viernes, 7 de junio de 2019

La fábrica de hilados y tejidos “Progreso del Sur Ticuí” I


Víctor Cardona Galindo
A la izquierda, por la entrada a la comunidad de El Ticuí están los restos de lo que fue un símbolo de prosperidad de la región. Las ruinas de la fábrica de hilados y tejidos “Progreso del Sur Ticuí”, cuyas paredes poco a poco van siendo corroídas por la lluvia y el tiempo. Ese monumento histórico se va cayendo a pedazos.
A las siete de la noche tres parvadas de murciélagos invaden el cielo del caserío. Una parvada sale de la boca de El Chacuaco y dos más de los tubos abandonados de las turbinas. Hubo un tiempo en que esas ruinas abandonadas fueron hábitat de las lechuzas (“ticuirichas” les dicen por acá) que perecieron al tener la desdicha de encontrarse con bien orientadas balas calibre 22.
Así era la fábrica de El Ticuí.

Desde que tengo uso de razón la fábrica estaba en ruinas. De niño fui por una rueda que usé para hacer una carretilla de palos con la que iba a la leña. Esa fue la parte de la fábrica que me tocó, una vez don Filemón Pérez le dijo a papá que fuera por leña, hubo quienes se llevaron grandes trozos de madera que hasta la fecha sirven de tirantes a las casas de tejas.
Miembros de la colonia española de Acapulco construyeron esa factoría para aprovechar las cosechas de algodón que eran abundantes en la región y tener mejores ganancias en el comercio de telas.
En el contexto estatal las empresas españolas ocuparon el lugar que había dejado vacante la Nao de China, que dejó de venir en 1821. El control comercial de los españoles era absoluto, así lo contó don Luis Hernández Lluch: “El medio de transporte era la arriería; venían cientos de recuas de Morelia, Oaxaca, Puebla y Cuernavaca. Traían mercancía del lugar de origen y llevaban productos ultramarinos a diferentes partes de la república, estas compañías progresaron mucho; en el tercer tercio del Siglo XIX llegaron a controlar a las autoridades del estado y en los 30 años del porfiriato las empresas gachupinas eran muy poderosas, estaban bien organizadas y en la década de 1890 se fusionaron creando la firma Alzuyeta, Fernández, Quiroz y Compañía, quienes planearon construir un complejo textil para evitar traer las telas de Europa y ahorrarse los gastos de importación y de paso aprovechar la gran cantidad de materia prima barata que existía en ese momento en las dos costas de Guerrero”.
El algodón es un cultivo ancestral, ya era cosechado por los pueblos de Mesoamérica. Las telas de algodón eran parte de los tributos que los aztecas obtenían de la provincia cuitlateca de Cihuatlán. Incluso Humboldt en 1803 escribió que en la Costa Grande florecía el algodón y que todavía no se conocían las máquinas despepitadoras y recomendaba el cultivo de café cerca de Chilpancingo. A mediados del siglo XIX se habían instalado algunas máquinas escarmenadoras de algodón en la zona de Huertecillas y los Arenales.
Luego vinieron los esfuerzos por explotar industrialmente el algodón. Antes que la del Ticuí, hubo dos fábricas de hilados y tejidos en Atoyac que comenzaron a funcionar en 1860. En 1865, una creciente del Río Atoyac en la madrugada del 29 de septiembre se llevó la industria propiedad de Rafael Bello y Antonio A. Pino esa factoría estuvo instalada en el lugar conocido como El Rondonal en los contornos de lo que ahora es la colonia Mariscal.
Luego, en 1867, iniciaron los trabajos de otra fábrica dentro de la población, que debido a la perseverancia de los trabajadores –dice doña Juventina Galeana– don Rafael y don Antonio la llamaron La Perseverancia, por eso ahora el mercado municipal se llama así, porque en dicha zona estuvo la industria que, posteriormente, se quemó. Silvestre Mariscal en sus memorias (en 1912) menciona las ruinas de esa factoría. De recuerdo también quedó el lugar conocido como El Barreno ubicado en la parte norte de la ciudad, porque ahí barrenaron el cerro para llevar agua a la fábrica.
El 11 de mayo de 1876 falleció en Acapulco el Sr. Rafael Bello, propietario de la fábrica de mantas “La Perseverancia” de Atoyac. “Bello nació en Tixtla y fue Presidente Municipal de Acapulco. Fue asesinado por la Policía de Acapulco”, informaba El Fénix en su edición número 31 publicada el 17 de junio de 1876, la sociedad se indignó por el asesinato porque se dijo que fue una celada preparada con antelación; un grupo de ciudadanos de Atoyac pidieron al Juez de Primera Instancia, el 20 de mayo de 1876, castigo para los policías que lo asesinaron, porque era benefactor de esta municipalidad. La carta fue enviada por Rómulo Mesino.
En el mismo periódico El Fénix número 31, en la página 4, donde se habla de los movimientos de pasajeros del puerto se asienta que salió el 3 de mayo hacía el puerto de Zihuatanejo en el pailebot nacional “Mexicano” el ciudadano español D. Alzuyeta. Los españoles eran dueños de una flotilla de barcos y en el comercio aniquilaban cualquier competencia. Ellos controlaban el movimiento de mercancías y de los productos de la región.
El grupo Convivencia Cultural que encabezaba doña Juventina Galeana Santiago publicó en 1992, la Historia de la Fábrica Progreso del Sur, primer trabajo que se hizo para rescatar los testimonios sobre esa industria y después se han publicado algunas tesis sobre el tema. El cronista de El Ticuí Armando Fierro Gallardo ha recopilado documentación y testimonios. De ahí se desprenden algunos datos y otros más fueron proporcionados por don Luis Hernández Lluch muchos años antes de su fallecimiento. 
Corría el año 1900, cuando arribaron técnicos de Alzuyeta, Fernández, Quiroz y Cía. a localizar un terreno para construir una fábrica de hilados y tejidos, lo localizaron en el paraje de El Ticuí. Comenzaron los trabajos en el año 1901. Se encontraron con el obstáculo de cómo transportar la pesada maquinaria que requería la fábrica. Localizaron en  Francia una compañía que se comprometió a traer los equipos mecánicos.
En los predios localizados para la construcción ya habían comenzado a trabajar albañiles y carpinteros, nada más faltaban las máquinas. A fines de 1902 llegó un barco francés al lugar denominado Rancho del Real, hoy Llano Real esa playa era la propicia según los marinos para desembarcar el material para la instalación de la factoría.
En 1901 se terminó la construcción de la atalaya de 50 metros de altura, que los habitantes del Ticuí llaman “el chacuaco”; sobre esta construcción funcionó el primer pararrayos que hubo en la región, mismo que protegía hasta parte de la ciudad de Atoyac. El chacuaco sirvió de mirador durante la revolución, al interior todavía existen restos de una escalera de fierro que llegaba hasta la cima. Su estructura es de tabique rojo, cal, sin castillos de varillas ni cemento, es de forma cilíndrica con cuatro metros de diámetro.
Los lugareños recuerdan cuando Lucio Ochoa Juárez, se subió al chacuaco porque su novia Julia Bello había terminado con él. De ella se recuerda su carácter duro. Borracho quiso ahogar sus penas tirándose de la atalaya, se colgaba y bailaba un sainete en lo alto, en donde únicamente los zopilotes se sientan. Él se colgaba y se volvía a subir. El pueblo estaba a punto del desmayo cuando Gabino Mendoza y otro señor, cuyo nombre escapó de la memoria, lo agarraron de los brazos y lo subieron al borde para bajarlo por dentro poco a poco.
Del chacuaco alguna vez salió humo proveniente de la máquina pintadora de telas, pero una vez que la vendieron el humo desapareció. Don Celestino Fierro recuerda que por debajo de la fábrica había pequeños túneles que llevaban el humo al chacuaco que lo sacaba hasta arriba evitando que el lugar de trabajo y el pueblo se contaminara.
Volviendo a la construcción de la fábrica, fue a fines de 1902 cuando se organizó un equipo de hombres conocedores, entre ellos Fernando Lluch Jacinto, quien era experto en maniobras marítimas porque había sido capitán del barco El Mexicano, propiedad de los Alzuyeta, por ello él se encargó del desembarque de la maquinaria en compañía de otras 40 personas.
José Diego con sus hijos Julián y Adulfo trasladaron por tierra la maquinaria, encadenando 10 carretas movidas por 20 bueyes y así llegó la maquinaria al paraje de El Ticuí. Para la instalación las empresas españolas trajeron a un ingeniero de la región de Cataluña España, pero fracasó. Obdulio Fernández, uno de los socios, recurrió al presidente municipal de Acapulco, quien con la cooperación del cónsul francés, les ayudó en la liberación de un preso de origen galo, que era ingeniero.
El preso liberado de la cárcel de Acapulco era León Obé Penitoc, quien nació en una villa perteneciente a la ciudad y puerto de Cherburgo, Francia. Había hecho sus primeros estudios en su tierra natal (en 1865) en donde estudió para mecánico textil, pero cambió de idea y pasó a la escuela naval donde se graduó como ingeniero náutico; se ocupó en varios barcos como jefe de mantenimiento de maquinaria naval, también trabajó en barcos de guerra.
Este ingeniero estaba preso en Acapulco por haber dado muerte al capitán de su barco, por haberle faltado a su esposa. Al ser liberado por los empresarios españoles les instaló por primera vez la fábrica de hilados y tejidos de Aguas Blancas y posteriormente la de El Ticuí. Por la experiencia que tenía en los barcos de guerra, León Obé fabricó unos cañones que fueron utilizados por los revolucionarios de Atoyac en las batallas de 1918, contra los verdes de Rómulo Figueroa.
León Obé Penitoc se casó con Emilia Quiñones con quien procreó a León, Irene, y María Guadalupe Obé Quiñones. León murió en 1917, de tétanos, al lado de su esposa.
Entre las primeras obras que hicieron los españoles estuvo la construcción del canal que tenía la función de traer abundante agua del río hasta la industria para generar la energía eléctrica que diera movimiento a la maquinaria, misma que posteriormente se proporcionó al pueblo. El viejo canal tiene una longitud aproximada de 4 kilómetros por tres metros de ancho y una altura aproximada de tres metros, que a partir de la compuerta se viene reduciendo hasta llegar a la entrada de las turbinas. Está hecho de piedra, arena y una mezcla de un material que parece cal.
Durante la construcción de la fábrica se enfrentaron muchas eventualidades. El Periódico Oficial del estado de Guerrero en su número 49 publicado en Chilpancingo el viernes 4 de diciembre de 1903 informaba: “Con fecha 3 de octubre de 1903, en el punto conocido como El Real, jurisdicción del municipio de Atoyac, se fue a pique la lancha ‘Perla’ con matrícula de Acapulco, que conducía materiales para la construcción del edificio de la fábrica de Hilados y Tejidos que se está estableciendo en el barrio de El Ticuí municipio aludido. El accidente no causó desgracia a persona alguna”.
Luego en enero de 1904: “Con motivo de la explosión que hizo un cohete, en los trabajos de construcción del canal, para la nueva fábrica de Hilados y Tejidos de El Ticuí,  municipio de Atoyac resultaron gravemente heridos los operarios Juan Villanueva y Bonifacio Mesino, el día dos de este mes”, informaba el mismo periódico en su edición del 18 de marzo de 1904. Y el día 5 de febrero se comentaba que el operario Felipe Fierro que trabajaba en la construcción del canal para la nueva fábrica de Hilados y Tejidos de El Ticuí, ubicada en el municipio de Atoyac, fue herido de un brazo por la explosión que hizo un cohete de dinamita,  se leía en el Diario oficial el 22 abril 1904. Además de que los trabajadores seguido se enfrentaban entre ellos, como  se pública en la edición número 58: “El 23 de julio de 1904, en el trabajo de la fábrica de El Ticuí, fue gravemente herido el individuo Cruz Ramona procedente de Chilapa, por Julián Gómez, quien mató a garrotazos  a Ramona, capturaron al matador”.
El cronista de El Ticuí, Armando Fierro Gallardo recuerda que los empresarios españoles abrieron un brazo al río para que por ahí corriera el agua a través de un canal, el cual estaba hechos de tabiques en algunas partes y en otras se utilizaron los cauces naturales: “el agua procedente del río corría alegre y alocada de tumbo en tumbo los casi cuatro kilómetros hacia su destino las turbinas de la gran industria textil para después volverse a juntar en el río Atoyac… Durante su recorrido las cristalinas aguas acariciaban las orillas del canal, besaban con rapidez las hojas de las plantas silvestres, las rocas se agachaban al paso de la corriente que se desbordaba de alegría entonando su música natural, vigorosa y exótica se deslizaba por todo el canal”.
Al sur de la fábrica de hilados y tejidos donde desembocaba el canal se hacía una cascada de ocho metros de altura que era conocida como El Salto Artificial, en las orillas de las poza que se formaba lavaba la ropa María Sixta Gallardo “María La Voz”, muy de mañana pasaba invitando a las vecinas para ir al canal, pero nadie quería ir con ella porque le tenían miedo a la voz de hombre que le salía del estómago.

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