Víctor Cardona Galindo
Poco a poco me convencí que los verdaderos dueños
de la casa son los cables. Es más, los cables son los dueños de nuestro
temperamento y ordenan toda nuestra vida.
Están por todos lados, principalmente aquellos que
nos traen electricidad, sin ellos simplemente no funciona nada, ni el
refrigerador, el horno de microondas, la licuadora, el televisor ni la
lavadora. Que los cables de la electricidad estén por toda la pared como venas
ocultas es entendible. Pero luego pasan por encima de nuestras cabezas los del
internet y los de cablevisión. Como si fuera un camino de termitas va el del
teléfono, de una mesa cuelga el de la plancha. En el cajón del escritorio
asoman cables de la Tablet, de los cargadores del celular y de la cámara.
Ocultos y silenciosos están el cargador de la
computadora, un cable de un viejo mouse
amarra la pata de un mueble. Son tantos los cables que están por la casa que mi
mujer ya los usa como tendederos. Son los amos y señores. Son a veces tiranos y
escurridizos, si los dejas en la mesa sin ninguna protección suelen colgarse de
las primeras manos conocidas o desconocidas que pasen. No son fieles, se van y
te privan un día sin música en el coche. Sin los cables de los audífonos no
puedes salir a correr, a veces se esconden debajo de una insignificante sábana
y se aparecen cuando ya calentó el sol. Pero lo peor de todo es cuando
desaparece el cable RCA de donde tú lo tenías y haces el coraje del mundo. Lo
buscan en un cajón llenos de cables que ya no te acuerdas para qué sirven, pero
que están ahí espiándote y gritándote en la cara que los necesitas. Cuando el
RCA no aparece y te echa a perder la película del sábado, terminas mentándole
la madre hasta al perro, que ya se aficionó a roer cables que llegan descuidados
e inocentes hasta su rincón.
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