Víctor
Cardona Galindo
Los
guaqueros hacen de las suyas queda vez que tienen oportunidad, aprovechan
cualquier reunión social para contar sus historias, ya sea una asamblea de la
comunidad, una velada o velorio. Son buenos para arrancar carcajadas. Aquilino
Salas, La Laura, era un gran
guaquero, lo es Elías Ríos y Jesús Ríos Vargas, El Fantomas, quien mejor cuenta las aventuras de Toño Peralta. Los
Galindo y Los Maldonado son buenos guaqueros. También era muy divertido charlar
con Francisco Serrano de Las Salinas y Matilde Valeriano Parra, La Pachaca, de La Remonta. Los dos ya
fallecidos.
Anselmo
Martínez El Chulo, un señor muy picaresco, un guaquero, que se hizo
famoso porque cantaba el verso: “Estos guaraches que traigo yo /Lucio Cabañas
me los compró /y con el dinero que le sobró /un chicle motita me regaló”. Ahora
esa rima se ve muy simple, pero El Chulo la cantaba cuando estaba en
pleno apogeo la Guerra sucia y de esa manera se burlaba de los soldados que en ese
tiempo estaban hasta en la sopa.
A El Chulo le decían La Güampira, porque se
vestía de mujer y asustaba a las parejas románticas que se escapaban por las
noches al río. También tapado con una sábana blanca se le aparecía a los
albañiles que por las noches hacían gavetas en el panteón municipal. Un día se
puso a gritar “hice una muerte, hice una muerte”, un vecino llamó a la policía
porque pensó que don Anselmo estaba confesando algún delito. Cuando los
“cuicos” llegaron encontraron que El Chulo había fabricado una muerte de
madera y la hacía caminar por sus brazos. Es que también era buen artesano.
Y volviendo con los otros guaqueros. El
otro día mi compadre Toño Peralta me contó que iba caminando por la orilla del
río, ahí por Las Juntas, “cuando veo que del otro lado del río estaba una
hilera de chachalacas. Que agarro mi riflito 22 y les tiré, de un sólo balazo
maté a las seis. Les atravesé a todas el pescuezo. Es que yo tengo buena
puntería usted sabe compadre”.
***
Compadre,
mi fama de cazador trascendió las fronteras, no sé cómo supieron los gringos
que yo era un buen cazador. Un día llegaron a tu humilde casa en San Francisco
del Tibor un grupo de güeros que me buscaban para retarme a un concurso de
cacería en África. ¡No hombre compadre! Yo nunca subiéndome a un avión, ese día
volé desde la Ciudad de México hasta África compadre. Pinches güeros parecían
Rambo, tanta arma que sacaron de las maletas. Yo llevaba mi cuaxtlera.
Dije entre mí, con esta les
voy a ganar a los pinches gringos, me la colgué y nos fuimos al monte de
cacería. Por la tarde llegaron los gringos al campamento y no habían cazado
nada. Yo me chingué, dos elefantes, tres leones y dos tigres, un pinche jabalí
y cinco gacelas.
Los gringos no cabían del
asombro, tantos animales cazados y ellos nada. Me trajeron de regreso a San
Francisco del Tibor me dieron mi trofeo. Los cueros de los animales que cacé
ahí los tengo. —Verdad vieja —Si viejo si —contesta mi abnegada comadre.
***
Compadre
—dice Toño Peralta— un
día andaba por el rumbo de La Pintada, iba rumbo a El Camotal, cuando me
encuentro un tigre, al verlo que le tiro con la escopeta y que me sigue, que le
tiro el machete y el tigre atrás de mí. Ya me llevaba cerquita, pero al subir
cuesta arriba el tigre se resbalaba, ya casi me alcanzaba y el tigre se
resbalaba, sentía que me arañaba los pies y el tigre se resbalaba.
Que intervengo y le digo
— ¡No hombre compadre! si a mí me sigue un tigre yo me cago, —Porque crees que
se resbalaba el tigre compadre —Contestó sereno mi compadre Toño.
Otra de Tigre
Un día
me avisaron que un compadre mío estaba enfermo en San Juan de las Flores, le
dije a mi vieja vamos a ver a mi compadre. Nos fuimos, llegamos, mi compadre
estaba encamado y la comadre tenía ya varios días comiendo puros frijolitos. Mi
vieja me dice —Toño te hubieras de ir
por ahí a ver si te encuentras un venado para que la comadre coma un poquito de
carne.
Agarré la escopeta de mi
compadre y mi machete envainado y me fui por el monte rumbo al Río Chiquito,
iba listo para tirarle a cualquier animar que saliera. Pensaba que a lo mejor
un tejón o jabalí se aparecieran, pero de pronto al salir a un claro del monte,
me saltó un tigre de bengala. Me llevé el susto de mi vida compadre, pero
reaccionando que le tiro un balazo, creo que por el susto no le pegué, entonces
que se enoja el tigre y que me sigue, no alcancé a cargar la cuaxtlera y que le
tiro con la varilla, pero le jerré y siguió atrás de mí, que corro y ya que lo
vi cerquita que le tiro con la escopeta, el tigre esquivó el golpe y que corro
y el tigre atrás de mí. Que llegó a un arroyo y que veo que de una cascada caía
un chorro de agua blanco, blanquísimo, que me subo por el chorro de agua y
cuando llegué arriba veo que el tigre también va subiendo por el chorro de
agua; entonces que sacó el machete y de un machetazo trocé el chorro de agua,
entonces el tigre cayó y se desnucó al golpearse con una laja. Ahí tengo el
cuero, cuando quiera verlo compadre, vaya a la casa —verdad vieja —Si viejo si,
—contesta la santa de mi comadre.
El Tío Fermín Galindo
El tío
Fermín se metió un día por necesidad al monte. Estaba sentado bajo un matorral
cuando llegó una chachalaca y se sentó en una rama casi encima de él, rápido la
agarró de la pata y la metió a su morral, “que digo estas no andan solas, y sí,
nada más esperé tantito cayó la otra y que la agarro y la meto al morral,
llegando a la casa mi vieja estaba feliz, las peló y las cenamos en estofado”.
El Tio Lencho Galindo
Un año
se me olvidó limpiar la milpa. Cuando fui estaba toda llena de monte. Comencé
con la tarecua y no avanzaba, en un palo de ocote estaba un guaco que cantaba y
cantaba, yo no le hacía caso. Hasta que le puse atención porque parecía decir
mi nombre — Lenchoo,
Lenchoo, bríncale al bolo, al bolo,
al bolo, dale puro bolo, —y volvía a decir —Lenchoo, Lenchoo,
al bolo. Dije entre mi —este guaco está pendejo, —seguí
con la tarecua, pero me cansaba y que le brinco al bolo, y al bolo. Mientras al
guaco gritaba, al bolo dale puro bolo. Con el bolo acabé de limpiar la milpa,
gracias al guaco.
Oscar Blanco Patiño
Fui al
palenque, ya ves que soy gallero. Había un gallo colorado emplacao que las
ganaba todas, soberbio el dueño del gallo, dijo —le doy
diez mil pesos al que me gane una pelea, pero es más le doy los diez mil pesos al
que me entable una pelea—. Le dije —espérame
te voy a entablar la pelea. Fui a la casa y me llevé un gallo “rodailo”,
pescuezo pelón, pero antes le di de comer puro nixtamal y ya lleno, acabando de
comer me lo llevé al palenque. Cuando llegué con mi gallo pelón todos se
carcajearon y gritaban burlándose. Me le paré enfrente al gallero fanfarrón, y
le dije —con este gallo te voy a entablar la pelea. —Me
soltaron al emplacao y en el primer navajazo, le rompió el buche a mi gallo. Al
navajazo volaron los granos nixtamal y quedaron regados por todo el piso del
palenque. El gallo fino ya no siguió peleando porque se puso a comer nixtamal.
Como antes de la pelea no les dan de comer a los gallos finos para que estén
bravos, tenía hambre ese pobre animal. Mi gallo pelón, a pesar de que no tenía
buche, siguió caminando y cantó a medio palenque. Los jueces entablaron la
pelea y me dieron mis diez mil pesos.
***
Oscar dice
que un día para atrapar palomas, se llevó un bule lleno de mezcal y llenó una
jícara de cirián y la puso a la orilla de una ajonjolinal. Las palomas bajaban
de los palos a beber y caían de lado bien pedas. Ya no podían volar. Entonces
las agarraba y las amarraba de las dos patas con mecate de rafia y las colgaba
en la silla del burro. —¡Zanca! estaba tan enviciado agarrando las
palomas borrachas que se me fue el rato, cuando veo que volaron las que agarre
primero y mi burrito se levantó en el aire, para detenerlo me colgué de la reata,
pero las palomas eran muchas y me levantaron con todo y burro, cuando vi iba
volando por arriba de los cerros. Pero la santa de mi mujer, siempre, cuando
voy de cacería me echa unas panochas en el morral, para que no pase hambre. Con
el sol las panochas se derritieron y se formó un hilito, por ese hilito me
bajé. De mi burro quien sabe hasta dónde se lo llevaron las palomas.
***
Francisco
Pérez Fierro era investigador, le gustaba indagar sobre las costumbres de los
pueblos y los casos extraordinarios que ocurrían en las comunidades costeñas.
Un día alguien le avisó que en Cacalutla se presentaba el fenómeno del nagualismo.
Presto fue en busca de un viejito que se transformaba en animal. Pérez Fierro
preguntó por el señor y salió un viejito dicharachero que lo atendió en una
mesa vieja, manchada y sin mantel. —Nos dijeron que usted
se transforma —dijo Pérez Fierro. —Claro que si —respondió el viejito. — ¿Se
puede transformar para mí? —Preguntó el investigador —Claro que si —contestó
aquel.
Pérez Fierro se puso
listo. Preparó la cámara. El campesino se instaló en un costado de la mesa y se
puso a mirarlo encorvado como simulando un toro. Estuvo así quince minutos.
Entonces Pérez le preguntó — ¿A qué horas se va a transformar? —Me estoy
transformado —contestó. Pasada media hora Pérez Fierro le dijo — ¿A qué hora se
va a transformar pues? —Me estoy transformando, me estor transformando —volvió
a contestar. — ¿Pero a qué hora? —Dijo con más energía. Entonces contestó —No
ves que me estoy haciendo güey.
***
En
Atoyac los pendejos no mueren. Un hombre de la sierra subía disparando su
pistola por la loma de colonia Villita. Acababa de darse de balazos con la
policía. Al verlo Antonio Abarca desabrochándose la camisa y enseñando el pecho
le gritó —Hey
tú, tantas ganas tienes de matar, mátame a mí. El hombre con la pistola
humeante en su mano derecha volteó y al verlo contestó —Yo no
mato pendejos. Luego prosiguió su camino rumbo a la 18 de mayo.
***
Fortina
Rojas cuenta que había un hombre que tenía una hija y era muy celoso. No le
dejaba salir ni al pan, y para podérsela llevar un enamorado inventó un truco.
Mientras un amigo pescaba en un terreno seco, el otro se sacó a la muchacha por
la cocina. Cuando los padres fueron a ver que pescaba, éste les dijo “Soy
pescador sequero y si no pesco yo pescará mi compañero”.
***
Hubo
un tiempo que en el camino que conduce a la colonia Miranda Fonseca asaltaban todos
los días. Se hizo costumbre que un grupo de encapuchados rodeara la combi y
desvalijara a todos los pasajeros.
Cierto
día salieron los asaltantes a la combi en que viajaba Rubén Ríos Radilla.
Comenzaron asaltando de atrás para adelante y cuando llegaron al chofer le
quitaron todo. En eso Rubén quiso quitarse el reloj pero un asaltante que apuntaba
con una escopeta le dijo —usted no Profe.
***
El tenor
Ambrosio Castillo contaba que realizó una gira por Europa y cuando estuvo en
Francia le llamaron Ambrossie del Castillee y cuando estuvo en Italia le
llamaron Ambrosini del Castillini y cuando estuvo en Rusia le llamaron
Ambrososko del Castillosko, muy finas y distinguidas personas hay en esos
países. Pero cuando regresó a Atoyac, su pueblo natal, al bajarse de camión flecha
roja escuchó que la gente cucha decía —ahí va Bocho el joto.
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