sábado, 6 de febrero de 2016

Los cuitlatecos


(Cuarta parte)
Víctor Cardona Galindo
De nuestros ancestros cuitlatecos heredamos costumbres que conservamos hasta nuestros días, sobre todo en los pueblos de La Sierra. Como el gusto por comer iguana, el atole de achote, desgranar el maíz en tlapextles, el uso de trampas como el cacaxtle para atrapar palomas y chachalacas, el chunde para agarrar camarones, la gamitera para atraer el venado y la tigrera para emboscar al jaguar. También heredamos algunas leyendas y supersticiones.  
Teófilo Dondé y López indio cuitlateco de Ajuchitlán escribió en la revista México Antiguo de 1941 sobre Las costumbres cuitlatecas antes y después de la evangelización, comenta: “A la ida de los españoles por la Guerra de Independencia, se taparon y se derrumbaron las minas por órdenes de ellos y ahí quedaron tapadas”. Dice que sus antepasados “eran trabajadores, honestos y honrados y de orden moral, respetuosos con todo el mundo, y más si se trataba de un jefe o algún anciano que peinaba canas. Adoraban al sol, al fuego, a las estrellas, a los vientos, a las montañas y a los ídolos que representaban el sol o alguna divinidad de los pueblos vecinos. La aparición de cometas y la falta de lluvias del temporal se atribuía al enojo de las divinidades de los templos, y había castigos y azotes a los hijos desordenados y mujeres libres eran apresadas y estacadas en lugares apartados para el desagravio de los dioses”.
Alba Iris Urioso Castro, ex comisaria de Santo Domingo,
 sostiene un cuerno de toro que es símbolo de mando 
en La Sierra. Tocándolo los comisarios convocan al pueblo
 a las asambleas y a las fajinas. También lo tocan, el algunos
 lugares, para llamar al rosario y cuando hay contingencias. 
Foto Víctor Cardona Galindo.

Entre los cuitlatecos la mujer era muy cuidada, de la edad de 7 años a los 20, la niña no salía a la calle a hacer mandados ni compras; en su casa cuando llegaba gente extraña, no se presentaba, antes se escondía para no ser vista, y si salía, iba bien tapada con el rebozo o con las manos; únicamente se les miraba en las grandes fiestas religiosas.
“En todas las cuadrillas o pueblos chicos de cuitlatecos, sólo se adoran y reverencian a las cruces de madera maciza que mandan bendecir al curato y la colocan en el lugar preferente del altar y se visitan en los viernes por los empleados y vecinos del barrio, pues, en pueblos grandes hay 5 a 10 capillas de adoración de la cruz, sin admitirse otros efigies, con excepción  de Guadalupe, la Patrona de México”.
Dondé y López dice que la principal fiesta era la adoración a la cruz el 3 de mayo, que sólo competía con la fiesta de la virgen de Guadalupe. De ahí tenían rituales para plantar y recolectar la rosa de Cempasúchil. Hacían fiesta para lavar la ropa de los santos y adornaban las escobas con las que barrían los templos y también hacían fiesta el 24 de diciembre. Eran comunes las atoleadas y las jicareadas. Era común también el uso del Teponaxtle en las fiestas de los pueblos.
“Los cuitlatecos eran dados al baile y a las danzas, de cuchilla, de negros tecuanes, marqueses, moros, comedias, loas y simulacros de guerras, de toreros, de cazadores”. Pescaban con yerba en los ríos, y en mar con anzuelo, tarraya, guaruca, nazas, fisgas, redes y otras trampas de noche, cuando los pescados duermen en las riberas del río o lagos.
Por su parte Pedro Hendrichs, al recorrer la región en 1939 encontró que se sembraba con el chuzo con o sin punta de fierro. Este instrumento, que actualmente subsiste con el nombre de “palo para la siembra” era precisamente un palo de madera de un metro de longitud hecho de madera dura como ocotillo, parotillo, diente de molino o tepuzcuahuil. El extremo superior de este palo tiene la superficie plana y lisa de un diámetro conveniente para apoyar en ella la palma de la mano al clavar la punta en la tierra.
Para desgranar el maíz, nos comenta Hendrichs, que en San Miguel Totolapan, zona cuitlateca, no usaban la rueda de olotes llamada “olotera” para desgranar, sino un dispositivo ingenioso llamado tlapextle que es como una cama de varas de otate. Sobre los bordes laterales así como una de las cabeceras colocan unas cortinas o paredes de 30 o 40 centímetros de alto, hechas de cañas secas de maíz en forma de persianas a las que llaman chiname.
Dice Hendrichs que esta cama se cuelga entre dos árboles o postes a una altura de poco menos de un metro sobre el suelo y una posición inclinada hacia la parte abierta. Luego se llena con mazorcas ya deshojadas y tres hombres, armados con garrotes pesados, empiezan a golpear rápidamente las mazorcas para hacer saltar los granos. El maíz cae al suelo a través de los intersticios de los otates y los olotes van bajando poco a poco hasta caer por el lado más bajo.
Los tres hombres que aporrean las mazorcas trabajan al compás, de manera que a cada golpe de un garrote sigue inmediatamente el golpe del segundo y luego el golpe del tercero, es decir, no golpean ni simultánea ni desordenadamente. Otros tres hombres trabajan alrededor de la cama, cuidando las mazorcas y echándolas de nuevo hacia arriba si aún tienen granos, también “ventean” el maíz y lo van recogiendo para encostalarlo. Después de cada dos cargas de mazorcas desgranadas, los dos grupos se alternan. Con este aparato pueden desgranarse de 20 a 24 cargas en un día.
Hendrichs encontró, en la zona cuitlateca, cierta influencia cultural de parte de los matlatzincas, el gran pueblo que habitaba las regiones al norte de la cuenca del Río Balsas y que sostuvo relaciones amistosas con los tarascos de Michoacán. Estas influencias eran: el uso de la honda, como arma de defensa y cacería; la costumbre de los cuitlatecos de desgranar el maíz, aporreando las mazorcas sobre una cama de otates y la misma costumbre de la Costa Grande de hacer este trabajo en el canchire, y la red de mecate para transportar las mazorcas de la milpa a la casa. A pesar de que este instrumento tiene un nombre nahua aún en tierra de los cuitlatecos, trae a la memoria lo que Sahagún dice de los Matlatzincas, que también desgranaban el maíz, aporreándolo dentro de una red.
Comenta Hendrichs en su libro Por tierras ignotas que los primitivos cuitlatecas, sobrevivían cultivando productos como el maíz, algodón, chile, frijoles, camotes, calabaza, chía, pepitas y quelites, que eran los mismos cultivos de toda Mesoamérica, aunque para los cuitlatecas eran más importante el maíz, la calabaza y el chile. Su variada alimentación incluía hierbas y productos de la caza y de la pesca. También debieron usar como alimento a los venados, conejos, guajolotes, faisanes, palomas, codornices, patos, iguana, perdiz, chachalaca y armadillo.
Don Eduardo Para, Yito Parra, dice que el atole de Santo o sea el atole de achote, que se reparte durante la cuaresma, durante las fiestas a Jesús de Nazaret, es herencia que nos dejaron los cuitlatecos. Porque los atoyaquenses somos descendientes de aquellos primitivos cuitlatecos de los que heredamos también la costumbre de comer iguana. Unos de nuestros platillos típicos y ahora prohibidos por las leyes ecológicas. Sin embargo la iguana en caldo de jitomates o el chile verde, sigue siendo deliciosa y más si tiene huevos. Y después de comer un caldo de iguana “ve uno lejos”, dice mi papá.
Dice Hendrichs que en la zona cuitlateca, en 1939, el campesino no era cazador en el sentido estricto de la palabra porque no disponía del tiempo necesario y su régimen alimenticio estaba basado preponderantemente en el maíz y que no tenía la necesidad de hacer esfuerzos para conseguir carne.
De las armas para cacería que encontró en su recorrido fueron escopetas antiguas conocidas como cuaxtleras y que en todas las casas no faltaba una resortera. Para cazar las aves utilizaban el cacaxtle que se sigue utilizando hasta nuestros días en La Sierra. Se construye con tres hilos y varas.
Continúa diciendo el mismo autor que la caza de la paloma o huilota era, tal vez, el deporte que menos fatigas les causaba, porque no había que alejarse mucho de la casa para practicarlo y que utilizaban una red muy ingeniosa que daba muy buenos resultados. Asimismo menciona un método para cazar los patos en grandes cantidades, “que consiste en ir formando poco a poco una caseta redonda de varios metros de altura con su techo bien amarrado, dejando nada más una entrada ancha para que los patos puedan entrar a comer un poco de maíz que ellos colocan”.
“Cuando el cercado está lleno de patos cierran la puerta con un mecate, quedando atrapadas grandes cantidades de ellos. También se caza la iguana, por su carne que es muy solicitada debido a su sabor casi igual al de la gallina, cazándola a pedradas al sorprenderlas cuando toman el sol sobre las rocas inmediatas a sus guaridas, o atrapándolas vivas con un pequeño lacito en el extremo de un carrizo, después de hipnotizar el animal con un canto o con un chiflido”. 
“El animal que más abunda en la serranía, sin que falte por completo en la planicie, es el venado, debiendo ser el cazador un hombre de mucha resistencia, porque tiene que recorrer distancias bajo condiciones muy adversas”. Para cazar venado se valían de un pequeño instrumento de carrizo llamado ‘gamitadera’ o ‘gamitera’ para imitar la voz del animal.
“Es la gamitera un pequeño instrumento que se hace de dos pedazos cortos de carrizo, uno de ellos es de un diámetro mucho más pequeño de modo que entra forzadamente el otro. Se cubre uno de los extremos del carrizo delgado con una ‘telita’, como membrana del ala del murciélago o un pedazo de la epidermis de cualquier carne, se le restira bien y así se introduce en el extremo del otro carrizo. Si es necesario, se completa el cierre hermético con un poco de cera”.
Menciona, que una vez cazado, al abrir el venado, lo primero que examina el verdadero cazador, es las entrañas, para buscar cierta piedra bezoar.  Si tiene suerte de dar con ella, la guarda con mucho cuidado, porque es un talismán que le brindará fuerza agilidad y buena suerte. Siempre la lleva en una bolsita, pero no debe olvidar de mojarla todos los miércoles y sábados, si no quiere que pierda su fuerza mágica. Los cazadores creen firmemente que existe el rey de los venados, es una animal macho más grande y más corpulento, con pinta de blanco, que nombran chaxihue.
Todavía, en La Sierra, los cazadores se valen de instrumentos ingeniosos, uno de ellos es la tigrera, que se fabrica usando un bule, al que le hacen un agujero en el fondo y le colocan un cordón de mecahilo embarrado de cera de miel de palo. Se jala el cordón y cuando pasa por el hoyo del bule produce un sonido semejante al rugido del jaguar. Con este instrumento se llama al felino para que caiga en la mira del cazador. También eso lo heredamos de nuestros ancestros.
En la zona cuitlateca está presente la onza, animal mítico del que se platican muchas leyendas. “La gente que ha visto al animal, lo describe como de menor estatura y corpulencia y con el color más claro que el león (puma), especialmente en el lomo. Otro rasgo característico de la onza, se dice, es que no tapa el resto de su presa después de devorar una parte, lo que si suelen hacer tanto el tigre (jaguar) cono el león. Hay quien dice que la onza no es otra cosa que ‘la mula del tigre’, (una especie de hibrido) es decir, un bastardo infecundo, hijo de tigresa y león; ‘cuando la tigresa está en brama y no encuentra a su macho, admite al león y el producto es la onza’ ”, recogió Hendrichs. Cuando el campesino emprende un viaje y ve una zorra atravesando su camino frente a él, prefiere regresarse, para evitar los peligros que le aguardan. Esa superstición es ancestral.
En La Sierra se ha tenido la creencia de que el caldo de pito real es decir, de un cocimiento del cuerpo entero del pájaro con plumas, intestinos y todo, sirve infaliblemente para curar la epilepsia. “El pito real es el más grande de los pájaros carpinteros de la región, más o menos del tamaño de una paloma mensajera. Tiene un plumaje muy vistoso: el cuerpo, las alas y la cola son de color negro de azabache, pero la garganta y el pecho visten plumitas amarillentas moteadas de gris y la cabeza está adornada con un moño de grandes plumas color rojo encendido”.
También Hendrichs hizo un extenso estudio de las técnicas, que usaban los cuitlatecos, para la extracción de metales en las minas que encontró en la Tierra Caliente y determinó que la explotación la realizaban con la ayuda de piedras de río labradas en uno de sus extremos a manera de mazas o cuñas y/o con la acción del fuego. Indicios de minas de cobre prehispánicas es posible observar en los municipios de Ajuchitlán y San Miguel Totolapan, principalmente. Hendrichs, después de visitar la región, da más detalles del uso de los tecomates o bules tipo calabaza para cruzar el río. Por eso El río de las Balsas.


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