Víctor Cardona
Galindo
En 1904, con el objetivo de facilitar el tránsito
entre Atoyac y la nueva fábrica de El Ticuí durante la temporada de secas se
construyó en el río un puente provisional de madera, cuya mejora fue llevada a
cabo por los empresarios de la citada fábrica con el apoyo del Ayuntamiento y la
ayuda del trabajo personal de los vecinos, publicaba El Periódico Oficial
del estado de Guerrero el miércoles 10 de diciembre de ese año.
Las ruinas de la fábrica de El Ticuí. |
Durante el periodo de lluvias los pangueros no se
daban abasto para pasar a los trabajadores
que iban de Atoyac y a la gente del Ticuí que necesitaba atravesar el río. Uno
de los pangueros que se recuerdan es Antonio Solís Laurel. Otros que en 1964
tenían pangos eran Luis Galeana Hernández, Antonio Ávila y Victorio Garibo.
La tarea de construir un puente
de madera se desarrollaría todos los años hasta 1991. El
comisario organizaba a los habitantes de El Ticuí, se cortaban troncos, varas y
lianas para hacer chundes que se
llenaban con piedras y se les colocaban encima troncos de palmas, luego les
ponían tablitas encima y así pasaba la gente. No se podía pasar corriendo, si alguien
lo hacía tenía el riesgo de rebotar e ir a dar al agua o romperse un hueso al
caer sobre las piedras.
A finales de los años cincuenta construyeron en el río dos grandes
muros, uno de cada lado donde amarraron gruesos cables de acero que sostenían
las balsas que cruzaban el río, en tiempo de lluvias, llevando de ida camiones
cargados de algodón y de regreso grandes estibas de manta. La plataforma era de
madera y era empujada con palancas por un grupo de balseros.
Fue el 20 de agosto
de 1904 cuando la fábrica quedó instalada y se probó el 16 de noviembre
de 1904, dando buenos resultados, por lo que se empezó a trabajar regularmente
el 1 de enero de 1905. Fue entonces cuando se inició la producción
de telas como la Indiana y Manta. Aquí llegó a producirse una tela muy famosa
conocida como Indio Atoyac. Según las investigaciones de doña Juventina Galeana
se produjeron: indiana, manta, fioco, driles y sedas. Y en la década de 1905 a
1915 se fabricaron telas superiores a las europeas. Había un equipo de
ingenieros textiles de origen catalán y francés. Las jornadas de trabajo eran
de 14 horas diarias. Había turnos diurnos y nocturnos y los salarios eran de 6
a 12 centavos. Ésta fue una de las factorías que tuvo su impulso en la decadencia
del porfiriato. Por lo que se trabajó en ella con
tranquilidad algunos años, pero la región comenzó a convulsionarse por la Revolución
Mexicana, tanto que el día 28 de abril de 1911 esta factoría recibió los
embates de los revolucionarios maderistas que buscaban de alguna manera vengar
los agravios que los españoles cometían contra la población trabajadora, por
este ataque la factoría suspendió temporalmente sus trabajos, para
posteriormente reanudar sus labores sin tropiezos hasta 1928.
Como recuerdo de aquellas revueltas el chacuaco luce un cañonazo que le dieron durante un
combate. Es como una gran cicatriz que se suma a los surcos profundos dejados
por los rayos que lo enfrentan cada año. Las cuarteaduras se ven desde lejos.
En el levantamiento mariscalista de 1918 y durante la
rebelión Delahuertista la fábrica y sus alrededores fueron testigos de los
enfrentamientos que se dieron, el más sangriento fue el 23 de diciembre de 1923
a las 10 de la mañana cuando fuerzas agraristas al mando de Pilar Hernández atacaron esa industria de donde sustrajeron
armas, parque y ropa. Además ajusticiaron a varios españoles, entre ellos al
señor Federico Hormachea. Durante la rebelión vidalista
el guerrillero Gabino Navarrete Juárez se hizo famoso por el asedio permanente
que hacía a la tropa federal acuartelada en esas instalaciones fabriles.
En el salón de escarmenado, a un lado de donde estaba la
despepitadora, colindando con lo que ahora es El Centro de Salud, está
sepultado el coronel Jesús Merino Bejarano de la tropa federal que vino a
combatir al general Amadeo Vidales. Merino perdió la vida el 5 de febrero de
1927 en un combate en Atoyac y fue sepultado en El Ticuí. Dicen que este
oficial se convirtió en el fantasma de la fábrica. Algunos obreros que trabajaron
en el turno de la noche aseguraban haberlo visto pasar. Su espectro beige recorría los telares, el batiente
y todas las áreas de trabajo.
Por la mañana la gente se
despertaba al triple sonido de la caldera a las cuatro y media de la mañana,
faltando cuarto para las cinco se oían dos silbatazos y a las cinco uno. Cuando
no había calor en la caldera, se tocaba en el corredor una gran campana, cuyo
sonido se escuchaba hasta Zintapala. El cronista Rubén Ríos Radilla recuerda
“el tañer de la enorme campana colocada en el corredor exterior y el pitido
tradicional que hacía volver a los obreros a su trabajo”. Esa campana junto con
el cañoncito que tenían para disparar salvas en los días festivos, fueron vendidos
en San Jerónimo por el último Consejo de Administración que encabezó don Cruz
Valle.
Los españoles viajaban de Acapulco por
medio de embarcaciones que cruzaban la laguna de Coyuca y la de Mitla hasta Los
Arenales y de ahí en carretas hasta El Ticuí. Ese era el viaje de los
ejecutivos de la fábrica.
El 27 de diciembre de 1933, se suspendieron las labores por un
conflicto obrero-patronal, pues los obreros pedían formar un sindicato que se
integró más tarde con el nombre de “Felipe Carrillo Puerto”. Los españoles
pararon las actividades por no estar de acuerdo con la creación de ese
organismo gremial. Los protagonistas de este movimiento sindical fueron Enedino
Ríos Radilla, David Flores Reynada y Lorenzo Fierro González. Pero en ese
momento no únicamente la organización de los trabajadores venía a cambiar el
rumbo de la fábrica, también fue en ese año cuando la mayoría de los campesinos
costeños dejaron de sembrar algodón y comenzaron a cultivar ajonjolí, se generalizaron
las plantaciones de palmeras y otros ya callejoneaban la sierra
sembrando café.
Al siguiente año, en 1934, llegó de gira buscando la Presidencia de la
República el general Lázaro Cárdenas y Enedino Ríos Radilla lo invitó a la
fábrica donde se reunió con el sindicato de
trabajadores. “El general Lázaro Cárdenas llegó caminando desde Atoyac”,
recuerda el obrero José Solís. Los obreros le expusieron
el problema de la falta de recursos para el funcionamiento de la factoría. Cárdenas
les sugirió que se constituyeran en una sociedad cooperativa para que el Banco
Obrero les proporcionara un préstamo para iniciar la explotación de la
industria para el beneficio de los socios.
David
Flores Reynada y Enedino Ríos Radilla fueron los dos líderes que se preocuparon
porque esta industria continuara funcionando para bien de los trabajadores y
del pueblo. Llegando “El Tata” a la presidencia y con la
ayuda del Diputado Federal Feliciano Radilla Ruíz los
bancos de Fomento Cooperativo y Fomento Industrial dieron crédito a la nueva
cooperativa que se constituyó el 18 de abril de 1938.
Por tal motivo la fábrica de hilados y tejidos “Progreso del Sur” volvió a
funcionar el 20 de noviembre de 1938, fecha en que el Presidente de la
República Lázaro Cárdenas del Río la entregó al pueblo, ahora con la razón
social “Sociedad Cooperativa de Participación Estatal David Flores Reynada”, quedó
como gerente Enedino Ríos Radilla y como presidente del Consejo de
Administración, Lorenzo Fierro González.
El
préstamo bancario de medio millón de pesos lo utilizaron para desazolvar el
canal y la reparación de la maquinaria que estaba deteriorada por falta de
mantenimiento. A la cooperativa se le llamó David Flores Reynada, en honor
al líder socialista y promotor sindical asesinado el 9 de abril de 1934 por los
reaccionarios del gobierno y del municipio en el campo de aviación hoy conocido
como “La pista”, en las inmediaciones del panteón.
En ese tiempo se vino la Segunda Guerra Mundial y la
demanda de manta para limpiar los cañones de la armas aumentó, por eso se pudo
exportar las telas fabricadas en El Ticuí hasta Europa. Se vino la mejor época
que tuvo esa factoría y la prosperidad que se añora. Enedino Ríos Radilla como
gerente de la cooperativa era muy dinámico y con las ganancias embanquetó el
jardín principal y dio energía eléctrica a El Ticuí y a la ciudad de Atoyac.
Impulsó la escuela primaria Valentín Gómez Farías, trajo la Misión Cultural,
donde se daban clases de artes y oficios, ahí aprendieron solfeo muchos músicos
que con los años destacarían. Se instaló una Escuela de Capacitación Agrícola y
la primaria nocturna para los que no sabían leer ni escribir.
Con la participación de los obreros se organizaban desfiles
en los días de festejos nacionales, como
el 24 de febrero, el primero de mayo, 5 de mayo, 16 de septiembre y el 20 de
noviembre, eventos en los que se repartía miles de refrescos. En el segundo
piso de las oficinas industriales se hacían suntuosos bailes donde las ticuiseñas
y jovencitas venidas de otros lugares lucían su belleza.
La turbina y un gran transformador instalados al interior
de la fábrica abastecieron durante mucho tiempo de luz eléctrica a la cabecera
municipal. Eran los tiempos en que los ticuiseños veían de manera despectiva a
los de Atoyac, los llamaban “indios” porque ellos se sentían descendientes de
españoles. Desde que tomó posesión la cooperativa de la fábrica se instituyeron
tres turnos de ocho horas cada uno: de cinco de la mañana a una de la tarde, de
dos de la tarde a 10 de la noche y de 10 de la noche a cinco de la mañana.
Había obreros que trabajaban doble turno de cinco de la mañana a las 10 de la
noche para ganar más. El ruido de la fábrica era muy fuerte, el silbato tocaba
tres veces, al último silbatazo deberían de estar entrando a trabajar.
Un obrero tejedor en 1940 ganaba por ocho
horas de trabajo 14 pesos semanales. Durante los días de paga se instalaba un gran tianguis al
frente de la fábrica, donde se compraba todo lo necesario.
Rosa Santiago Galindo (“La tía Rosita”) trabajó en los telares, a fines
de los años 30, dice que sacaban telas de 70 centímetros y de un metro. Recuerda
que había máquinas grandes escarmenadoras: “había máquinas moloteras que
hacían bolas el algodón. Luego máquinas donde salían recortes de algodón de
unos 25 centímetros. En el telar tenía uno que estar alerta porque con un hilo
que se reventara se hacía la reventazón, teníamos que añadir el hijo con un
nudo muy fino para que no se notara en la manta”.
La tía
Rosita a sus noventa años rememora: “a las cuatro y media sonaba el primer
pitido muy fuerte y el Chacuaco era un volcán de humo, echaba bolas de humo”.
Aunque hay quienes aseguran que esa chimenea era solamente un emblema o un
mirador, en la etiqueta para embarques de telas que usaban los Alzuyeta,
Fernández, Quirós y Cía. se ve el dibujo de la factoría y el chacuaco
echando humo. Don José Solís dice que el chacuaco echó humo mientras existió la
máquina para estampar las telas: “los vapores eran muy dañinos para la
población por eso salían hasta arriba”.
La tía
Rosita, quien laboró ahí en 1937 cuando tenía 14 años, se levantaba a toda
prisa para poder llegar puntual a El Ticuí: “Se escuchaba el primer pitido a
las 4:30 de la mañana, otro a las 4: 45 y uno más a las 5:05. Volvían a
escucharse a las 13:30, 13:45 y 2 de la tarde cuando la gente estaba entrando y
saliendo por el enorme portón. La gente no cabía saliendo y entrando a las dos
de la tarde. Por la noche no se escuchaba el pitido, el turno de las dos de la
tarde salía a las 2 de la mañana y luego volvían a entrar a las cinco”.
A las cinco de la mañana estaba llegando la
gente a trabajar. Chalío era el panguero, les cobraba dos centavos o
tres centavos por pasada, siempre le pagaban de regreso. En ese tiempo don Pilar
era el calderero, tenía los dos pies de palo porque se había accidentado, él
era el encargado de dar las horas y nunca se le pasaban. La mayoría de los
trabajadores de ese tiempo eran de El Ticuí o se quedaban a dormir ahí. Eso
hicieron en un tiempo la tía Rosita y sus hermanos: Cliserio y María del
Refugio, quienes rentaron una casita a la familia Fierro. La tía Rosita
recuerda que había personas que vigilaban la labor y les pagaban por metraje.
En los telares no había un sueldo fijo.
Su mamá
Bernabé Santiago García les llevaba de comer. El almuerzo era a las nueve de la
mañana. Al salir la tía Rosita y sus dos hermanos se iban caminando rumbo al
río y comían donde encontraban a su mamá, a veces en el playón debajo de los
ahuejotes y guamúchiles. El Camino Real se llenaba de gente que iba y venía de
El Ticuí, los jovencitos y jovencitas llevaban de comer a sus padres. En todas
las sombras de los árboles había obreros comiendo. Se pasaban 15 minutos
corriendo y 15 minutos comiendo, porque les daban media hora para tomar sus
alimentos recuerda la tía Rosita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario