Víctor
Cardona Galindo
Luis Hernández Lluch
El
cronista vitalicio de Benito Juárez y escritor de la monografía de ese
municipio era descendiente directo de españoles, ya al final de su vida ubicó a
su familia en España y lo visitaron en su casa. Nació el 14 de diciembre de 1910
en San Jerónimo el Grande municipio de Atoyac de Álvarez. Tenía 100 años cuando
murió el viernes 3 de junio del
2011 a las ocho de la noche. Toda
su vida la dedicó al saber y a la investigación histórica. Era radiotécnico
egresado del Instituto Politécnico Nacional.
El 10 de abril de 1997 por unanimidad el
cabildo, que presidió la alcaldesa Estrellita Marina del Río Radilla, le
reconoció el título de cronista vitalicio del municipio de Benito Juárez y rindieron
homenaje a su larga trayectoria como guardián de la memoria histórica de la
región. Años más tarde, el miércoles 30 de abril del 2008, en un
homenaje emotivo sin precedentes, el cabildo de Atoyac le entregó la presea al
mérito civil “Juan Álvarez”.
René
García Galeana escribió la biografía de Luis Hernández Lluch donde narra su
relación con personajes como Benita Galeana y Fernando Rosas, de quienes
escribió sus semblanzas y momentos de sus vidas que no conocíamos. Don Luisito, como le llamábamos de cariño,
era alegre y bromista mucho recordaba su infancia y sus travesuras en el racho
de Los Toros.
Gracias
a don Luis Hernández Lluch podemos rescatar la historia de las familias nativas
de nuestra región, dejó como herencia una voluminosa carpeta con la genealogía de los apellidos Radilla, Ríos,
Galeana, Navarrete, Nogueda, Solís, Quiñónez, del Río, Cabañas,
García, Hernández, Pinzón,
Luna, Ramos, Torreblanca y Mena. Esta sería, en mi opinión,
la principal aportación a la historia regional del cronista de Benito Juárez.
Platicar
con él siempre fue fundamental para saber sobre nuestra cuarta raíz, la
asiática; decía que los apellidos Guinto, Bataz, Quiñones, Nogueda y Zúñiga eran
de origen filipino. Con él se podía conocer el pasado de la Costa Grande, porque
no solamente escribió sobre San Jerónimo, también de Atoyac, de Coyuca y Tecpan
de Galeana.
Fue
promotor del turismo, la cultura y las costumbres de la región. Muchas personas
acudían a él para saber sobre el pasado de sus familias y todos lograban encontrar
de dónde venían, siempre que los apellidos fueran de la región. Con darle
solamente el nombre ubicaba la raíz familiar y contaba incluso anécdotas de las
familias, muchas veces desconocidas por el visitante.
Don
Luis se fue dejando un gran vacío que difícilmente otro cronista podrá llenar,
hombre de lúcida memoria, al que le debemos los libros: Monografía de San Jerónimo. Municipio
de Benito Juárez, publicada por
Ayuntamiento de Acapulco en 1993 y Los personajes que
cambiaron el rumbo de México
que publicó poco antes de su muerte.
De
acuerdo a los datos aportados por su biógrafo René García Galeana escribió varios cuentos cortos y sobre algunos
episodios relacionados con su paso por la vida como: Recuerdo triste del Teatro Flores de Acapulco, El chaneque, una
venganza infantil y La tragedia de
Chavinda.
Colaboró
en la página cultural Atoyac de El Sol de Acapulco donde evocó con gran precisión
los nombres, lugares y fechas de los acontecimientos que le tocaron vivir como
espectador y protagonista. Asiduo lector de los grandes escritores de la
literatura universal platicaba con mucha familiaridad sobre las obras de Petrarca,
Dante, Kant, Rousseau, Ortega y Gasset, Víctor Hugo, Nietzche, Cogol y
Cervantes. También hablaba con mucho gusto de Clavijero, Sahagún,
Bernal Díaz del Castillo, López de Gomara, Orozco y Berra, Ignacio
Manuel Altamirano, Guillermo Prieto, Luis Pérez Verdìa, Mariano Azuela y de todos
los clásicos de México.
No es
accidental que sus hijos tengan los nombres de sus autores favoritos, de personajes de la
historia o de los postulados de la Revolución francesa, siendo ellos: Dante, Horacio,
Libertad, Fraternidad, Maria Luisa, Amor, Octavio, Omar, Ruth y Víctor.
Dice
René que nació cuando soplaban los primeros vientos de la revolución mexicana, el
14 de diciembre de 1910 en la comisaría de San Jerónimo, hijo de Luis Lluch
Jacinto y Leonarda Hernández Ríos, quienes se separaron cuando tenia tres años
de edad por eso se crió con su abuelo materno Leonardo Hernández Pérez, en el rancho
El Macahuital, ubicado al norte de la cuadrilla de Los Toros.
Gracias
a su tía Feliciana el pequeño Luis aprendió las primeras letras en el Silabario
de San Miguel, mostrando una gran capacidad para memorizar lo que le enseñaban.
Cuando cumplió los seis años, la tía lo llevo ante el padre Marcial Ventura
para que lo aceptara en la escuelita que tenía en el curato de parroquia de San
José. “Seguramente de ese rígido aprendizaje a que fue sometido por el párroco
de repetir las lecciones una y otra vez y de memorizar largos pasajes de la
Biblia don Luis conservó la sorprendente particularidad, a pesar de los
problemas que tenía de la vista y de sus años, de dictar sus escritos y de exponer
los temas que abordaba, algunos con cifras, distancias, pesas y medidas sin
equivocarse como si los estuviera leyendo directamente de algún texto”, comenta
René García.
Un año
después resolvieron inscribirlo en la escuela fundada por el maestro José
Ramírez Pérez, padre del compositor José Agustín Ramírez Altamirano, impartiéndole
el curso de Catecismo basado en el texto del sacerdote Jerónimo Martínez de
Ripalda, Las reglas de urbanidad de
José Antonio Carreño, y Las normas del
comportamiento con la sociedad. La escuela cerró sus puertas en enero de
1918 por el levantamiento armado de los mariscalistas de Atoyac, ese episodio
es conocido como la “Guerra de los verdes” por la incursión de las fuerzas
federales jefaturadas por los generales Rómulo Figueroa y Fortunato Maycotte.
Pasada
la turbulencia de la rebelión el profesor José Ibarra Torres fundó otra escuela,
impartiéndoles latín y otras disciplinas. Esta escuela fue suspendida por las
autoridades municipales de Atoyac enviando en su lugar al maestro Modesto
Alarcón Calzada y a los jóvenes Manuel Bello y José Centell con el propósito de
abrir más aulas aplicando por primera vez una educación laica. A marcharse
Modesto Alarcón se haría cargo de la escuela el profesor Valente de la Cruz
Alamar.
Cumplido
los 13 años, Luis Hernández, regresó al Macahuital, conocido también como “Los
Toros de allá arriba” para ayudar a su abuelo en las labores del campo. Viendo
la estrechez económica por la que atravesaba la familia probó suerte en el
comercio de la arriería, transportando piloncillo, café y otros productos del
campo, en dos bestias de carga, caminando por la playa de Hacienda de Cabañas hasta El Carrizal
donde terminaba la tierra firme. Para seguir por el médano hasta llegar a Pie
de la Cuesta subiendo la pendiente hacia el puerto de Acapulco, de las
utilidades de la venta adquirió petróleo, alcohol y otros artículos para comercializarlos
en el pueblo.
Desencantado
por los resultados obtenidos el adolescente Luis sólo realizó dos viajes, regresando
nuevamente con su abuelo al rudo trabajo del campo. Trabajó en la zona cañera
de Zintapala y luego estuvo laborando en los trapiches de familia Nogueda por
el rumbo de Almolonga.
El 6
de mayo de 1926 estalló el movimiento revolucionario del Plan del Veladero
encabezado por los hermanos Vidales y el 29 de septiembre atacaron a la comisaría
de San Jerónimo, luego se vino la represión contra los campesinos por eso la
familia de don Luis se refugió en San Jerónimo.
Por la
anarquía prevaleciente en la región resolvió marcharse a trabajar al estado de
Veracruz acompañado de tres “mudas” de ropa, unos cuantos centavos y un libro
de cuentos de Emilio Salgari. Luego entre sus lecturas estarían la Geografía Universal de Juan Palau Vera. Siempre
tuvo predilección por la lectura; terminaba un libro y comenzaba otro. Al verse
enfermo en Veracruz se vino a la Ciudad de México donde, después de estar
internado, presentó examen para ingresar a la jefatura de policía donde trabajó
10 años realizando diversas actividades.
Con
los conocimientos adquiridos en sus lecturas solicitó que lo examinaran, para obtener
el certificado de primaria, en la escuela Belisario Domínguez y logró salir
aprobado. Regresó a San Jerónimo para casarse con la señorita Micaela Gallardo
Romero. Pronto regresó a la ciudad de México, casado, reintegrándose al trabajo
de la jefatura de policía.
En 1939
ingresó al Instituto Politécnico Nacional para estudiar el oficio de radiotécnico.
Al terminar satisfactoriamente con el plan de estudios realizados durante los
años de 1940, 1941 y 1942, recibió el certificado que lo acreditaba como radiotécnico
y ejerció su oficio en la corporación policíaca y al mismo tiempo fue maestro
de reglamentos hasta 1944, año en que
renuncio al trabajo y decidió marcharse a
trabajar a los Estados Unidos donde estaban solicitando mano de obra por el entallamiento
de la Segunda Guerra, allá ingresó como obrero en el ferrocarril de Pennsylvania.
De
regreso se estableció con su familia por tres años en Boca de Arroyo donde adquirió
una pequeña huerta de coco donde sembraba maíz, arroz y fríjol. Al mismo tiempo
elaboraba, con esencias un vino de jerez dulce y de consagrar, aplicando el
sistema de Brambila. Así como una crema a base de leche de burra con la textura
similar a la Nivea. En 1949 con su familia se regresó a San Jerónimo e instaló
en su casa un molino para moler nixtamal y una panadería.
Entre
el año de 1949 y 1950, inscribió a sus hijos en la escuela primaria Revolución
del Sur, donde lo eligieron presidente de la sociedad de padres de familia y
luego como presidente del Comité Pro-Biblioteca, con otros maestros, lograron
reunir una significativa cantidad de
libros con el apoyo de las embajadas extranjeras y de la ciudadania en
general. Al no disponer de un lugar adecuado en la escuela, encontraron acomodo
en un espacio habilitado en el ayuntamiento convirtiéndose en la biblioteca
municipal.
En
1950 fue maestro del 4º año de primaria de la escuela Hermenegildo Galeana. En 1951 fundo una academia
para señoritas donde impartió gratuitamente dos años la materia de aritmética.
En 1956 gestionó ante las autoridades educativas, con un grupo de padres de
familia, la fundación de la escuela primaria Benito Juárez.
En
1962 participó con un grupo de ciudadanos en la fundación de la escuela
secundaria particular Hermenegildo Galeana, dependiente de la Secretaria de
Educación Pública. Su primer director fue el maestro Mario Neri Bernal.
En
1974 fue nombrado presidente de la sociedad de padres de familia de la escuela
secundaria Ignacio M. Altamirano y logró que el gobierno del estado construyera
las aulas y los talleres de carpintería y mecánica. En estos últimos años
participó en la apertura de un campus de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN).
Era
una fuente de información inagotable de ello dejó constancia en periódicos
como: El Rayo del Sur, Diario Revolución, Diario 17 y Sol de Acapulco.
Muchos escritores e investigadores lo visitaron en su casa para abrevar de su
conocimiento sobre los sucesos relevantes de la Costa Grande con él estuvieron:
Alejandro Martínez Carvajal, Francisco A. Gomezjara, Wilfrido Fierro Armenta, Crescencio
Otero Galeana y Ramón Sierra López. Algunos universitarios conocidos, como
Tomás Bustamante Álvarez y Álvaro López Miramontes.
El 14 de
diciembre del 2010 con los problemas de salud propios de su edad pero lucido y
con animo de seguir viviendo cumplió un siglo que siempre espero celebrar, “partiendo
hacia el arcano el viernes 3 de junio de 2011 a las 20:00 horas en su modesta
casa de San Jerónimo rodeado de sus familiares que lo cuidaron con esmero hasta sus últimos días”, nos dice su biógrafo René
García Galeana, quien mucho lo frecuentaba en San Jerónimo.
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