jueves, 14 de diciembre de 2017

Historia del Ayuntamiento XVI


Víctor Cardona Galindo
El año 1951 ocurrieron dos acontecimientos cruciales que se grabaron para siempre en la memoria de éste municipio, primero sucedió aquella desgracia que dejó uno de los corridos más cantados, la muerte de Claudio Bahena, mismo que fue considerado por algunos académicos como un himno a nuestra tierra, porque en los años setentas y ochentas se escuchaba en todas las sinfonolas del rumbo, en voz del dueto Bertín y Lalo.
El profesor Rómulo Alvarado fue 
normalista egresado de Ayotzinapa 
en 1935 además de ejercer como 
maestro, fue contador y cajero de 
la Cooperativa de la fábrica 
de Hilados y Tejidos Progreso del 
Sur. Foto: tomada de una publicación
 de la época.

Otro acontecimiento fue la muerte, en un accidente aéreo, de Enedino Ríos Radilla gerente de la fábrica de hilados y Tejidos “Progreso del Sur Ticuí y de su cuñado el contador Rómulo Alvarado Pacheco, acaecida a finales del año en la sierra del Distrito Federal. Este suceso cerró una etapa en la historia del Atoyac que comenzó en los años veinte. Murió uno de los líderes obreros más comprometidos y más claros, heredero de la tradición de Juan R. Escudero, Amadeo Vidales y Feliciano Radilla.
Que el corrido de “Claudio Bahena” se haya vuelto tan famoso y escuchado se debe a la pasión y los acordes pegajosos que el dueto Bertín y Lalo le puso al cantarlo, porque Claudio Bahena acá era un desconocido, no se le saben acciones de valor, no tenía familia era “frastero” como dicen los viejitos, y en un pueblo donde se componen muchos corridos de asesinatos a cada momento, fue el de la muerte de un desconocido el que más pegó, porque sigue siendo de los corridos más famosos, junto a los de Lucio Cabañas Barrientos.
“Quiero presten su atención mis camaradas /por un momento voy a darles a saber /la triste historia que pasó en el mes de agosto /yo con tristeza y con dolor les cantaré.
Era un día jueves, un 30 como a las tres /cuando la muerte se acercaba de un amigo /pues ahí se hallaba tomando Claudio Bahena /en Atoyac, con un hombre desconocido”.
Custodia Fierro Chávez era una niña que vivía por El Paredón, cuando muchos chamacos curiosos pasaron corriendo a ver dónde estaba el muerto. Era el 9 de agosto de 1951, ella también quiso ir pero su mamá no la dejó. A sus ya más de 70 años recordaba con mucha nitidez el momento en que encontraron muerto a Claudio Bahena y su amigo Raymundo Barrientos lo fue a reconocer.
Ese crimen fue muy comentado y afectó mucho a la población porque Claudio “era amigo del amigo”. Llegó a vivir al Rincón de las Parotas e hizo una casita a la entrada del pueblo, todavía está una palma que sembró y quedó de recuerdo. Era un buen músico, le gustaba la bohemia, tocaba la guitarra, y Onésimo Barrientos lo acompañaba con el violín. Los dos tacaban en los velorios y en las fiestas, era muy amigo de todos. Por eso lo sintieron mucho cuando aquel desconocido lo asesinó.
Claudio Bahena vivía solo y tenía milpa en el Plan del Guayabal, ahí quedó quemada la tierra que había preparado para sembrar su maíz. “Tomó el camino de la sierra pa´ su casa /porque él vivía en ese barrio del Rincón /el pobrecito ya no llegó a su dichosa /lo asesinó ese hombre infame sin razón”. Don Onésimo Barrientos recordaría al final de su vida que el asesino lo ahogó en uno de los brazos del río que están cerca de lo que ahora es la colonia El Chico. Ya tenía tres días perdido cuando lo encontraron y su cuerpo estaba blanco y todo comido por los peces.
Las autoridades lo jalaron a la orilla del río y dispusieron que ahí mismo fuera sepultado, donde estaba el árbol de chico que le da el nombre a la colonia que se fundó después en ese lugar. Hasta antes de la apertura de la carretera por ahí subía el camino que iba a la sierra y la tumba quedó visible. Durante mucho tiempo dio miedo pasar por esos solitarios lugares porque se decía que el muertito espantaba.
“Se fue Raymundo donde dijeron que estaba /a conocerlo porque estaba muy deforme /dice Raymundo a conocerle que él era /Dios te perdone ahijado Claudio Bahena.
Recibió parte el municipio de Atoyac /fue el comandante y otros cuantos federales /ellos dijeron que ahí fuera sepultado /que era imposible que al camposanto llegare.
Vuela calandria de las alitas azules /vete a Morelos pero regresa prontito /vas y les dices a los padres de Bahena /que su hijo se haya sepultado al pie de un chico”.
En El Rincón de la Parotas no supieron cuál fue su otro apellido. Sólo que se llamaba Claudio Bahena y que era de Morelos, tenía dos años que había llegado a la comunidad. Era flaco, por eso la “palomilla” le decía que se lo iba a llevar el viento.
Don Onésimo Barrientos, a sus 96 años, recordó que en ese tiempo no había carretera sólo caminos de herradura. Para venir a la sierra caminaban por toda la orilla del río y encumbraban por donde estaba el chico. Aunque en ese tiempo ya estaban trabajando en la apertura de la carretera porque Raymundo Barrientos quien fue a reconocer el cadáver andaba trabajando en esa obra.
Otros datos que recuerda la gente es que antes de salir de la ciudad, por donde ahora está la colonia Herminia L. Gómez, vivía precisamente la familia Gómez quienes invitaron a Claudio a quedarse a dormir porque ya andaba borracho y estaba lloviendo. Al comandante Leocadio Pino Ríos le tocó recoger el cadáver de Claudio Bahena. Pino Ríos fue comandante de la policía urbana en 1951-1952, 1953-1954 y una parte de 1955 porque ese año hubo cuatro comandantes. El Coco Pino, como le decían, ya de avanzada edad, caería asesinado en la década de los noventas cuando fungía como comandante de la policía comunal en la población de El Quemado.
Como dije Bertín y Lalo le suman mucho sentimiento al corrido. Todavía se sigue oyendo en algunos hogares de Atoyac y lo cantan los músicos ambulantes porque mucho lo pide la gente en los bares y cantinas.
Los directivos de la fábrica del El Ticuí, el gerente Enedino Ríos Radilla y el contador Rómulo Alvarado, junto al industrial Elías Hanan murieron el 15 de diciembre de 1951, en un accidente aéreo en la Cañada del Zopilote del cerro del Ajusco, se dice que venían de una entrevista en busca de la coordinación en la producción entre las fábricas de El Ticuí y la de Aguas Blancas. Con la muerte de los líderes se acabaron los mejores tiempos de la fábrica de hilados y tejidos Progreso del Sur Ticuí y de la cooperativa David Flores Reynada.
Enedino Ríos Radilla fue regidor de educación del Ayuntamiento de Atoyac en 1945 y candidato a diputado local en 1936 cargo que ganó, pero las componendas al interior del partido oficial le dieron el triunfo a Emilio López Torres. Ríos Radilla durante dos décadas fue benefactor de la ciudad de Atoyac, está sepultado junto a otros próceres en el panteón viejo y la escuela secundaria federal de El Ticuí lleva su nombre.
De acuerdo a la biografía escrita por Armando Fierro Gallardo especialista en la fábrica de hilados y tejidos Progreso del Sur Ticuí, Enedino Ríos Radilla nació el 14 de mayo de 1905, en el pueblo de Boca de Arroyo, muy cercano a El Ticuí. Sus padres fueron Esteban Ríos Lacunza y Juana Radilla Alejandri. Ingresó a trabajar como obrero a la fábrica de hilados y tejidos Progreso del Sur Ticuí, propiedad de las casas españolas de Acapulco. El 27 de diciembre de 1933 se suspendieron las labores fabriles por el conflicto obrero patronal, pues los propietarios no estaban de acuerdo con la creación de un sindicato al interior de la factoría, sin embargo los trabajadores continuaron la lucha hasta que se abrió de nuevo la fuente de empleo.
Entre los principales líderes del movimiento sindical figuraban Enedino Ríos Radilla, David Flores Reynada y Laureano Fierro González, quienes lucharon incansablemente solicitando al gobierno federal no sólo el reconocimiento de su sindicato, sino que se les concedieran créditos para la industria y que ésta fuera administrada en cooperativa.
A la muerte de David Flores Reynada en manos de los militares, Enedino Ríos Radilla quedó totalmente al frente de la lucha por eso invitó al general Lázaro Cárdenas del Río quien visitó El Ticuí como candidato y después como presidente de la República. La historia marca que el general se presentó en el pueblo en las instalaciones de la fábrica y entregó a los obreros la factoría el 20 noviembre de 1938, ocho meses después de haber expropiado el petróleo a países extranjeros.
Al instalarse la cooperativa que llevó el nombre de David Flores Reynada, Enedino Ríos fue nombrado gerente y Lorenzo Fierro González presidente.
“Ya como gerente de la factoría se movilizó para mantener relaciones comerciales con otras industrias y logró aumentar su producción al máximo haciendo crecer a la industria textil aumentando fuentes de empleo. Por un lado optimizaban las actividades en la empresa a su cargo y por el otro se preocupó por mejorar el pueblo. Construyó el jardín del Zócalo, con banquetas y una fuente que le daba belleza original, que combinaba con las hermosas flores de aquellos rosales que inspiraban a los enamorados al caminar por sus pasillos, este jardín fue inaugurado el 20 de noviembre de 1940”, comenta Armando Fierro Gallardo.
Enedino Ríos fundó la escuela primaria federal Valentín Gómez Farías, que estuvo ubicada en lo que hoy es la comisaría ejidal, municipal de El Ticuí y el kínder Benito Juárez, siendo la primera directora la profesora Rosa Solís, también creó una escuela de capacitación agrícola que estuvo a cargo del ingeniero agrónomo Ernesto Martínez; trajo a El Ticuí una Misión Cultural que se encargó de enseñar música, agricultura, cultura física, enfermería y economía doméstica.
Tomó de la industria textil la energía eléctrica para los hogares y proporcionó también luz eléctrica pública a todas las calles de la comunidad, convirtiendo a El Ticuí en el primer pueblo de la Costa Grande en contar con ese servicio y posteriormente se introdujo la energía eléctrica a la ciudad de Atoyac en el año de 1948. Acondicionó el llano de El Ticuí para que sirviera de campo aéreo y desde entonces fue utilizado por avionetas que prestaban servicios a la fábrica de hilados y tejidos, estableciéndose una comunicación más entre diversos lugares de la región.
Logró gestionar servicios médicos para los obreros y familiares, fundó una escuela nocturna para las personas que no sabían leer ni escribir, construyó canchas de basquetbol y acondicionó la de futbol, proporcionó becas para los hijos de los obreros para que realizaran estudios superiores y así mismo al terminar su profesión les proporcionó empleo en la misma fábrica, aportó préstamos a los trabajadores, organizó festivales cívicos y sociales donde participaban la escuela en grandes desfiles acompañados de los obreros en fechas conmemorativas de todo el año, de la misma manera organizó eventos importantes en la casa de alto de la empresa. En el tiempo que fue gerente de la industria textil se alcanzó el mayor esplendor y el pueblo disfrutó su organización, los días sábados todo era alegría, los obreros cobraban su salario de la semana y el corredor de la fábrica se llenaba de comerciantes que venían a vender de todo, era verdaderamente una fiesta, lo que generaba esa grandiosa fuente de trabajo.
Armando Fierro dice que lamentablemente en uno de sus viajes a la ciudad de Puebla, donde tenía relaciones comerciales con el industrial Elías Hanan, es precisamente a bordo de la avioneta, propiedad de este empresario, donde lo sorprendió la muerte el 15 de diciembre de 1951, al accidentarse la aeronave en el cerro del Ajusco del Distrito Federal. La búsqueda y rescate de los cuerpos resultó difícil, fue hasta el día 24 de diciembre cuando finalmente pudieron levantar los cuerpos y traerlos a El Ticuí.
Eloísa Alvarado Pano, hija de Rómulo Álvarado, comentó hace tiempo en las redes sociales: “Ellos tenían su boleto de avión comercial para volar del DF a Acapulco y de allí por carretera a El Ticuí. En el aeropuerto se encontraron al señor Elias Hanan que tenía la fábrica de Hilados y Tejidos en Aguas Blancas y se ofreció a llevarlos en su avioneta privada hasta El Ticuí”. El accidente ocurrió en Cerro del Zopilote y tardaron muchos días en encontrarlos, porque resultó que los lugareños robaron todo lo que encontraron de valor en la nave y luego la taparon con ramas para borrar evidencias, los difuntos traían mucho dinero.
Dice Eloísa: “Mi tío y mi papá habían venido al DF a cobrar dinero que le debían a la fábrica”, pero en la zona andaba un ingeniero agrónomo y una mujer le mencionó la avioneta. A raíz de eso se presentaron las autoridades de Xochimilco que martirizaron a los lugareños para que entregaran las pertenencias, “tengo entendido que como era cerca de la navidad llevaban regalos y al señor Elias Hanan…  le cortaron dedos o manos para robarle sus joyas. Al final la autoridad de Xochimilco se quedó con todo”.

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