Víctor Cardona Galindo
En materia de comunicaciones los atoyaquenses hemos
avanzado lento, en 1991 se inauguró con la presencia del gobernador José
Francisco Ruiz Massieu la estación de radio XHAYA Estéreo Sol en el 100.9 FM.
En 1996 llegó cablevisión a este lugar. Para el 2001 inició la telefonía
celular y la fibra óptica de internet. Antes si querías conectarte al
ciberespacio tenías que hacer una llamada de larga distancia.
Cuando comencé a reportear allá por 1991, sólo había
fax en la terminal de la Flecha Roja y en las oficinas de la Cámara Nacional de
Comercio (Canaco) donde el doctor Miguel Ángel Ponce Jacinto era presidente y
Rafael Arzeta Cervantes era el administrador quien, a veces de mal humor, nos
hacía el favor de mandar las notas por fax a nuestros periódicos, siempre que
llamáramos por cobrar.
En la terminal de autobuses Flecha Roja, Gildo nos
enviaba a 10 pesos la hoja. Por eso había que ser escueto en nuestras notas.
Luego Nereo Galindo corresponsal del Novedades
y Leonel Aguilera de El Sol de Acapulco
tenían una oficina que también les servía de habitación en la calle SARH donde
contaban con un fax y a veces lo prestaban, a los demás corresponsales, siempre
que llamáramos por cobrar.
Recuerdo que Leonel pernoctaba pegado a la ventana con
una pistola 38 especial como almohada, mientras que Nereo dormía en la cama.
Los dos escribían en la tarde. Leonel siempre estaba haciendo bromas. Era un
gran amigo.
El fax fue el pretexto para que Graciela Radilla como
corresponsal del Diario 17 llegara a
la Canaco y de ahí naciera el romance que la llevó a casarse con Rafael Arzeta.
Luego vivieron en la calle Agustín Ramírez donde en un momento estuvieron las
oficinas de la primera delegación del Sindicato Nacional Redactores de la
Prensa (SNRP) que encabezó Nereo Galindo.
Ya para 1994 había fax en las casetas telefónicas
Fantasy y en la farmacia Central con mi madrina Charlotte. Nos cobraban tres
pesos por hoja siempre que llamáramos por cobrar o lo que tardara la llamada al
pasar la hoja por el aparato del fax. Todos escribíamos a máquina y luego
íbamos corriendo a mandar nuestros textos por fax. Luego ya casados Graciela y
Rafael nos siguieron prestado el fax que instalaron en su casa cuando ellos
publicaban la revista La Costa.
Luego vino el Internet y el primer Cibercafé lo
instalaron en la calle Álvaro Obregón en la casa de Leticia Arevalo, cobraban
30 pesos la hora, teníamos que redactar a mano primero para después ir a
capturar y mandar nuestras las notas. A Marcos Villegas, El Campanita, lo envicie en eso del internet enseñándole unos videos
pornográficos que llegaron a mi dirección de correo electrónico. Después,
cuando tenía dudas en el manejo de la máquina le preguntaba a Marcos que llegó
saber más que yo. Luego el maestro Abonce abrió el cibercafé Payolita que fue muy
famoso a principios del 2000, aquí ya costaba 10 pesos la hora.
El problema que nos encontramos cuando comenzamos a
mandar nuestras notas por internet fueron los famosos virus. A Rafael Arzeta le
llegó vía internet la foto de un pene de medio metro que era un virus muy
infeccioso. El travieso de Rafa domesticó el virus y lo guardó en un disquete y
luego como no queriendo infectaba, con tamaño pizarrín, las máquinas donde
trabajaba. Y siempre que abríamos un archivo infectado aparecía. Lo llamábamos
en virus de Rafa. Un día, alguien me mandó un virus que era también un órgano
reproductor masculino que caminaba con sus testículos tras el puntero del mouse,
queriéndoselo comer. Era una lata cada vez que aparecía porque se movía sin
control por toda la pantalla, hasta que un día encontré la manera de eliminarlo
y le dije adiós.
Todo eso para nosotros era novedad, íbamos aprendiendo
en la marcha. Muchas dudas desparecieron hasta que Pablo Alonso Sánchez como
líder del SNRP nos trajo una maestra cubana que daba clases en la escuela de
comunicación de la Universidad Autónoma de Guerrero que nos enseñó a manejar
los programas y hacer de la computadora una herramienta poderosa para nuestro
trabajo.
En el cibercafé de la calle Álvaro Obregón, un día,
policías de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) estuvieron dictando datos
de su parte de novedades para mandarlos por correo electrónico y nosotros los
corresponsales de los medios de comunicación estábamos escuchando todo. Creo
que no se imaginaron que en Atoyac los periodistas escribían en un cibercafé.
Luego en Payolita unos agentes federales estuvieron bajando la información de
una página de internet del Ejército Popular Revolucionario (EPR). Los
reporteros locales nos esteramos de todo, después tendríamos problemas con el
comandante. Nos quiso involucrar con el narco y con la guerrilla,
principalmente a Pablo Alonso y a mí. Nereo Galindo buscó la asesoría del
abogado Luis Pablo Solís Verdín y nos defendió con mucha valentía.
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