jueves, 9 de julio de 2015

Heroínas de mi pueblo en la literatura


Víctor Cardona Galindo

Esta participación la titulé así, porque de lejos se ve que el escenario de esta novela Flor de Café es la sierra de Atoyac. Esa tierra de exuberante vegetación en la que también se extasió Carlos Montemayor para escribir Guerra en El Paraíso. En ese precioso río de El Edén que baja por las inmediaciones de El Paraíso, hacia Coyuca de Benítez. Ese río donde Lucio Cabañas dejó correr sus pensamientos y sus recuerdos, según la novela de Carlos Montemayor.
Esta otra Novela de Julio César Ocaña Martínez, toda, dibuja esa hermosa sierra que le inspiró a Kopani Rojas esa bella melodía titulada “El Cafetalero”.
Esta novela es el reino de la vegetación, del agua y el café, donde la soberana es Dolores Bravo Galeana, la protagonista, que sintetiza el aroma de las flores, la delicadeza de una paloma, pero también la fuerza y la destreza de un jaguar. A partir de esta novela Flor de café y Dolores Bravo Galeana se convierte en una heroína de mi pueblo en la literatura y hablaremos de ella como hablamos de María La Voz, Benita Galeana y Tirsa Rendón.

Y platicando de mujeres de nuestra tierra en la literatura, Celia, Rosario, Hortensia, Matilde, Minerva, Rosalba, Estela, Martha, Carmen, Nidia, Beatriz, Bertha, Adela, Hilda, Lidia, Elvira, Guadalupe y María, son las  militantes guerrilleras del Partido de los Pobres que aprendieron amar diferente en la selva. Supieron que eran iguales a los hombres, que tenían los mismos derechos y las mismas obligaciones. Ahí vieron a sus compañeros lavar la ropa y echar tortillas, mientras ellas montaban guardias en los campamentos, iban por la leña y limpiaban sus armas. Donde igual manera echaban discursos e iban a esperar el convoy de militares para emboscarlos. Muchas de estas mujeres fueron retratadas en las bellas letras por Carlos Montemayor y otros escritores que le han dedicado sus obras a la guerrilla de Atoyac.

Por su parte María Sixta Gallardo Margara nació en El Ticuí. Una tarde jugando muñecas se le incrustó en el abdomen la voz de un hombre que la acompañó hasta la muerte. Era una mujer bravía que le gustaba cabalgar y después de que los rurales mataron a su marido en San Jerónimo, se mantuvo atendiendo un pequeño rancho y dando consultas. La Voz que le salía de la barriga daba respuestas a todas las preguntas que le planteaban personas que buscaban objetos perdidos o saber quién les había asesinado al ser querido. Por eso le llamaban María, La Voz.
Este episodio de la vida cotidiana de El Ticuí, se lo contó a Juan de la Cabada, la luchadora social Benita Galeana Lacunza, el escritor campechano hizo un cuento y más tarde un guión de cine que se hizo película. Se llamó María la Voz.
Este filme fue dirigido por Julio Bracho en 1955, donde María, huérfana de madre, vive con su tía en un pueblo del Istmo de Tehuantepec; vende flores en la estación de ferrocarril. Las otras vendedoras la envidian y dicen que está embrujada, porque habla con una voz que no es la suya y sin mover los labios.

Aunque la película está ambientada en Oaxaca se mencionan los pueblos de San Jerónimo, Atoyac y El Ticuí, incluso la escenografía se asemeja a las ruinas de la vieja fábrica de hilados y tejidos.
También La Isla de la pasión es una película que salió a la luz pública en 1941, dirigida por Emilio Fernández, sobre la tragedia de la Isla de Clipperton, donde una de las protagonistas de la verdadera historia fue doña Tirsa Rendón Hernández, quien vivió y murió en la colonia Sonora de la cabecera municipal. Doña Tirsa, originaria de Tecpan de Galeana, fue a dar a la Isla de Clipperton como esposa del sargento del ejército federal, Secundino Ángel Cardona. Fue la valiente que, en la verdadera historia, le dio muerte al ladino que las tenía sometidas.
También Laura Restrepo escribió esa hermosa novela La Isla de la Pasión.
Mientras Agustina en la novela del mismo nombre de Salvador Téllez Farías, es una mujer de los años 30 del siglo pasado, que le tocó vivir todas las desventajas de las mujeres de esa época, es raptada en la orilla de ese río encantador, donde todos acudían a bañarse por las tardes y las mujeres acarreaban agua antes del oscurecer.
Agustina fue llevada a la selva donde el bandido que la robo la mantuvo escondida llenándola de hijos hasta que pudo escapar, después de pasar unos meses prostituyéndose en Acapulco, escapó rumbo a la ciudad de México donde la suerte le sonríe y se vuelve refinada. Luego con dinero y siendo toda una señora, esposa de un importante médico, vuelve en busca de sus hijos y se interna en esa sierra llenas de bandidos donde termina por sacarlos y llevarlos hacia una mejor vida. No sé por qué esta novela me hace pensar en la vida de Benita Galeana.

Rosario López en Ahuido el pueblo que irás y no volverás, novela de Gustavo Ávila Serrano narra la historia de Juan Cruz y del pueblo Ahuindo con su comisario que duró en el cargo 30 años.
Ahuindo, puede ser cualquier pueblo de la Costa Grande, en los tiempos anteriores a luz eléctrica, cuando la vida circulaba alrededor del billar y de los eventos que se llevaban a cabo en el patio de la escuela, como las funciones de cine los domingos, con maquinaria sostenida por una bomba de gasolina.
Y Faustina Benítez es la abnegada esposa de Juan Álvarez en la novela Entre el Zorro y la pantera de Mauricio Leyva.
Por su parte Flor de Café es una novela que está escrita como los comunicados guerrilleros, en algún lugar de la sierra de Guerrero. Donde más hay un cerro de Dios y los graciosos palos rey, el olmo mexicano endémico de nuestra tierra. ¿Cuál puede ser aquel pueblito verde, enclavado al pie de empinadas y azules montañas?
Ese pequeño pueblito en la parte media de la sierra en cuyo centro se alzaba imponente la casa de Dolores Bravo Galeana. Ese jardín del Edén siempre oloroso a café recién tostado. Con frondosos árboles frutales. Rodeado por ese inmenso mar de huertas de café, meciendo sus ramas cargadas de florecitas blancas.
Un lugar donde Dolores Bravo Galeana es la hija predilecta. Aquella que fuera la infaltable presencia en todas las fiestas y en todos los velorios; la primera en las listas de invitados a lo que fuera. Crítica implacable de los presidentes municipales en turno y de los politiquetes de la región, combatiente incansable de talamontes y traficantes perniciosos, benefactora mayor de las arcas parroquiales, amiga íntima del arzobispo disidente Antolino Méndez Romero; conocida de los políticos en la capital y mayordoma indiscutible de templo de La Virgen del santo parto. La rebelde que murió cuando no debía.
El día de su muerte lloraron hasta las piedras y se cayó el cielo en pedazos. El cortejo fúnebre llegaba desde el atrio parroquial hasta el borde de la tumba.
Dolores Bravo Galeana La Flor de Café, ésta siempre olorosa a lima mujer. Es la conjunción de todas las heroínas de mi tierra, era altiva, bravía y extremadamente culta a quien le gustaba la música de Beethoven, en cuya casa se tomaban café a lo largo de toda la jornada, “el que quiera seguir igual de güilo que no tomé café”, decía.
En esta novela hay tres personajes que me llaman especialmente la atención, el extremadamente culto tío Clementino y Nicolás el tuerto. Uno rodeado de libros y el otro productor de hermosos alcatraces. Y la presencia fugaz del capitán Chaparro. Por eso digo que cualquier parecido con la ficción es pura coincidencia.





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