Víctor Cardona Galindo
Ignacio Manuel Altamirano
es omnipresente. Da nombre tanto a un callejón, a una modesta calle o una
populosa avenida, igual que a un jardín de niños, a escuelas primarias, secundarias
y al primer módulo de un instituto de educación superior que se instaló en
Atoyac. En la Unidad Académica “Preparatoria número 22” cada año el 31 de
octubre se levanta una ofrenda en su honor y para conmemorar el 120 aniversario
de su fallecimiento, recordamos ahora al ilustre tixtleco que nació el 13 de
noviembre de 1834 y murió en San Remo Italia el 13 de febrero de 1893, a los 59
años de edad.
Parado, a la izquierda, con una cámara en la mano el profesor Rómulo Alvarado. Esta es una foto del álbum de Eloisa Alvarado Pano. |
Aquí en Atoyac, el Círculo
Cultural “Ignacio Manuel Altamirano” se fundó el 15 mayo de 1957 a propuesta
del poeta Manuel S. Leyva Martínez, mismo que presidió el mejor cronista que
hemos tenido Wilfrido Fierro Armenta y del cual formó parte el periodista Rosendo
Serna Ramírez. Este club hizo época, promovió la lectura y concursos de poesía,
sus miembros destacaron los llamados juegos florales de ese tiempo.
Sin duda, leer a Ignacio
Manuel Altamirano es apasionante. Corría el año 1987, cuando este cronista cursaba el primer año de
preparatoria, el mejor maestro que he tenido, Fortunato Hernández Carbajal me
dio a leer Clemencia, la primera
novela de mi vida. Creo que la intención que tenía mi mentor era formarme en
los más altos principios liberales y quería arraigar en mí el amor por mi
nación, pero sobre todo iniciarme en el placer de la lectura. Resultó, porque
desde entonces he leído además: El Zarco,
Navidad en las montañas, Julia y Atenea, donde no he dejado de identificarme con sus nobles, valientes
y sufridos personajes como Fernando Valle, Nicolás, Pablo y Julián. Pero sobre
todo con los ideales que tenía nuestro escritor. La lectura del libro Paisajes y Leyendas. Tradiciones y
Costumbres de México de editorial Porrúa 1974, sea quizá el texto que me inspiró
a ser cronista de mi pueblo, oficio que ahora ejerzo con mucha entrega.
Regulo Fierro Adame uno de
los cronistas de mi municipio dice que Altamirano fue quien bautizó a nuestras
comunidades porque estaba obsesionado con el número tres: por eso existen La Gloria, El Paraíso y El Edén en la parte alta de la
sierra, y muchas más que para Regulo Fierro fueron los campamentos donde se
encontraban acantonadas las fuerzas del general Juan Álvarez y que fueron
visitados por el autor de Clemencia.
Pero no solamente esa
hipótesis existe para recordar al ilustre sabio tixtleco. En Atoyac estamos
orgullosos porque Ignacio Manuel Altamirano le dedicó dos poemas a nuestro río:
“El Atoyac. En una creciente” y “Al
Atoyac”, ambos fechados en 1864. Este último poema lo incluí en el libro Agua Desbocada. Antología de escritos atoyaquenses
(2007) y ahora compañeros comunicólogos lo están musicalizando para crear
conciencia en contra de la contaminación del río.
Según Wilfrido Fierro el
Río Atoyac, que mereciera la composición poética del héroe de la Reforma
Ignacio Manuel Altamirano, nace en su
ramal izquierdo más arriba de El Paraíso, corriendo del Noroeste al Sureste
hasta medio curso, es formado por los arroyos: Los Piloncillos, Puente del Rey,
Las Palmas y Los Valles, que al unirse le dan el nombre de Río Grande,
siguiendo con dirección al sur, partiendo por mitad el municipio hasta
desembocar en el Océano Pacífico, formando antes de desaguar su cristalino
liquido, los esteros conocidos por Maguan y Alfaque.
La primera vez que leí el
poema “Al Atoyac” fue en el libro de Francisco Galeana Nogueda Conflicto
sentimental, memorias de un bachiller en humanidades que se publicó en 1994
donde dice que este poema se refiere a nuestro río, en otro tiempo, caudaloso.
Ese río de zarcetas, pichiches, patos buzos y de martines
pescadores, donde las garzas en las orillas levantan el vuelo y libélulas de
varios colores surcan explorando la corriente, y se sientan en el lirio o en las
plantas acuáticas que se asoman a respirar. Ese río en que Kopani Rojas vio las
garzas camaronear. Al que Agustín Ramírez le dedica una estrofa en su canción
“Al pie de una Azul Montaña”. Entre playas y barrancos/cual plateada
serpentina/un río de agua cristalina/va acariciando sus flancos.
Y Héctor Cárdenas le da un lugar en su trova
“Atoyac”: En Atoyac, hay un río caudaloso/corre hacia el mar, con su canto
presuroso/se oyen gritar, los pericos en parvadas/bajo el jazmín, que al crecer
formó enramadas.
Nuestro escritor ticuiseño Salvador Téllez Farías
en su novela Agustina se refiere al
río Atoyac como un padre amoroso que todo lo baña y da vida, “río claro de
aguas dulces y coquetas, que llevan los secretos de los enamorados, cuyos
cuerpos temblorosos se juntan por primera vez para confundirse en un beso que
es promesa, grito de almas apasionadas; río que canta, que da vida, inspiración
de noches de plenilunio haciendo eco al trovador José Agustín Ramírez, sus
versos líricos de amor, vida y esperanza”.
De ese río caudaloso sólo quedan los recuerdos de
los viejos que vivieron su mejor época de oro, cuando las balsas trasportaban a
los carros cargados de algodón; al respecto Carlos R. Téllez asentó: “Oíamos
como aquél platicaba de los robalos y truchas que sacaban, algunos de tamaños y
pesos que asombrarían en estos tiempos, hasta el más incrédulo que se haya
puesto a pescar en las márgenes de nuestro río. Uno de ellos le echó la culpa
al Tara, ‘él fue el que se llevó todo’; el otro a la construcción de la presa y
todos los cohetes que tiraron para su edificación”.
Del poema “Al Atoyac” alguien argumentó que era una
composición dedicada al Río Balsas que en sus orígenes se llama Río Atoyac,
pero fue el mismo Altamirano quien se encargó de reafirmarnos que el poema sí
está dedicado a nuestro río. Todos los elementos que menciona esa pieza literaria
ahí están: el río, el mangle, los ilamos y el ahuejote, el paisaje natural que
sigue presente en nuestra tierra. Al principio en la versión que yo tenía del
poema se hablaba de ahuehuete, chequé otras versiones y dicen ahuejote. Hoy
corrijo eso.
¿Pero que hacía Ignacio
Manuel Altamirano en la Costa Grande? Nicole Girón en su texto “El estado de
Guerrero en la obra de Altamirano” dice que “Durante algunos meses de 1864,
Altamirano parece haber morado en Galeana, donde ejercía la abogacía”. Por eso hay muchas posibilidades de que Ignacio Manuel
Altamirano haya frecuentado en ese lapso los pueblos de Barrio Nuevo y San
José, lo que ahora es San Jerónimo de Juárez.
En la carta enviada a su paisano el doctor Parra el
7 de junio de 1864, después de narrar como don Diego Álvarez, durante la
intervención francesa, quería sacar a don Juan y a toda su familia en una
goleta atracada en el puerto de Papanoa hacía Nueva Granada, dice: “Aborrecido,
pues, del señor Álvarez y sin empleo de ninguna clase, me decidí ir a la Costa
Grande, donde permanecí tres meses sin hacer nada”.
También está la carta fechada en Galeana el 18 de
octubre de 1864 que nos comprueba su paso por Tecpan de Galeana. Además, de que
en sus cartas de 1864 a 1866 menciona muchos apellidos de la Costa: Ramos,
Torreblanca y Pinzón. Hay testimonio de su amistad con el señor Rafael Bello
dueño, en ese tiempo, de la fábrica de Hilados y Tejidos “El Rondonal” y con el
general Eutimio Pinzón, quien “seguramente es nuestro primer soldado del Sur”
dice en una epístola a Benito Juárez datada en Acapulco el 31 de mayo de 1865.
En la carta inscrita en La Providencia el 12 de
marzo de 1866 manifiesta su sentimiento de no concurrir a la única acción de
armas que se da en esa época en la región, que fue en la ciudad de Chilapa “por
haber estado a la sazón en la Costa Grande e imposibilitado de salvar la larga
distancia que me separaba del lugar de la guerra rápidamente como hubiera sido
necesario”.
En sus diarios se puede encontrar como se movía de
Tecpan a Atoyac, de Atoyac a Zacatula, de Tixtlancingo a Coyuca, Ejido,
Acapulco, Texca y Pueblo Viejo “tristísimo paraje con unas cuantas casuchas. Es
una hacienda de algodones y maíces. Allí hay un campamento con generales Solís,
Angón y Besugo”. En su carnet de
mediados de 1864 queda consignado como recorría sin cesar leguas de caminos y
veredas de la Costa Grande, menciona Atoyac, Barrio Nuevo y El Humo. Deja claro
que estuvo en Atoyac el 8 de julio de 1864. “Por fin me arranque de Tecpan a
Atoyac”
Fue en esta estancia en la Costa Grande cuando
escribió los poemas “Flor del Alba”, “La caída de la tarde” (a orillas del Tecpan), “Al Atoyac”,
fechado el 2 de julio de 1864 y “A orillas del mar”, en Tecpan de Galeana.
La visita de Ignacio Manuel Altamirano a nuestra
tierra coincidió con el año de la fundación del municipio de Atoyac. Al año
siguiente que Altamirano estuvo en estas tierras el 26 de septiembre de 1865 se
dio la mayor avenida que se tenga memoria de El Río Atoyac, se le llamo “La
creciente de San Miguel”. El río cortó de cuajo la factoría que don Rafael
Bello tenía en “El Rondonal” en las inmediaciones de la colonia Mariscal.
El tomo VI de las Obras Completas de Ignacio Manuel
Altamirano editado por la SEP en 1987, está dedicado a su poesía. De la página
31 a la 33 se reproduce un texto suyo donde habla de los barrios “que son pequeñas aldeas hundidas verdaderamente en un
océano de vegetación, se levantan al
despertar la aurora, salen de sus cabañas y se dirigen al río, a traer el agua
que necesitan para el uso de la familia”.
Dice que: “Es en extremo
pintoresco el aspecto de los barrios con sus cabañas de hojas de palmeras, escondidas
en un bosque de parotas, de mangles, de caobas y de cocoteros, y rodeadas por
todas partes de altísimas y espesas yerbas. En los techos cónicos de estas
cabañas se enredan millares de trepadoras, ostentando allí sus gigantescas
flores azules, rojas y blancas”.
“Apenas hay un barrio de
estos que no tenga cerca un río, y precisamente para aprovechar sus aguas se
han situado casi todos en las márgenes de los que descendiendo de la sierra,
corren por el planío de la costa a
desembocar al mar. El Atoyac sólo, tiene en sus orillas cerca de veinte”.
En el prólogo de ese libro
al hablar de los poemas descriptivos Salvador Reyes Nevares se refiere a cuatro
poemas “Flor del alba”, “La salida del sol”, “Los naranjos” y “Las amapolas,
“en los que el poeta pinta cuadro de paisaje y las costumbres de la costa
guerrerense, y lo hace con notorio cariño”.
“Descuella el conocimiento
que tenía el maestro de la flora y la fauna de su tierra, del cual da pruebas
al hacer enumeraciones, largas y detalladas, de plantas y de animales, sobre
todo de aves, con pinceladas breves y eficaces que las pintan y no sólo las
nombran”.
En este grupo de poemas
están presentes elementos que identifican a nuestra región, su flora y fauna. En
“La salida del sol” se lee “Las amarillas retamas/ visten las colinas, donde/
se ocultan pardas y alegres/ las chozas de los pastores”.
Y en los versos de “Flor
del alba” escrito en 1864 dicen: “Los alciones en bandadas/ rasgando los aires
van, / y el madrugador comienza/ las
aves a despertar: / aquí salta en las caobas/ el pomposo cardenal, / y alegres los guacamayos/ aparecen más allá”.
“El aní canta en los mangles, / en el ébano el turpial, / El centzontli entre las ceibas, / la alondra en el
arrayán, / en los maizales el tordo/ y el mirlo en el arrozal”.
En “Los naranjos”: “Del
mamey el duro tronco/picotea el carpintero, / y en el frondoso manguero/canta su amor el turpial; /y buscan miel las abejas/en
las piñas olorosas, /y pueblas mariposas/el florido cafetal”.
Un verso de Las amapolas:
“Los arrayanes se inclinan, /y en el sombrío manglar/las tórtolas fatigadas/han
enmudecido ya; /ni la más ligera brisa/vienen en el bosque a jugar”.
A ese grupo de poemas que
llaman descriptivos pertenece “Al Atoyac”
escrito el 2 de julio de 1864, un poema de 24 versos en el que describe
las diferentes estampas que vive el río a lo largo del día: la mañana, al medio
día, la tarde y la noche. Después de leerlo queda en la mente esa imagen del
sol de julio en las playas arenosas azotadas por los tumbos del mar embravecido.
El río escurriendo por las grutas de ceibas y parotas, donde no penetra el sol
abrazador. Por las enredaderas con flores de mil colores, la luz cae tibia en
los remansos y los murmullos de las corrientes alternan con el canto de las
aves.
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