(Cuarta parte)
Víctor Cardona Galindo
De nuestros
ancestros cuitlatecos heredamos costumbres que conservamos hasta nuestros días,
sobre todo en los pueblos de La Sierra. Como el gusto por comer iguana, el
atole de achote, desgranar el maíz en tlapextles,
el uso de trampas como el cacaxtle
para atrapar palomas y chachalacas, el chunde
para agarrar camarones, la gamitera para atraer el venado y la tigrera para
emboscar al jaguar. También heredamos algunas leyendas y supersticiones.
Teófilo Dondé y
López indio cuitlateco de Ajuchitlán escribió en la revista México Antiguo de 1941 sobre Las costumbres cuitlatecas antes y
después de la evangelización, comenta: “A la ida de los españoles por la Guerra
de Independencia, se taparon y se derrumbaron las minas por órdenes de ellos y
ahí quedaron tapadas”. Dice que sus antepasados “eran trabajadores, honestos y
honrados y de orden moral, respetuosos con todo el mundo, y más si se trataba de
un jefe o algún anciano que peinaba canas. Adoraban al sol, al fuego, a las
estrellas, a los vientos, a las montañas y a los ídolos que representaban el
sol o alguna divinidad de los pueblos vecinos. La aparición de cometas y la
falta de lluvias del temporal se atribuía al enojo de las divinidades de los
templos, y había castigos y azotes a los hijos desordenados y mujeres libres
eran apresadas y estacadas en lugares apartados para el desagravio de los
dioses”.
Entre los
cuitlatecos la mujer era muy cuidada, de la edad de 7 años a los 20, la niña no
salía a la calle a hacer mandados ni compras; en su casa cuando llegaba gente
extraña, no se presentaba, antes se escondía para no ser vista, y si salía, iba
bien tapada con el rebozo o con las manos; únicamente se les miraba en las
grandes fiestas religiosas.
“En todas las
cuadrillas o pueblos chicos de cuitlatecos, sólo se adoran y reverencian a las
cruces de madera maciza que mandan bendecir al curato y la colocan en el lugar
preferente del altar y se visitan en los viernes por los empleados y vecinos
del barrio, pues, en pueblos grandes hay 5 a 10 capillas de adoración de la cruz,
sin admitirse otros efigies, con excepción
de Guadalupe, la Patrona de México”.
Dondé y López
dice que la principal fiesta era la adoración a la cruz el 3 de mayo, que sólo
competía con la fiesta de la virgen de Guadalupe. De ahí tenían rituales para
plantar y recolectar la rosa de Cempasúchil. Hacían fiesta para lavar la ropa
de los santos y adornaban las escobas con las que barrían los templos y también
hacían fiesta el 24 de diciembre. Eran comunes las atoleadas y las jicareadas.
Era común también el uso del Teponaxtle
en las fiestas de los pueblos.
“Los
cuitlatecos eran dados al baile y a las danzas, de cuchilla, de negros
tecuanes, marqueses, moros, comedias, loas y simulacros de guerras, de toreros,
de cazadores”. Pescaban con yerba en los ríos, y en mar con anzuelo, tarraya,
guaruca, nazas, fisgas, redes y otras trampas de noche, cuando los pescados
duermen en las riberas del río o lagos.
Por su parte
Pedro Hendrichs, al recorrer la región en 1939 encontró que se sembraba con el
chuzo con o sin punta de fierro. Este instrumento, que actualmente subsiste con
el nombre de “palo para la siembra” era precisamente un palo de madera de un
metro de longitud hecho de madera dura como ocotillo, parotillo, diente de
molino o tepuzcuahuil. El extremo
superior de este palo tiene la superficie plana y lisa de un diámetro
conveniente para apoyar en ella la palma de la mano al clavar la punta en la
tierra.
Para desgranar
el maíz, nos comenta Hendrichs, que en San Miguel Totolapan, zona cuitlateca,
no usaban la rueda de olotes llamada “olotera” para desgranar, sino un
dispositivo ingenioso llamado tlapextle
que es como una cama de varas de otate. Sobre los bordes laterales así como una
de las cabeceras colocan unas cortinas o paredes de 30 o 40 centímetros de
alto, hechas de cañas secas de maíz en forma de persianas a las que llaman chiname.
Dice Hendrichs
que esta cama se cuelga entre dos árboles o postes a una altura de poco menos
de un metro sobre el suelo y una posición inclinada hacia la parte abierta.
Luego se llena con mazorcas ya deshojadas y tres hombres, armados con garrotes
pesados, empiezan a golpear rápidamente las mazorcas para hacer saltar los
granos. El maíz cae al suelo a través de los intersticios de los otates y los olotes
van bajando poco a poco hasta caer por el lado más bajo.
Los tres
hombres que aporrean las mazorcas trabajan al compás, de manera que a cada
golpe de un garrote sigue inmediatamente el golpe del segundo y luego el golpe
del tercero, es decir, no golpean ni simultánea ni desordenadamente. Otros tres
hombres trabajan alrededor de la cama, cuidando las mazorcas y echándolas de
nuevo hacia arriba si aún tienen granos, también “ventean” el maíz y lo van
recogiendo para encostalarlo. Después de cada dos cargas de mazorcas
desgranadas, los dos grupos se alternan. Con este aparato pueden desgranarse de
20 a 24
cargas en un día.
Hendrichs
encontró, en la zona cuitlateca, cierta influencia cultural de parte de los
matlatzincas, el gran pueblo que habitaba las regiones al norte de la cuenca
del Río Balsas y que sostuvo relaciones amistosas con los tarascos de
Michoacán. Estas influencias eran: el uso de la honda, como arma de defensa y
cacería; la costumbre de los cuitlatecos de desgranar el maíz, aporreando las
mazorcas sobre una cama de otates y la misma costumbre de la Costa Grande de
hacer este trabajo en el canchire, y
la red de mecate para transportar las mazorcas de la milpa a la casa. A pesar
de que este instrumento tiene un nombre nahua aún en tierra de los cuitlatecos,
trae a la memoria lo que Sahagún dice de los Matlatzincas, que también
desgranaban el maíz, aporreándolo dentro de una red.
Comenta
Hendrichs en su libro Por tierras ignotas
que los primitivos cuitlatecas, sobrevivían cultivando productos como el maíz, algodón, chile, frijoles,
camotes, calabaza, chía, pepitas y quelites, que eran los mismos cultivos de
toda Mesoamérica, aunque para los cuitlatecas eran más importante el maíz, la
calabaza y el chile. Su variada alimentación incluía hierbas y productos de la caza y de la
pesca. También debieron usar como alimento a los venados, conejos, guajolotes, faisanes,
palomas, codornices, patos, iguana, perdiz, chachalaca y armadillo.
Don Eduardo
Para, Yito Parra, dice que el atole
de Santo o sea el atole de achote,
que se reparte durante la cuaresma, durante las fiestas a Jesús de Nazaret, es
herencia que nos dejaron los cuitlatecos. Porque los atoyaquenses
somos descendientes de aquellos primitivos cuitlatecos de los que heredamos también
la costumbre de comer iguana. Unos de nuestros platillos típicos y ahora prohibidos
por las leyes ecológicas. Sin embargo la iguana en caldo de jitomates o el
chile verde, sigue siendo deliciosa y más si tiene huevos. Y después de comer
un caldo de iguana “ve uno lejos”, dice mi papá.
Dice Hendrichs
que en la zona cuitlateca, en 1939, el campesino no era cazador en el sentido
estricto de la palabra porque no disponía del tiempo necesario y su régimen
alimenticio estaba basado preponderantemente en el maíz y que no tenía la
necesidad de hacer esfuerzos para conseguir carne.
De las armas
para cacería que encontró en su recorrido fueron escopetas antiguas conocidas
como cuaxtleras y que en todas las
casas no faltaba una resortera. Para cazar las aves utilizaban el cacaxtle
que se sigue utilizando hasta nuestros días en La Sierra. Se construye con tres
hilos y varas.
Continúa
diciendo el mismo autor que la caza de la paloma o huilota era, tal vez, el
deporte que menos fatigas les causaba, porque no había que alejarse mucho de la
casa para practicarlo y que utilizaban una red muy ingeniosa que daba muy
buenos resultados. Asimismo menciona un método para cazar los patos en grandes
cantidades, “que consiste en ir formando poco a poco una caseta redonda de
varios metros de altura con su techo bien amarrado, dejando nada más una entrada
ancha para que los patos puedan entrar a comer un poco de maíz que ellos
colocan”.
“Cuando el
cercado está lleno de patos cierran la puerta con un mecate, quedando atrapadas
grandes cantidades de ellos. También se caza la iguana, por su carne que es muy
solicitada debido a su sabor casi igual al de la gallina, cazándola a pedradas
al sorprenderlas cuando toman el sol sobre las rocas inmediatas a sus guaridas,
o atrapándolas vivas con un pequeño lacito en el extremo de un carrizo, después
de hipnotizar el animal con un canto o con un chiflido”.
“El animal que
más abunda en la serranía, sin que falte por completo en la planicie, es el
venado, debiendo ser el cazador un hombre de mucha resistencia, porque tiene
que recorrer distancias bajo condiciones muy adversas”. Para cazar venado se
valían de un pequeño instrumento de carrizo llamado ‘gamitadera’ o ‘gamitera’
para imitar la voz del animal.
“Es la gamitera un pequeño
instrumento que se hace de dos pedazos cortos de carrizo, uno de ellos es de un
diámetro mucho más pequeño de modo que entra forzadamente el otro. Se cubre uno
de los extremos del carrizo delgado con una ‘telita’, como membrana del ala del
murciélago o un pedazo de la epidermis de cualquier carne, se le restira bien y
así se introduce en el extremo del otro carrizo. Si es necesario, se completa
el cierre hermético con un poco de cera”.
Menciona, que una vez cazado, al
abrir el venado, lo primero que examina el verdadero cazador, es las entrañas,
para buscar cierta piedra bezoar. Si tiene suerte de dar con ella, la guarda
con mucho cuidado, porque es un talismán que le brindará fuerza agilidad y
buena suerte. Siempre la lleva en una bolsita, pero no debe olvidar de mojarla
todos los miércoles y sábados, si no quiere que pierda su fuerza mágica. Los
cazadores creen firmemente que existe el rey de los venados, es una animal
macho más grande y más corpulento, con pinta de blanco, que nombran chaxihue.
Todavía,
en La Sierra, los cazadores se valen de instrumentos ingeniosos, uno de ellos
es la tigrera, que
se fabrica usando un bule, al que le hacen un agujero en el fondo y le colocan
un cordón de mecahilo embarrado de cera de miel de palo. Se jala el cordón y cuando
pasa por el hoyo del bule produce un sonido semejante al rugido del jaguar. Con
este instrumento se llama al felino para que caiga en la mira del cazador.
También eso lo heredamos de nuestros ancestros.
En la zona cuitlateca está presente la onza, animal mítico del que se
platican muchas leyendas. “La gente que ha visto al animal, lo describe como de
menor estatura y corpulencia y con el color más claro que el león (puma),
especialmente en el lomo. Otro rasgo característico de la onza, se dice, es que
no tapa el resto de su presa después de devorar una parte, lo que si suelen
hacer tanto el tigre (jaguar) cono el león. Hay quien dice que la onza no es
otra cosa que ‘la mula del tigre’, (una especie de hibrido) es decir, un
bastardo infecundo, hijo de tigresa y león; ‘cuando la tigresa está en brama y
no encuentra a su macho, admite al león y el producto es la onza’ ”, recogió
Hendrichs. Cuando el campesino emprende un viaje y ve una zorra atravesando su
camino frente a él, prefiere regresarse, para evitar los peligros que le
aguardan. Esa superstición es ancestral.
En La Sierra se
ha tenido la creencia de que el caldo de pito real es decir, de un cocimiento
del cuerpo entero del pájaro con plumas, intestinos y todo, sirve
infaliblemente para curar la epilepsia. “El pito real es el más grande de los
pájaros carpinteros de la región, más o menos del tamaño de una paloma
mensajera. Tiene un plumaje muy vistoso: el cuerpo, las alas y la cola son de
color negro de azabache, pero la garganta y el pecho visten plumitas
amarillentas moteadas de gris y la cabeza está adornada con un moño de grandes
plumas color rojo encendido”.
También Hendrichs
hizo un extenso estudio de las técnicas, que usaban los cuitlatecos, para la
extracción de metales en las minas que encontró en la Tierra Caliente y
determinó que la explotación la realizaban con la ayuda de piedras de río
labradas en uno de sus extremos a manera de mazas o cuñas y/o con la acción del
fuego. Indicios de minas de cobre prehispánicas es posible observar en los
municipios de Ajuchitlán y San Miguel Totolapan, principalmente. Hendrichs, después
de visitar la región, da más detalles del uso de los tecomates o bules tipo
calabaza para cruzar el río. Por eso El río de las Balsas.
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