Víctor
Cardona Galindo
Si buscamos un árbol representativo de esta época del año sería el
bocote, que florea cuando está cerca el día de Todos los Santos o de los Fieles
Difuntos. Pero es además un árbol representativo de la región. Por todos los
cerros de la Costa Grande cercanos a la carretera federal serpentean bocotales.
Se ven al fondo de las montañas los manchones blancos. En Atoyac ningún
camino, ninguna vereda está exenta de
bocotes, hacia donde voltees los ojos los encontrarás. Los patios se tapizan de
sus flores blancas, que si se mojan son difícil de barrer, se aferran al suelo
como no queriendo abandonar la tierra de donde vienen. Como todos los humanos,
siempre volvemos a la tierra de la que somos parte.
|
Sepelio de Gabina
Galindo Pino quien murió de dos años
porque le robaron la sombra los duendes
cuando jugaba
cerca del arroyo Grande, en Los Valles.
Foto: Álbum de la familia Galindo.
|
Los bocotes de la orilla de la ciudad, este año se adornaron con
parvadas de pericos que desde hacía años no habíamos visto. También los palos
de arco encendieron sus olorosas flores blancas, el pericón con sus diminutas
flores amarillas llenó los campos y los quiebraplatos brotaron por todos lados,
morados, rojos, azules, rosas y blancos. Los montes se convirtieron en un gran
altar, en una fiesta de abejas, de tordos y aves canoras.
Al iniciar noviembre en los hogares costeños huele a copal, a conserva
de calabaza, lloran los sartenes y las cazuelas al guisar la carne de cuche con
chile rojo. Los vendedores de tamales nejos se multiplicaron por todos lados.
Así es la fiesta cuando nos preparamos para recibir el alma de nuestros
difuntos, que vienen una vez al año, para deleitarse con el aroma de las
comidas y los antojos que más les gustaban.
Desde el 31 de octubre todo el centro de la ciudad de Atoyac se llenó de
vendedores de flores de cempasúchil, garras de león (amaranto), africanas,
mardonias, coronas y calabazas. Más de 150 campesinos bajaron a vender sus
flores, de los pueblos de la sierra y de las colonias de la cabecera municipal.
No hubo camino a los panteones que no vendieran flores, comida, conservas y
veladoras. Al salir de la casa, solamente hay que llevar dinero, allá
encuentras de todo.
Había vendedores por toda la calle Juan Álvarez, frente al puente, por
la casa de la cultura, frente a la escuela secundaria federal, en la esquina de
Aquiles Serdán con Altamirano, el callejón Niños Héroes estaba a reventar, en 5
de mayo alrededor de Bancomer no se podía caminar y uno de los pasajes del
Zócalo estaba abarrotado de flores. Había también quien vendía pan de muerto y
calaveritas de azúcar.
Por todo el centro había también vendedores de velas y veladoras. Hay de todos los
precios. De acuerdo a lo que prendas así se alumbrará tu difunto al venir en el
camino hacia la ofrenda. Si no le prendes nada vendrá en la oscuridad, por eso
más vale no ser tan tacaño y comprar una vela que valga la pena. “Las luces de las veladoras hacen las veces de faros
que guían a cada alma hacia su altar. Se dice que los alimentos pierden su
sabor y olor porque el difunto se llevó su esencia”, eso escribió Elena
Poniatowska.
“La muerte en México es
fiesta, risa, azúcar, cempasúchil -esa flor amarilla que cubre el campo en
noviembre-, veladoras y ofrendas. Y no sólo en México. La calavera, símbolo de
la muerte, cubre toda la arqueología de Mesoamérica; la muerte es parte de la
vida cotidiana, aparece en el uso diario, en platos, ollas, vasijas, braseros,
metates, copales; la muerte no espanta, al contrario, nos recuerda que todo
pasa, que todo lo terrestre se acaba, y que llevamos dentro un esqueleto”, dice
otra vez Elenita.
|
El cielo azul y un bocote floreando en el panteón central de Atoyac. Foto Víctor Cardona Galindo. |
Nuestros antepasados enterraban a sus muertos con ofrendas, así se
demuestra en los panteones prehispánicos que se han descubierto al sur del
municipio de Atoyac en las riberas de la laguna de Mitla, desde Zacualpan
hasta El Tomatal, se han encontrado grandes vasijas con restos humanos en su
interior, es una gran zona de panteones prehispánicos. Hay que recordar que Mitla, significa “región de los muertos”, porque viene del
náhuatl Mictlan que quiere decir
“mundo de los muertos”. Esa es una zona de muertos.
Esta vez con música de viento, al son de guitarra y violín se festejó el
tradicional Día de Muertos y se registró una gran afluencia de visitantes que
abarrotaron los diferentes panteones del municipio de Atoyac. Los atoyaquenses
que habitan en otras latitudes vinieron reunirse con su familia y recordar como
cada año, a sus seres queridos que están en la vida eterna.
Familias enteras llegaron desde temprana hora a los cementerios para
convivir y compartir los alimentos junto a las tumbas de los ya fallecidos.
Colocaron flores, veladoras, coronas, incluso fotografías para sentir la
cercanía de sus seres queridos, comentaron anécdotas y los gratos recuerdos que
dejó el fallecido en este “valle de lágrimas”.
Antes en los camposantos había un árbol conocido como saladillo que se
extinguió, se llenaban de pajaritos que comían sus frutos. Los panteones de
este municipio están enmarcados por los bocotes en pleno floreo que sumándole
el cielo azul de estos días, el panorama es un mosaico de colores donde
predomina el amarillo de las tradicionales flores de cempasúchil y el rojo
encendido de las garras de león, y los que pueden colocan pompones, gladiolas, rosas
y claveles. Porque aun después de la muerte siguen patente las clases sociales,
hay tumbas apenas de tierra y mausoleos muy elegantes adornados con losetas y
mármol. De todo encuentras en el panteón. Lo que sí es seguro es que estos días
pobres y ricos confluyen en la última morada de sus ancestros.
En estos tiempos del dengue, Chikungunya y el Zika el sector salud han
emitido recomendaciones a la ciudadanía para que los arreglos naturales se
sustituyan por artificiales, debido a que los recipientes con agua que se
utilizan en los panteones, sirven de criaderos de larvas del zancudo transmisor
de esas enfermedades. Pero la gente sigue con la tradición y aunque el panteón
de vida a muchos mosquitos, los soportarán los que viven cerca, los demás volverán
a sus casas lejos de ese gran criadero de insectos.
El Ayuntamiento se encarga de pintar las bardas de los panteones y de
tirar la basura. Trabajadores de servicios públicos, saneamiento básico y
personal de Protección Civil mantienen guardias permanentes en los principales
accesos al panteón central y demás cementerios del municipio.
El guerrillero Lucio Cabañas Barrientos está sepultado
en el Zócalo de la ciudad, las organizaciones sociales, familiares y los
devotos cabañistas no se acordaron ahora del obelisco
donde están sus restos. “La tumba no tenía flores ni veladoras en la rejilla
exclusiva para ello, que estaba llena de basura”, escribió Francisco Magaña.
“Aunque muchas culturas del mundo celebran a sus
muertos con diferentes ritos, en ningún país sucede lo que en México: somos los
únicos que transformamos nuestros huesos en azúcar, los únicos que hacemos de
nuestro cráneo una cabecita de dulce a la que le ponemos nuestro nombre, los
únicos que abrimos grande la boca para comernos a nosotros mismos y chuparnos
los dedos con las clavículas, las tibias y los peronés convertidos en pan de
muerto”, comenta Elena Poniatowska.
Aunque
somos muy devotos a nuestros difuntos la verdad es que durante el año, las
tumbas permanecen cubiertas de hierbas, a veces ni se ven, pero en Día de
Muertos, muchas personas hacen una “feriecita” limpiando, pintando tumbas,
vendiendo agua y hasta botes para poner las flores. Hay que reconocer que
también hay tumbas abandonadas, que las únicas flores que tienen son las que
nacen de forma natural sobre ellas. Personalmente he sorprendido algunos que se
roban las flores más bonitas de otras tumbas para ponérselas a sus muertos.
El
primero y 2 de noviembre son días de reencuentro familiar y de saludar a los
amigos que no vemos en años. Todos vuelven donde tienen a sus difuntos. “Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un
muerto bajo la tierra”, diría Gabriel García Márquez en Cien años de soledad.
Hay una creencia muy arraigada en el pueblo, que
cuando alguien hizo un pacto indebido en la vida con “El Malo”, cuando muere
sus riquezas se van con él. Por eso en el momento que expiró coronel Francisco
Vázquez, La perra parida; del cerro
bajó bufando un prominente toro negro, de un pelaje brillantísimo, que a su
paso se llevaba todos los alambres en el pecho, atrás de él se fueron todas las
vacas del difunto y sus familiares nunca más las volvieron a encontrar. Se
perdieron en la espesura de la Sierra Madre del Sur. Al paso de los años
destaparon la tumba de don Pancho para enterrar a una de sus descendientes y
donde debieron estar los restos no encontraron nada. La tumba estaba vacía.
Nadie puede vencer a la muerte,
“siempre está a nuestro lado izquierdo acechándonos”, le dijo don Juan Matus a
Carlos Castaneda. Y Sísifo por querer matar a la muerte fue condenado a llevar
una piedra hasta la cima de una montaña y verla rodar hacia abajo en cuanto está
a punto de llegar. Así por toda la eternidad. Se dice que los malos y pecadores
están colgados sobre un mar de fuego que les quema los pies por toda la
eternidad.
Pero
nuestros muertos mediante los sueños se comunican con nosotros. Nos dicen como
están. Para ir donde está mi abuela Irene por ejemplo, se camina por una vereda
rodeada de plantas y flores de anís, al llegar a la cima de una montaña se baja
cientos de metros por una escalera de cristal, hasta llegar a una pequeña y
hermosa cabaña de tejas, donde todas las mañanas la abuela Irene eternamente
pelea con un burro que viene a comerse las flores de su jardín. Y la abuela
Victoria todas las mañanas limpia el camino a su casa, aleja las espinas, quita
las piedras y arranca las malas yerbas. Ella viene en los sueños para darme una
tunda cada vez que hago algo indebido.
Dicen
los que saben que los velorios de ahora no tienen chiste. No dan mucha comida,
en algunos ni piquete ofrecen y
también se llora menos. Los vecinos se han vuelto poco solidarios no asisten a
los acompañamientos y los que van a las 11 de la noche ya dejaron sola a la
familia doliente. Triste situación.
En los pueblos todavía salen caros los
funerales porque dan mucha comida. La gente todavía acompaña y no falta el
picadillo que es el platillo más recurrente en los velorios. El picadillo se cocina ablandando la carne de res o de marrano en
un caldo con ajo y cebolla. Ya que está cocida la carne se pica, se agrega
cebolla picada, hierbabuena y ajo. Se calienta el aceite y se fríe lo que se ha
picado, se agrega salsa a base de chile guajillo, ajo, cebolla, cilantro de
bolita, comino y el jugo que la carne dejó al sancocharse y se deja hervir; una
vez que está todo cocido se sirve con arroz, este platillo suele ser caldoso.
La tía
Rosita Santiago Galindo recuerda que, en el pasado atoyaquense, cuando alguien
moría al comenzar a velarlo primero lo acostaban en el suelo sobre una cruz de
tierra. Luego montaban el altar y enfrente colocaban al difunto sobre una mesa
o una cama. Lo tapaban con una tela de punto, transparente y blanca. Hasta el
otro día, cuando ya lo iban a llevar a enterrar, entonces lo metían en la caja.
Si era joven, invitaban a jóvenes para que acompañaran el cortejo vestidos de
blanco y llevaran los lazos que colgaban de la caja. Si era mujer joven pedían
prestadas a sus padres seis muchachas que iban vestidas de blanco con coronas
de flores blancas y un velo que las tapaba de los pies a la cabeza.
Iban
dos jovencitas por cada lado agarrando el listón y las otras dos acompañaban.
Toda la gente se incorporaba al cortejo con velas encendidas, rezando, cantando
oraciones y alabanzas. Se repartía a toda la gente que acompañaba, flores,
velas y un limón agrio con tres clavos de guisar incrustados. Cuando llegaban
al panteón apagaban las velas, las entregaban a los familiares y el ramo de
flores lo dejaban en la tumba.
El
limón con los clavos, que era donado por los vecinos, se acostumbraba para
contrarrestar el humor, que es una especie de mala vibra que se queda
impregnada en la gente que asiste al panteón o simplemente se lleva el humor de
la gente. Hay personas muy sensibles a quienes les da calentura. A veces el
humor también provoca que se pasme una herida y los niños se enfermen de
coraje.
El
cortejo iba por toda la calle y pasaban a la cruz de la iglesia a despedir al
difunto y de ahí al Camposanto. Ahora hacen misa de cuerpo presente para
despedirse de la iglesia y la gente ya no lleva velas. En aquel pasado que
recuerda la tía Rosita, si el difunto era soltero, repicaban y doblaban las
campanas. El doble es para los adultos y el repique para los angelitos. Pero al
soltero mayor se tocaban de las dos formas.
Algunos
difuntos mayores eran llevados al panteón con música, generalmente era la
orquesta la que tocaba en los entierros; también a los angelitos los llevaban
al panteón con música, pero para estos el acompañamiento era con una guitarra,
violín y un triángulo. Para el novenario repartían pan e invitaban a rezar,
diciendo la frase “si el gustoso de acompañar a rezar”. Las mujeres acompañaban
al rosario y ahora ya no quieren rezar.