Víctor Cardona Galindo
Adela Rivas Obé era una mujer a la que no se le
espantaba con el petate del muerto. Participó en el Partido de la Revolución
Democrática (PRD) cuando la militancia se ejercía con miedo, en la década de
los noventa, nada más en el municipio de Atoyac, alrededor de 20 perredistas
fueron asesinados. Muchos dirigentes fueron amenazados, Mario Valdez Lucena
baleado en El Paraíso y Wilivaldo Rojas Arellano secuestrado por la judicial y
estuvo temporalmente desparecido.
Recordando a la doctora Adela Rivas Obé, quien ocupó
espacios en la dirigencia municipal del PRD, bien vale hacer una recapitulación
de las luchas en las que participó, desde aquel 3 de diciembre de 1989 cuando
el PRD enfrentó por primera vez al PRI, en unas elecciones con muchas
irregularidades y con un aparato electoral totalmente controlado por el partido
oficial. Luego el desalojo violento que sufrieron los perredistas el 11 de
diciembre de ese año, cuando mantenían un plantón fuera del Colegio Electoral y
la toma del Palacio Municipal que duró hasta marzo de 1990.
Como enfermera Adela Rivas Obé fue solidaria con la
huelga de hambre que un grupo de perredistas instalaron el zócalo de Acapulco
en 1990. También participó en la marcha de costeños que partió de Coyuca, en
dos días arribó al puerto, al llegar a la costera Miguel Alemán un grupo de
policías antimotines los atajaron y se le fueron encima.
Recuerdo que Wilivaldo Rojas llevaba puesto un
sombrero zapatista que habíamos comprado en Mochitlán, cuando fuimos a ver el
puente donde el 28 de mayo de 1990 fue asesinado el líder
universitario y campesino Romualdo García Alonso.
Aquella huelga la iniciaron el 20 de septiembre 13
perredistas, el 29 se sumaron los ex candidatos Juan García Costilla de
Acapulco, Jorge Luis Valdovinos de la Unión y Eloy Cisneros de Ometepec. Luego
el 4 de octubre se sumó el diputado federal Félix Salgado Macedonio y el
alcalde de Metlatonoc Felipe Ortiz Montealegre, con ellos el grupo subió a 18
pero se fue disminuyendo en la medida que los huelguistas salían directo al
hospital.
La huelga demandaba la libertad de Adolfo Plancarte Jiménez
y Noel Rosas, detenidos en el desalojo del aeropuerto el 27 de febrero de 1990;
la solución a los problemas del municipio de la Unión, donde no se reconocía el
triunfo del PRD, el PRI gobernaba en una casa particular y la policía mantenía
en custodia las oficinas del Ayuntamiento. En Metlatonoc un grupo de priistas
tenía ocupada la presidencia municipal a pesar de que los resultados oficiales
reconocieron el triunfo de la planilla perredista.
El 6 de octubre de 1990 a las tres de la tarde unos 50
perredistas iniciamos una marcha de Coyuca al Zócalo de Acapulco para
solidarizarnos con los que estaban en huelga de hambre. Antes de salir la
marcha se bloqueó durante una hora la carretera Acapulco-Zihuatanejo y durante el
bloqueo se pintaron consignas en los autobuses, se daba información del
movimiento a los pasajeros y se pedía una cooperación económica, muchos se
solidarizaban otros soltaban malayas.
Se repartían volantes en el que se pedía la libertad de los
presos políticos, la presentación de seis desaparecidos durante los conflictos
poselectorales y el desistimiento de 70 órdenes de aprehensión contra igual número
de militantes.
El primer día caminamos de Coyuca de Benítez hasta el
Cerrito de Oro, en el camino íbamos pintando consignas en los tráiler y en los
camiones. Muchos daban oportunidad de subir a los camiones a botear y dar a
conocer las demandas de la lucha. Esa noche, todos dormimos con piedras como
almohadas, recuerdo a doña Eufrasia Castillo Altamirano y Tita Radilla Martínez
acomodando sus piedras para dormir en el patio de honores de la escuela
primaria de Cerrito de Oro.
En esa marcha iban muchos jóvenes campesinos pintando, “solución
a la ‘guelga’ de hambre”, nadie reparaba en las faltas de ortografía, hasta que
un automovilista nos cuestionó que no sabíamos escribir. Al frente de la marcha
iba Ramoncito Pino con una bandera blanca y un sol de colores dibujado en el
centro, llevaba un pañuelo rojo amarrado en la cabeza. Viene a mi mente el
activismo de José Luis Salgado y Cristóbal Mariscal que en ese tiempo eran muy jóvenes.
Entramos al puerto de Acapulco, al llegar a la costera nos agredieron unos
policías antimotines, a Wilivaldo le dieron un garrotazo en la cabeza. Adela se
interpuso, le tocaron los empujones y salió lastimada de una mano.
La marcha de desvió por la avenida Cuauhtémoc, siempre
custodiada por policías antimotines. Al llegar al Zócalo ese 8 de octubre de
1990 nos sumamos a la huelga de hambre: Roberto Palacios de Coyuca de Benítez,
Venustiano Leyva Cabrera de Tecpan y este cronista de Atoyac, en ese tiempo
radical dirigente juvenil del PRD. Con nosotros se reforzó la lucha porque
nunca faltaron costeños haciendo guardia.
La gente de Atoyac siempre estuvo solidaria con la huelga
de hambre. Adela llegaba por las tardes para apoyar cuando salía de su trabajo.
Recuerdo que una noche a ella y a Wilivaldo les tocó defender a los huelguistas
de una fuerte lluvia que cayó, todos los ayunantes ya no podíamos movernos,
apenas abríamos los ojos para ver el aguacero. A los pocos días se levantó la
huelga sin resultados y cada quien volvió a su casa.
La persecución del régimen de José Francisco Ruiz Massieu
fue implacable con los perredistas, en 1990 casi a diario había un militante
detenido, acusado de cualquier cosa. Mucho padeció la represión la comunidad de
Poza Honda, en esos días Wilivaldo era el presidente del partido y Adela fue
solidaria con su compañero, no pocas veces lo acompañó a liberar a un campesino
a los que la judicial se llevaba hasta Tecpan de Galeana.
Recuerdo a la doctora Adela siempre sonriente, a pesar que
en el PRD se discutía mucho y se discutía por todo. Adela formó parte de esa
generación de perredistas cuyas vidas son reivindicables, de esa generación que
pensó que el cambio era posible. En la década de los noventa hacer política era
protestar, llevar información a los pueblos, los campesinos y colonos se conformaban
con saber “cómo vamos”, todavía no llegaba el clientelismo y el interés de
vender el voto como se estila ahora.
A partir de 1992 alrededor de 20 perredistas fueron
asesinados, el primero fue Luis Pineda Duarte, quien fue ultimado en el centro
de Zacualpan, el 4 de diciembre de 1992. Le siguió Ángel Fierro Martínez de El
Paraíso, que fue asesinado a balazos en la cabecera municipal el 13 de marzo de
1994 y el 3 de diciembre de ese año
asesinan en la cabecera municipal al ex regidor Elio Dionisio Ponce.
El 4 de septiembre de 1995 emboscaron en un lugar conocido
como El Venado, en la carretera que conduce a El Paraíso al comandante de la
policía comunal de esa localidad, Adalid Araujo Ávila y al policía Armando
Simbras Torres, ambos resultaron muertos. El primero de enero de 1996 fue
asesinado Gilberto Dorantes Muñoz en la comunidad de Mexcaltepec.
El 19 de febrero de
1996 fue asesinado el presidente del comité de base del PRD de la comunidad de
El Ticuí, Eliseo Díaz Pino, quien fue secuestrado y después su cadáver fue
encontrado entre el monte rumbo a la sierra y 11 de septiembre de 1996 dieron
muerte a Natalio Gervasio Bello. Cuatro días después intentaron asesinar a
Mario Valdez Lucena.
Una columna del Ejército Popular Revolucionario (EPR) se presentó
el 28 de junio de 1996 en Aguas Blancas, el PRD
local haciendo a un lado los votos, participó en la defensa de los derechos
humanos debido a que muchos campesinos de El Cucuyachi, El Quemado y Agua Fría
fueron víctimas de la represión después que la guerrilla atacó, en El Guanabano,
el 27 de mayo de 1997 a las tropas del Ejército mexicano.
Ese mismo año agentes judiciales masacraron a un grupo de
campesinos en Cacalutla cuando se dirigían a sus parcelas, fue el jueves 27 de
noviembre a las seis y media de la mañana, cuando cinco campesinos fueron
emboscados por los agentes a unos 500 metros de la comunidad.
En esa acción resultaron muertos Sabás Gómez Mauno de 58
años de edad y Ernesto Guatemala Vázquez de 12 años; y heridos José Ignacio
Guatemala Morales de 49 años y su hijo Roberto Guatemala Vázquez de 18 años, y
fue detenido Antonio Guatemala Vázquez de 25 años. Triste mañana aquella y solamente
el PRD dio la cara por esos campesinos en desgracia.
Durante 1997 y 1998 la defensa de los perseguidos fue muy
peligrosa y la confrontación con el gobierno del estado muy fuerte. Alrededor
de las oficinas del PRD circulaban grupos armados no identificados. Es que el PRD protegió a los perseguidos, incluso algunos
habitantes de El Quemado, Cacalutla y El Cocuyachi, se refugiaron en la casa de
Adela y Wilibaldo unos días, aunque la mayoría permaneció en las oficinas del
partido y luego se movió a la parroquia.
Uno de los hostigados en esa jornada fue José Luis
Blanco Flores de El Quemado cuya persecución comenzó desde el domingo 14
de diciembre de 1997, cuando personalmente el comandante de la 27 Zona Militar,
el general Juan Alfredo Oropeza Garnica se presentó a El Quemado a preguntar
por él, por Ildefonso Martínez Pino y por Gilberto Barrientos Ariza; los
señalaba como “malos elementos”.
La Policía Judicial del estado detuvo a José Luis Blanco
Flores, el 29 de marzo de 1998 a las 10 de la noche, en la comunidad de Corral
Falso cuando asistía a una boda. Lo acusaban del secuestro de Pablo Morales
Román.
José Luis Blanco estuvo incomunicado durante dos días, en
las instalaciones del Colegio del Policía ubicadas en Atoyac. En ese tiempo fue
torturado de diferentes maneras. Bajo presión lo hicieron firmar una
declaración donde se decía culpable de secuestro y lo involucraban con el EPR. Lo obligaron a
hacer un croquis donde supuestamente estaba el secuestrado. También le pusieron
una inyección, con el pretexto de curarlo, pero en realidad era una droga,
porque él sentía que le daba vueltas la cabeza.
La judicial lo dejó en muy mal estado tenía los tímpanos
rotos, el ojo derecho con un derrame interno y el párpado cerrado.
Excoriaciones en la cara y las comisuras y los labios rotos por las horas que
estuvo fuertemente amordazado. “Me pusieron las esposas, y me llenaron la boca
de trapos y encima una venda que me amarraron muy fuerte. Me acostaron en dos
llantas y encima me pusieron otras dos, y se sentaron encima tres policías para
asfixiarme. Con las manos me golpearon en el cuello. Me echaron tres cubetas de
agua en la nariz, con una bandeja, y después me echaron salsa búfalo y más agua
con gas”, diría en entrevista con Maribel Gutiérrez.
Para rescatar a José Luis de la garra de la judicial fue
decisiva la participación de un grupo perredistas y entre ellos Adela Rivas
Obé, que valiente como era no se arredró ante la situación que se estaba
viviendo. Eran tiempos de peligro, como se vio el 19 de abril de 1998, cuando
fue asesinado el ex regidor Oscar Rivera Leyva, a escasos cinco metros de donde
el 13 de noviembre de 1997 fue también muerto a balazos Silverio García, líder
perredista de El Cucuyachi.
Esas fueron en resumen las luchas, de los años noventa,
en las que vio envuelta la aguerrida doctora Adelas Rivas Obé. Cuando desapareció,
todos teníamos la esperanza que apareciera con vida, una mujer como ella no se
merecía ese fin, yo quería verla risueña cuestionando mi obesidad o discutiendo
temas en los que no estuviéramos de acuerdo, porque en aquel PRD, a pesar de
que se discutía mucho fuimos una hermandad, compañeros, amigos, camaradas. Una
fraternidad que se rompió con el tiempo. Yo dejé el PRD casi al mismo tiempo
que ella y cuando quise regresar, el partido no era el mismo, se había perdido
la capacidad de asombro y la solidaridad con otros movimientos sociales había
desaparecido.
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