sábado, 27 de agosto de 2016

Guerrilleros XXI


Víctor Cardona Galindo
La Brigada Campesina de Ajusticiamiento estuvo en el arroyo Oscuro cuatro días antes de lograr su cometido. Uno de los eventos que retrasó la acción armada fue un accidente que sufrió uno de sus miembros. En el momento que preparaban sus alimentos cayó un cartucho en la fogata y explotó. Los fragmentos de latón del casquillo hirieron a Ramón. Este percance los obligó a esperar dos días hasta que el guerrillero se recuperó y pudo caminar bien.
Zacarías Cabañas Fierro fue detenido en 1976 cuando
 estudiaba en la Ciudad de México el tercer semestre de
 la Vocacional. En 1972 fue acusado de encabezar la 
comisión de lucha del Partido de los Pobres en la 
escuela secundaria de Río Santiago. 
Foto: Archivo General de la Nación (AGN)

Es que esos días el principal problema que tenía la guerrilla era la falta de alimentos, sólo comían plátanos hervidos con sal. Dice Eleazar Campos Gómez en su libro Lucio Cabañas y el Partido de los Pobres. Una experiencia guerrillera en México que una comisión salió a buscar plátanos y a su regreso llegaron mojados por la lluvia. “La ropa mojada la pusieron a secar al calor de la lumbre, tendiéndola del palo de donde colgábamos las ollas para cocer los alimentos. Alguien de los compañeros no se fijó que en la bolsa de la camisa iban unos tiros de 9 m.m., que al colgarla arriba del fogón los cartuchos cayeron en las brasas y tronaron casi simultáneamente; Ramón, que en ese momento se encontraba parado junto a fogón, fue herido en las dos piernas al incrustársele varios pedazos de latón del casquillo de los cartuchos”.
Por eso se retomó el ritmo al tercer día del accidente de Ramón. “La idea era atacar a los militares cuando regresaran de Atoyac y no cuando vinieran de San Vicente, ya que se sabía que, por lo general, el Ejército detenía a campesinos en los barrios y podrían llevar a algunos en el convoy, de tal suerte que al momento de emboscarlos podrían matar también a los aprehendidos”, dice Eneida Martínez.
El 22 de agosto, volvieron poner la emboscada, pero las cosas volvieron a complicarse con la presencia de personas extrañas a la acción. Eran cuatro trabajadores que llegaron en una camioneta amarilla de la Secretaría de Obras Públicas (SOP). “Se pararon en medio de la emboscada y se bajaron para arreglar las pequeñas zanjas que había hecho la corriente del agua de las lluvias. Eran precisamente las zanjas las que obligaban a todos los choferes a pasar lentos frente a nosotros y era una de las condiciones para que nosotros pudiéramos abrir fuego con mucha ventaja sobre los carros del Ejército”, dice Eleazar Campos.
Cuando los guerrilleros vieron que comenzaban a trabajar, entonces Lucio abandonó su puesto y habló con los trabajadores. Iban al mando de una persona joven en la que se notaban los rasgos de extracción humilde, es a quien se dirige primeramente Lucio, les explicó que en ese lugar tenían una emboscada y que no era conveniente que ellos trabajaran ahí y que por el momento no era posible que se fueran porque era peligroso para los guerrilleros.
“No se podían ir, sino que se iban a quedar hasta después de la emboscada se iban a ir. Entonces pues sí respondieron, gente muy tranquila, los llevamos hacia a la parte más boscosa, más arbolada, en un lugar seguro no fuera que los balazos fueran a dar allá donde estaban. Pues la única comida que les dimos, me acuerdo, fue de plátanos hervidos verdes, nada más, era lo que teníamos nosotros. Entonces pues los cálculos eran de que el Ejército pasaba en la mañana y en la tarde de regreso, eso era casi diario”, dice Pedro Martínez.
La camioneta fue escondida en el monte hasta las seis de la tarde que se quitó la emboscada, entonces todos los guerrilleros se fueron a platicar con los trabajadores y compartieron los últimos plátanos hervidos que les quedaban en la ración. Los trabajadores se mostraron muy contentos y comentaron sus temores. Estaban preocupados de que no los dejaran ir, pues ya se habían aguantado todo el día sin comer. Finalmente los trabajadores abandonaron el lugar después de recibir 10 mil pesos de parte de los guerrilleros y con la promesa que regresarían llevando unas compras.
Para ese momento había desánimo entre los brigadistas, porque ese 22 de agosto tampoco se logró el cometido. Pero además ya se tenía el problema de que los hombres que habían encontrado en la brecha, sabían los planes de la Brigada y ya era un verdadero peligro quedarse ahí. “Muchos pensamos que ya no iba a ver ya nada, porque primero ya nos habían visto los que iban a trabajar en la carretera, lo cual no nos garantizaba seguridad. Y pues ya hablamos con ellos, les dijimos que nosotros ya nos íbamos a ir de ahí, que ya no nos íbamos a quedar ahí, que la emboscada ya no se iba a realizar y que les agradecíamos el haber pues tomado en cuenta nuestra petición de no trabajar. Y entonces, pues se les dio dinero para encargarles unas cosas, les preguntamos si podían [comprar] algunas botas, algunos enseres para el uso de la guerrilla y quedamos que en esos lugares nos íbamos a ver para que nos entregaran las cosas, más o menos un tiempo considerable les dimos, eso fue para medio camuflajear las cosas ahí de que ya nos íbamos”, dice Pedro.
Finalmente decidieron confiar en la palabra de los trabajadores de que no iban a delatar su presencia. Otra vez corrieron el riesgo. El 23 de agosto regresaron con mucha cautela, a las 11 de la mañana, a donde tenían las trincheras, se cercioraron de que no existiera alguna presencia extraña, no fueran a ser ellos los emboscados. La lluvia era insistente, pero ni eso hacía mella en el ánimo de los guerrilleros “y la lluvia sobre nosotros, los mosquitos sobre nosotros, los zancudos, aguantando, sin hacer ruido, nada. ¡Era un sacrificio eso! y la lluvia se quitaba y la lluvia volvía, ni modo que usáramos plástico, todo teníamos allá en el campamento provisional que teníamos, incluso ya habíamos dejado bien hechas nuestras mochilas”, recuerda Pedro Martínez.
Los brigadistas se colocaron en ambos lados de la brecha, situándose de tal manera que en el momento de abrir fuego no fueran a herirse entre ellos. Pasaban las horas, la lluvia ya se había calmado y el sol estaba en su apogeo,  alrededor de la una de la tarde se escuchó un ruido que llegaba de lo lejos, dos carros grandes transportando militares salieron de la curva y entraron en la celada, aquella tarde del 23 de agosto, de hace 44 años.
Dice Eleazar Campos: “A las 12:45 oímos en la vuelta de la brecha el ruido de carros que venían, luego aparecieron frente a nosotros una camioneta de doble rodada con pocos soldados y atrás de ésta un Dina o troca que iba repleta de soldados. En ese momento todos los compañeros seguramente apuntábamos nuestras armas sobre los camiones, esperando el disparo de los encargados de abrir fuego: Samuel e Isaías; creo esto porque precisamente es lo que yo esperaba para disparar”. El sol abrió ese momento muy fuerte y dejaba caer sus rayos a plenitud haciendo que el reflejo de los cascos verdes metálicos, de la tropa, lastimara los ojos a los guerrilleros.
Sonó una ráfaga de M-2. Los comisionados dispararon contra el último camión y automáticamente siguieron los demás disparos. Hubo momento que no se escuchó otra cosa que no fueran las descargas cerradas de las armas. Lucio vació tres cargadores grandes de su M-2 en pocos segundos. A las primeras descargas la camioneta que iba al frente recibió un chorro de plomo en la parte delantera y sin ninguna perspectiva de salir del área de fuego, quedó atascada en el lodo al pie del paredón. El carro que le seguía no pudo continuar porque la camioneta le cerró el paso, y no se pudo regresar para atrás porque la lluvia de balas se lo impidió. La camioneta y el carro quedaron atascados en dirección al paredón como si hubieran querido subir por él.
Los soldados comenzaron a caer dentro de los camiones, sorprendidos por tableteo de las carabinas automáticas. Algunos en medio de la confusión pudieron empuñar sus armas y tiraban hacia arriba, otros procuraban sentarse en el piso del camión para resguardarse. “Al principio del combate algunos soldados dispararon sus armas echando ráfagas hacia el cielo. Ningún disparo de estos siquiera fue dirigido hacia el monte o a nuestras posiciones”, dice Eleazar Campos.
En la cabina de la camioneta iba el mayor Bardomiano de la Vega Morales, quien, al sentir las descargas, trató de salirse por la portezuela derecha, “pero sólo alcanzó a abrirla y no pudo salir porque el compañero Raúl lo recibió con una ráfaga de FAL, y de la Vega, para evitar que le pegaran, se rodó a la portezuela izquierda abriéndola también, pero sucedió lo mismo el compañero Raúl lo recibió de la misma manera, obligándolo a meterse a media cabina, de donde Raúl lo obligó a rodarse a la portezuela izquierda y por ella salió finalmente”.
El camión grande que venía atrás al ser herido su chofer fue a incrustarse en el paredón, en ese momento Oscar le pegó a dos tanques de gas grandes que transportaba ese vehículo. Al ser agujerados los tanques se fugó el gas formando una pequeña nube blanca. Los soldados maniobraban para evitar la fuga pero los disparos se lo impidieron. “Ellos traían unos tanques de gas, entonces se les pegó a los tanques de gas echaban chorros así, se veían como humo,  entonces yo tenía al lado a Rufino, o sea, Rufino era Juan Lino Avilés, por cierto lo mataron en Michoacán, entonces él empezó a decir ‘es una bomba es una bomba’ y ya alguien le dijo ‘no –dice– ese es gas, son tanques de gas’”, recuerda Pedro Martínez.
Los guerrilleros gritaban: ¡Viva la Revolución! ¡Viva el Partido de los Pobres! ¡Viva la Brigada Campesina de Ajusticiamiento!
A pesar de que habían perdido cualquier oportunidad de recuperarse, del carro de atrás varios soldados alcanzaron a saltar al suelo, arrastrarse y cubrirse un poco debajo del camión, uno de ellos empezó a disparar, pero luego fue eliminado por los guerrilleros que habían abierto fuego. Hubo un soldado que al empezar el combate saltó del carro y empezó a correr hacia la orilla de la brecha y con el FAL en las manos listo para disparar, pero Samuel le disparó varios tiros y  lo hirió cuando estaba llegando a la orilla. Herido cayó al suelo soltando el FAL y en seguida comenzó a arrastrarse a la orilla; “yo alcancé a verlo cuando se iba arrastrando e intenté dispararle, pero luego decidí no hacerlo al ver su FAL lejos de él”, dice un guerrillero que se identifica como Eusebio. Samuel platicó que al huir el soldado fue a dar a una alcantarilla y allí se quitó y abandonó la fornitura con los cuatro cargadores del FAL, que él fue a recogerlos cuando abandonó su puesto. “Tiempo después supimos que habían encontrado el cadáver del soldado 15 días después del combate”, comenta Eusebio.
“El ataque continuó furioso –dice el Diario de un Combatiente I- por nuestra parte, hasta que se les da a los soldados nuestra orden de rendirse, pero lo curioso es que cuando Lucio grita: ‘soldados ríndanse, no queremos derramar más sangre’, entonces de inmediato responden; ‘ya estamos rendidos’; pero con el ruido de los disparos que no permitían escuchar bien, nosotros en vez del ‘estamos rendidos’ entendemos ‘Aquí estamos bandidos’, al producirse la confusión, el fuego se intensifica en medio de nuestros gritos de: ‘ríndanse’”.
Los disparos por parte de los guerrilleros siguieron arremetiendo sin darse cuenta que los soldados ya estaban rendidos, no había ninguna posibilidad que éstos respondieran al ataque. Lucio Cabañas volvió a dar la orden de parar el fuego: “Viva la revolución pobrista” y esta vez sí se escuchó la rendición de los militares. Como pudieron, los sobrevivientes salieron de los camiones, mientras tanto cada una de las comisiones empezó a realizar su tarea correspondiente.
“Como estábamos formados por comisiones, las comisiones de recoger armas las recoge, las comisiones de credenciales, documentos que trajeran, por cierto, ahí falló el comisionado de tomar fotos, al tiempo que quiso tomar fotos  se rodó y descompuso la cámara, entonces ya no hubo fotos (...) era una Polaroid  una que saca unas fotos bien chicas”, comenta Pedro.
Eleazar Campos comenta: “Entre los rendidos estaba Bardomiano de la Vega Morales, éste se paró de donde estaba tirado levantando la mano izquierda, pues la derecha la tenía inutilizada de un balazo cerca del hombro. Hizo esfuerzos por quitarse el cinto con que llevaba fajada una 45 y no pudo, un soldado le desabrochó el cinto con todo y pistola y lo tiró lejos de ellos. Después de esto, Bardomiano se fue a sentar al pie del paredón, junto a los demás y allí donde estaba sentado empezó a decir: -si quieren las chingadas armas, allí están, llévenselas pero a nosotros déjennos ir”.
Los sobrevivientes, rodeados por Chelo, Ramón, Manuel y Ruperto, fueron formados para que escucharan el discurso de Lucio Cabañas quien, les habló de arriba del paredón, y les dio una buena regañada diciéndoles que ellos eran gente del pueblo y por ese motivo no deberían de andar sirviendo al gobierno en las persecuciones y asesinatos contra los pobres, que también ellos eran pobres y debían de luchar junto al pueblo volteándoles las armas a los oficiales que les ordenaban torturar y asesinar a su misma clase.
Pedro Martínez recuerda que Lucio, les habló “de cuestiones históricas como la lucha de Benito Juárez, a Villa, Zapata, la lucha de los pobres, les hace ver el papel que juega el Ejército, que el Ejército pues defiende a los ricos y que los militares que lo dirigen son los que no vienen a sufrir lo que sufrieron ellos (...) finalmente luego dice vivas a Zapata, vivas a Pancho Villa, ¡Viva Juárez!, ¡Viva Genaro Vázquez! (...) finalmente Lucio dice que quién le quiere regalar un casco ya se acerca un soldado y le da su casco y cuando él dice todos esos vivas también los soldados repiten, o sea, será por el miedo y todo pero ellos repiten los vivas”.



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