lunes, 18 de enero de 2016

Los cibercafés


Víctor Cardona Galindo
En materia de comunicaciones los atoyaquenses hemos avanzado lento, en 1991 se inauguró con la presencia del gobernador José Francisco Ruiz Massieu la estación de radio XHAYA Estéreo Sol en el 100.9 FM. En 1996 llegó cablevisión a este lugar. Para el 2001 inició la telefonía celular y la fibra óptica de internet. Antes si querías conectarte al ciberespacio tenías que hacer una llamada de larga distancia.
Cuando comencé a reportear allá por 1991, sólo había fax en la terminal de la Flecha Roja y en las oficinas de la Cámara Nacional de Comercio (Canaco) donde el doctor Miguel Ángel Ponce Jacinto era presidente y Rafael Arzeta Cervantes era el administrador quien, a veces de mal humor, nos hacía el favor de mandar las notas por fax a nuestros periódicos, siempre que llamáramos por cobrar.
En la terminal de autobuses Flecha Roja, Gildo nos enviaba a 10 pesos la hoja. Por eso había que ser escueto en nuestras notas. Luego Nereo Galindo corresponsal del Novedades y Leonel Aguilera de El Sol de Acapulco tenían una oficina que también les servía de habitación en la calle SARH donde contaban con un fax y a veces lo prestaban, a los demás corresponsales, siempre que llamáramos por cobrar.
Recuerdo que Leonel pernoctaba pegado a la ventana con una pistola 38 especial como almohada, mientras que Nereo dormía en la cama. Los dos escribían en la tarde. Leonel siempre estaba haciendo bromas. Era un gran amigo.
El fax fue el pretexto para que Graciela Radilla como corresponsal del Diario 17 llegara a la Canaco y de ahí naciera el romance que la llevó a casarse con Rafael Arzeta. Luego vivieron en la calle Agustín Ramírez donde en un momento estuvieron las oficinas de la primera delegación del Sindicato Nacional Redactores de la Prensa (SNRP) que encabezó Nereo Galindo.
Ya para 1994 había fax en las casetas telefónicas Fantasy y en la farmacia Central con mi madrina Charlotte. Nos cobraban tres pesos por hoja siempre que llamáramos por cobrar o lo que tardara la llamada al pasar la hoja por el aparato del fax. Todos escribíamos a máquina y luego íbamos corriendo a mandar nuestros textos por fax. Luego ya casados Graciela y Rafael nos siguieron prestado el fax que instalaron en su casa cuando ellos publicaban la revista La Costa.
Luego vino el Internet y el primer Cibercafé lo instalaron en la calle Álvaro Obregón en la casa de Leticia Arevalo, cobraban 30 pesos la hora, teníamos que redactar a mano primero para después ir a capturar y mandar nuestras las notas. A Marcos Villegas, El Campanita, lo envicie en eso del internet enseñándole unos videos pornográficos que llegaron a mi dirección de correo electrónico. Después, cuando tenía dudas en el manejo de la máquina le preguntaba a Marcos que llegó saber más que yo. Luego el maestro Abonce abrió el cibercafé Payolita que fue muy famoso a principios del 2000, aquí ya costaba 10 pesos la hora.
El problema que nos encontramos cuando comenzamos a mandar nuestras notas por internet fueron los famosos virus. A Rafael Arzeta le llegó vía internet la foto de un pene de medio metro que era un virus muy infeccioso. El travieso de Rafa domesticó el virus y lo guardó en un disquete y luego como no queriendo infectaba, con tamaño pizarrín, las máquinas donde trabajaba. Y siempre que abríamos un archivo infectado aparecía. Lo llamábamos en virus de Rafa. Un día, alguien me mandó un virus que era también un órgano reproductor masculino que caminaba con sus testículos tras el  puntero del mouse, queriéndoselo comer. Era una lata cada vez que aparecía porque se movía sin control por toda la pantalla, hasta que un día encontré la manera de eliminarlo y le dije adiós.
Todo eso para nosotros era novedad, íbamos aprendiendo en la marcha. Muchas dudas desparecieron hasta que Pablo Alonso Sánchez como líder del SNRP nos trajo una maestra cubana que daba clases en la escuela de comunicación de la Universidad Autónoma de Guerrero que nos enseñó a manejar los programas y hacer de la computadora una herramienta poderosa para nuestro trabajo.
En el cibercafé de la calle Álvaro Obregón, un día, policías de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) estuvieron dictando datos de su parte de novedades para mandarlos por correo electrónico y nosotros los corresponsales de los medios de comunicación estábamos escuchando todo. Creo que no se imaginaron que en Atoyac los periodistas escribían en un cibercafé. Luego en Payolita unos agentes federales estuvieron bajando la información de una página de internet del Ejército Popular Revolucionario (EPR). Los reporteros locales nos esteramos de todo, después tendríamos problemas con el comandante. Nos quiso involucrar con el narco y con la guerrilla, principalmente a Pablo Alonso y a mí. Nereo Galindo buscó la asesoría del abogado Luis Pablo Solís Verdín y nos defendió con mucha valentía.




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