Víctor
Cardona Galindo
No vale nada la vida
Nos
jugamos la vida al filo de la navaja pero nos asustamos con el canto de la ticuiricha. Porque del rayo te salvas
pero no de la raya. Por eso los hombres valientes de los corridos mueren en la
raya. “Yo represento a Genaro, quiero morir en la raya”, dice el corrido a
Lucio Cabañas.
“Cuanto
no te toca aunque te pongas y cuando te toca aunque te quites”. Mi papá cuenta
la historia de un Rey del oriente a quien los saurines le dijeron que su hijo moriría de un piquete de alacrán.
Entonces reunió a todos los consejeros del reino quienes le sugirieron mandar a
su hijo a una provincia donde no hubiera alacranes. Pero cuando llegó allá la
gente le preguntó porque viviría con ellos. Entonces les contó que los saurines dijeron a su padre que moriría
de un piquete de alacrán. Esos provincianos no conocían los alacranes y le
preguntaron cómo eran. Para mostrarles dibujó uno en el suelo. Y la gente quiso
saber – ¿y éste por dónde pica? –y él les dijo –por aquí, –poniendo el dedo
índice en la cola y luego murió. El dibujo le picó. Es que esa era su raya. Por
eso por más que te cuides la muerte llegará algún día y te encontrará en el
lugar menos pensado.
Hay un
cuento que me fusilé de internet que ilustra bien la creencia que tiene el
pueblo de Atoyac sobre la muerte.
Vivía
en Bagdad un comerciante llamado Zaguir. Hombre culto y juicioso, tenía un
joven sirviente, Ahmed, a quien apreciaba mucho. Un día, mientras Ahmed paseaba
por el mercado de tenderete en tenderete, se encontró con la Muerte que le
miraba con una mueca extraña. Asustado, echó a correr y no se detuvo hasta
llegar a casa. Una vez allí le contó a su señor lo ocurrido y le pidió un
caballo diciendo que se iría a Samarra, donde tenía unos parientes, para de ese
modo escapar de la Muerte. Zaguir no tuvo inconveniente en prestarle el caballo
más veloz de su cuadra, y se despidió diciéndole que si forzaba un poco la
montura podría llegar a Samarra esa misma noche. Cuando Ahmed se hubo marchado,
Zaguir se dirigió al mercado y al poco rato encontró a la Muerte paseando por
los bazares.
– ¿Por
qué has asustado a mi sirviente? – preguntó a la Muerte.
–
Tarde o temprano te lo vas a llevar, déjalo tranquilo mientras tanto.
– No
era mi intención asustarlo –se excusó ella– pero no pude ocultar la sorpresa
que me causó verlo aquí, pues esta noche tengo una cita con él en Samarra.
Es
obvio que nadie puede salvarse de la muerte, esa siempre es pareja, porque para
pobres y ricos, “la tumba es mismo agujero” dice Cornelio Reyna. Por eso Macario solamente con ella compartió la
gallina que no quiso darle ni a sus hijos. Es natural que la gente se muera de
forma natural, pero ahora lo más natural es que la muerte llegue violentamente.
No es nada nuevo porque aquí siempre ha existido una cultura de la muerte,
aunque no tan acentuada como ahora.
Una
mujer de la sierra me dijo un día, que de buenas o de malas su casa era mi
casa. Eso quiere decir que me puedo “enfierrar” a un cabrón y esconderme en su
domicilio. En la sierra de Atoyac la muerte es una referencia. En las
camionetas de pasajeros cuando preguntan en el camino, donde te encontraste a
fulano, contestan –ya iban llegando donde mataron a zutano. – ¿Cuándo nació tu
hijo? –tres días después que mataron a Demetrio.
Y es
que mucha gente está siempre pensando en matar. Es común escuchar expresiones:
“Deja que se atraviese un hijuelachingada a ver si no le doy sus balazos”. Me
dijo una abogada en el Ministerio Público: “el que tiene una pistola en su domicilio
es que tiene toda la intención de matar”. Por eso la muerte es fácil y parece que
de un tiempo acá todos tenemos miedo de morir violentamente, hay miedo en el
ambiente, “por las cosas que se han visto”, aunque hay gente que disfraza su
miedo diciendo: “Si lo mataron, es que en algo andaba, a nadie matan nada más porque
si”, es una forma de auto convencerse de que están seguros si no se meten en
malas cosas, y muestran una falsa seguridad.
En el
pasado, cuando la gente estaba muy jodida, para matar cubrían el cuchillo o
verduguillo con sangre de escorpión, a partir de ahí el arma tenía dedicatoria.
Así mataron al general Amadeo Vidales Mederos, con un piquete de verduguillo
bañado con sangre de escorpión por eso no sobrevivió a esa lesión que no “era
mortal por necesitad”. Los valientes se batían a duelo con su gabán en un brazo
y su cuchillo en otro. Cuando los rivales se encontraban en un camino se batían
a duelo a machete limpio, la calle Agustín Ramírez escenificó muchos encuentros
a machetazos, cuando los rivales se encontraban en la plaza se retaban y a
veces por puro gusto “se quitaban el hipo”. Y cuando alguien caía se escuchaba
decir: “hasta nunca mi gabán”.
Ahora
la muerte llega, de muchas maneras viene a encontrarnos en la raya. Por ejemplo:
7. 62 es un vector de la muerte, 9 milímetros son capsulas dolor y odio. En los
últimos años la muerte llega por tener un gran corazón, de manera dulce nos
despedaza el cuerpo o lentamente nos corroe por dentro, ha venido con el
escozor de un piquete de zancudo, a veces viaja en dos y cuatro ruedas cargando
capsulas mortíferas, encontrando a los hombres y a las mujeres en la calles, en
los caminos, saliendo o rumbo a sus trabajos. A veces por temor a la muerte no
queremos salir de nuestras casas, ni comer porque nos agobian los
triglicéridos, el ácido úrico o el colesterol.
En las
calles de mi ciudad es común ver en los negocios botes con letreros: “Ayúdame a
regresar con mi familia”. Es el medio por el que los seres queridos de las
víctimas solicitan apoyo. Todos aceptamos este lastre, callados. Nadie dice
nada y tímidamente depositamos una moneda. Aunque muchos ya no regresen a sus
hogares. Tal vez la muerte los encontró y no sus familiares. Están
desaparecidos.
Atoyac
tiene fama de ser violento, pero en otros tiempos los muertos tenían sentido,
se moría por honor, por pasión política, por la familia, por una nalguita, por
la defensa del bosque o la tierra. Nuestros muertos eran queridos, recordados y
muy llorados. Reivindicados.
De
pronto nos invadió esa muerte sin sentido que da vergüenza, los muertos no son
recordados ni tan queridos y nadie los reivindica. Ni siquiera sus familiares.
Esa es la realidad de la última ola de violencia que nos invadió. Las calles se
han teñido de sangre de jóvenes que en un momento les faltaron sus padres, amor
y comida. Son jóvenes a quienes la sociedad les negó respeto, ellos tomaron el
respeto por asalto y ahora les falta la vida. Hay cuerpos que van a la fosa
común del panteón de San Jorge en la colonia Libertad, porque aunque los
conozcan sus familiares tienen miedo de reclamarlos.
En el
pasado, la falta de un himen en su lugar, costaba la vida. Cuando una mujer se
casaba y no manchaba las sábanas blancas la pagaba el novio anterior, aunque
nada tuviera que ver con la falta de esa membrana. Hubo quienes se mataron por
pelear una mujer y el poner un poste dentro del terreno del vecino le costó la
vida a muchos. Si alguien se robaba a tu hermana y no se casaba había que
vengar la afrenta, unas vacas macheteadas cobraron la vida de algunos
campesinos. Hay quienes han muerto por robarse una motosierra, mangos o unas
cuantas vacas. A veces ser exitoso cuesta la vida y también meterse en negocios
que por su naturaleza se carga el alma en un hilo.
Para
matar también se tienen creencias. Cuando el muerto cae boca abajo hay que voltearlo,
porque si queda en esa posición el asesino no se va, no puede irse y el
muertito puede ser vengado con facilidad por sus amigos o familiares. “Por eso
hay que regresarse para voltearlo con el pie”, instruía mi mentor en turno
cuando andábamos trabajando de peones chaponando una huerta de coco, “en este
ambiente a veces tienes que pelar a un cabrón para que los demás te respeten”,
decía.
Para
vengar hay un ritual. Al difunto matado sus familiares le ponen un tostón
(moneda de cincuenta centavos) bajo la lengua, esa vieja monedita de cobre
acuñada en 1916. Dicen que es para que el difundo no se vaya, ayude a vengar y
pueda atravesar al más allá después que estén muertos también sus asesinos.
Este ritual hace recordar que en la antigua Grecia, los difuntos eran sepultados
con un óbolo (moneda) debajo de la lengua o en los ojos, para que, una vez que
el alma de la persona alcanzara el mundo subterráneo del Hades,
pudiera pagar al barquero Caronte para poder pasar a través
del río. Aquellos que no tenían la cantidad suficiente, o cuyos amigos
habían rechazado dar los ritos apropiados del entierro, esperaban durante cien
años en la ribera del Aqueronte, hasta que Caronte accedía a posarlos sin
cobrar.
Existen
casos en que los asesinos llegan por las noches al camposanto después del
entierro, desentierran al difunto y le sacan la moneda de cinco centavos que
tenía debajo de la lengua. Luego lo vuelven a enterrar con la seguridad de que
no será vengado.
A los muertos
que no están enterrados en el Camposando algunos “iniciados” van por las noches
a pedirles favores y a cambio le dejan un cinco de cobre por cada favor.
Hay muchos rituales para pedir la muerte
de alguien, algunos le dejan recaditos a la imagen de Santo Entierro. También
está la creencia que cuando el difunto va aguadito se llevará más gente, hay
quienes relacionan la muerte de sus familiares con ciertos sueños.
“El
que muere por su gusto hasta la muerte le sabe”, como mi abuelo Agustín Galindo
que se murió por el chupe y como otros que siguen pegados al alcohol a pesar de
que le están pagando el pasaje a la muerte en abonos. El abuelo Mateo cuando le
pedían que dejara de beber contestaba, “Mijo ve vas a quitar el gusto”. Bueno aunque dice la canción “que sólo
borracho y dormido no se siente lo jodido”.
A
veces nos referimos a la muerte con dichos. – ¿Conociste a fulano de tal? –Sí, –nos
lo cafeteamos ayer. Así se dice de la asistencia a un velorio reciente, porque
el mejor café se da en los velorios y gratis. A veces el café es con piquete, y
otras veces el piquete lo dan después.
La
muerte es un honor cuando se muere peleando de frente, “malaya quién dijo miedo
si para morir nací”. La muerte es una vergüenza cuando se muere de espaldas
corriendo o pidiendo perdón al enemigo. Aunque mi compadre Toño Peralta dice
que es preferible que digan: “aquí dejó el chorro de cuita a que digan aquí
quedó el charco de sangre” o es lo mismo más vale que digan: “por aquí corrió y
no aquí quedó”. Aunque llegado el momento “de que lloren en mi casa mejor que
lloren en la ajena”.
“Cállese,
que para eso nacieron los hombres”, le dijo una madre a su nuera cuando aquella
lloraba al recoger el cuerpo de su marido. Luego la madre soltó una sentencia:
“A los que te hicieron esto hijo, los van encontrar por los zopilotes”, es
decir ahí la muerte tendría mucho trabajo.
Para
morir cualquier día es bueno, porque como canta José Alfredo Jiménez “No vale
nada la vida, la vida no vale nada”, y además “cuando la muerte se inclina para
llevarse a los mortales, no valen ni medicinas ni vidas artificiales ni un buen
caldo de gallina con todos sus materiales”, dice la letra de El Querreque. Un borracho grita en la
calle: “Hay culos mátenme a pedos que quiero morir apestoso”, en clara referencia
a los vecinos que viven criticándolo.
“Eres
bueno para ir a traer la muerte”, dicen de aquellos que llegan tarde o se
tardan en un mandado. Aunque de acuerdo a la moraleja del cuento de Francisca y la muerte, únicamente se
mueren los güevones. Los flojos pues.
“Me
enamoré de la muerte /para asegurar mi vida /ahora me siento fuerte /porque la
tengo parida”, dice un verso costachiqueño.
“Velo
y mortaja del cielo baja”, cuando hablan de casorio y velorio. “Solo la muerte
es pareja” cuando se ha recibido una afrenta o un desprecio. “Cuando te mueras
nada te llevas”, “la vida es tan solo vanidad”, “polvo eres y en polvo te
convertirás”, dicen otros ofendidos. “Cayendo el muerto y soltando el llanto”,
se comenta cuando se está pidiendo el pago por una mercancía y se ofrece su
entrega inmediata. “Sobre los muertos las coronas”, cuando se pide iniciar algo
sin estar pensándolo tanto.
“Malaya
quién dijo miedo si para morir nací”, cuando se habla de entrarle al trabajo
con decisión o emprender un camino que se muestra difícil. “Se espantan de la
mortaja y se abrazan del muerto”, se dice de los escandalosos y mitoteros. De
los admirados también. “No tiene ni en que caerse muerto”, dicen de los
jodidos.
Pero
luego “el muerto al pozo y el vivo al gozo”, “quedó buena la viudita”, “que me
dejó mi pariente” y si muere un familiar pobre, ni gusto da y más si vamos a
pagar el velorio. Este 1 y 2 de noviembre nos visitaran los difuntos, vendrán a
llevarse el aroma de las comidas y de las bebidas que tanto les gustaban.
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