(Tercera parte)
Víctor Cardona Galindo
No solo las
enfermedades y los maltratos de los españoles diezmaron a la nación cuitlateca,
también contribuyeron a ello los movimientos revolucionarios. Hay que recordar
que en nuestra región cada 25 años se presenta un movimiento armado. Después de
la guerra de Independencia, en las primeras décadas del México independiente se
vino la guerra de castas, luego los pleitos internos entre los caciques
regionales y la lucha ente liberales y conservadores. En todos estos conflictos
los indios fueron carne de cañón y en muchos casos sufrieron vejaciones
simplemente por ser indígenas.
Fue el general
liberal Eutimio Pinzón quien les mandó a cortar las trenzas. Un informante de
Pedro R. Hendrichs le dijo que “recordaba que en tiempos del sitio de Cutzamala
ocurrido en 1862, el general Pinzón ordenó a sus soldados cortar las trenzas a
todos los indios cuitlatecos del municipio de Ajuchitlán”. El mismo general
prohibió el uso de las camisas largas de colores oscuros, de algodón que hasta
entonces acostumbraban ponerse los indios. Todavía en 1941 Hendrichs logró
tomar una fotografía de un niño varón de unos seis años de edad con trenzas en
Ajuchitlán.
Yendo más
atrás, Fray Toribio Motolinia en su Historia
de los indios de la Nueva España, aunque nunca los llama por su nombre,
habla de los cuitlatecos. “Todos los niños cuando nacían tomaban nombre del día
en que nacían, ora fuese flor, ora dos conejos… Y a el séptimo día (de haber
nacido) dábanle el nombre del día en que había nacido”.
“No es de
maravillar de los nombres que estos indios pusieron a sus días de aquellas
bestias y aves, pues los nombres de los días de nuestros meses y semanas los
tienen de los nombres de dioses y planetas, lo cual fue obra de los romanos”.
Dice Francisco
Javier Clavijero en la Historia antigua
de México que el territorio que ocupaban los cuitlatecos en la época
prehispánica se denominaba Cuitlatecapan, designación nahua que significa
“sobre los cuitlatecas” o “lugar de cuitlatecas”. “Los cuitlatecas habitaban un
país que se extendía este-oeste por unas ochenta leguas desde las cercanías de
Michoacán hasta el mar del Pacífico. Su capital era la grande y populosa ciudad
de Mexcaltepec en la costa de la cual apenas han quedado algunas ruinas”.
Dice el
cronista de Tecpan de Galeana Ramón Sierra López: “Antes de la llegada de los
españoles, se caracterizaban por ser gente laboriosa y cultos hasta cierto punto”.
Los cuitlatecos que poblaron la Costa Grande llegaron a explotar las salinas de
Juluchuca y Potosí y tuvieron enfrentamientos con los tepoztecas de Tlacotepec.
En Atoyac los
llamados naturales, entre los que se encontraban nahuas y cuitlatecas eran muy
numerosos hasta la guerra de independencia, cuando un grupo importante se sumó
al ejército de Morelos y lo acompañaron en asedio a Acapulco. Todavía hasta el
inicio de la Revolución Mexicana Atoyac se consideraba un pueblo indígena. Así
lo dicen los primeros informes sobre el movimiento revolucionario en 1911.
En la Costa
Grande, específicamente en Atoyac la lengua cuitlateca fue hablada por algunas
familias hasta 1911 y después de la revolución desapareció, pero sobrevivió en
Tierra Caliente hasta mediados del siglo pasado donde investigadores como Pedro
R. Hendrichs se preocuparon por rescatar parte de ese idioma antes que
desapareciera totalmente. Cuando realizó sus primeros estudios, Hendrichs,
encontró que ya únicamente unos 80 habitantes conocían del cuitlateco, aunque
solamente unos seis lo hablaban de vez en cuando.
Hendrichs
encontró registro que “había muchos cuitlatecos en Ajuchitlán alrededor de
1860; y hacia principios de 1900, en una cuadrilla ubicada sobre la margen
izquierda del río Balsas, llamada Changata”. Luego fueron desapareciendo hasta
reducirse a un pequeño número en Ajuchitlán y San Miguel Totolapan.
Don José
Márquez indio cuitlateco de San Miguel Totolapan, le dijo a Hendrichs que toda
su gente siempre tuvo la creencia de que sus antepasados emigraron del pueblo
de Atoyac, pero perseguido durante la revolución cruzó con muchas penalidades
la sierra y al llegar a Atoyac enfrentó con honda desilusión que acá nadie se
acordaba de su idioma.
Los múltiples
viajes que Hendrichs realizó a la tierra Caliente y la Costa Grande dieron como
resultado un artículo para la revista México
Antiguo que se llamó Estudio
Preliminar de la Lengua Cuitlateca de San Miguel Totolapan Guerrero y los
dos tomos del libro Por tierras ignotas.
Viajes y observaciones en la región del río de las Balsas. Ambos publicados
en la década de los cuarenta, en el último texto integró un diccionario de mil
221 palabras del cuitlateco.
En la
biblioteca del Instituto Nacional de Antropología e Historia de Chilpancingo,
encontramos una copia del Estudio
Preeliminar de la Lengua Cuitlateca de San Miguel Totolapan Guerrero, que
Hendrichs realizó en 1939 dice que… “la literatura sobre la antigua nación
cuitlateca, su territorio, sus costumbres y su historia, es muy escasa. Casi queda
limitada a las ‘Relaciones’ de los años 1578 y 1579 y algunos escritores del
siglo XVII. Entre las ‘relaciones’ que he podido tener a la vista se destaca la
número 114, intitulada: ‘Asuchitlán-Michoacán de su Magestad, en lo tocante a
la descripción de las Yndias, por Diego Garces, corregidor de Asuchitlán.
Asuchitlán 1579’ ”.
Hendrichs
asegura que con la llegada de los españoles, el modo de vivir de los
cuitlatecos tuvo que sufrir grandes trastornos y pronto sucumbieron porque ya
no pudieron acostumbrarse al duro trabajo del labriego y a la disciplina
pedantesca de las nuevas autoridades. Muchos se echaron a huir con toda su
familia y se remontaron a los cerros, donde vivían con muchas penalidades,
“andan como gitanos con sus hatillos, mujeres y con los hijos a cuestas”, dice
la Relación de Ajuchitlán.
“Entre los
pocos supervivientes cuitlatecos hay -dice Hendrichs- algunos de raza pura cuyo
tipo físico demuestra rasgos muy característicos: son de cuerpo alto, robusto,
huesudo y de cara grande y carnosa, boca ancha, labios delgados y nariz ancha
en su base pero no larga y más bien achatada. Su color es más o menos, de cobre
puro mate”.
El maestro
Fortunato Hernández ha comentado a sus alumnos que todavía en la década de los
setentas había gente en Atoyac que tenía los rasgos que Hendrichs encontró en
Ajuchitlán y San Miguel Totolapan. Por lo tanto es indudable que la genética de
los cuitlatecos sigue presente entre los atoyaquenses, sobre todo entre los
Castro, Martínez, Fierro, Flores, Marques, Aguirre, Salgado, Navarrete que son
familias criollas de la región.
Pero volviendo
a Tierra Caliente las mujeres cuitlatecas, hacía poco, todavía acostumbraban
llevar su quesquemetl típico que,
“según descripciones que me han dado, debe haber sido muy suntuoso por sus
muchos colores y su estilo peculiar. Algunas personas en San Miguel Totolapan
saben todavía hilar el algodón y tejer cosas sencillas como servilletas y
morrales”, dice Hendrichs.
La ropa y
mantas eran tejidas por las mujeres en el antiquísimo telar de cintura. Cuando
Hendrichs visitó la Tierra Caliente en 1939 encontró que esta actividad había
desaparecido casi por completo. El nombre de la tela que tejían, todavía y sin
dibujo era el chisú, seguramente derivada de la palabra castellana hechiza, es
decir, hecha a mano y el de los dibujos dijpé, mientras que toda la tela con
dibujos se llamaba iláli, ambas palabras cuitlatecas, o pátacua, palabra
purhépecha que significa “telar de cintura”, aludiendo a la manera de obtener
la tela.
La costumbre de
los hombres de usar las túnicas largas y las trenzas prevaleció hasta más allá
de mediados del siglo antepasado.
Hendrichs,
llega “a la conclusión de que en ninguna época, los cuitlatecas hayan sido muy
numerosos, sino que sólo hayan formado núcleos de población relativamente
pequeños que en orden disperso vivían entre gente de habla diferente”.
En
1937, cuando el investigador Pedro Hendrichs hizo su primera visita al pueblo
de Totolapan, había unas seis personas que recordaban con precisión lengua
cuitlateca, y el autor señala a la señora Constancia Lázaro como una de las que
más sabía sobre el cuitlateco. Pero en 1958 cuando la lingüista Evangelina
Arana llegó a este pueblo en busca de otro informante, pues la señora
Constancia había muerto, encontró a Juana Can, quien es la última informante de
la lengua.
Se
había considerado que la lengua cuitlateca formaba, por sí misma, la familia
lingüística cuitlateca; sin embargo, estudios más recientes le encuentran
parentesco con la lengua náhuatl, habiéndose por tal motivo cambiado el nombre
de éste último grupo por el de nahua-cuitlateca. Confirmando esto nos dice
Leonardo Manrique Castañera que:
…..es posible
que hubiera anteriormente en la región otros idiomas de la misma familia, tal
vez algunos de los que solamente sabemos el nombre, y que la expansión de los
cuitlatecas primero y después el enfrentamiento que en sus terrenos tuvieron
los mexicas y los tarascos las hayan hecho desaparecer. No tiene el cuitlateco
parientes lingüísticos cercanos; parece que tiene cierta lejana afinidad con la
familia yutoazteca y la familia centroamericana y sudamericana, la chibcha.
Para abundar
sobre el tema de la lengua cuitlateca transcribimos íntegramente lo que dice
Raúl Vélez Calvo en el libro Historia
General del Estado de Guerrero… Referente a la familia cuitlateca nos dice
Manrique que “solamente conocemos una lengua, el cuitlateco, de esta familia
ahora extinta que se hablaba en gran extensión del actual estado de Guerrero
(los municipios de San Miguel Totolapan, Ajuchitlán y Atoyac de Álvarez), sobre
las márgenes del Río Balsas”.
Se supone que
hacia el año 2 mil 500 antes de Cristo coexistían en territorio guerrerense dos
lenguas importantes: la protocuitlateca y la prototlapaneca, antecedentes de
las lenguas cuitlatecas y tlapaneca, respectivamente. La primera se hablaba al
sureste de Michoacán y de ahí se introdujo al estado de Guerrero, ocupando
inicialmente los municipios de Zirándaro, Coahuayutla, La Unión y José Azueta.
La lengua
prototlapaneca, se cree, ocupaba un área muy grande: por el norte llegada hasta
los municipios de Acapetlahuaya y Arcelia; por el sur hasta el Océano Pacífico;
por el poniente hasta el municipio de Petatlán y por el oriente rebasaba los
límites de los estados de Guerrero y Oaxaca en donde se estaba gestando la
lengua prototlapaneca-subtiaba.
Cerca del año
mil 500 antes de Cristo se supone que la lengua protocuitlateca había sido
desplazada por la lengua prototarasca o protopurhépecha y ya no estaba presente
en Michoacán. Toda la Costa Grande, hasta Coyuca de Benítez estaba ocupada por
la lengua protocuitlateca, llegando por el norte hasta Zirándaro. Por esta
época la prototlapaneca se había replegado por el poniente hasta el municipio
de Acapulco y por el oriente hasta los municipios de Tlapa e Igualapa. Sus
límites norte a sur permanecían prácticamente igual que en el año 2 mil 500
antes de Cristo.
Alrededor del
año 600 antes
de Cristo el idioma protocuitlateco cubría los municipios costeños de Petatlán
a Acapulco, llegando por el norte hasta Ajuchitlán, Tlapehuala y San Miguel
Totolapan. Los hablantes del prototlapaneco se repliegan notablemente por el
norte bajando hasta el río Mezcala o más al sur. Hacia el año 400, de nuestra
era, el idioma cuitlateco subió al norte transponiendo incluso los límites de
los estados de Guerrero y México.
Ramón Sierra López
en su libro Tecpan, historia de un pueblo
heroico dice que la lengua cuitlateca alcanzó gran extensión territorial,
pues se hablaba en casi todos los pueblos de tierra caliente; abarcaba desde
Acapulco hasta Ajuchitlán; en su parte occidental comprendía los que hoy son
los municipios de Cutzamala, Pungarabato, Tlapehuala, San Miguel Totolapan,
Ajuchitlan del progreso, Coyuca de Catalán, Coahuayutla, La Unión, Apaxtla,
Petatlán, Tecpan de Galeana, Benito Juárez y Atoyac de Álvarez, entre otros.
Sierra López, rescata algunas
palabras que se hablan hasta nuestros días en la Costa Grande y Tierra Caliente
que son derivadas del cuitlateco como:
Ajá: afirmación
Bembo: inútil, tonto
¡Épale!: cuidado
Memela: tortilla