sábado, 22 de junio de 2019

Así recordamos a Ignacio Manuel Altamirano II y última


Víctor Cardona Galindo
Sin duda, Ignacio Manuel Altamirano es el máximo escritor de su tiempo. Fue quien marcó la ruta de las letras nacionales afirma Jaime Labastida, quien lo coloca a la par de Alfonso Reyes y Octavio Paz. Mi maestro Fortunato Hernández Carbajal dice que en Guerrero hasta nuestro tiempo, nadie ha podido rebasarlo.
Un recuerdo del puente colgante sobre el río Atoyac.

Victoria Enríquez en el texto “Mujeres, paisajes, dolor y muerte en la poesía de Ignacio Manuel Altamirano” publicado en el libro Altamirano visto por altamiranistas, comenta que “la perfección que Ignacio Manuel Altamirano logró en el uso del lenguaje, aunada a su sensibilidad y perfección, le permitió crear una poesía cuya musicalidad y delicadeza residen no sólo en sus motivos, si no en su rima”.
Nicole Girón en el escrito titulado “El estado de Guerrero en la obra de Altamirano” señala: “Como textos descriptivos habría que mencionar el poema “Al Atoyac”, quizás el más bello de Altamirano, porque su arte de paisajista le permite transmitir el poderoso hechizo de la naturaleza tropical y el contraste entre el pausado fluir de las caudalosas aguas del río, que se insinúa entre los gigantescos árboles de sus riberas para desembocar en el mar, y el profundo retumbar de las olas marinas, que se quiebran en la franja ardiente de las playas arenosas”. Leamos el poema citado: “Abrase el sol de julio las playas arenosas /que azota con sus tumbos embravecido el mar, /y opongan en su lucha, las aguas orgullosas, /al encendido rayo, su ronco rebramar. /Tú corres blandamente bajo la fresca sombra/que el mangle con sus ramas espesas te formó:/y duermes tus remansos en la mullida alfombra/que dulce primavera de flores matizó. /Tú juegas en las grutas que forman tus riberas /de ceibas y parotas el bosque colosal: /y plácido murmuras al pie de las palmeras/que esbeltas se retratan en tu onda de cristal. /En este Edén divino, que esconde aquí la costa, /el sol ya no penetra con rayo abrasador; /su luz, cayendo tibia, los árboles no agosta, /y en tu enramada espesa, se tiñe de verdor.
Para Enrique González Martínez en su texto “Altamirano poeta” el tixtleco está contenido en tres poemas que resumen su estética personal y su finalidad lírica; “Los Naranjos”, “Las amapolas” y su composición “Al Atoyac” y en su opinión dice que este último es lo más acabado y bello que salió de la pluma del poeta: “En el poema ‘Al Atoyac’ el protagonista es el río. El poeta lo evoca en contraste con el mar que azota las playas arenosas con sus tumbos embravecidos, mientras que el río se desliza blandamente bajo la sombra fresca de los manglares, lamiendo los pies de las palmeras. El poeta no se limita a describirlo, si no que transmuta en estados del alma sus visiones, y nos da su propia emoción, depurada y ennoblecida. No necesitamos conocer el terruño contado, las palabras del poeta nos arrastran a contemplar con él su panorama espléndido y lo consigue definitivamente”. Estamos de acuerdo con él: “Aquí sólo se escuchan murmullos mil suaves, /el blando son que forman tus linfas al correr, /la planta cuando crece, y el canto de las aves, /y el aura que suspira, las ramas al mecer./Ostentase las flores que cuelgan de tu lecho /en mil y mil guirnaldas para adornar tu sien: /y el gigantesco loto, que brota de tu lecho, /con frescos ramilletes inclinase también./Se dobla en tus orillas, cimbrándose, el papayo, /el mango con sus pomas de oro y de carmín; /y en los ilamos saltan, gozoso el papagayo, /el ronco carpintero y el dulce colorín./A veces tus cristales se apartan bulliciosos /de tus morenas ninfas, jugando en derredor: /y amante las prodigas abrazos misteriosos /y lánguido recibes sus ósculos de amor.”
Para José de Jesús Núñez y Domínguez en el ensayo “El mexicanismo en la poesía de Altamirano” al tratar de los versos de “Al Atoyac” considera que cada uno de ellos es como una hamaca en que se balancean nuestro sueños a la margen del río o nos desdoblamos con su yo para asistir a las orgías de color de los pájaros que son aladas flores: “Y cuando el sol se oculta detrás de los palmares, /y en tu salvaje templo comienza a oscurecer, /del ave te saludan los últimos cantares /que lleva de los vientos el vuelo postrimer./La noche viene tibia; se cuelga ya brillando/la blanca luna, en medio de un cielo de zafir,/y todo allá en los bosques se encoge y va callado, /y todo en tus riberas empieza ya a dormir.
Entonces de tu lecho de arena, aletargado /cubriéndote las palmas con lúgubre capuz /también te vas durmiendo, apenas alumbrado /del astro de la noche por la argentada luz.
Y así resbalas muelle; ni turban tu reposo/ del remo de las barcas el tímido rumor, /ni el repentino brinco del pez que huye medroso /en busca de las peñas que esquiva el pescador. /Ni el silbo de los grillos que se alza en los esteros, /ni el ronco que a los aires los caracoles dan, /ni el huaco vigilante que en gritos lastimeros /inquieta entre los juncos el sueño del caimán. /En tanto los cocuyos en polvo refulgente/ salpican los umbrosos yerbajes del huamil, /y las oscuras malvas del algodón naciente/que crece de las cañas de maíz, entre el carril./Y en tanto en la cabaña, la joven que se mece/ en la ligera hamaca y en lánguido vaivén, /arrullase cantando la zamba que entristece, /mezclando con las torvas el suspirar también./ Más de repente, al aire resuenan los bordones /del arpa de la costa con incitante son, /y agitanse y preludian la flor de la canciones, /la dulce malagueña que alegra el corazón./Entonces, de los barrios la turba placentera /en pos del arpa el bosque comienza a recorrer, /y todo en breve es fiesta y danzas en tu ribera, /y toda amor y cantos y risas y placer./Así transcurren breves y sin sentir las horas: /y de tus blandos sueños en medio del sopor /escuchas a tus hijas, morenas seductoras, /que entonan a la luna, sus cántigas de amor./Las aves en sus nidos, de dicha se estremecen, /los floripondios se abren su esencia a derramar; /los céfiros despiertan y suspirar parecen; /tus aguas en el álveo se sienten palpitar./¡Ay! ¿Quién, en estas horas, en que el insomnio ardiente /aviva los recuerdos del eclipsado bien, /no busca el blando seno de la querida ausente /para posar los labios y reclinar la sien?/Las palmas se entrelazan, la luz en sus caricias /destierra de tu lecho la triste oscuridad: /las flores a las auras inundan de delicias… /y solo el alma siente su triste soledad. /Adiós, callado río: tus verdes y risueñas /orillas no entristezcan las quejas del pesar; /que oírlas sólo deben las solitarias peñas /que azota, con sus tumbos, embravecido el mar. /Tú queda reflejando la luna en tus cristales, /que pasan en tus bordes tupidos a mecer /los verdes ahuejotes y azules carrizales, /que al sueño ya rendidos volvieronse a caer. /Tú corre blandamente bajo la fresca sombra /que el mangle con sus ramas espesas te formó; /y duermen tus remansos en la mullida alfombra /que alegre primavera de flores matizó.”
Dice el escritor atoyaquense Justino Castro Mariscal que “El río Atoyac que pasa también por la orilla del pueblo de San Jerónimo, y a quien el ilustre y preclaro literato suriano, licenciado Ignacio M. Altamirano, le dedicara una bella composición en verso, que a no dudarlo, es una bella descripción del río; éste se desbordaba o se desborda en el periodo de lluvias, y sus corrientes ya próximas a lanzarse al mar bañan una gran extensión de los terrenos pertenecientes al Zanjón”.
Atoyac significa agua que se esparce y con razón porque los que fundaron este pueblo disfrutaron de un maravilloso paisaje, visto desde la azul montaña. Este valle debió ser un espejo de cristalinas aguas esparcidas en el caudal de los arroyos de El Chichalaco, el de Los Tres Brazos, El Cohetero, Arroyo Ancho y El Japón. Las lagunas y diversas lagunetas que había por todo el rumbo, algunas todavía pueden verse en temporada de lluvias en las orillas de los caminos.
El caudal de los arroyos ya es un recuerdo. En 1973, el ex presidente municipal Luis Ríos Tavera dedicó estas líneas al río: “Desde arriba se ve un manto que se extiende al Océano Pacífico, lo cruza el prominente río que se llama Atoyac… De afluentes tiene innumerable arroyos que ondulan y se detienen en remansos. Crece el follaje verde en los contornos; y de los montículos que se alzan de abajo arriba se divisan las calles paralelas perdidas entre los árboles frutales y palmeras centenarias. Recuestan su presencia en el bálsamo del olor purificante, ya del ocote de la sierra”.
El río y las aguas que se esparcen por sus arroyos han marcado la vida de los atoyaquenses, con diversas tragedias, han propiciado la desaparición y la formación de comunidades: como la creciente de San Miguel el 29 de septiembre de 1865, que se llevó la fábrica “El Rondonal”, arrasó Barrio Nuevo y propició la formación de San Jerónimo de Juárez, según el cronista de ese lugar don Luis Hernández Lluch.
El 7 de julio de 1955, un fuerte ciclón ocasionó el desbordamiento del río y de los arroyos. Las aguas del Arroyo Cohetero (llamado así porque en sus orillas vivía el primer cohetero de Atoyac) se salieron de su cauce inundando varias calles y casas, entre ellas el consultorio del doctor Antonio Palos Palma; en el cine Álvarez el agua ascendió hasta los tres metros.
El huracán Tara, el 12 de noviembre de 1961, pobló la colonia Buenos Aires y propició la formación de la colonia Miranda Fonseca. Y por la inundación dejó de existir el pueblo del Cuajilote, donde ahora quedan unas cuantas casas.
En 1967, con la presencia del huracán Behulat, llovió alrededor de 10 días (Comenzaron los aguaceros el 17 de septiembre y dejó de llover hasta el 27 del mismo mes), eso propició que se formaran la colonia Olímpica, con los habitantes que se salieron de La Sidra una comunidad que desapareció con ese siniestro. En El Humo se perdieron nueve casas.
A este caudal también debió referirse Ignacio Manuel Altamirano en ese otro poema que se llama “El Atoyac” (En una creciente) donde el poeta le canta al mismo río.
Nace en la sierra entre empinados riscos /humilde manantial, lamiendo apenas /las doradas arenas, /y acariciando el tronco de la encina / y los pies de los pinos cimbradores.
Por un tapiz de flores/desciende y a la costa se encamina /el tributo abundante recibiendo /de cien arroyos que en las selvas brotan.
A poco, ya rugiendo /y el álveo estrecho a su poder sintiendo, /invade la llanura, /se abre paso del bosque en la espesura; /y fiero ya con el raudal que baja /desde lo senos de la nube oscura, /las colinas desgaja, /arranca las parotas seculares, /se lleva las cabañas /como blandas y humildes espadañas, /arrasa los palmares, /arrebata los mangles corpulentos: /Sus furores violentos /ya nada puede resistir, ni evita; /hasta que puerta a su correr dejando /la playa… rebramando /en el seno del mar se precipita.
¡Oh! cuál semeja tu furor bravío /aquel furor temible y poderoso /de amor, que es como río /dulcísimo al nacer, mas espantoso /al crecer y perderse moribundo / ¡de los pesares en el mar profundo!
Nace de una sonrisa del destino, /y la esperanza, arrúllale en la cuna; /crece después, y sigue aquel camino /que la ingrata fortuna /en hacerle penoso se complace, /las desgracias le estrechan, imposibles /le acercan por doquiera; /hasta que al fin violento, /y tenaz, y potente se exaspera, /y atropellando valladares, corre /desatentado y ciego, /de su ambición llevado, para hundirse /en las desdichas luego.
¡Ay, impetuoso río! /después vendrá el estío, /y secando el caudal de tu corriente, /tan sólo dejará la rambla ardiente /de tu lecho vacío.
Así también, la dolorosa historia /de una pasión que trastornó la vida, /sólo deja, extinguida, /su sepulcro de lava en la memoria.
A pesar que en una de sus cartas Ignacio Manuel Altamirano dice que estuvo tres meses en la Costa Grande sin hacer nada, su estancia fue muy fructífera porque nos legó estos poemas con los cuales lo recordamos con cariño. Con eso basta para construir en torno a él esas leyendas que se cuentan: que recorrió la sierra y le puso los nombres a las comunidades del municipio de Atoyac y que vivió en esta ciudad en una casa cerca del Calvario donde llegó con la familia Fierro.


sábado, 15 de junio de 2019

Así recordamos a Ignacio Manuel Altamirano I


Víctor Cardona Galindo
Ignacio Manuel Altamirano es omnipresente. Da nombre tanto a un callejón, a una modesta calle o una populosa avenida, igual que a un jardín de niños, a escuelas primarias, secundarias y al primer módulo de un instituto de educación superior que se instaló en Atoyac. En la Unidad Académica “Preparatoria número 22” cada año el 31 de octubre se levanta una ofrenda en su honor y para conmemorar el 120 aniversario de su fallecimiento, recordamos ahora al ilustre tixtleco que nació el 13 de noviembre de 1834 y murió en San Remo Italia el 13 de febrero de 1893, a los 59 años de edad.
Parado, a la izquierda, con una cámara en la mano
el profesor Rómulo Alvarado.
Esta es una foto del álbum de Eloisa Alvarado Pano.

Aquí en Atoyac, el Círculo Cultural “Ignacio Manuel Altamirano” se fundó el 15 mayo de 1957 a propuesta del poeta Manuel S. Leyva Martínez, mismo que presidió el mejor cronista que hemos tenido Wilfrido Fierro Armenta y del cual formó parte el periodista Rosendo Serna Ramírez. Este club hizo época, promovió la lectura y concursos de poesía, sus miembros destacaron los llamados juegos florales de ese tiempo.
Sin duda, leer a Ignacio Manuel Altamirano es apasionante. Corría el año 1987,  cuando este cronista cursaba el primer año de preparatoria, el mejor maestro que he tenido, Fortunato Hernández Carbajal me dio a leer Clemencia, la primera novela de mi vida. Creo que la intención que tenía mi mentor era formarme en los más altos principios liberales y quería arraigar en mí el amor por mi nación, pero sobre todo iniciarme en el placer de la lectura. Resultó, porque desde entonces he leído además: El Zarco, Navidad en las montañas, Julia y Atenea, donde no he dejado de identificarme con sus nobles, valientes y sufridos personajes como Fernando Valle, Nicolás, Pablo y Julián. Pero sobre todo con los ideales que tenía nuestro escritor. La lectura del libro Paisajes y Leyendas. Tradiciones y Costumbres de México de editorial Porrúa 1974, sea quizá el texto que me inspiró a ser cronista de mi pueblo, oficio que ahora ejerzo con mucha entrega.
Regulo Fierro Adame uno de los cronistas de mi municipio dice que Altamirano fue quien bautizó a nuestras comunidades porque estaba obsesionado con el número tres: por eso existen La Gloria,  El Paraíso y El Edén en la parte alta de la sierra, y muchas más que para Regulo Fierro fueron los campamentos donde se encontraban acantonadas las fuerzas del general Juan Álvarez y que fueron visitados por el autor de Clemencia.
Pero no solamente esa hipótesis existe para recordar al ilustre sabio tixtleco. En Atoyac estamos orgullosos porque Ignacio Manuel Altamirano le dedicó dos poemas a nuestro río: “El Atoyac. En una creciente” y  “Al Atoyac”, ambos fechados en 1864. Este último poema lo incluí en el libro Agua Desbocada. Antología de escritos atoyaquenses (2007) y ahora compañeros comunicólogos lo están musicalizando para crear conciencia en contra de la contaminación del río.
Según Wilfrido Fierro el Río Atoyac, que mereciera la composición poética del héroe de la Reforma Ignacio Manuel  Altamirano, nace en su ramal izquierdo más arriba de El Paraíso, corriendo del Noroeste al Sureste hasta medio curso, es formado por los arroyos: Los Piloncillos, Puente del Rey, Las Palmas y Los Valles, que al unirse le dan el nombre de Río Grande, siguiendo con dirección al sur, partiendo por mitad el municipio hasta desembocar en el Océano Pacífico, formando antes de desaguar su cristalino liquido, los esteros conocidos por Maguan y Alfaque.
La primera vez que leí el poema “Al Atoyac” fue en el libro de Francisco Galeana Nogueda Conflicto sentimental, memorias de un bachiller en humanidades que se publicó en 1994 donde dice que este poema se refiere a nuestro río, en otro tiempo, caudaloso.
Ese río de zarcetas, pichiches, patos buzos y de martines pescadores, donde las garzas en las orillas levantan el vuelo y libélulas de varios colores surcan explorando la corriente, y se sientan en el lirio o en las plantas acuáticas que se asoman a respirar. Ese río en que Kopani Rojas vio las garzas camaronear. Al que Agustín Ramírez le dedica una estrofa en su canción “Al pie de una Azul Montaña”. Entre playas y barrancos/cual plateada serpentina/un río de agua cristalina/va acariciando sus flancos.
Y Héctor Cárdenas le da un lugar en su trova “Atoyac”: En Atoyac, hay un río caudaloso/corre hacia el mar, con su canto presuroso/se oyen gritar, los pericos en parvadas/bajo el jazmín, que al crecer formó enramadas.
Nuestro escritor ticuiseño Salvador Téllez Farías en su novela Agustina se refiere al río Atoyac como un padre amoroso que todo lo baña y da vida, “río claro de aguas dulces y coquetas, que llevan los secretos de los enamorados, cuyos cuerpos temblorosos se juntan por primera vez para confundirse en un beso que es promesa, grito de almas apasionadas; río que canta, que da vida, inspiración de noches de plenilunio haciendo eco al trovador José Agustín Ramírez, sus versos líricos de amor, vida y esperanza”.
De ese río caudaloso sólo quedan los recuerdos de los viejos que vivieron su mejor época de oro, cuando las balsas trasportaban a los carros cargados de algodón; al respecto Carlos R. Téllez asentó: “Oíamos como aquél platicaba de los robalos y truchas que sacaban, algunos de tamaños y pesos que asombrarían en estos tiempos, hasta el más incrédulo que se haya puesto a pescar en las márgenes de nuestro río. Uno de ellos le echó la culpa al Tara, ‘él fue el que se llevó todo’; el otro a la construcción de la presa y todos los cohetes que tiraron para su edificación”.
Del poema “Al Atoyac” alguien argumentó que era una composición dedicada al Río Balsas que en sus orígenes se llama Río Atoyac, pero fue el mismo Altamirano quien se encargó de reafirmarnos que el poema sí está dedicado a nuestro río. Todos los elementos que menciona esa pieza literaria ahí están: el río, el mangle, los ilamos y el ahuejote, el paisaje natural que sigue presente en nuestra tierra. Al principio en la versión que yo tenía del poema se hablaba de ahuehuete, chequé otras versiones y dicen ahuejote. Hoy corrijo eso.
¿Pero que hacía Ignacio Manuel Altamirano en la Costa Grande? Nicole Girón en su texto “El estado de Guerrero en la obra de Altamirano” dice que “Durante algunos meses de 1864, Altamirano parece haber morado en Galeana, donde ejercía la abogacía”. Por eso hay muchas posibilidades de que Ignacio Manuel Altamirano haya frecuentado en ese lapso los pueblos de Barrio Nuevo y San José, lo que ahora es San Jerónimo de Juárez.
En la carta enviada a su paisano el doctor Parra el 7 de junio de 1864, después de narrar como don Diego Álvarez, durante la intervención francesa, quería sacar a don Juan y a toda su familia en una goleta atracada en el puerto de Papanoa hacía Nueva Granada, dice: “Aborrecido, pues, del señor Álvarez y sin empleo de ninguna clase, me decidí ir a la Costa Grande, donde permanecí tres meses sin hacer nada”.
También está la carta fechada en Galeana el 18 de octubre de 1864 que nos comprueba su paso por Tecpan de Galeana. Además, de que en sus cartas de 1864 a 1866 menciona muchos apellidos de la Costa: Ramos, Torreblanca y Pinzón. Hay testimonio de su amistad con el señor Rafael Bello dueño, en ese tiempo, de la fábrica de Hilados y Tejidos “El Rondonal” y con el general Eutimio Pinzón, quien “seguramente es nuestro primer soldado del Sur” dice en una epístola a Benito Juárez datada en Acapulco el 31 de mayo de 1865.
En la carta inscrita en La Providencia el 12 de marzo de 1866 manifiesta su sentimiento de no concurrir a la única acción de armas que se da en esa época en la región, que fue en la ciudad de Chilapa “por haber estado a la sazón en la Costa Grande e imposibilitado de salvar la larga distancia que me separaba del lugar de la guerra rápidamente como hubiera sido necesario”.
En sus diarios se puede encontrar como se movía de Tecpan a Atoyac, de Atoyac a Zacatula, de Tixtlancingo a Coyuca, Ejido, Acapulco, Texca y Pueblo Viejo “tristísimo paraje con unas cuantas casuchas. Es una hacienda de algodones y maíces. Allí hay un campamento con generales Solís, Angón y Besugo”.  En su carnet de mediados de 1864 queda consignado como recorría sin cesar leguas de caminos y veredas de la Costa Grande, menciona Atoyac, Barrio Nuevo y El Humo. Deja claro que estuvo en Atoyac el 8 de julio de 1864. “Por fin me arranque de Tecpan a Atoyac”
Fue en esta estancia en la Costa Grande cuando escribió los poemas “Flor del Alba”, “La caída de la  tarde” (a orillas del Tecpan), “Al Atoyac”, fechado el 2 de julio de 1864 y “A orillas del mar”, en Tecpan de Galeana.
La visita de Ignacio Manuel Altamirano a nuestra tierra coincidió con el año de la fundación del municipio de Atoyac. Al año siguiente que Altamirano estuvo en estas tierras el 26 de septiembre de 1865 se dio la mayor avenida que se tenga memoria de El Río Atoyac, se le llamo “La creciente de San Miguel”. El río cortó de cuajo la factoría que don Rafael Bello tenía en “El Rondonal” en las inmediaciones de la colonia Mariscal.
El tomo VI de las Obras Completas de Ignacio Manuel Altamirano editado por la SEP en 1987, está dedicado a su poesía. De la página 31 a la 33 se reproduce un texto suyo donde habla de los barrios “que son pequeñas aldeas hundidas verdaderamente en un océano de vegetación, se levantan  al despertar la aurora, salen de sus cabañas y se dirigen al río, a traer el agua que necesitan para el uso de la familia”.
Dice que: “Es en extremo pintoresco el aspecto de los barrios con sus cabañas de hojas de palmeras, escondidas en un bosque de parotas, de mangles, de caobas y de cocoteros, y rodeadas por todas partes de altísimas y espesas yerbas. En los techos cónicos de estas cabañas se enredan millares de trepadoras, ostentando allí sus gigantescas flores azules, rojas y blancas”.
“Apenas hay un barrio de estos que no tenga cerca un río, y precisamente para aprovechar sus aguas se han situado casi todos en las márgenes de los que descendiendo de la sierra, corren por el planío de la costa a desembocar al mar. El Atoyac sólo, tiene en sus orillas cerca de veinte”.
En el prólogo de ese libro al hablar de los poemas descriptivos Salvador Reyes Nevares se refiere a cuatro poemas “Flor del alba”, “La salida del sol”, “Los naranjos” y “Las amapolas, “en los que el poeta pinta cuadro de paisaje y las costumbres de la costa guerrerense, y lo hace con notorio cariño”.
“Descuella el conocimiento que tenía el maestro de la flora y la fauna de su tierra, del cual da pruebas al hacer enumeraciones, largas y detalladas, de plantas y de animales, sobre todo de aves, con pinceladas breves y eficaces que las pintan y no sólo las nombran”.
En este grupo de poemas están presentes elementos que identifican a nuestra región, su flora y fauna. En “La salida del sol” se lee “Las amarillas retamas/ visten las colinas, donde/ se ocultan pardas y alegres/ las chozas de los pastores”.
Y en los versos de “Flor del alba” escrito en 1864 dicen: “Los alciones en bandadas/ rasgando los aires van, / y el madrugador comienza/ las aves a despertar: / aquí salta en las caobas/ el pomposo cardenal, / y alegres los guacamayos/ aparecen más allá”.
“El aní canta en los mangles, / en el ébano el turpial, / El centzontli entre las ceibas, / la alondra en el arrayán, / en los maizales el tordo/ y el mirlo en el arrozal”.
En “Los naranjos”: “Del mamey el duro tronco/picotea el carpintero, / y en el frondoso manguero/canta su amor el turpial; /y buscan miel las abejas/en las piñas olorosas, /y pueblas mariposas/el florido cafetal”.
Un verso de Las amapolas: “Los arrayanes se inclinan, /y en el sombrío manglar/las tórtolas fatigadas/han enmudecido ya; /ni la más ligera brisa/vienen en el bosque a jugar”.
A ese grupo de poemas que llaman descriptivos pertenece “Al Atoyac”  escrito el 2 de julio de 1864, un poema de 24 versos en el que describe las diferentes estampas que vive el río a lo largo del día: la mañana, al medio día, la tarde y la noche. Después de leerlo queda en la mente esa imagen del sol de julio en las playas arenosas azotadas por los tumbos del mar embravecido. El río escurriendo por las grutas de ceibas y parotas, donde no penetra el sol abrazador. Por las enredaderas con flores de mil colores, la luz cae tibia en los remansos y los murmullos de las corrientes alternan con el canto de las aves.





domingo, 9 de junio de 2019

La fábrica de hilados y tejidos “Progreso del Sur Ticuí” III y última


Víctor Cardona Galindo
Cuando había creciente del río, las aguas del canal subían y en la reja que estaba a la entrada de la turbina quedaban atrapados muchos camarones y distintas especies de peces. Los obreros del turno de la noche llenaban hasta tres cubetas de langostinos, aloncillos, charritos, gueveninas, truchas, cuatetes y hasta robalos. Ahora de esa turbina que sirve de nido a miles de murciélagos sólo quedan atrapados en el fondo de un foso los fierros viejos que los saqueadores no pudieron llevarse a pesar de que usaron poleas.
Bartolomé Martínez Radilla, Guillermo Ortega
y Prisciliano Valle.

Los viejos recuerdan los mejores años de la fábrica, cuando se instaló un consultorio médico gratuito; el primero en su género de la región. Había un médico pasante que daba atención a obreros y a gente de El Ticuí. La fábrica otorgó becas para que los jóvenes estudiaran para ingenieros y técnicos textiles en las ciudades de México y Puebla. Con esas becas estudiaron: Antonio Galeana Pano, Adolfo Carreto Bello, Efrén y Refugio Ríos,  quienes egresaron de la Escuela Superior de Ingeniería Textil del Instituto Politécnico Nacional. Antonio Galeana (“Toñito”) se especializó en diseño textil y trabajó en importantes empresas como gerente de diseño de telas para tapicería. De los demás hablaremos más adelante.
El Ticuí presume haber tenido la primera escuela federal de la región, la primaria “Valentín Gómez Farías” en donde estudiaron muchos personajes destacados del municipio y recuerda aquella cruzada de alfabetización que sacó de la oscuridad a muchos obreros y campesinos. Pero de pronto esos tiempos de prosperidad se vinieron abajo cuando el gerente Enedino Ríos Radilla murió en un trágico accidente aéreo el 15 de diciembre de 1951, junto al industrial Elías Hanan y el profesor Rómulo Alvarado.
Con la muerte del líder la empresa fue puesta en manos de su hijo Efrén Ríos quien la administró de 1952 a 1956, pero por falta de experiencia la dejó caer. Las actividades tuvieron que suspenderse porque no se contaba con contratos para la producción y acabó por traspasarla al español Antonio Esparza en 1956. Dicho empresario consiguió algodón y contratos para la producción en los años de 1956 a 1958. Ya para entonces los obreros se dividieron en dos grupos: los esparcistas y los que estaban en contra, por eso muchos dicen que este español explotó a los obreros de manera injusta y violó sus derechos como trabajadores, realizó los contratos sin tomar en cuenta a los agremiados por medio de sobornos a los integrantes del Consejo Consultivo y otros dicen que era un visionario que estaba remodelando la fábrica y comenzaba a diversificar las actividades de la industria entrando a la comercialización de copra y café que era la moda en ese momento.
Por cierto, el 22 de enero de 1956 a las cinco y media de la tarde hubo un incendio en las instalaciones textiles, las alarmas sonaron  y con el apoyo de la población lograron sofocar el siniestro.
En 1958, los obreros se organizaron y lograron independizarse del español. Continuaron trabajando bajo la dirección del gerente José Valdés. Nulificaron el contrato que existía ante la Secretaría de Industria y Comercio; hicieron un nuevo contrato con la compañía “Costal-Mex” SA, el 6 de mayo de 1960 con lo que recuperaron sus derechos como obreros y la comunidad siguió siendo una de las más importantes de la región. El Ticuí era considerado un lugar próspero, era notable la llegada de muchas personas otras latitudes en busca de trabajo, destacaban los poblanos, muchos de ellos se quedaron a vivir definitivamente en El Ticuí.
Armando Fierro Gallardo entrevistó a don Cruz Valle, quien fue obrero y el último presidente de la cooperativa, él le explicó cómo funcionaba la fábrica:
El algodón era llevado a una máquina despepitadora donde se separaba la semilla; después pasaba a otra llamada batiente que a través de un ventilador lo despicaba, se batía todo de manera que iba saliendo y se enrollaba en un rodillo. Posteriormente pasaba a las cardas, una máquina que afinaba el algodón hasta convertirlo en hilo grueso que luego era llevado a los manuales, un aparato de rodillos donde el hilo grueso era adelgazado, después era dirigido a los veloces gruesos cuya función era afinar más el hilo, de aquí entraba a otra máquina que se llamaba veloces finos, también integrada por rodillos en los cuales se enrollaba el hilo y continuaba su procesamiento de adelgazamiento que lo conducía a los trociles donde el hilo terminaba su proceso y estaba listo para dar paso a la fabricación de la tela.
Al salir de los trociles el hilo se enrollaba en unos objetos de madera llamados canillas, después pasaba al carretero donde era enrollada en un cono para después ser trasladado a otra maquinaria de nombre hurdidor, aquí pasaban los conos y se enrollaban en un solo carrete, para ser trasladados al engomador que tenía forma de un cajón de metal donde se ponía a hervir el almidón, por el cual pasaba el hilo para empaparse del líquido que le daba consistencia; al ir pasando por la secadora, que era como un tanque de cobre que contenía vapor, el hilo se secaba instantáneamente, para posteriormente irse enrollando en unos carretes. De aquí al repaso, con mallas agujeradas que servían para dividir el hilo y distribuirlo en los telares, encargados de tejer para producir la manta.
Al ir saliendo la tela se enrollaba en otros rodillos para ser cortados en rollos de 100 metros. Después era llevada a una prensa hidráulica que formaba pacas de 500 metros y así se trasladaba al almacén para posteriormente salir en camiones a la ciudad de México y a Puebla, donde se pintaba de diferentes colores y finalmente se distribuía para su comercialización.
Durante 1961 y 1962 el presidente de la Cooperativa fue Antonio Galeana Hernández y el gerente, José Valdés. Había 277 obreros de los cuales 196 eran cooperativistas y el resto asalariados. Tenía la producción de 45 mil metros de tela harinera que se maquilaba para la firma Costalmex, SA. El contrato logrado con muchos esfuerzos permitió a la Sociedad Cooperativa mover semanalmente 80 mil pesos para el pago de sueldos.
El 23 de febrero de 1963 Pedro Bello fue electo presidente del Consejo de Administración de la cooperativa “David Flores Reynada”, contendió contra Celestino Juárez que se inconformó generándose un conflicto interno que paralizó las labores de ese centro de producción tanto que el Presidente Municipal Luis Ríos Tavera tuvo que intervenir para unificar a los trabajadores, sin embargo poco pudo hacerse.
Luego pasó a ser presidente de la cooperativa Juan Pino y para 1964, Celestino Juárez. A partir de ese año la fábrica comenzó a decaer, ya se tenían pocos obreros.
El 28 de octubre de 1963, la Fábrica de Hilados y Tejidos “Progreso del Sur Ticuí” dejó de trabajar temporalmente debido a un fuerte adeudo fiscal de más de 90 mil pesos, que tuvo con la Oficina Federal de Hacienda. El ingeniero Adolfo Bello Carreto, quien en compañía del industrial José Elías Hanan (hijo) se hicieron cargo de la fábrica e intentaron una restructuración de la maquinaria y, el 11 de marzo de 1966 nuevamente la factoría abrió sus puertas, empezando así otra etapa con el funcionamiento de nueva tecnología.
Fue el 2 de junio de 1965 cuando la fábrica de El Ticuí dejó de abastecer de energía eléctrica a la cabecera municipal para dar paso a la red que tendió por primera vez la Comisión Federal de Electricidad.
De 1965 a 1966, la presidencia de la cooperativa estuvo a cargo de Cruz Valle. Fue en el año de 1966, cuando los trabajos de la fábrica quedaron suspendidos definitivamente y la destrucción inició los  estragos de la obra industrial más grande que haya tenido la región. La sociedad cooperativa denominada “David Flores Reynada S. C. L” se encuentra registrada en la Secretaría de Industria y Comercio con el número 2468.
En los años posteriores, el asoleadero de la fábrica fue utilizado para secar coco y café, luego en  los setentas se hacían grandes bailes populares; ahí debutaron “Los Tigros” que más tarde se darían a conocer como “Los Brillantes de la Costa Grande”.
Muchos obreros viven y recuerdan el proceso de destrucción. Dice don Celestino Fierro Olea que: “La quiebra fue porque principalmente la materia prima se puso cara, traían el algodón desde Monterey, porque el de la Costa Chica no abastecía. Se estaban robando el fierro y lo vendían a los acaparadores de café. En Atoyac muchas poleas de la fábrica se utilizaron para hacer piladoras. Hasta las ventanas se estaban robando, por eso se decidió vender la maquinaria como fierro viejo para ayuda de los obreros, de la venta donaron 100 mil pesos a la secundaria que lleva el nombre de ‘Enedino Ríos Radilla’ ubicada en esta localidad. A cada socio le dieron 500 pesos. Ese fue el finiquito. Y Todavía muchos vendedores de Fierro viejo van a ver que encuentran”.
José García Salinas dice que “la quiebra de la fábrica se debió en parte a los daños que produjo el huracán Tara que hundió toda la presa del río y el agua ya no entró con fuerza al canal. No había agua suficiente para mover la turbina y la fábrica no trabajaba al 100 por ciento. Otra es que se fueron acabando las refacciones y se fueron desmantelando unos aparatos para reparar otros, de los 150 telares con los que contó la fábrica, en los años setentas, ya había ochenta nada más. La maquinaria era obsoleta, un tejedor se pasaba todo el día metiendo el hilo cuando se reventaba y el algodón lo traían de Coahuila”.
Bartolomé Martínez Radilla atribuye el debacle de la fábrica a la división de los obreros, a la corrupción de los líderes, a los malos administradores y el saqueo del que fue objeto esta factoría por propios y extraños. Porque muchos se quedaron hasta con los terrenos que eran de la factoría se apropiaron de ellos sin ninguna resistencia y vendieron los mejores fierros sin ningún control.
Don José Solís dice que el último consejo de administración de fábrica comenzó vendiendo los escritorios, las máquinas de escribir, las básculas y luego vendieron la maquinaria como fierro viejo “se la llevaban de noche a México en tráiler, a los socios les dieron una migaja, 100 pesos por certificado y los líderes se repartieron con la cuchara grande”. Don José recuerda que él cambió sus dos certificados que los acreditaban como cooperativista por dos millares de tejas. Eso fue lo que alcanzó en el tiempo de Efrén Ríos.
Al final tampoco se rendía cuentas de cuanto se cobraba por energía eléctrica en la ciudad de Atoyac, había tantos líderes que no se ponían de acuerdo, aunque se hicieron intentos de producir su propio algodón y durante algún tiempo se sembró en las tierras que luego fueron de Gumersindo Suástegui, pero no era de la calidad que se necesitaba para la producción de manta. El año de 1971 fue el último año que trabajó la fábrica, paró por falta de contratos y de materia prima. Se sumó a esto los actos de corrupción de los líderes que manipulaban el dinero de la cooperativa a su antojo y desaparecieron de la noche a la mañana la tienda de los obreros. Algunos líderes hasta pusieron una tienda en Acapulco que les dejó muchas ganancias y se cimentaron algunas fortunas. Otros se fueron a vivir a esa ciudad donde construyeron casas con los recursos que les redituó desmantelar la fábrica.
Se llevaron toda la maquinaria en camiones rumbo al puerto de Acapulco donde se pesaba, pero nunca quedó claro ni se informó con detalle del peso y el costo real de los fierros que fueron vendidos como desecho.
Ante este panorama se concluye que fueron los opositores a Esparza los que trajeron a Hanan, les hicieron creer a los obreros que iban a modernizar la fábrica y comenzaron con demoler la maquinaria más antigua, se llevaron los mejores fierros y todo el acero, en su lugar trajeron maquinaria moderna pero muy endeble. Cuando Celestino Juárez fue presidente de la cooperativa, todos apoyaron la venta de fierro, pero los más beneficiados fueron los líderes.
Cuando yo era niño mi padre cantaba un corrido del cual únicamente me acuerdo de un verso: “El señor Concho Villalobos/ grito un día que andaba borracho/ mueran todos los fierreros/ y vivan todos los guachos”. Hermilo Hernández (“Hermilo El Diablo”) compuso también un corrido donde menciona el desvalijamiento de la fábrica. Pero ese será tema de otra página de Atoyac.

sábado, 8 de junio de 2019

Fábrica de Hilados y Tejidos “Progreso del Sur Ticuí” II


Víctor Cardona Galindo
En 1904, con el objetivo de facilitar el tránsito entre Atoyac y la nueva fábrica de El Ticuí durante la temporada de secas se construyó en el río un puente provisional de madera, cuya mejora fue llevada a cabo por los empresarios de la citada fábrica con el apoyo del Ayuntamiento y la ayuda del trabajo personal de los vecinos, publicaba El Periódico Oficial del estado de Guerrero el miércoles 10 de diciembre de ese año.
Las ruinas de la fábrica de El Ticuí.

Durante el periodo de lluvias los pangueros no se daban abasto para pasar a los  trabajadores que iban de Atoyac y a la gente del Ticuí que necesitaba atravesar el río. Uno de los pangueros que se recuerdan es Antonio Solís Laurel. Otros que en 1964 tenían pangos eran Luis Galeana Hernández, Antonio Ávila y Victorio Garibo.
La  tarea de construir un puente de madera se desarrollaría todos los años hasta 1991. El comisario organizaba a los habitantes de El Ticuí, se cortaban troncos, varas y lianas para hacer chundes que se llenaban con piedras y se les colocaban encima troncos de palmas, luego les ponían tablitas encima y así pasaba la gente. No se podía pasar corriendo, si alguien lo hacía tenía el riesgo de rebotar e ir a dar al agua o romperse un hueso al caer sobre las piedras.
A finales de los años cincuenta construyeron en el río dos grandes muros, uno de cada lado donde amarraron gruesos cables de acero que sostenían las balsas que cruzaban el río, en tiempo de lluvias, llevando de ida camiones cargados de algodón y de regreso grandes estibas de manta. La plataforma era de madera y era empujada con palancas por un grupo de balseros.
Fue el 20 de agosto de 1904 cuando la fábrica quedó instalada y se probó el 16 de noviembre de 1904, dando buenos resultados, por lo que se empezó a trabajar regularmente el 1 de enero de 1905. Fue entonces cuando se inició la producción de telas como la Indiana y Manta. Aquí llegó a producirse una tela muy famosa conocida como Indio Atoyac. Según las investigaciones de doña Juventina Galeana se produjeron: indiana, manta, fioco, driles y sedas. Y en la década de 1905 a 1915 se fabricaron telas superiores a las europeas. Había un equipo de ingenieros textiles de origen catalán y francés. Las jornadas de trabajo eran de 14 horas diarias. Había turnos diurnos y nocturnos y los salarios eran de 6 a 12 centavos. Ésta fue una de las factorías que tuvo su impulso en la decadencia del porfiriato. Por lo que se trabajó en ella con tranquilidad algunos años, pero la región comenzó a convulsionarse por la Revolución Mexicana, tanto que el día 28 de abril de 1911 esta factoría recibió los embates de los revolucionarios maderistas que buscaban de alguna manera vengar los agravios que los españoles cometían contra la población trabajadora, por este ataque la factoría suspendió temporalmente sus trabajos, para posteriormente reanudar sus labores sin tropiezos hasta 1928.
Como recuerdo de aquellas revueltas el chacuaco luce un cañonazo que le dieron durante un combate. Es como una gran cicatriz que se suma a los surcos profundos dejados por los rayos que lo enfrentan cada año. Las cuarteaduras se ven desde lejos.
En el levantamiento mariscalista de 1918 y durante la rebelión Delahuertista la fábrica y sus alrededores fueron testigos de los enfrentamientos que se dieron, el más sangriento fue el 23 de diciembre de 1923 a las 10 de la mañana cuando fuerzas agraristas al mando de Pilar Hernández  atacaron esa industria de donde sustrajeron armas, parque y ropa. Además ajusticiaron a varios españoles, entre ellos al señor Federico Hormachea. Durante la rebelión vidalista el guerrillero Gabino Navarrete Juárez se hizo famoso por el asedio permanente que hacía a la tropa federal acuartelada en esas instalaciones fabriles.
En el salón de escarmenado, a un lado de donde estaba la despepitadora, colindando con lo que ahora es El Centro de Salud, está sepultado el coronel Jesús Merino Bejarano de la tropa federal que vino a combatir al general Amadeo Vidales. Merino perdió la vida el 5 de febrero de 1927 en un combate en Atoyac y fue sepultado en El Ticuí. Dicen que este oficial se convirtió en el fantasma de la fábrica. Algunos obreros que trabajaron en el turno de la noche aseguraban haberlo visto pasar. Su espectro beige recorría los telares, el batiente y todas las áreas de trabajo.
Por la mañana la gente se despertaba al triple sonido de la caldera a las cuatro y media de la mañana, faltando cuarto para las cinco se oían dos silbatazos y a las cinco uno. Cuando no había calor en la caldera, se tocaba en el corredor una gran campana, cuyo sonido se escuchaba hasta Zintapala. El cronista Rubén Ríos Radilla recuerda “el tañer de la enorme campana colocada en el corredor exterior y el pitido tradicional que hacía volver a los obreros a su trabajo”. Esa campana junto con el cañoncito que tenían para disparar salvas en los días festivos, fueron vendidos en San Jerónimo por el último Consejo de Administración que encabezó don Cruz Valle.
Los españoles viajaban de Acapulco por medio de embarcaciones que cruzaban la laguna de Coyuca y la de Mitla hasta Los Arenales y de ahí en carretas hasta El Ticuí. Ese era el viaje de los ejecutivos de la fábrica.
El 27 de diciembre de 1933, se suspendieron las labores por un conflicto obrero-patronal, pues los obreros pedían formar un sindicato que se integró más tarde con el nombre de “Felipe Carrillo Puerto”. Los españoles pararon las actividades por no estar de acuerdo con la creación de ese organismo gremial. Los protagonistas de este movimiento sindical fueron Enedino Ríos Radilla, David Flores Reynada y Lorenzo Fierro González. Pero en ese momento no únicamente la organización de los trabajadores venía a cambiar el rumbo de la fábrica, también fue en ese año cuando la mayoría de los campesinos costeños dejaron de sembrar algodón y comenzaron a cultivar ajonjolí, se generalizaron las plantaciones de palmeras y otros ya callejoneaban la sierra sembrando café.
Al siguiente año, en 1934, llegó de gira buscando la Presidencia de la República el general Lázaro Cárdenas y Enedino Ríos Radilla lo invitó a la fábrica donde se reunió con el sindicato de trabajadores. “El general Lázaro Cárdenas llegó caminando desde Atoyac”, recuerda el obrero José Solís. Los obreros le expusieron el problema de la falta de recursos para el funcionamiento de la factoría. Cárdenas les sugirió que se constituyeran en una sociedad cooperativa para que el Banco Obrero les proporcionara un préstamo para iniciar la explotación de la industria para el beneficio de los socios.
David Flores Reynada y Enedino Ríos Radilla fueron los dos líderes que se preocuparon porque esta industria continuara funcionando para bien de los trabajadores y del pueblo. Llegando “El Tata” a la presidencia y con la ayuda del Diputado Federal Feliciano Radilla Ruíz los bancos de Fomento Cooperativo y Fomento Industrial dieron crédito a la nueva cooperativa que se constituyó el 18 de abril de 1938. Por tal motivo la fábrica de hilados y tejidos “Progreso del Sur” volvió a funcionar el 20 de noviembre de 1938, fecha en que el Presidente de la República Lázaro Cárdenas del Río la entregó al pueblo, ahora con la razón social “Sociedad Cooperativa de Participación Estatal David Flores Reynada”, quedó como gerente Enedino Ríos Radilla y como presidente del Consejo de Administración, Lorenzo Fierro González.
El préstamo bancario de medio millón de pesos lo utilizaron para desazolvar el canal y la reparación de la maquinaria que estaba deteriorada por falta de mantenimiento. A la cooperativa se le llamó David Flores Reynada, en honor al líder socialista y promotor sindical asesinado el 9 de abril de 1934 por los reaccionarios del gobierno y del municipio en el campo de aviación hoy conocido como “La pista”, en las inmediaciones del panteón.
En ese tiempo se vino la Segunda Guerra Mundial y la demanda de manta para limpiar los cañones de la armas aumentó, por eso se pudo exportar las telas fabricadas en El Ticuí hasta Europa. Se vino la mejor época que tuvo esa factoría y la prosperidad que se añora. Enedino Ríos Radilla como gerente de la cooperativa era muy dinámico y con las ganancias embanquetó el jardín principal y dio energía eléctrica a El Ticuí y a la ciudad de Atoyac. Impulsó la escuela primaria Valentín Gómez Farías, trajo la Misión Cultural, donde se daban clases de artes y oficios, ahí aprendieron solfeo muchos músicos que con los años destacarían. Se instaló una Escuela de Capacitación Agrícola y la primaria nocturna para los que no sabían leer ni escribir.
Con la participación de los obreros se organizaban desfiles en los días de festejos  nacionales, como el 24 de febrero, el primero de mayo, 5 de mayo, 16 de septiembre y el 20 de noviembre, eventos en los que se repartía miles de refrescos. En el segundo piso de las oficinas industriales se hacían suntuosos bailes donde las ticuiseñas y jovencitas venidas de otros lugares lucían su belleza.
La turbina y un gran transformador instalados al interior de la fábrica abastecieron durante mucho tiempo de luz eléctrica a la cabecera municipal. Eran los tiempos en que los ticuiseños veían de manera despectiva a los de Atoyac, los llamaban “indios” porque ellos se sentían descendientes de españoles. Desde que tomó posesión la cooperativa de la fábrica se instituyeron tres turnos de ocho horas cada uno: de cinco de la mañana a una de la tarde, de dos de la tarde a 10 de la noche y de 10 de la noche a cinco de la mañana. Había obreros que trabajaban doble turno de cinco de la mañana a las 10 de la noche para ganar más. El ruido de la fábrica era muy fuerte, el silbato tocaba tres veces, al último silbatazo deberían de estar entrando a trabajar.
Un obrero tejedor en 1940 ganaba por ocho horas de trabajo 14 pesos semanales. Durante los días de paga se instalaba un gran tianguis al frente de la fábrica, donde se compraba todo lo necesario.
Rosa Santiago Galindo (“La tía Rosita”) trabajó en los telares, a fines de los años 30, dice que sacaban telas de 70 centímetros y de un metro. Recuerda que había máquinas grandes escarmenadoras: “había máquinas moloteras que hacían bolas el algodón. Luego máquinas donde salían recortes de algodón de unos 25 centímetros. En el telar tenía uno que estar alerta porque con un hilo que se reventara se hacía la reventazón, teníamos que añadir el hijo con un nudo muy fino para que no se notara en la manta”.
La tía Rosita a sus noventa años rememora: “a las cuatro y media sonaba el primer pitido muy fuerte y el Chacuaco era un volcán de humo, echaba bolas de humo”. Aunque hay quienes aseguran que esa chimenea era solamente un emblema o un mirador, en la etiqueta para embarques de telas que usaban los Alzuyeta, Fernández, Quirós y Cía. se ve el dibujo de la factoría y el chacuaco echando humo. Don José Solís dice que el chacuaco echó humo mientras existió la máquina para estampar las telas: “los vapores eran muy dañinos para la población por eso salían hasta arriba”.
La tía Rosita, quien laboró ahí en 1937 cuando tenía 14 años, se levantaba a toda prisa para poder llegar puntual a El Ticuí: “Se escuchaba el primer pitido a las 4:30 de la mañana, otro a las 4: 45 y uno más a las 5:05. Volvían a escucharse a las 13:30, 13:45 y 2 de la tarde cuando la gente estaba entrando y saliendo por el enorme portón. La gente no cabía saliendo y entrando a las dos de la tarde. Por la noche no se escuchaba el pitido, el turno de las dos de la tarde salía a las 2 de la mañana y luego volvían a entrar a las cinco”.
 A las cinco de la mañana estaba llegando la gente a trabajar. Chalío era el panguero, les cobraba dos centavos o tres centavos por pasada, siempre le pagaban de regreso. En ese tiempo don Pilar era el calderero, tenía los dos pies de palo porque se había accidentado, él era el encargado de dar las horas y nunca se le pasaban. La mayoría de los trabajadores de ese tiempo eran de El Ticuí o se quedaban a dormir ahí. Eso hicieron en un tiempo la tía Rosita y sus hermanos: Cliserio y María del Refugio, quienes rentaron una casita a la familia Fierro. La tía Rosita recuerda que había personas que vigilaban la labor y les pagaban por metraje. En los telares no había un sueldo fijo.
Su mamá Bernabé Santiago García les llevaba de comer. El almuerzo era a las nueve de la mañana. Al salir la tía Rosita y sus dos hermanos se iban caminando rumbo al río y comían donde encontraban a su mamá, a veces en el playón debajo de los ahuejotes y guamúchiles. El Camino Real se llenaba de gente que iba y venía de El Ticuí, los jovencitos y jovencitas llevaban de comer a sus padres. En todas las sombras de los árboles había obreros comiendo. Se pasaban 15 minutos corriendo y 15 minutos comiendo, porque les daban media hora para tomar sus alimentos recuerda la tía Rosita.


viernes, 7 de junio de 2019

La fábrica de hilados y tejidos “Progreso del Sur Ticuí” I


Víctor Cardona Galindo
A la izquierda, por la entrada a la comunidad de El Ticuí están los restos de lo que fue un símbolo de prosperidad de la región. Las ruinas de la fábrica de hilados y tejidos “Progreso del Sur Ticuí”, cuyas paredes poco a poco van siendo corroídas por la lluvia y el tiempo. Ese monumento histórico se va cayendo a pedazos.
A las siete de la noche tres parvadas de murciélagos invaden el cielo del caserío. Una parvada sale de la boca de El Chacuaco y dos más de los tubos abandonados de las turbinas. Hubo un tiempo en que esas ruinas abandonadas fueron hábitat de las lechuzas (“ticuirichas” les dicen por acá) que perecieron al tener la desdicha de encontrarse con bien orientadas balas calibre 22.
Así era la fábrica de El Ticuí.

Desde que tengo uso de razón la fábrica estaba en ruinas. De niño fui por una rueda que usé para hacer una carretilla de palos con la que iba a la leña. Esa fue la parte de la fábrica que me tocó, una vez don Filemón Pérez le dijo a papá que fuera por leña, hubo quienes se llevaron grandes trozos de madera que hasta la fecha sirven de tirantes a las casas de tejas.
Miembros de la colonia española de Acapulco construyeron esa factoría para aprovechar las cosechas de algodón que eran abundantes en la región y tener mejores ganancias en el comercio de telas.
En el contexto estatal las empresas españolas ocuparon el lugar que había dejado vacante la Nao de China, que dejó de venir en 1821. El control comercial de los españoles era absoluto, así lo contó don Luis Hernández Lluch: “El medio de transporte era la arriería; venían cientos de recuas de Morelia, Oaxaca, Puebla y Cuernavaca. Traían mercancía del lugar de origen y llevaban productos ultramarinos a diferentes partes de la república, estas compañías progresaron mucho; en el tercer tercio del Siglo XIX llegaron a controlar a las autoridades del estado y en los 30 años del porfiriato las empresas gachupinas eran muy poderosas, estaban bien organizadas y en la década de 1890 se fusionaron creando la firma Alzuyeta, Fernández, Quiroz y Compañía, quienes planearon construir un complejo textil para evitar traer las telas de Europa y ahorrarse los gastos de importación y de paso aprovechar la gran cantidad de materia prima barata que existía en ese momento en las dos costas de Guerrero”.
El algodón es un cultivo ancestral, ya era cosechado por los pueblos de Mesoamérica. Las telas de algodón eran parte de los tributos que los aztecas obtenían de la provincia cuitlateca de Cihuatlán. Incluso Humboldt en 1803 escribió que en la Costa Grande florecía el algodón y que todavía no se conocían las máquinas despepitadoras y recomendaba el cultivo de café cerca de Chilpancingo. A mediados del siglo XIX se habían instalado algunas máquinas escarmenadoras de algodón en la zona de Huertecillas y los Arenales.
Luego vinieron los esfuerzos por explotar industrialmente el algodón. Antes que la del Ticuí, hubo dos fábricas de hilados y tejidos en Atoyac que comenzaron a funcionar en 1860. En 1865, una creciente del Río Atoyac en la madrugada del 29 de septiembre se llevó la industria propiedad de Rafael Bello y Antonio A. Pino esa factoría estuvo instalada en el lugar conocido como El Rondonal en los contornos de lo que ahora es la colonia Mariscal.
Luego, en 1867, iniciaron los trabajos de otra fábrica dentro de la población, que debido a la perseverancia de los trabajadores –dice doña Juventina Galeana– don Rafael y don Antonio la llamaron La Perseverancia, por eso ahora el mercado municipal se llama así, porque en dicha zona estuvo la industria que, posteriormente, se quemó. Silvestre Mariscal en sus memorias (en 1912) menciona las ruinas de esa factoría. De recuerdo también quedó el lugar conocido como El Barreno ubicado en la parte norte de la ciudad, porque ahí barrenaron el cerro para llevar agua a la fábrica.
El 11 de mayo de 1876 falleció en Acapulco el Sr. Rafael Bello, propietario de la fábrica de mantas “La Perseverancia” de Atoyac. “Bello nació en Tixtla y fue Presidente Municipal de Acapulco. Fue asesinado por la Policía de Acapulco”, informaba El Fénix en su edición número 31 publicada el 17 de junio de 1876, la sociedad se indignó por el asesinato porque se dijo que fue una celada preparada con antelación; un grupo de ciudadanos de Atoyac pidieron al Juez de Primera Instancia, el 20 de mayo de 1876, castigo para los policías que lo asesinaron, porque era benefactor de esta municipalidad. La carta fue enviada por Rómulo Mesino.
En el mismo periódico El Fénix número 31, en la página 4, donde se habla de los movimientos de pasajeros del puerto se asienta que salió el 3 de mayo hacía el puerto de Zihuatanejo en el pailebot nacional “Mexicano” el ciudadano español D. Alzuyeta. Los españoles eran dueños de una flotilla de barcos y en el comercio aniquilaban cualquier competencia. Ellos controlaban el movimiento de mercancías y de los productos de la región.
El grupo Convivencia Cultural que encabezaba doña Juventina Galeana Santiago publicó en 1992, la Historia de la Fábrica Progreso del Sur, primer trabajo que se hizo para rescatar los testimonios sobre esa industria y después se han publicado algunas tesis sobre el tema. El cronista de El Ticuí Armando Fierro Gallardo ha recopilado documentación y testimonios. De ahí se desprenden algunos datos y otros más fueron proporcionados por don Luis Hernández Lluch muchos años antes de su fallecimiento. 
Corría el año 1900, cuando arribaron técnicos de Alzuyeta, Fernández, Quiroz y Cía. a localizar un terreno para construir una fábrica de hilados y tejidos, lo localizaron en el paraje de El Ticuí. Comenzaron los trabajos en el año 1901. Se encontraron con el obstáculo de cómo transportar la pesada maquinaria que requería la fábrica. Localizaron en  Francia una compañía que se comprometió a traer los equipos mecánicos.
En los predios localizados para la construcción ya habían comenzado a trabajar albañiles y carpinteros, nada más faltaban las máquinas. A fines de 1902 llegó un barco francés al lugar denominado Rancho del Real, hoy Llano Real esa playa era la propicia según los marinos para desembarcar el material para la instalación de la factoría.
En 1901 se terminó la construcción de la atalaya de 50 metros de altura, que los habitantes del Ticuí llaman “el chacuaco”; sobre esta construcción funcionó el primer pararrayos que hubo en la región, mismo que protegía hasta parte de la ciudad de Atoyac. El chacuaco sirvió de mirador durante la revolución, al interior todavía existen restos de una escalera de fierro que llegaba hasta la cima. Su estructura es de tabique rojo, cal, sin castillos de varillas ni cemento, es de forma cilíndrica con cuatro metros de diámetro.
Los lugareños recuerdan cuando Lucio Ochoa Juárez, se subió al chacuaco porque su novia Julia Bello había terminado con él. De ella se recuerda su carácter duro. Borracho quiso ahogar sus penas tirándose de la atalaya, se colgaba y bailaba un sainete en lo alto, en donde únicamente los zopilotes se sientan. Él se colgaba y se volvía a subir. El pueblo estaba a punto del desmayo cuando Gabino Mendoza y otro señor, cuyo nombre escapó de la memoria, lo agarraron de los brazos y lo subieron al borde para bajarlo por dentro poco a poco.
Del chacuaco alguna vez salió humo proveniente de la máquina pintadora de telas, pero una vez que la vendieron el humo desapareció. Don Celestino Fierro recuerda que por debajo de la fábrica había pequeños túneles que llevaban el humo al chacuaco que lo sacaba hasta arriba evitando que el lugar de trabajo y el pueblo se contaminara.
Volviendo a la construcción de la fábrica, fue a fines de 1902 cuando se organizó un equipo de hombres conocedores, entre ellos Fernando Lluch Jacinto, quien era experto en maniobras marítimas porque había sido capitán del barco El Mexicano, propiedad de los Alzuyeta, por ello él se encargó del desembarque de la maquinaria en compañía de otras 40 personas.
José Diego con sus hijos Julián y Adulfo trasladaron por tierra la maquinaria, encadenando 10 carretas movidas por 20 bueyes y así llegó la maquinaria al paraje de El Ticuí. Para la instalación las empresas españolas trajeron a un ingeniero de la región de Cataluña España, pero fracasó. Obdulio Fernández, uno de los socios, recurrió al presidente municipal de Acapulco, quien con la cooperación del cónsul francés, les ayudó en la liberación de un preso de origen galo, que era ingeniero.
El preso liberado de la cárcel de Acapulco era León Obé Penitoc, quien nació en una villa perteneciente a la ciudad y puerto de Cherburgo, Francia. Había hecho sus primeros estudios en su tierra natal (en 1865) en donde estudió para mecánico textil, pero cambió de idea y pasó a la escuela naval donde se graduó como ingeniero náutico; se ocupó en varios barcos como jefe de mantenimiento de maquinaria naval, también trabajó en barcos de guerra.
Este ingeniero estaba preso en Acapulco por haber dado muerte al capitán de su barco, por haberle faltado a su esposa. Al ser liberado por los empresarios españoles les instaló por primera vez la fábrica de hilados y tejidos de Aguas Blancas y posteriormente la de El Ticuí. Por la experiencia que tenía en los barcos de guerra, León Obé fabricó unos cañones que fueron utilizados por los revolucionarios de Atoyac en las batallas de 1918, contra los verdes de Rómulo Figueroa.
León Obé Penitoc se casó con Emilia Quiñones con quien procreó a León, Irene, y María Guadalupe Obé Quiñones. León murió en 1917, de tétanos, al lado de su esposa.
Entre las primeras obras que hicieron los españoles estuvo la construcción del canal que tenía la función de traer abundante agua del río hasta la industria para generar la energía eléctrica que diera movimiento a la maquinaria, misma que posteriormente se proporcionó al pueblo. El viejo canal tiene una longitud aproximada de 4 kilómetros por tres metros de ancho y una altura aproximada de tres metros, que a partir de la compuerta se viene reduciendo hasta llegar a la entrada de las turbinas. Está hecho de piedra, arena y una mezcla de un material que parece cal.
Durante la construcción de la fábrica se enfrentaron muchas eventualidades. El Periódico Oficial del estado de Guerrero en su número 49 publicado en Chilpancingo el viernes 4 de diciembre de 1903 informaba: “Con fecha 3 de octubre de 1903, en el punto conocido como El Real, jurisdicción del municipio de Atoyac, se fue a pique la lancha ‘Perla’ con matrícula de Acapulco, que conducía materiales para la construcción del edificio de la fábrica de Hilados y Tejidos que se está estableciendo en el barrio de El Ticuí municipio aludido. El accidente no causó desgracia a persona alguna”.
Luego en enero de 1904: “Con motivo de la explosión que hizo un cohete, en los trabajos de construcción del canal, para la nueva fábrica de Hilados y Tejidos de El Ticuí,  municipio de Atoyac resultaron gravemente heridos los operarios Juan Villanueva y Bonifacio Mesino, el día dos de este mes”, informaba el mismo periódico en su edición del 18 de marzo de 1904. Y el día 5 de febrero se comentaba que el operario Felipe Fierro que trabajaba en la construcción del canal para la nueva fábrica de Hilados y Tejidos de El Ticuí, ubicada en el municipio de Atoyac, fue herido de un brazo por la explosión que hizo un cohete de dinamita,  se leía en el Diario oficial el 22 abril 1904. Además de que los trabajadores seguido se enfrentaban entre ellos, como  se pública en la edición número 58: “El 23 de julio de 1904, en el trabajo de la fábrica de El Ticuí, fue gravemente herido el individuo Cruz Ramona procedente de Chilapa, por Julián Gómez, quien mató a garrotazos  a Ramona, capturaron al matador”.
El cronista de El Ticuí, Armando Fierro Gallardo recuerda que los empresarios españoles abrieron un brazo al río para que por ahí corriera el agua a través de un canal, el cual estaba hechos de tabiques en algunas partes y en otras se utilizaron los cauces naturales: “el agua procedente del río corría alegre y alocada de tumbo en tumbo los casi cuatro kilómetros hacia su destino las turbinas de la gran industria textil para después volverse a juntar en el río Atoyac… Durante su recorrido las cristalinas aguas acariciaban las orillas del canal, besaban con rapidez las hojas de las plantas silvestres, las rocas se agachaban al paso de la corriente que se desbordaba de alegría entonando su música natural, vigorosa y exótica se deslizaba por todo el canal”.
Al sur de la fábrica de hilados y tejidos donde desembocaba el canal se hacía una cascada de ocho metros de altura que era conocida como El Salto Artificial, en las orillas de las poza que se formaba lavaba la ropa María Sixta Gallardo “María La Voz”, muy de mañana pasaba invitando a las vecinas para ir al canal, pero nadie quería ir con ella porque le tenían miedo a la voz de hombre que le salía del estómago.