Víctor Cardona Galindo
Para Álvaro López Miramontes de quien mucho aprendí.
Dice Wilfrido Fierro
Armenta que un propagandista llamado Genaro Montes de Oca fue el que invitó al
presidente municipal de Atoyac Rosalío Radilla Salas para que encabezara el
movimiento delahuertista en la Costa Grande, este mismo propagandista visitó en Cacalutla al general Silvestre Castro García,
El Cirgüelo quien estaba dedicado a
las labores del campo desde 1918.
Una
foto del historiador Álvaro López Miramontes que le tomé llegando a la ciudad de Tixtla, en el 2012, cuando asistimos al tercer Encuentro Estatal de Cronistas. Foto: Víctor Cardona Galindo. |
De hecho los dos bandos
en pugna pedían la participación de aquel experto militar, pero El Cirgüelo optó por la causa
obregonista, para ajustarle cuentas a su viejo enemigo Rómulo Figueroa y a
mediados del mes de enero de 1924, se levantó en armas al grito de ¡Viva el
agrarismo! y ¡Viva Álvaro Obregón! En esta aventura lo acompañaron un grupo de hombres
armados, entre los que figuraban los hermanos Cortés dueños de la hacienda de
Cacalutla.
Después de formar y
pasar revista a su gente, Silvestre Castro se dirigió rápidamente a Petatlán,
para encontrarse con Valente de la Cruz Alamar, que habían llegado a
Zihuatanejo, precedente de la Ciudad de México con armas y parque que enviaba
el general Álvaro Obregón. Al enterarse de la salida de El Cirgüelo, Rosalío Radilla junto con el mayor Juan S. Flores le
siguieron los pasos hasta alcanzarlo en Petatlán, donde se dio el más
encarnizado combate de todos los tiempos. Ahí salieron derrotadas las fuerzas
de Radilla y del mayor Flores. El campo quedó cubierto de muertos y heridos de ambos bandos.
Al verse perdido Rosalío
Radilla y su tropa huyeron a San Jerónimo el Grande, luego emprendieron la
marcha a la sierra cafetalera, dice Fierro Armenta que pasaron por Atoyac, Los
Llanos de Santiago, San Francisco del Tibor, El Infiernillo y salieron a Tierra
Colorada.
El Cirgüelo, después de dar sepultura a
los fallecidos en este sangriento combate, se retiró de Petatlán y llegó a la ciudad de Atoyac el primero de
febrero de 1924. Después emprendió camino rumbo a la Ciudad de México, mientras
Amadeo y Baldomero Vidales, Feliciano Radilla, Alberto Téllez y los hermanos
Adrián y Arnulfo Vargas se quedaron resguardando esta población.
Al pasar por Coyuca de
Benítez las fuerzas de Silvestre Castro sostuvieron un combate con las tropas
delahuertistas y con un cuerpo de “voluntarios” al mando de Ramón Gómez. Días
más tarde al llegar a Zacualpan, en el Estado de México, los costeños fueron sitiados
y atacados por los generales delahuertistas Tomás Toscano y Crisóforo Ocampo,
donde a pesar de estar copados lograron romper el cerco y salir airosos en la
batalla.
Mientras tanto,
aprovechando la ausencia de El Cirgüelo,
el coronel Ambrosio Figueroa atacó el 6 de febrero de 1924 a las fuerzas
obregonistas acantonadas en Atoyac. Los
hermanos Vidales organizaron la defensa y cuando los delahuertistas venían
entrando por el poblado de El Ticuí, pasando por el paraje conocido como Los
Tres Brazos salieron a su encuentro. A las seis de la mañana de ese día comenzó
el combate. Ante la fuerte defensa de los obregonistas las tropas de Figueroa
ya en retirada buscaron la protección de las casas de la ciudad pero fueron
desalojados a las seis de la tarde, huyeron y pasaron la noche en las lomas que
están frente a fábrica de El Ticuí. Al día siguiente desde El Calvario los
obregonistas le hicieron fuego, ya derrotados los delahuertistas subieron por
La Angostura, bajaron por El Abrojal y por el camino de la playa se fueron rumbo
al puerto de Acapulco para jamás volver.
En la capital,
Silvestre Castro, El Cirgüelo; recibió
órdenes del ministro de Guerra general Francisco R. Serrano, de salir a Villa
Madero para encontrar a los generales Tomas Toscano y Crisóforo Ocampo que
habían solicitado el indulto. De ahí por todas partes de la Republica empezaron
a indultarse las fuerzas subversivas y en el estado de Guerrero, el 17 de marzo
de 1924, depusieron las armas los generales Rómulo Figueroa y Crispín Sámano, en
seguida lo hicieron los coroneles Ambrosio y Francisco Figueroa. Al sentirse
perdido el traidor Rosalío Radilla Salas huyó por mar rumbo a San Francisco
California donde se refugió.
Pero poco duró la paz
en la región. El 6 de mayo de 1926 Amadeo Sebastián Vidales Mederos se levantó
en armas lanzando el manifiesto conocido como “Plan del Veladero”. Al siguiente
día el 7 de mayo Vidales atacó el puerto de Acapulco. Después de combatir seis
horas fue derrotado y al sentirse perseguido por las fuerzas federales se
refugió en la sierra de Atoyac.
Luego el 26 de julio el
general Amadeo Vidales atacó en la ciudad de Atoyac a las fuerzas federales
destacamentadas en este lugar. El combate se inició a las nueve de la mañana, inmediatamente
el Jefe de Voluntarios Alberto Téllez Castro con los soldados Regino Rosales y
Taurino Fierro que se encontraban parapetados en la casa de La Zacatera, abandonaron
sus puestos y se pasaron al bando vidalista. Un día antes, la mayoría de los
soldados de Téllez junto con el comandante de la policía municipal Julio
Benítez, habían abandonado la ciudad incorporándose a los rebeldes.
A raíz de la deserción
de los comandantes Julio Benítez y Alberto Téllez con un grupo de 95 hombres
-nos comenta Wilfrido Fierro en su Monografía
de Atoyac-, a deshoras de la noche, el mayor Lázaro Candelario tomó
prisionero el 6 agosto de ese año, al presidente municipal Adrián Vargas, por
su pasado agrarista, lo acusó de estar en combinación con los rebeldes, y en el
punto conocido, como Maguan fue fusilado, dejando su cadáver tirado en aquel
lugar de donde fue trasladado por los vecinos hasta esta población de Atoyac. Fue
velado en la casa de Faustino Bello y sepultado en el panteón civil de este
lugar.
A los pocos meses como
a las 2 de la tarde del día 5 de febrero de 1927, fue aprendido en su domicilio
el ex presidente municipal Patricio Rodríguez, por órdenes del mayor Lázaro
Candelario, se le acusó al viejo agrarista de sostener relaciones con los
rebeldes. Fue conducido al Palacio Municipal donde fue identificado por el alcalde
Francisco Hernández. Luego lo llevaron al cuartel de 67º regimiento que se
encontraba en El Calvario, y a las 10 de la noche de ese mismo día, fue
fusilado en el paso del río camino a El Ticuí. Su cadáver quedó toda la noche tirado
en el agua, por eso los peces le comieron los ojos y parte del rostro.
Durante el periodo del
vidalismo la población sufrió lo indecible. El mayor lázaro Candelario con las
fuerzas federales asaltó y asesinó a la comerciante Margarita Santiago Gómez, y
a unos de sus trabajadores, en la ceiba de Barrio Nuevo luego hizo correr la
versión de que los rebeldes la habían asesinado para robarle.
Cuando estuvo como jefe
de la plaza el mayor de caballería J. Jesús Villa prohibió a hombres y mujeres
bañarse y lavar en el río, en la zona comprendida del Barreno al El Calvario,
porque a su esposa le hacía daño tomar agua contaminada. “El varón que solía
bañarse, era conducido por la federación a los separos de la cárcel municipal,
en donde era amonestado seriamente y multado. Si era mujer, y sobre todo
lavandera, ésta también era recluida y trasquilada de las trenzas para que
sirviera de ejemplo a las demás”, comenta Wilfrido Fierro.
Entre las víctimas de
este torvo militar están: el comerciante José Morales, El Acateco; a quien asesino para adueñarse de una numerosa partida
de café que tenía almacenada en su negocio. Jesús Villa urdió calumniosamente
que llevaba armas y parque a los rebeldes. Este militar también le robó la cosecha
de café al comerciante Francisco Valencia.
Por medio de la tropa
solía mandar a los pacíficos campesinos a cortar pastura para la caballería,
estos con su dinero compraban el zacate a los dueños de los potreros para
cumplir con la orden, porque de no hacerlo corrían el riego de ser pasados por
las armas. Los soldados con frecuencia saqueaban e incendiaban casas y violaban
mujeres. La presencia de la tropa imponía terror entre los pacíficos moradores.
Los campesinos que
querían salir a sus parcelas para atender sus siembras, para protegerse de la
federación y no ser confundidos con los rebeldes, tenían que tramitar ante las
autoridades municipales salvoconductos personales, mismos que eran visados por
el comandante del 67º. Regimiento de Caballería mayor J. Jesús Villa. Para el
trámite tenían que cubrir la cantidad de cinco pesos. Estos salvoconductos
fueron expedidos durante la administración de los presidentes municipales de
Francisco Hernández, Eligio Laurel y Manuel Ríos. Los permisos tenían validez por
ocho días y tenían que renovarse de acuerdo con las necesidades del interesado
cubriendo la cuota respectiva.
No solamente lo
agraristas padecieron los crímenes de la tropa, también los antiagraristas, el 21
de septiembre de 1927, en un encuentro a tiros con el rebelde Gabino Navarrete
Juárez en el barrio del alto de El Ticuí, murió el presidente municipal Eligio
Laurel. Se culpó al subteniente Rojas de haberlo asesinado por la espalda en el
transcurso del combate, porque el gobierno giró instrucciones de acabar con
todos ex revolucionarios que militaron al lado del general Silvestre Mariscal.
Más tarde el mayor
Jesús Villa atendiendo las peticiones de los comerciantes Luis Urioste y
Obdulio Ludwig Reynada organizó un cuerpo de voluntarios, al mando quedaron
estos señores, quien al hacerse cargo de las armas entraron en acción,
participando en varios combates entre los que se encuentran los enfrentamiento
de El Salto, Mexcaltepec, Los Molinos del Rincón y La Florida.
El 8 de diciembre de
1927, los vidalistas pusieron sitio a esta población, combatiendo desde esta
fecha hasta el día 12 del mismo mes con las fuerzas federales al mando del
mayor J. Jesús Villa. Debido a las estratégicas posiciones que los rebeldes
disponían, la federación no se atrevió a levantar los cadáveres de sus caídos,
y estos fueron devorados por los perros, puercos y zopilotes. Durante el último
día del sitio los rebeldes se dedicaron a saquear los comercios e incendiaron
el mercado municipal.
Después de este combate
las fuerzas vidalistas se diseminaron en la sierra cafetalera donde
permanecieron. En 1928 llegó el coronel Miguel
Henríquez Guzmán instalando la oficina del sector militar en la casa de Eduardo
Parra y acuartelando su tropa en la escuela primaria Juan Álvarez, la plaza
principal, el Curato y en la casa de Alberto González. Tan luego como arribó,
el 17 de abril, tomó prisioneros a los comerciantes Luis Urioste, Lorenzo
Cabrera, Rosendo Galeana Lluch y al cafetalero Francisco Valencia, los
incomunicó y los acusó de proteger a los rebeldes. Solamente los dejó libres
hasta obtener de ellos una cuantiosa cantidad.
Durante la batida que
hizo el coronel Miguel Henríquez Guzmán a los vidalistas en la sierra de este
municipio, la mayoría de las casas de las poblaciones fueron incendiadas. Los
hombres que encontraban la tropa a su paso eran fusilados y las mujeres
trasquiladas de sus trenzas y conducidas en calidad de detenidas a la ciudad de
Atoyac.
Ante el empuje de los
federales Amadeo Vidales depuso las armas el 24 enero de 1929, ante el nuevo
Jefe de Operaciones Militares en el estado de Guerrero general Rafael Sánchez
Tapia. El gobierno federal entregó a Vidales, para formar una colonia agrícola,
unas tierras que expropió a la familia Cortés, estos se inconformaron con el
gobierno. Eso dio origen a muchos hechos de sangre, como las muertes de Emilio
Radilla en Palo Verde, Celerino Cortés y otros, así como la del general Amadeo Vidales quien fue asesinado en la
ciudad de México, el 27 de mayo de 1932, por J. Asunción Radilla Hernández.
Después del indulto de Amadeo
S. Vidales volvió en parte la tranquilidad a esta región, pero aún quedaba en
la zona cafetalera un grupo de rebeldes encabezados profesor Pascual Nogueda
Radilla. Al retirarse Henríquez Guzmán llegó, a principio del mes de mayo de
1929, el coronel atoyaquense Alberto González para hacerse cargo del Sector
Militar de esta ciudad, y restableció de inmediato el Cuerpo de “Voluntarios”
que comandaban Luis Urioste y Obdulio R. Ludwig, nombrando también comandante
al viejo revolucionario Timoteo Fierro que para ese entonces ya peleaba del
lado del gobierno.
Ante la persecución del
coronel González y el asedio de Timoteo Fierro quien conocía la sierra como la
palma de su mano, Pascual Nogueda Radilla solicitó la intervención de su tío el
general Santiago Nogueda, para que le tramitara el indulto ante el gobierno de Emilio
Portes Gil, y en la primera quincena de
julio de 1929, depuso su actitud rebelde entregando las armas al general
Nogueda, en el poblado de Corralfalso. Así terminó la lucha que encabezara el general
Amadeo Sebastián Vidales Mederos dejando atrás la muerte de tres presidentes
municipales de Atoyac.
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