Hombre de Maíz’, un petrograbado de más de 4.20 metros de largo con la representación de una planta de maíz con rasgos humanos”.
Miguel Pérez, en la revista Revolución número 87, nos cuenta su experiencia en Piedras Grandes: “Esa primera noche estuve a la expectativa sugestionado por la leyendas de que un perro blanco espanta justo al que duerme en la cama donde me quedé. En esos lugares las casas son galerones de cuatro paredes y las habitaciones se separan con sabanas colgadas de las trabes zopiloteras a manera de cortinas, o sea, técnicamente todos duermen en la misma habitación”.
“Fue cuando noté un señor dormido en un petate de forma muy incómoda, a lo que le hice plática sentándome en el borde y después de un rato le comenté que si deseaba recostarse en el lado de la cama que no ocupaba, para que no se enfriara. El accedió y posteriormente dormí profundamente, hasta que en un sueño el perro blanco me despertó con una fuerte mordida en la mano derecha”.
“Supongo que mi sugestión había sido tal, que ya despierto todavía traía la mano adolorida, con la sorpresa que mi cama era individual, no había petates ni nadie se pudo haber recostado a mi lado. Claro, el diagnóstico oficial de la comunidad fue que me habían espantado”.
En Piedras Grandes resalta la Piedra del Eclipse donde los habitantes prehispánicos registraron ese fenómeno astronómico. Aquí también Miguel Pérez Negrete halló cerámica en su mayoría de características toltecas, así como una rueda de calendario muy difuminada en piedra y más representaciones de ranas.
La historia de la expedición por lo alto de la sierra, comenzó a finales del año 2004, cuando Juan Carlos Aguilera llegó a la oficina de Miguel Pérez Negrete en la calle Cuauhtémoc número 3 de la ciudad de Chilpancingo donde estaba el centro del Instituto Nacional de Antropología e Historia, (INAH)-Guerrero. Llevaba unas fotografías para mostrárselas, eso llevó a Miguel y su equipo por primera vez a La Gloria, del 27 al 30 enero de 2005, cobijado en el Proyecto Protección Técnica y Legal del Patrimonio Arqueológico.
Al ascender a la sierra con lo primero que toparon fue con el cerro Cabeza de Perro. “Se nos mencionó que en la cima de ese cerro fueron hallados desde hace años tepalcates y fragmentos del algunos silbatos, remitiéndonos a pensar que se trató de un centro de culto a las deidades de las lluvias, divinidades que vivían en las cúspides de los cerros prominentes según la cosmogonía Prehispánica y se les veneraba para lograr lluvia y buenas cosechas. Los nahuas llamaban a esas divinidades Tlaloques”.
Al llegar a La Gloria, después de cinco horas de camino, se encontraron que las casas actuales de adobe, lámina y madera están asentadas junto a los vestigios prehispánicos. “Justo donde termina el patio de la casa de don Desiderio inicia la pendiente de un gran promontorio de 15 metros de alto que fue la plataforma principal de este asentamiento prehispánico. A partir de la plataforma, inician hacia el sur una serie de terraceados formados con corazas de nódulos de granito, algunas escalinatas aún detectables y tepalcates o restos de vasijas de barro, en densidad moderada”.
La Piedra de los Tigres, la de los jaguares divinos, se halla a un kilómetro del caserío de La Gloria, donde sobresalen los felinos, “dos grandes jaguares colocados en direcciones opuestas; el de arriba mira hacia el oeste, el que se halla abajo al este. Sus cuerpos eran decorados con líneas onduladas, tal vez representación de agua, o posiblemente fuego, acompañados de puntos a manera de chalchihuites o piedras verdes, metáfora de lo divino; tal vez esos puntos eran símbolo de sangre. De sus fauces escurre algún tipo de líquido que se vierte sobre personajes recostados en torno a sus fauces y al centro de la escena, un claro numeral ‘uno’ representado por un círculo”.
Otro vestigio que les mereció especial atención a los arqueólogos fue la piedra llamada La Quinceañera de don Cuco, nombrada así por que don Cuco un antiguo poblador del lugar sintió la necesidad de conseguirse una quinceañera que le rascara la espalda, por lo que decidido, agarró su pala y se fue voltear la piedra, estaba seguro que encontraría oro debajo para bajar a la ciudad de Atoyac y comprarse una muchachona.
Ante esto los arqueólogos anotaron: “Algunos bloques habían sufrido saqueo, donde además de excavar bajo ellos buscando tesoros, fueron ladeados o totalmente volteados. Estas actividades de excavación y destrucción son motivadas por la ambición y el imaginario popular que lleva a pensar a mucha gente que las zonas arqueológicas son minas de tesoros, joyas, campanas de oro o señales que indican que bajo de ellas está la riqueza. La esperanza por hallar algo o el obtener piezas para venderlas en la red de mercado negro ha llevado a la destrucción casi total de los sitios o en algunos casos, a la voladura con dinamita de bloques de piedras labrados en los cuales piensa la gente que está contenido el oro”.  
En La Quinceañera de don Cuco, se encontró un elemento que se identificó como una planta de maíz a manera de árbol cósmico. “Aquí se encontraron vestigios de que peones que venían de la montaña a la corta del café le prendían veladoras, a lo que pensaban era una representación del Dios de maíz”, me comentó un día José Aguilera.
Los arqueólogos propiciaron la formación de la Unión Campesina para la Conservación de la Zona Arqueológica de La Gloria, que entre sus actividades tendrían la salvaguarda de la mencionada zona arqueológica, el fomento a la visita por parte del público, la difusión y el apoyo en las campañas para crear conciencia social en torno a la necesidad de conservar el patrimonio cultural y reducir el saqueo.
En una entrevista que Miguel Pérez Negrete concedió a los medios de comunicación dijo que a diferencia de la planicie costera y partes bajas, donde se han hallado vestigios de la cultura Olmeca, con más de 2 mil 800 años de antigüedad, por las investigaciones recientes “sabemos que en la parte alta de la sierra de Atoyac, la ocupación Prehispánica data principalmente en los últimos siglos antes de la conquista española, entre los siglos X y XVI después de Cristo”.
El arqueólogo detalló que esta cultura tuvo su mayor auge entre los siglos X y XIII de nuestra era, “cultura que tenía rasgos toltecas, registrando en las piedras parte de su cosmovisión y sus conocimientos. Además, trabajaban el metal, principalmente el cobre, y construían grandes plataformas, algunas de 50 metros por lado”.
Encontraron en los petrograbados de La Gloria tigres divinos y árboles cósmicos o de los cinco rumbos, “dichas representaciones de árboles señalaban los lugares de importancia también han sido hallados en Santo Domingo y Piedras Grandes”.
Monolito encontrado por campesinos cerca
de San Francisco del Tibor, donde se está una zona
 arqueológica no explorada. Foto: Víctor Cardona
 Galindo
.

Se corroboró que la gran mayoría de petrograbados “fueron dispuestos en lugares específicos donde se conjugaba el paisaje con la salida de los astros”, y agregó que se encontraron alineaciones hacia el equinoccio y los solsticios, también se orientan hacia las puntas de los cerros como parte de los rituales a las deidades de las lluvias que según sus creencias vivían en las cumbres de las elevaciones prominentes, “en algunas piedras, como en El Camarón o la Piedra de la ranas en Piedras Grandes, que denotan un registro del tiempo, posiblemente para normar el calendario agrícola y el ritual. También encontramos representaciones de eclipses, de Venus y del Sol, sin contar con otros motivos que dibujaron la figura humana y a diversos animales”.
Comentó que estos grupos eran seguramente los llamados tepuztecos y cuitlatecos, los cuales fueron conquistados por los mexicas en el siglo XV de nuestra era, a los que se impuso principalmente un tributo de algodón y productos marinos. Las Relaciones Geográficas del Siglo XVI mencionan que este lugar era ocupado por las provincias Citlaltomahua y Zacatula.
Pérez Negrete dijo que al momento de su conquista por los mexicas, “las poblaciones de la sierra de Atoyac ya tenían desarrollada una alta cultura que incluía la medición del tiempo mediante la observación anual de los astros, la metalurgia y una concepción del universo similar a los toltecas”.
Concluimos que en La Gloria se encontró la zona arqueológica más importante del municipio de Atoyac, entre los materiales arqueológicos que hay se encuentran: “fragmentos de vasijas del preclásico, así como miniaturas, sellos, figurillas de la tradición de la costa y también una figurilla tipo azteca… Una gran cantidad de obsidiana verde y gris usada en navajillas y puntas de proyectil (llamadas comúnmente Piedras de Rayo) cuentas de piedra verde, metates y morteros, manos de metate y hachas de piedra. Junto con ello se presenta una abundancia de malacates, usados para hilar algodón”.
Pero lo que le da mayor importancia a La Gloria son sus petrograbados, tres piedras tienen plasmadas la figura del árbol cósmico que refleja la estructuración del universo y la piedra de los tigres contiene una escena con jaguares preciosos o divinos.
“La mayoría de los petrograbados de La Gloria se derivan de cultos agrícolas y de la medición del movimiento solar, pero algunos grabados como la Piedra de los Tigres y las representaciones de los árboles cósmicos son desplegados de poder, donde el grupo que ahí habitó, trató de hacer manifiesta su legitimidad e importancia”.
La Piedra de los Tigres es un enorme bloque de cuatro metros de alto con la escena vomitando sobre personajes, “en una concepción tolteca donde los grandes felinos vacían sus entrañas para legitimar a los gobernantes y hacerlos dignos de dirigir, marcando el inicio de un linaje, de ahí el numeral uno, representa los primeros gobernantes de La Gloria, ungidos por los jaguares celestes”, dice Miguel Pérez Negrete, quien destaca que estos grupos hacían observaciones del firmamento y sabían de matemáticas, ya que el conocer el ciclo del planeta Venus requiere de cuentas de hasta 104 años de duración.
Miguel Pérez Negrete, Hans Martz de la Vega, Guadalupe Paoky Rueda Robledo y José Aguilera Almanza escribieron el libro: De árboles Cósmicos. Los petrograbados de La Gloria. Arqueología de Atoyac de Álvarez Guerrero, publicado en el 2013 por la Secretaría de Cultura del estado de Guerrero, donde plasman todo lo encontrado en esa comunidad de Atoyac perdida en la exuberancia de la sierra.
“En La Gloria existen 27 bloques de granito con petrograbados, que pueden haberse vinculado a rituales, desplegados de poder, registro del tiempo y de linajes, de escenas míticas o acontecimientos especiales (…) sobresale por su temática y simbolismo rupestre, ofreciendo nuevos datos acerca de la población Prehispánica de la sierra, su temporalidad y organización, en una parte del estado de Guerrero que se desconoce casi por completo: las altas estribaciones y el parteaguas de la Sierra Madre del Sur”, dicen en la presentación.


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