Víctor
Cardona Galindo
A
la izquierda, por la entrada a la comunidad de El Ticuí están los restos de lo
que fue un símbolo de prosperidad de la región. Las ruinas de la fábrica de
hilados y tejidos “Progreso del Sur Ticuí”, cuyas paredes poco a poco van
siendo corroídas por la lluvia y el tiempo. Ese monumento histórico se va
cayendo a pedazos.
A
las siete de la noche tres parvadas de murciélagos invaden el cielo del caserío.
Una parvada sale de la boca de El
Chacuaco y dos más de los tubos abandonados de las turbinas. Hubo un tiempo
en que esas ruinas abandonadas fueron hábitat de las lechuzas (“ticuirichas”
les dicen por acá) que perecieron al tener la desdicha de encontrarse con bien
orientadas balas calibre 22.
Así era la fábrica de El Ticuí. |
Desde que tengo uso de razón la
fábrica estaba en ruinas. De niño fui por una rueda que usé para hacer una
carretilla de palos con la que iba a la leña. Esa fue la parte de la fábrica
que me tocó, una vez don Filemón Pérez le dijo a papá que fuera por leña, hubo
quienes se llevaron grandes trozos de madera que hasta la fecha sirven de
tirantes a las casas de tejas.
Miembros de la colonia española de
Acapulco construyeron esa factoría para aprovechar las cosechas de algodón que
eran abundantes en la región y tener mejores ganancias en el comercio de telas.
En el contexto estatal las empresas
españolas ocuparon el lugar que había dejado vacante la Nao de China, que dejó de venir en 1821. El
control comercial de los españoles era absoluto, así lo contó don Luis
Hernández Lluch: “El medio de transporte era la arriería; venían cientos de
recuas de Morelia, Oaxaca, Puebla y Cuernavaca. Traían mercancía del lugar de
origen y llevaban productos ultramarinos a diferentes partes de la república,
estas compañías progresaron mucho; en el tercer tercio del Siglo XIX llegaron a
controlar a las autoridades del estado y en los 30 años del porfiriato las
empresas gachupinas eran muy poderosas, estaban bien organizadas y en la década
de 1890 se fusionaron creando la firma Alzuyeta, Fernández, Quiroz y
Compañía,
quienes planearon construir un complejo textil para evitar traer las telas de
Europa y ahorrarse los gastos de importación y de paso aprovechar la gran
cantidad de materia prima barata que existía en ese momento en las dos costas
de Guerrero”.
El algodón es un cultivo ancestral, ya
era cosechado por los pueblos de Mesoamérica. Las telas de algodón eran parte
de los tributos que los aztecas obtenían de la provincia cuitlateca de
Cihuatlán. Incluso Humboldt en 1803 escribió que en la Costa Grande florecía el
algodón y que todavía no se conocían las máquinas despepitadoras y recomendaba
el cultivo de café cerca de Chilpancingo. A mediados del siglo XIX se habían
instalado algunas máquinas escarmenadoras de algodón en la zona de Huertecillas
y los Arenales.
Luego vinieron los esfuerzos por
explotar industrialmente el algodón. Antes que la del Ticuí, hubo dos fábricas
de hilados y tejidos en Atoyac que comenzaron a funcionar en 1860. En 1865, una
creciente del Río Atoyac en la madrugada del 29 de septiembre se llevó la industria
propiedad de Rafael Bello y Antonio A. Pino esa factoría estuvo instalada en el
lugar conocido como El
Rondonal en los contornos de lo que ahora es la colonia
Mariscal.
Luego, en 1867, iniciaron los
trabajos de otra fábrica dentro de la población, que debido a la perseverancia
de los trabajadores –dice doña Juventina Galeana– don Rafael y don Antonio la
llamaron La
Perseverancia, por
eso ahora el mercado municipal se llama así, porque en dicha zona estuvo la industria
que, posteriormente, se quemó. Silvestre Mariscal en sus memorias (en 1912)
menciona las ruinas de esa factoría. De recuerdo también quedó el lugar
conocido como El Barreno ubicado en la parte norte de la ciudad, porque ahí
barrenaron el cerro para llevar agua a la fábrica.
El 11 de mayo
de 1876 falleció en Acapulco el Sr. Rafael Bello, propietario de la fábrica de
mantas “La Perseverancia” de Atoyac. “Bello nació en Tixtla y fue Presidente
Municipal de Acapulco. Fue asesinado por la Policía de Acapulco”, informaba El Fénix en su edición número 31
publicada el 17 de junio de 1876, la sociedad se indignó por el asesinato
porque se dijo que fue una celada preparada con antelación; un grupo de ciudadanos
de Atoyac pidieron al Juez de Primera Instancia, el 20 de mayo de 1876, castigo
para los policías que lo asesinaron, porque era benefactor de esta
municipalidad. La carta fue enviada por Rómulo Mesino.
En el mismo
periódico El Fénix número 31, en
la página 4, donde se habla de los movimientos de pasajeros del puerto se
asienta que salió el 3 de mayo hacía el puerto de Zihuatanejo en el pailebot
nacional “Mexicano” el ciudadano español D. Alzuyeta. Los españoles eran dueños
de una flotilla de barcos y en el comercio aniquilaban cualquier competencia. Ellos
controlaban el movimiento de mercancías y de los productos de la región.
El grupo
Convivencia Cultural que encabezaba doña Juventina Galeana Santiago publicó en
1992, la Historia de la Fábrica Progreso del Sur, primer trabajo que se
hizo para rescatar los testimonios sobre esa industria y después se han
publicado algunas tesis sobre el tema. El cronista de El Ticuí Armando Fierro
Gallardo ha recopilado documentación y testimonios. De ahí se desprenden
algunos datos y otros más fueron proporcionados por don Luis Hernández Lluch
muchos años antes de su fallecimiento.
Corría el año 1900, cuando arribaron
técnicos de Alzuyeta,
Fernández, Quiroz y Cía. a
localizar un terreno para construir una fábrica de hilados y tejidos, lo
localizaron en el paraje de El Ticuí. Comenzaron los trabajos en el año 1901.
Se encontraron con el obstáculo de cómo transportar la pesada maquinaria que
requería la fábrica. Localizaron en Francia una compañía que se comprometió a traer
los equipos mecánicos.
En los predios localizados para la
construcción ya habían comenzado a trabajar albañiles y carpinteros, nada más
faltaban las máquinas. A fines de 1902 llegó un barco francés al lugar
denominado Rancho
del Real, hoy
Llano Real esa playa era la propicia según los marinos para desembarcar el
material para la instalación de la factoría.
En 1901 se terminó la construcción
de la atalaya de 50 metros de altura, que los habitantes del Ticuí llaman “el chacuaco”;
sobre esta construcción funcionó el
primer pararrayos que hubo en la región, mismo que protegía hasta parte de la
ciudad de Atoyac. El chacuaco sirvió de mirador durante la
revolución, al interior todavía existen restos de una escalera de fierro que
llegaba hasta la cima. Su estructura es de tabique rojo, cal, sin castillos de varillas
ni cemento, es de forma cilíndrica con cuatro metros de diámetro.
Los lugareños recuerdan cuando Lucio Ochoa Juárez, se subió al chacuaco porque su novia Julia Bello había terminado con él. De ella
se recuerda su carácter duro. Borracho quiso ahogar sus penas tirándose de la
atalaya, se colgaba y bailaba un sainete en lo alto, en donde únicamente los
zopilotes se sientan. Él se colgaba y se volvía a subir. El pueblo estaba a
punto del desmayo cuando Gabino Mendoza y otro señor, cuyo nombre escapó de la
memoria, lo agarraron de los brazos y lo subieron al borde para bajarlo por
dentro poco a poco.
Del chacuaco alguna vez salió humo proveniente de la máquina pintadora
de telas, pero una vez que la vendieron el humo desapareció. Don Celestino
Fierro recuerda que por debajo de la fábrica había pequeños túneles que
llevaban el humo al chacuaco que lo
sacaba hasta arriba evitando que el lugar de trabajo y el pueblo se
contaminara.
Volviendo a
la construcción de la fábrica, fue a
fines de 1902 cuando se organizó un equipo de hombres conocedores, entre ellos
Fernando Lluch Jacinto, quien era experto en maniobras marítimas porque había
sido capitán del barco El
Mexicano, propiedad
de los Alzuyeta, por ello él se encargó del desembarque de la maquinaria en
compañía de otras 40 personas.
José Diego con sus hijos Julián y
Adulfo trasladaron por tierra la maquinaria, encadenando 10 carretas movidas
por 20 bueyes y así llegó la maquinaria al paraje de El Ticuí. Para la
instalación las empresas españolas trajeron a un ingeniero de la región de
Cataluña España, pero fracasó. Obdulio Fernández, uno de los socios, recurrió al presidente municipal de Acapulco,
quien con la cooperación del cónsul francés, les ayudó en la liberación de un
preso de origen galo, que era ingeniero.
El preso
liberado de la cárcel de Acapulco era León Obé Penitoc, quien nació en una
villa perteneciente a la ciudad y puerto de Cherburgo, Francia. Había hecho sus
primeros estudios en su tierra natal (en 1865) en donde estudió para mecánico
textil, pero cambió de idea y pasó a la escuela naval donde se graduó como
ingeniero náutico; se ocupó en varios barcos como jefe de mantenimiento de
maquinaria naval, también trabajó en barcos de guerra.
Este
ingeniero estaba preso en Acapulco por haber dado muerte al capitán de su
barco, por haberle faltado a su esposa. Al ser liberado por los empresarios
españoles les instaló por primera vez la fábrica de hilados y tejidos de Aguas
Blancas y posteriormente la de El Ticuí. Por la experiencia que tenía en los
barcos de guerra, León Obé fabricó unos cañones que fueron utilizados por los
revolucionarios de Atoyac en las batallas de 1918, contra los verdes de Rómulo
Figueroa.
León Obé
Penitoc se casó con Emilia Quiñones con quien procreó a León, Irene, y María
Guadalupe Obé Quiñones. León murió en 1917, de tétanos, al lado de su esposa.
Entre las
primeras obras que hicieron los españoles estuvo la construcción del canal que
tenía la función de traer abundante agua del río hasta la industria para
generar la energía eléctrica que diera movimiento a la maquinaria, misma que posteriormente
se proporcionó al pueblo. El viejo canal tiene una longitud aproximada de 4
kilómetros por tres metros de ancho y una altura aproximada de tres metros, que
a partir de la compuerta se viene reduciendo hasta llegar a la entrada de las
turbinas. Está hecho de piedra, arena y una mezcla de un material que parece cal.
Durante la
construcción de la fábrica se enfrentaron muchas eventualidades. El
Periódico Oficial del estado de Guerrero en su número 49 publicado en
Chilpancingo el viernes 4 de diciembre de 1903 informaba: “Con fecha 3 de
octubre de 1903, en el punto conocido como El Real, jurisdicción del municipio
de Atoyac, se fue a pique la lancha ‘Perla’ con matrícula de Acapulco, que
conducía materiales para la construcción del edificio de la fábrica de Hilados
y Tejidos que se está estableciendo en el barrio de El Ticuí municipio aludido.
El accidente no causó desgracia a persona alguna”.
Luego en enero
de 1904: “Con motivo de la explosión que hizo un cohete, en los trabajos de
construcción del canal, para la nueva fábrica de Hilados y Tejidos de El Ticuí,
municipio de Atoyac resultaron
gravemente heridos los operarios Juan Villanueva y Bonifacio Mesino, el día dos
de este mes”, informaba el mismo periódico en su edición del 18 de marzo de
1904. Y el día 5 de febrero se comentaba que el operario Felipe Fierro que
trabajaba en la construcción del canal para la nueva fábrica de Hilados y
Tejidos de El Ticuí, ubicada en el municipio de Atoyac, fue herido de un brazo
por la explosión que hizo un cohete de dinamita, se leía en el Diario oficial el 22
abril 1904. Además de que los trabajadores seguido se enfrentaban entre ellos, como se pública en la edición número 58: “El 23 de
julio de 1904, en el trabajo de la fábrica de El Ticuí, fue gravemente herido
el individuo Cruz Ramona procedente de Chilapa, por Julián Gómez, quien mató a
garrotazos a Ramona, capturaron al
matador”.
El cronista de El Ticuí, Armando Fierro Gallardo recuerda
que los empresarios españoles abrieron un brazo al río para que por ahí
corriera el agua a través de un canal, el cual estaba hechos de tabiques en
algunas partes y en otras se utilizaron los cauces naturales: “el agua
procedente del río corría alegre y alocada de tumbo en tumbo los casi cuatro
kilómetros hacia su destino las turbinas de la gran industria textil para
después volverse a juntar en el río Atoyac… Durante su recorrido las cristalinas
aguas acariciaban las orillas del canal, besaban con rapidez las hojas de las
plantas silvestres, las rocas se agachaban al paso de la corriente que se
desbordaba de alegría entonando su música natural, vigorosa y exótica se
deslizaba por todo el canal”.
Al sur de la fábrica de hilados y
tejidos donde desembocaba el canal se hacía una cascada de ocho metros de
altura que era conocida como El Salto Artificial, en las orillas de las poza
que se formaba lavaba la ropa María Sixta Gallardo “María La Voz”, muy de
mañana pasaba invitando a las vecinas para ir al canal, pero nadie quería ir
con ella porque le tenían miedo a la voz de hombre que le salía del estómago.
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