Víctor Cardona Galindo
Sin duda, Ignacio Manuel Altamirano
es el máximo escritor de su tiempo. Fue quien marcó la ruta de las letras
nacionales afirma Jaime Labastida, quien lo coloca a la par de Alfonso Reyes y
Octavio Paz. Mi maestro Fortunato Hernández Carbajal dice que en Guerrero hasta
nuestro tiempo, nadie ha podido rebasarlo.
Un recuerdo del puente colgante sobre el río Atoyac. |
Victoria Enríquez en el
texto “Mujeres, paisajes, dolor y muerte en la poesía de Ignacio Manuel
Altamirano” publicado en el libro Altamirano
visto por altamiranistas, comenta que “la perfección que Ignacio Manuel
Altamirano logró en el uso del lenguaje, aunada a su sensibilidad y perfección,
le permitió crear una poesía cuya musicalidad y delicadeza residen no sólo en
sus motivos, si no en su rima”.
Nicole Girón en el escrito
titulado “El estado de Guerrero en la obra de Altamirano” señala: “Como textos
descriptivos habría que mencionar el poema “Al Atoyac”, quizás el más bello de
Altamirano, porque su arte de paisajista le permite transmitir el poderoso
hechizo de la naturaleza tropical y el contraste entre el pausado fluir de las
caudalosas aguas del río, que se insinúa entre los gigantescos árboles de sus
riberas para desembocar en el mar, y el profundo retumbar de las olas marinas,
que se quiebran en la franja ardiente de las playas arenosas”. Leamos el poema
citado: “Abrase el sol de julio las playas arenosas /que azota con sus tumbos
embravecido el mar, /y opongan en su lucha, las aguas orgullosas, /al encendido
rayo, su ronco rebramar. /Tú corres blandamente bajo la fresca sombra/que el
mangle con sus ramas espesas te formó:/y duermes tus remansos en la mullida
alfombra/que dulce primavera de flores matizó. /Tú juegas en las grutas que
forman tus riberas /de ceibas y parotas el bosque colosal: /y plácido murmuras
al pie de las palmeras/que esbeltas se retratan en tu onda de cristal. /En este
Edén divino, que esconde aquí la costa, /el sol ya no penetra con rayo
abrasador; /su luz, cayendo tibia, los árboles no agosta, /y en tu enramada
espesa, se tiñe de verdor.
Para Enrique González
Martínez en su texto “Altamirano poeta” el tixtleco está contenido en tres
poemas que resumen su estética personal y su finalidad lírica; “Los Naranjos”,
“Las amapolas” y su composición “Al Atoyac” y en su opinión dice que este
último es lo más acabado y bello que salió de la pluma del poeta: “En el poema
‘Al Atoyac’ el protagonista es el río. El poeta lo evoca en contraste con el
mar que azota las playas arenosas con sus tumbos embravecidos, mientras que el
río se desliza blandamente bajo la sombra fresca de los manglares, lamiendo los
pies de las palmeras. El poeta no se limita a describirlo, si no que transmuta
en estados del alma sus visiones, y nos da su propia emoción, depurada y
ennoblecida. No necesitamos conocer el terruño contado, las palabras del poeta
nos arrastran a contemplar con él su panorama espléndido y lo consigue
definitivamente”. Estamos de acuerdo con él: “Aquí sólo se escuchan murmullos
mil suaves, /el blando son que forman tus linfas al correr, /la planta cuando
crece, y el canto de las aves, /y el aura que suspira, las ramas al mecer./Ostentase
las flores que cuelgan de tu lecho /en mil y mil guirnaldas para adornar tu
sien: /y el gigantesco loto, que brota de tu lecho, /con frescos ramilletes inclinase
también./Se dobla en tus orillas, cimbrándose, el papayo, /el mango con sus
pomas de oro y de carmín; /y en los ilamos saltan, gozoso el papagayo, /el
ronco carpintero y el dulce colorín./A veces tus cristales se apartan
bulliciosos /de tus morenas ninfas, jugando en derredor: /y amante las prodigas
abrazos misteriosos /y lánguido recibes sus ósculos de amor.”
Para José de Jesús Núñez y
Domínguez en el ensayo “El mexicanismo en la poesía de Altamirano” al tratar de
los versos de “Al Atoyac” considera que cada uno de ellos es como una hamaca en
que se balancean nuestro sueños a la margen del río o nos desdoblamos con su yo
para asistir a las orgías de color de los pájaros que son aladas flores: “Y
cuando el sol se oculta detrás de los palmares, /y en tu salvaje templo
comienza a oscurecer, /del ave te saludan los últimos cantares /que lleva de
los vientos el vuelo postrimer./La noche viene tibia; se cuelga ya brillando/la
blanca luna, en medio de un cielo de zafir,/y todo allá en los bosques se
encoge y va callado, /y todo en tus riberas empieza ya a dormir.
Entonces de tu lecho de
arena, aletargado /cubriéndote las palmas con lúgubre capuz /también te vas
durmiendo, apenas alumbrado /del astro de la noche por la argentada luz.
Y así resbalas muelle; ni
turban tu reposo/ del remo de las barcas el tímido rumor, /ni el repentino
brinco del pez que huye medroso /en busca de las peñas que esquiva el pescador.
/Ni el silbo de los grillos que se alza en los esteros, /ni el ronco que a los
aires los caracoles dan, /ni el huaco
vigilante que en gritos lastimeros /inquieta entre los juncos el sueño del
caimán. /En tanto los cocuyos en polvo refulgente/ salpican los umbrosos
yerbajes del huamil, /y las oscuras
malvas del algodón naciente/que crece de las cañas de maíz, entre el carril./Y
en tanto en la cabaña, la joven que se mece/ en la ligera hamaca y en lánguido
vaivén, /arrullase cantando la zamba que entristece, /mezclando con las torvas
el suspirar también./ Más de repente, al aire resuenan los bordones /del arpa
de la costa con incitante son, /y agitanse y preludian la flor de la canciones,
/la dulce malagueña que alegra el corazón./Entonces, de los barrios la turba
placentera /en pos del arpa el bosque comienza a recorrer, /y todo en breve es
fiesta y danzas en tu ribera, /y toda amor y cantos y risas y placer./Así
transcurren breves y sin sentir las horas: /y de tus blandos sueños en medio
del sopor /escuchas a tus hijas, morenas seductoras, /que entonan a la luna,
sus cántigas de amor./Las aves en sus nidos, de dicha se estremecen, /los
floripondios se abren su esencia a derramar; /los céfiros despiertan y suspirar
parecen; /tus aguas en el álveo se sienten palpitar./¡Ay! ¿Quién, en estas
horas, en que el insomnio ardiente /aviva los recuerdos del eclipsado bien, /no
busca el blando seno de la querida ausente /para posar los labios y reclinar la
sien?/Las palmas se entrelazan, la luz en sus caricias /destierra de tu lecho
la triste oscuridad: /las flores a las auras inundan de delicias… /y solo el
alma siente su triste soledad. /Adiós, callado río: tus verdes y risueñas /orillas
no entristezcan las quejas del pesar; /que oírlas sólo deben las solitarias
peñas /que azota, con sus tumbos, embravecido el mar. /Tú queda reflejando la
luna en tus cristales, /que pasan en tus bordes tupidos a mecer /los verdes
ahuejotes y azules carrizales, /que al sueño ya rendidos volvieronse a caer. /Tú
corre blandamente bajo la fresca sombra /que el mangle con sus ramas espesas te
formó; /y duermen tus remansos en la mullida alfombra /que alegre primavera de
flores matizó.”
Dice el escritor
atoyaquense Justino Castro Mariscal que “El río Atoyac que pasa también por la
orilla del pueblo de San Jerónimo, y a quien el ilustre y preclaro literato
suriano, licenciado Ignacio M. Altamirano, le dedicara una bella composición en
verso, que a no dudarlo, es una bella descripción del río; éste se desbordaba o
se desborda en el periodo de lluvias, y sus corrientes ya próximas a lanzarse
al mar bañan una gran extensión de los terrenos pertenecientes al Zanjón”.
Atoyac significa agua que
se esparce y con razón porque los que fundaron este pueblo disfrutaron de un
maravilloso paisaje, visto desde la azul montaña. Este valle debió ser un
espejo de cristalinas aguas esparcidas en el caudal de los arroyos de El Chichalaco, el de Los Tres Brazos, El
Cohetero, Arroyo Ancho y El Japón. Las lagunas y diversas lagunetas que había
por todo el rumbo, algunas todavía pueden verse en temporada de lluvias en las
orillas de los caminos.
El caudal de los arroyos ya
es un recuerdo. En 1973, el ex presidente municipal Luis Ríos Tavera dedicó
estas líneas al río: “Desde arriba se ve un manto que se extiende al Océano
Pacífico, lo cruza el prominente río que se llama Atoyac… De afluentes tiene
innumerable arroyos que ondulan y se detienen en remansos. Crece el follaje
verde en los contornos; y de los montículos que se alzan de abajo arriba se
divisan las calles paralelas perdidas entre los árboles frutales y palmeras
centenarias. Recuestan su presencia en el bálsamo del olor purificante, ya del
ocote de la sierra”.
El río y las aguas que se
esparcen por sus arroyos han marcado la vida de los atoyaquenses, con diversas
tragedias, han propiciado la desaparición y la formación de comunidades: como
la creciente de San Miguel el 29 de septiembre de 1865, que se llevó la fábrica
“El Rondonal”, arrasó Barrio Nuevo y propició la formación de San Jerónimo de
Juárez, según el cronista de ese lugar don Luis Hernández Lluch.
El 7 de julio de 1955, un
fuerte ciclón ocasionó el desbordamiento del río y de los arroyos. Las aguas
del Arroyo Cohetero (llamado así porque en sus orillas vivía el primer cohetero
de Atoyac) se salieron de su cauce inundando varias calles y casas, entre ellas
el consultorio del doctor Antonio Palos Palma; en el cine Álvarez el agua
ascendió hasta los tres metros.
El huracán Tara, el 12 de
noviembre de 1961, pobló la colonia Buenos Aires y propició la formación de la
colonia Miranda Fonseca. Y por la inundación dejó de existir el pueblo del
Cuajilote, donde ahora quedan unas cuantas casas.
En 1967, con la presencia
del huracán Behulat, llovió alrededor de 10 días (Comenzaron los aguaceros el
17 de septiembre y dejó de llover hasta el 27 del mismo mes), eso propició que
se formaran la colonia Olímpica, con los habitantes que se salieron de La Sidra
una comunidad que desapareció con ese siniestro. En El Humo se perdieron nueve
casas.
A este caudal también debió
referirse Ignacio Manuel Altamirano en ese otro poema que se llama “El Atoyac”
(En una creciente) donde el poeta le canta al mismo río.
Nace en la sierra entre
empinados riscos /humilde manantial, lamiendo apenas /las doradas arenas, /y
acariciando el tronco de la encina / y los pies de los pinos cimbradores.
Por un tapiz de flores/desciende
y a la costa se encamina /el tributo abundante recibiendo /de cien arroyos que
en las selvas brotan.
A poco, ya rugiendo /y el
álveo estrecho a su poder sintiendo, /invade la llanura, /se abre paso del
bosque en la espesura; /y fiero ya con el raudal que baja /desde lo senos de la
nube oscura, /las colinas desgaja, /arranca las parotas seculares, /se lleva
las cabañas /como blandas y humildes espadañas, /arrasa los palmares, /arrebata
los mangles corpulentos: /Sus furores violentos /ya nada puede resistir, ni
evita; /hasta que puerta a su correr dejando /la playa… rebramando /en el seno
del mar se precipita.
¡Oh! cuál semeja tu furor
bravío /aquel furor temible y poderoso /de amor, que es como río /dulcísimo al
nacer, mas espantoso /al crecer y perderse moribundo / ¡de los pesares en el
mar profundo!
Nace de una sonrisa del
destino, /y la esperanza, arrúllale en la cuna; /crece después, y sigue aquel
camino /que la ingrata fortuna /en hacerle penoso se complace, /las desgracias
le estrechan, imposibles /le acercan por doquiera; /hasta que al fin violento,
/y tenaz, y potente se exaspera, /y atropellando valladares, corre /desatentado
y ciego, /de su ambición llevado, para hundirse /en las desdichas luego.
¡Ay, impetuoso río! /después
vendrá el estío, /y secando el caudal de tu corriente, /tan sólo dejará la
rambla ardiente /de tu lecho vacío.
Así también, la dolorosa
historia /de una pasión que trastornó la vida, /sólo deja, extinguida, /su
sepulcro de lava en la memoria.
A pesar que en una de sus
cartas Ignacio Manuel Altamirano dice que estuvo tres meses en la Costa Grande
sin hacer nada, su estancia fue muy fructífera porque nos legó estos poemas con
los cuales lo recordamos con cariño. Con eso basta para construir en torno a él
esas leyendas que se cuentan: que recorrió la sierra y le puso los nombres a
las comunidades del municipio de Atoyac y que vivió en esta ciudad en una casa
cerca del Calvario donde llegó con la familia Fierro.