sábado, 30 de enero de 2016

Los cuitlatecos


(Tercera parte)
Víctor Cardona Galindo
No solo las enfermedades y los maltratos de los españoles diezmaron a la nación cuitlateca, también contribuyeron a ello los movimientos revolucionarios. Hay que recordar que en nuestra región cada 25 años se presenta un movimiento armado. Después de la guerra de Independencia, en las primeras décadas del México independiente se vino la guerra de castas, luego los pleitos internos entre los caciques regionales y la lucha ente liberales y conservadores. En todos estos conflictos los indios fueron carne de cañón y en muchos casos sufrieron vejaciones simplemente por ser indígenas.
Fue el general liberal Eutimio Pinzón quien les mandó a cortar las trenzas. Un informante de Pedro R. Hendrichs le dijo que “recordaba que en tiempos del sitio de Cutzamala ocurrido en 1862, el general Pinzón ordenó a sus soldados cortar las trenzas a todos los indios cuitlatecos del municipio de Ajuchitlán”. El mismo general prohibió el uso de las camisas largas de colores oscuros, de algodón que hasta entonces acostumbraban ponerse los indios. Todavía en 1941 Hendrichs logró tomar una fotografía de un niño varón de unos seis años de edad con trenzas en Ajuchitlán.
Vestigio arqueológico encontrado en la parte norte
 de la ciudad de Atoyac. Esta pieza pertenece a 
una colección privada, registrada ante el Instituto 
Nacional de Antropología e Historia (INAH). 
Foto Archivo Histórico Municipal de Atoyac

Yendo más atrás, Fray Toribio Motolinia en su Historia de los indios de la Nueva España, aunque nunca los llama por su nombre, habla de los cuitlatecos. “Todos los niños cuando nacían tomaban nombre del día en que nacían, ora fuese flor, ora dos conejos… Y a el séptimo día (de haber nacido) dábanle el nombre del día en que había nacido”.
“No es de maravillar de los nombres que estos indios pusieron a sus días de aquellas bestias y aves, pues los nombres de los días de nuestros meses y semanas los tienen de los nombres de dioses y planetas, lo cual fue obra de los romanos”.
Dice Francisco Javier Clavijero en la Historia antigua de México que el territorio que ocupaban los cuitlatecos en la época prehispánica se denominaba Cuitlatecapan, designación nahua que significa “sobre los cuitlatecas” o “lugar de cuitlatecas”. “Los cuitlatecas habitaban un país que se extendía este-oeste por unas ochenta leguas desde las cercanías de Michoacán hasta el mar del Pacífico. Su capital era la grande y populosa ciudad de Mexcaltepec en la costa de la cual apenas han quedado algunas ruinas”.
Dice el cronista de Tecpan de Galeana Ramón Sierra López: “Antes de la llegada de los españoles, se caracterizaban por ser gente laboriosa y cultos hasta cierto punto”. Los cuitlatecos que poblaron la Costa Grande llegaron a explotar las salinas de Juluchuca y Potosí y tuvieron enfrentamientos con los tepoztecas de Tlacotepec.
En Atoyac los llamados naturales, entre los que se encontraban nahuas y cuitlatecas eran muy numerosos hasta la guerra de independencia, cuando un grupo importante se sumó al ejército de Morelos y lo acompañaron en asedio a Acapulco. Todavía hasta el inicio de la Revolución Mexicana Atoyac se consideraba un pueblo indígena. Así lo dicen los primeros informes sobre el movimiento revolucionario en 1911.
En la Costa Grande, específicamente en Atoyac la lengua cuitlateca fue hablada por algunas familias hasta 1911 y después de la revolución desapareció, pero sobrevivió en Tierra Caliente hasta mediados del siglo pasado donde investigadores como Pedro R. Hendrichs se preocuparon por rescatar parte de ese idioma antes que desapareciera totalmente. Cuando realizó sus primeros estudios, Hendrichs, encontró que ya únicamente unos 80 habitantes conocían del cuitlateco, aunque solamente unos seis lo hablaban de vez en cuando.
Hendrichs encontró registro que “había muchos cuitlatecos en Ajuchitlán alrededor de 1860; y hacia principios de 1900, en una cuadrilla ubicada sobre la margen izquierda del río Balsas, llamada Changata”. Luego fueron desapareciendo hasta reducirse a un pequeño número en Ajuchitlán y San Miguel Totolapan.
Don José Márquez indio cuitlateco de San Miguel Totolapan, le dijo a Hendrichs que toda su gente siempre tuvo la creencia de que sus antepasados emigraron del pueblo de Atoyac, pero perseguido durante la revolución cruzó con muchas penalidades la sierra y al llegar a Atoyac enfrentó con honda desilusión que acá nadie se acordaba de su idioma.
Los múltiples viajes que Hendrichs realizó a la tierra Caliente y la Costa Grande dieron como resultado un artículo para la revista México Antiguo que se llamó Estudio Preliminar de la Lengua Cuitlateca de San Miguel Totolapan Guerrero y los dos tomos del libro Por tierras ignotas. Viajes y observaciones en la región del río de las Balsas. Ambos publicados en la década de los cuarenta, en el último texto integró un diccionario de mil 221 palabras del cuitlateco.
En la biblioteca del Instituto Nacional de Antropología e Historia de Chilpancingo, encontramos una copia del Estudio Preeliminar de la Lengua Cuitlateca de San Miguel Totolapan Guerrero, que Hendrichs realizó en 1939 dice que… “la literatura sobre la antigua nación cuitlateca, su territorio, sus costumbres y su historia, es muy escasa. Casi queda limitada a las ‘Relaciones’ de los años 1578 y 1579 y algunos escritores del siglo XVII. Entre las ‘relaciones’ que he podido tener a la vista se destaca la número 114, intitulada: ‘Asuchitlán-Michoacán de su Magestad, en lo tocante a la descripción de las Yndias, por Diego Garces, corregidor de Asuchitlán. Asuchitlán 1579’ ”.
Hendrichs asegura que con la llegada de los españoles, el modo de vivir de los cuitlatecos tuvo que sufrir grandes trastornos y pronto sucumbieron porque ya no pudieron acostumbrarse al duro trabajo del labriego y a la disciplina pedantesca de las nuevas autoridades. Muchos se echaron a huir con toda su familia y se remontaron a los cerros, donde vivían con muchas penalidades, “andan como gitanos con sus hatillos, mujeres y con los hijos a cuestas”, dice la Relación de Ajuchitlán.
“Entre los pocos supervivientes cuitlatecos hay -dice Hendrichs- algunos de raza pura cuyo tipo físico demuestra rasgos muy característicos: son de cuerpo alto, robusto, huesudo y de cara grande y carnosa, boca ancha, labios delgados y nariz ancha en su base pero no larga y más bien achatada. Su color es más o menos, de cobre puro mate”.
El maestro Fortunato Hernández ha comentado a sus alumnos que todavía en la década de los setentas había gente en Atoyac que tenía los rasgos que Hendrichs encontró en Ajuchitlán y San Miguel Totolapan. Por lo tanto es indudable que la genética de los cuitlatecos sigue presente entre los atoyaquenses, sobre todo entre los Castro, Martínez, Fierro, Flores, Marques, Aguirre, Salgado, Navarrete que son familias criollas de la región.
Pero volviendo a Tierra Caliente las mujeres cuitlatecas, hacía poco, todavía acostumbraban llevar su quesquemetl típico que, “según descripciones que me han dado, debe haber sido muy suntuoso por sus muchos colores y su estilo peculiar. Algunas personas en San Miguel Totolapan saben todavía hilar el algodón y tejer cosas sencillas como servilletas y morrales”, dice Hendrichs.
La ropa y mantas eran tejidas por las mujeres en el antiquísimo telar de cintura. Cuando Hendrichs visitó la Tierra Caliente en 1939 encontró que esta actividad había desaparecido casi por completo. El nombre de la tela que tejían, todavía y sin dibujo era el chisú, seguramente derivada de la palabra castellana hechiza, es decir, hecha a mano y el de los dibujos dijpé, mientras que toda la tela con dibujos se llamaba iláli, ambas palabras cuitlatecas, o pátacua, palabra purhépecha que significa “telar de cintura”, aludiendo a la manera de obtener la tela.
La costumbre de los hombres de usar las túnicas largas y las trenzas prevaleció hasta más allá de mediados del siglo antepasado.
Hendrichs, llega “a la conclusión de que en ninguna época, los cuitlatecas hayan sido muy numerosos, sino que sólo hayan formado núcleos de población relativamente pequeños que en orden disperso vivían entre gente de habla diferente”.
En 1937, cuando el investigador Pedro Hendrichs hizo su primera visita al pueblo de Totolapan, había unas seis personas que recordaban con precisión lengua cuitlateca, y el autor señala a la señora Constancia Lázaro como una de las que más sabía sobre el cuitlateco. Pero en 1958 cuando la lingüista Evangelina Arana llegó a este pueblo en busca de otro informante, pues la señora Constancia había muerto, encontró a Juana Can, quien es la última informante de la lengua.
Se había considerado que la lengua cuitlateca formaba, por sí misma, la familia lingüística cuitlateca; sin embargo, estudios más recientes le encuentran parentesco con la lengua náhuatl, habiéndose por tal motivo cambiado el nombre de éste último grupo por el de nahua-cuitlateca. Confirmando esto nos dice Leonardo Manrique Castañera que:
…..es posible que hubiera anteriormente en la región otros idiomas de la misma familia, tal vez algunos de los que solamente sabemos el nombre, y que la expansión de los cuitlatecas primero y después el enfrentamiento que en sus terrenos tuvieron los mexicas y los tarascos las hayan hecho desaparecer. No tiene el cuitlateco parientes lingüísticos cercanos; parece que tiene cierta lejana afinidad con la familia yutoazteca y la familia centroamericana y sudamericana, la chibcha.
Para abundar sobre el tema de la lengua cuitlateca transcribimos íntegramente lo que dice Raúl Vélez Calvo en el libro Historia General del Estado de Guerrero… Referente a la familia cuitlateca nos dice Manrique que “solamente conocemos una lengua, el cuitlateco, de esta familia ahora extinta que se hablaba en gran extensión del actual estado de Guerrero (los municipios de San Miguel Totolapan, Ajuchitlán y Atoyac de Álvarez), sobre las márgenes del Río Balsas”.
Se supone que hacia el año 2 mil 500 antes de Cristo coexistían en territorio guerrerense dos lenguas importantes: la protocuitlateca y la prototlapaneca, antecedentes de las lenguas cuitlatecas y tlapaneca, respectivamente. La primera se hablaba al sureste de Michoacán y de ahí se introdujo al estado de Guerrero, ocupando inicialmente los municipios de Zirándaro, Coahuayutla, La Unión y José Azueta.
La lengua prototlapaneca, se cree, ocupaba un área muy grande: por el norte llegada hasta los municipios de Acapetlahuaya y Arcelia; por el sur hasta el Océano Pacífico; por el poniente hasta el municipio de Petatlán y por el oriente rebasaba los límites de los estados de Guerrero y Oaxaca en donde se estaba gestando la lengua prototlapaneca-subtiaba.
Cerca del año mil 500 antes de Cristo se supone que la lengua protocuitlateca había sido desplazada por la lengua prototarasca o protopurhépecha y ya no estaba presente en Michoacán. Toda la Costa Grande, hasta Coyuca de Benítez estaba ocupada por la lengua protocuitlateca, llegando por el norte hasta Zirándaro. Por esta época la prototlapaneca se había replegado por el poniente hasta el municipio de Acapulco y por el oriente hasta los municipios de Tlapa e Igualapa. Sus límites norte a sur permanecían prácticamente igual que en el año 2 mil 500 antes de Cristo.
Alrededor del año 600 antes de Cristo el idioma protocuitlateco cubría los municipios costeños de Petatlán a Acapulco, llegando por el norte hasta Ajuchitlán, Tlapehuala y San Miguel Totolapan. Los hablantes del prototlapaneco se repliegan notablemente por el norte bajando hasta el río Mezcala o más al sur. Hacia el año 400, de nuestra era, el idioma cuitlateco subió al norte transponiendo incluso los límites de los estados de Guerrero y México.
Ramón Sierra López en su libro Tecpan, historia de un pueblo heroico dice que la lengua cuitlateca alcanzó gran extensión territorial, pues se hablaba en casi todos los pueblos de tierra caliente; abarcaba desde Acapulco hasta Ajuchitlán; en su parte occidental comprendía los que hoy son los municipios de Cutzamala, Pungarabato, Tlapehuala, San Miguel Totolapan, Ajuchitlan del progreso, Coyuca de Catalán, Coahuayutla, La Unión, Apaxtla, Petatlán, Tecpan de Galeana, Benito Juárez y Atoyac de Álvarez, entre otros.
Sierra López, rescata algunas palabras que se hablan hasta nuestros días en la Costa Grande y Tierra Caliente que son derivadas del cuitlateco como:
Ajá: afirmación
Bembo: inútil, tonto
¡Épale!: cuidado
Memela: tortilla


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