Víctor Cardona Galindo
Esta
participación la titulé así, porque de lejos se ve que el escenario de esta
novela Flor de Café es la sierra de
Atoyac. Esa tierra de exuberante vegetación en la que también se extasió Carlos
Montemayor para escribir Guerra en El
Paraíso. En ese precioso río de El Edén que baja por las inmediaciones de
El Paraíso, hacia Coyuca de Benítez. Ese río donde Lucio Cabañas dejó correr sus
pensamientos y sus recuerdos, según la novela de Carlos Montemayor.
Esta
otra Novela de Julio César Ocaña Martínez, toda, dibuja esa hermosa sierra que
le inspiró a Kopani Rojas esa bella melodía titulada “El Cafetalero”.
Esta novela es el reino de la vegetación, del agua y el café,
donde la soberana es Dolores Bravo Galeana, la protagonista, que sintetiza el
aroma de las flores, la delicadeza de una paloma, pero también la fuerza y la
destreza de un jaguar. A partir de esta novela Flor de café y Dolores Bravo Galeana se convierte en una heroína de
mi pueblo en la literatura y hablaremos de ella como hablamos de María La Voz,
Benita Galeana y Tirsa Rendón.
Y platicando de mujeres de nuestra tierra en la literatura, Celia,
Rosario, Hortensia, Matilde, Minerva, Rosalba, Estela, Martha,
Carmen, Nidia, Beatriz, Bertha, Adela, Hilda, Lidia, Elvira, Guadalupe y María,
son las militantes guerrilleras del
Partido de los Pobres que aprendieron amar diferente en la selva. Supieron que eran
iguales a los hombres, que tenían los mismos derechos y las mismas
obligaciones. Ahí vieron a sus compañeros lavar la ropa y echar tortillas,
mientras ellas montaban guardias en los campamentos, iban por la leña y
limpiaban sus armas. Donde igual manera echaban discursos e iban a esperar el
convoy de militares para emboscarlos. Muchas de estas mujeres fueron retratadas
en las bellas letras por Carlos Montemayor y otros escritores que le han
dedicado sus obras a la guerrilla de Atoyac.
Por su parte María Sixta
Gallardo Margara nació en El Ticuí. Una tarde jugando muñecas se le incrustó en
el abdomen la voz de un hombre que la acompañó hasta la muerte. Era una mujer
bravía que le gustaba cabalgar y después de que los rurales mataron a su marido
en San Jerónimo, se mantuvo atendiendo un pequeño rancho y dando consultas. La
Voz que le salía de la barriga daba respuestas a todas las preguntas que le
planteaban personas que buscaban objetos perdidos o saber quién les había
asesinado al ser querido. Por eso le llamaban María, La Voz.
Este episodio de la vida
cotidiana de El Ticuí, se lo contó a Juan de la Cabada, la luchadora social
Benita Galeana Lacunza, el escritor campechano hizo un cuento y más tarde un
guión de cine que se hizo película. Se llamó María la Voz.
Este filme fue dirigido por
Julio Bracho en 1955, donde María, huérfana de madre, vive con su tía en un pueblo del Istmo de
Tehuantepec; vende flores en la estación de ferrocarril. Las otras vendedoras
la envidian y dicen que está embrujada, porque habla con una voz que no es la
suya y sin mover los labios.
Aunque la película está
ambientada en Oaxaca se mencionan los pueblos de San Jerónimo, Atoyac y El
Ticuí, incluso la escenografía se asemeja a las ruinas de la vieja fábrica de
hilados y tejidos.
También La Isla de la pasión es una
película que salió a la luz pública en 1941, dirigida por Emilio Fernández,
sobre la tragedia de la Isla de Clipperton, donde una de las protagonistas de
la verdadera historia fue doña Tirsa Rendón Hernández, quien vivió y murió en
la colonia Sonora de la cabecera municipal. Doña Tirsa, originaria de Tecpan de
Galeana, fue a dar a la Isla de Clipperton como esposa del sargento del
ejército federal, Secundino Ángel Cardona. Fue la valiente que, en la verdadera
historia, le dio muerte al ladino que las tenía sometidas.
También Laura Restrepo escribió
esa hermosa novela La Isla de la Pasión.
Mientras
Agustina en la novela del mismo
nombre de Salvador Téllez Farías, es una mujer de los años 30 del siglo pasado,
que le tocó vivir todas las desventajas de las mujeres de esa época, es raptada
en la orilla de ese río encantador, donde todos acudían a
bañarse por las tardes y las mujeres acarreaban agua antes del oscurecer.
Agustina fue llevada a la selva donde
el bandido que la robo la mantuvo escondida llenándola de hijos hasta que pudo
escapar, después de pasar unos meses prostituyéndose en Acapulco, escapó rumbo
a la ciudad de México donde la suerte le sonríe y se vuelve refinada. Luego con
dinero y siendo toda una señora, esposa de un importante médico, vuelve en
busca de sus hijos y se interna en esa sierra llenas de bandidos donde termina
por sacarlos y llevarlos hacia una mejor vida. No sé por qué esta novela me
hace pensar en la vida de Benita Galeana.
Rosario
López en Ahuido el pueblo que irás y no
volverás, novela de Gustavo Ávila Serrano narra la historia de Juan Cruz y
del pueblo Ahuindo con su comisario que duró en el cargo 30 años.
Ahuindo, puede
ser cualquier pueblo de la Costa Grande, en los tiempos anteriores a luz
eléctrica, cuando la vida circulaba alrededor del billar y de los eventos que
se llevaban a cabo en el patio de la escuela, como las funciones de cine los
domingos, con maquinaria sostenida por una bomba de gasolina.
Y
Faustina Benítez es la abnegada esposa de Juan Álvarez en la novela Entre el Zorro y la pantera de Mauricio
Leyva.
Por
su parte Flor de Café es una novela
que está escrita como los comunicados guerrilleros, en algún lugar de la sierra
de Guerrero. Donde más hay un cerro de Dios y los graciosos palos rey, el olmo
mexicano endémico de nuestra tierra. ¿Cuál puede ser aquel pueblito verde,
enclavado al pie de empinadas y azules montañas?
Ese
pequeño pueblito en la parte media de la sierra en cuyo centro se alzaba
imponente la casa de Dolores Bravo Galeana. Ese jardín del Edén siempre oloroso
a café recién tostado. Con frondosos árboles frutales. Rodeado por ese inmenso
mar de huertas de café, meciendo sus ramas cargadas de florecitas blancas.
Un
lugar donde Dolores Bravo Galeana es la hija predilecta. Aquella que fuera la
infaltable presencia en todas las fiestas y en todos los velorios; la primera
en las listas de invitados a lo que fuera. Crítica implacable de los
presidentes municipales en turno y de los politiquetes de la región,
combatiente incansable de talamontes y traficantes perniciosos, benefactora
mayor de las arcas parroquiales, amiga íntima del arzobispo disidente Antolino
Méndez Romero; conocida de los políticos en la capital y mayordoma indiscutible
de templo de La Virgen del santo parto. La rebelde que murió cuando no debía.
El
día de su muerte lloraron hasta las piedras y se cayó el cielo en pedazos. El
cortejo fúnebre llegaba desde el atrio parroquial hasta el borde de la tumba.
Dolores
Bravo Galeana La Flor de Café, ésta
siempre olorosa a lima mujer. Es la conjunción de todas las heroínas de mi
tierra, era altiva, bravía y extremadamente culta a quien le gustaba la música
de Beethoven, en cuya casa se tomaban café a lo largo de toda la jornada, “el
que quiera seguir igual de güilo que
no tomé café”, decía.
En
esta novela hay tres personajes que me llaman especialmente la atención, el
extremadamente culto tío Clementino y Nicolás el tuerto. Uno rodeado de libros
y el otro productor de hermosos alcatraces. Y la presencia fugaz del capitán
Chaparro. Por eso digo que cualquier parecido con la ficción es pura
coincidencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario