Víctor
Cardona Galindo
En
1997 en esos días de tensión y miedo, me prestaron para vivir un cuarto que
tenía una puerta de madera, ya casi podrida, que daba a un callejón. Coloqué un
foco arriba de la puerta para que estuviera prendido toda la noche e iluminara
el callejón. Desde la primera noche que dormí ahí comencé a escuchar pasos
afuera, me asomé por una rendija y vi unos burros que comían en el patio. Pero
como a las 12 de la noche me comenzaron a tocar la puerta. Pregunté varias
veces —
¿Quién? —Nadie contestó.
Ta-que-tac,
ta-que-tac, ta-que-tac, se escuchaba. Me asomé por la rendija y nada. Así
comenzó el martirio de todas las noches. Dejaban de tocarme la puerta o me
quedaba dormido rendido de cansancio.
Una
noche escuché que le subieron el tiro a una pistola en el callejón, trac-trac
se dejó oír ese sonido fino del metal, al recorrer la recámara del arma.
Los
toquidos seguían, hasta que un día dejé la puerta emparejada y al escuchar los
primeros golpecitos la abrí bruscamente con el machete en la mano. No había
nada, la noche era oscura, al fondo solamente se miraba la silueta del chacuaco
en las ruinas de la fábrica de hilados y en la primera grada un sapo me
observaba con los ojos brillosos. Entrecerré la puerta y vi como el sapo
saltaba para alcanzar los insectos que revoloteaban alrededor del foco y al
hacerlo con sus patitas tocaba la madera de la puerta, ta-que-tac, ta-que-tac,
ta-que-tac.
***
Una
columna del Ejercito Popular Revolucionario (EPR) se presentó en la comunidad
de Caña de Agua. Al día siguiente, por la mañana, pasó por mi casa Baltazar
Mayo que en ese tiempo se desempeñaba como agente de gobernación estatal. A
Mayo lo conocí en las marchas y mítines del PRD, nunca negó que tenía la encomienda
del gobierno estatal de informar sobre las actividades del partido. Ese día
Baltazar Mayo me contó lo que sabía, de la incursión del EPR en Caña de Agua y
me pidió lo acompañara, a mí me convenía porque Mayo traía una vieja camioneta
que nos llevaría hasta esa población. Yo necesitaba sacar la nota. Nos pusimos
en marcha, a medio día llegamos al pueblito que está enclavado en las faldas de
los cerros, frente a El Ticuí. Caña de Agua es una pequeña cuadrilla dispersa
entre árboles de gran fronda, como parotas y amates. Platicamos con el
comisario, nos dijo que una columna de hombres vestidos de verde y encapuchados
habían rodeado la comunidad. Llamaron a todos a una asamblea en la cancha. Los
guerrilleros les hablaron de la necesidad de cambiar el gobierno de nuestro
país y que la única forma era peleando con las armas en la mano.
Platicamos
con los vecinos de esa experiencia y el miedo que sintieron ante la presencia
de los armados. Muchos pensaron que esos encapuchados, vestidos de verde, eran
del gobierno.
En el
patio de uno de los jacales había mucha carne seca asoleándose. También el
cuero de un felino colgaba de unos mecates distendido por unas varas. Mayo
preguntó ¿Y ese cuero qué? El campesino dueño del jacal dijo que era un
leoncito que había matado días atrás. “la carne también es de lion”. Los
campesinos de la región le llaman León al puma americano. —Véndame el cuero —le
dijo Mayo. El campesino se mostró huraño, pero al final accedió a entregar el
cuero por 500 pesos. Luego en una bolsa azul polvosa echó unas tiras de carne
seca, que nos regaló —llévensela aquí nada más yo como de ésta carne, mi familia
no la quiere. Llegando al Ticuí Mayo me dejó la mitad de la carne. La
lavé, la piqué en trocitos y la freí para luego echarle chile, jitomate y
cebolla. Guisada a la mexicana quedó muy sabrosa y la cominos entre Víctor
Jesús y yo. Nora llegó por la noche calentó tortillas y se sirvió carne. Me
preguntó —¿De dónde sacaste ésta carne? —Me la regalaron en Caña de Agua, es de León —contesté. Nora no creyó y siguió comiendo. Ya le
había agregado un poquito de frijoles refritos.
El Triángulo de las Bermudas
En el
fondo del Corralón está el Triángulo de las Bermudas. Es un neón modelo 95 azul
con franjas guindas. Era un carro en el que se movía personal de inteligencia
de la 27 Zona Militar. Un agente de gobernación estatal conocido como El
Fantomas lo bautizó como “El Triángulo de Las Bermudas”, porque decía que quien subía a ese carro ya no
bajaba. Desaparecía.
Yo
conocí el Triángulo de las Bermudas el día que acompañé una comisión del PRD,
encabezada por Mario Valdez Lucena, que fue a platicar con el jefe del 49
Batallón de Infantería, cuando una sección regresó en 1996 para ocupar las
instalaciones del Instituto Mexicano del Café (Inmecafé). Ese día un joven
entró al cuartel manejando ese coche. Y el martes 7 de junio de 1988 cuando se
dio la masacre de El Charco en Ayutla de los Libres, yo andaba repartiendo El Sur, que se editaba cada semana,
parece mentira pero me encontré el Triángulo de las Bermudas 12 veces. Ese día
ese auto no dejó de recorrer nuestra ciudad.
Con
los días ese auto daría más de que hablar. Dos agentes de Inteligencia adscritos
a la 27 Zona Militar, por conducir a exceso de velocidad, impactaron el Triángulo
de las Bermudas contra un taxi del sitio Juárez y causaron la muerte de la
jovencita Nélida Hernández Hernández de 15 años, estudiante del Centro de
Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios (CBTIS), originaria de la
comunidad de Corral Falso, y dejaron heridas a dos personas más.
El
percance ocurrió 25 de marzo de 1999 a las siete de la mañana de cuando Nélida se
bajó frente a su escuela del taxi número 24 del sitio Juárez de San Jerónimo conducido
por Humberto Solís Armenta. En el momento que le pagaba al chofer, el coche
Neón 95 color azul con franjas guindas, placas 23HCV del Distrito Federal
conducido por Bernardo Reyes Salas, se estrelló contra el taxi que se salió de
la carretera y arrastró a la jovencita que murió en ese momento.
Bernardo
Reyes Salas y su acompañante Oscar Martínez Herrera se dieron a la fuga rumbo a
la colonia Lomas del Sur, hasta donde fueron alcanzados por miembros de la
Policía Preventiva al mando del comandante Neftalí Ponce Vélez quien luego
declaró a la prensa que los detenidos no traían nada que los identificara.
Además
de la estudiante muerta quedaron en el taxi destrozado dos mujeres heridas:
Araceli Rendón Guzmán, lesionada de gravedad y que tuvo que ser internada de
urgencia en el hospital general, mientras que Rosa Rodríguez Zamora solamente resultó
golpeada. El percance consternó a la ciudadanía y a las 10 de la mañana más de
300 personas, entre estudiantes, maestros y padres de familia, se manifestaron
frente al Ayuntamiento para exigirle a las autoridades se tomaran medidas para
evitar que se siguieran dando este tipo de accidentes frente a las
instalaciones del CBTIS, ya que antes se habían producido accidentes menores,
pero ésta vez perdió la vida una alumna.
El
director del CBTIS, Efraín Garibo Pino, dijo que la administración municipal
nunca mostró interés, porque llevaban tiempo solicitando que se regulara el
tráfico frente a ese plantel colocando topes y ampliando la carretera. Algunos
manifestantes manifestaron que los tripulantes del auto que causó el accidente,
a los que identificaba como agentes federales, ya habían agarrado las calles de
Atoyac como autopista.
El
agente de Inteligencia Militar Bernardo Reyes Salas fue enviado al Centro de
Readaptación Social de Tecpan de Galeana, mientras frente al CBTIS —plantel donde estudiaba la víctima— comenzaron las labores para construir un paradero
del transpone colectivo.
Según
la información que proporcionó el titular de la Agencia del Ministerio Público
de Atoyac, Ernesto Jacobo García, el militar Bernardo Reyes Salas desde el
sábado 27 de marzo de 1999 se encontraba a disposición del juez de primera
instancia del ramo penal Leoncio Molina Mercado.
Mientras
que el otro agente de información de la 27 Zona Militar, Oscar Martínez Herrera
quedó en libertad bajo las reservas de ley, toda vez que se comprobó que el que
manejaba el vehículo Neón 95 con placas 234HCV del Distrito Federal era
Bernardo Reyes, quien al momento de ser detenido por la Policía Preventiva dio
un nombre falso, dijo llamarse Fernando Solís Osuna. Fuentes del Ejército
dijeron que los soldados involucrados en el percance hacía días que habían
desertado de la institución.
Tuvieron
que pasar tres años más, después de que una camioneta conducida con exceso de
velocidad le pegó a otra conducida por don Vicente Adame Reyna donde murió su
peón, fue entonces cuando colocaron topes en ese lugar, que aun así sigue
siendo un cruce peligroso.
***
Recorría
las calles ofreciendo botas, unas negras y otras amarillas, andaba el short y
con botas, montado en una bicicleta pequeña, hablaba como machín y era machín.
Aparecía principalmente cuando había manifestaciones de la Organización
Campesina de la Sierra del Sur. Nunca supimos si era del Grupo de Inteligencia
de Zona o de cualquier otra corporación de espionaje mexicana, que se movía por
aquí en los tiempos del EPR. Pero siempre nos quedamos con la sospecha de que
era Oreja.
***
El Hermano Yansel se anunciaba en la radio como
adivinador, muchas personas acudían a consultar su suerte, tardó con su
consultorio en una de las calles principales de ésta ciudad. Un día Fantomas,
Gustavo y otro agente de inteligencia lo fueron a ver. Al llegar Fantomas le
preguntó —Si eres adivino dinos a que venimos-. —Ya me vienen a chingar
hermanos —contestó el charlatan—. Fantomas comentó —tu si eres adivino y de
los buenos.
***
El Fantomas tenía la costumbre de asustar a todos los
vendedores ambulantes que venían de otro lado. Sacaba su credencial de
gobernación estatal y se las mostraba, al tiempo que les decía que andaban
ilegales porque no pagaban impuestos. Les quitaba una bolsa de cacahuates a los
cacahuateros, una hamaca a los hamaqueros y una bolsa jícamas a los jicameros.
Un día se encontró a uno que andaba vendiendo lentes en el centro de la ciudad.
Se le acercó y le dijo —hermanito andas mal, andas vendiendo lentes, enséñame
tu permiso porque aquí está prohibido el ambulantaje. Al tiempo que le mostraba
su credencial de Gobernación, lo detenía suavemente del hombro. —Ahora si no quieres
tener problemas me vas a dar unos lentes. El vendedor le dijo —lo que quieras
hermanito, pero déjame trabajar —y le dio los lentes que Fantomas escogió, unos negros
imitación Rayban. Luego regresó donde estábamos un grupo de periodistas para
presumirnos —Miren los que me acabo de chingar.
A los pocos días lo volvió a ver y se fue sobre él
diciéndole —con que sigues en las andadas, te vas a tener que
mochar con otros lentes—. El vendedor le contestó —mira manito no me gusta
ser mitotero, pero yo ando en una comisión —y le sacó un credencial
de la Policía Federal y le mostró la pistola Súper que traía en el morral.
Fantomas al ver la credencial, a la pistola no le hizo mucho caso, dijo —no hombre manito tu
puedes vender lo que quieras.
Se vino dónde estaban sus amigos diciendo —aquél vendedor de
lentes trae una charola más grande que la mía. “Está cabrón, cuando se la vi
por poco y le doy las nalgas”.
***
En los
tiempos de Rubén Figueroa Alcocer los agentes de gobernación andaban desatados.
Uno de ellos se vino, en su vochito blanco, matando caballos todo el camino desde
Chilpancingo. Pero al salir el libramiento lo vio un agente de la Federal de
Caminos y lo siguió. Lo alcanzó hasta casi al llegar a los Bajos del Ejido. El
agente federal le preguntó que porque mataba caballos y porque se dio la fuga
cuando lo vio. Le contestó —soy gente del gobernador
y me mandó a matar caballos porque hay mucho accidente y ustedes no hacen nada.
Sacó tremenda placa de agente de Gobernación y mostró la pistola nueve
milímetros que lo acompañaba. El federal de camino lo dejó ir. Así de locos
estaban los tiempos.