domingo, 16 de julio de 2017

La Guaca III


Víctor Cardona Galindo

Hipólito Cárdenas Deloya en su libro El caso de Ayotzinapa o la gran calumnia, registra algunas guacas de la zona de Tixtla y les llama “cuentos ingenuos de hombres buenos”. Un campesino de nombre Marcelino cuenta: Una vez fui con mi padre a la huerta, que estaba por el zanjón, a pixcar el maíz para acarrearlo a la casa. Llevamos tres mulas. En el terreno soltamos las mulas para que comieran libremente. Ya por la tarde, me dijo mi padre: tráete las mulas. ¿Dónde están?, pregunté. ¡Búscalas!, han de andar por allá abajo del zanjón entre el calabazal. Fui corriendo… volví… di otra vuelta y ¡ni sus luces de las mulas! Pues no están, papá, le dije. No se pueden haber perdido puesto que estando cerrado, ¡no se pueden salir! Esto es grande. ¿Cómo voy a creer que no las encuentres? ¡Búscalas bien! Volví al Zanjón. Oí ruidos como que roían… puse atención y seguía oyendo. Di vuelta a una calabaza que las mulas habían roído hasta hacerles un gran agujero por donde se metieron para comerse las semillas. ¡Nomás imagínense como eran del grandes las calabazas! 
Nuestros jóvenes grafiteros todo el tiempo están actualizando
 sus murales en los muros de la ciudad de Atoyac. Son muy 
creativos, y siempre están mejorando su técnica. 
Foto: Víctor Cardona Galindo


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En su libro Atoyacadas Enrique Galeana Laurel escribe las aventuras de Carmelo Ríos quien siendo joven se fue a la revolución y como se la pasaban peleando no había tiempo para comer ni para dormir. Hubo una batalla donde tenían el enemigo cerquita que no les daba cuartel y “de tantos balazos el cañón del rifle se ponía colorao… colorao… entonces cada quien sacaba su pedazo de carne o tortilla y sobre el cañón calentábamos nuestro itacate”.
Carmelo fue un revolucionario muy bragado y muy temido. “Me tenían miedo porque en lugar de tener una mula o un caballo yo domé un toro y en él andaba y el toro bramaba en el monte y la gente escuchaba y decía ahí viene Carmelo Ríos”.
En tiempo de paz Carmelo se dedicó a sembrar maíz y calabazas en 50 hectáreas de tierra que tenía. Iba darle vueltas a la milpa montado en su yegua la Pisaflores, porque a pie se hacía tres días, “pero ese día la yegua no aparecía entonces por la noche me puse a lamparearla y de pronto entre surco y surco vi que una calabaza se movía y poco a poco me fui acercando con mi 30-30 y alumbré dentro de la calabaza… pos que creen ahí estaba la yegua comiéndose el pipián. La calabaza era más grande que la casa de mi tía Cayita”.
Los vecinos de su huerta de café estaban bien rajados porque en los montes andaba una culebra grande que hasta aullaba por las noches. Un día la culebra le robó un cuche cuino (gordo), así que agarró su 30-30, pero como dicen que a esas culebras no les entran las balas, entonces se llevó su machete bien filoso como un aguatito. Aquí el relato se pone muy sabroso con el aderezo que le agrega Enrique Galeana quien también es un guaquero de marca.
Entonces… “que me topo con la culebra estaba bien grande como 35 metros y de inmediato me tiró como 15 mordiscos… y como la tenía cerca empecé a pelear con ella desde las doce del día… eran las cuatro de la tarde y no podía matarla, eso si cada colazo que me botaba para tumbarme… zas con el machete le cortaba como metro y medio y así seguí hasta como a las ocho de la noche y ¿Qué creen? Cuando la culebra se regresó a ver cuánto le quedaba de cola vio que nada más era un zunquete y oí que la culebra dijo seguro tu eres Carmelo Ríos y se fue corriendo con su puro zunquetito y san se acabó”.
Cuenta Enrique que Carmelo Ríos andaba de cacería, a los pocos días en que el huracán Tara desoló la región y no había nada que comer. Traía solamente dos balas para su riflito calibre 22 y de pronto en el campo descubre dos grandes venados pastando tranquilamente “pensé tengo que matar los dos de un solo tiro. Entonces saqué mi cuchillo y se lo puse en la punta del rifle y al jalar el gatillo pos la bala se partió en dos y en la pura tatema (cabeza) le di a los dos venados, pero ya venía caminando y en un palo de camuchín vi como 80 chachalacas, pero como no soy bembo les apunté para que una sola bala atravesara varias y cayeron como 15, pero déjate de eso salí con ganancia por que la bala pegó en un palo de campincerán y rebotó hacia el arroyo y la misma bala mató un robalón (pescado) como de cien kilos y medio”.
Pero un día por traer su pistola fajada lo agarraron los rurales y se lo llevaron preso a la cárcel de Tecpan de Galeana, que era una galera de tejas y adobe. En ese tiempo los guardias dejaban pasar todo tipo de frutas “ y como llevaba en mis bolsillos como kilo y medio de billetes, compré 50 piñas y le di de comer a todos los presos con una condición, que como con la piña dan ganas de miar, que se miaran en la esquina de la barda y así obedecieron mis órdenes porque sabían que yo era más malo que las espinas de carnizuelo… ya muy noche esa parte de la barda estaba muy humedecida tanto orín y llegué le di una patada y esa parte se derrumbó y por ahí nos fugamos, al otro día que iban pasar revista no había nadie. Me llevé a todos para la sierra a cada quien le di un terreno grande para que sembrara café y desde entonces hay cafetales, si no fuera por mí ni siquiera se conocieran las matas”.

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Enrique Galeana dice que Anselmo Martínez, El Chulo, quien participaba en la danza de El Cortés, la danza del macho y los 12 pares de Francia, siempre tenía una forma especial de disfrazarse. Cuando todavía no había luz eléctrica en la ciudad se colocaba en el arroyo Cohetero rumbo a la colonia Sonora y se cubría con un cuero de vaca para espantar a todas las personas que atravesaban el arroyo camino a su casa.

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Un día que Carlitos Morlet andaba de cacería por el rumbo de Río Verde, cuenta Enrique en Atoyacadas, se le descompusieron las luces de la camioneta “entonces pensó como regresar a El Paraíso y como llevaba más de tres kilos de parque para una pistola, cada quince metros disparaba y con ella se iba alumbrando”. Al escuchar la balacera un venado salió a ver qué pasaba y Carlitos lo mató con la camioneta.

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Dice Carlitos que en una ocasión dos pistoleros se enfrentaron a balazos en El Paraíso, parapetados duraron cinco horas tirándose, pero como eran buenos tiradores y se tiraban al mismo tiempo no se mataron, porque las balas chocaban. “Al otro día fui a recoger todas las balas y las derretí para ponérselas de plomada a mi tarraya”.

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Un paisano se fue a vivir a Chilpancingo y allá desesperado por no tener novia, acudió con un brujo quien le vendió unos polvos del amor y un perfume para que con el “solo roce”, las mujeres cayeran en sus brazos. Caminaba con los polvos en la mano buscando la mujer de sus sueños, cuando se encontró una patrulla. Como los elementos de la policía preventiva creyeron que esos polvos eran cocaína, lo detuvieron para investigación. Al final, el polvo resultó ser talco. No era ningún menjurje diabólico ni droga. No pudo enganchar la mujer de su vida y todo quedó en el susto que le metió la policía.

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En Los Valles La Maitra era una mujer indígena y muy católica, trajo a bautizar a su hijo a la ciudad de Atoyac. El padre Isidoro Ramírez la recibió y antes de ir a la pila del bautizo le preguntó ¿Y cómo le piensas poner al niño hija?, ella contestó Yo creo que Usebio, Padre. El párroco quiso corregir hija es con e, es con e. Cuando ya estaban frente a los padrinos le vuelve a preguntar ¿Hija cómo me dijiste que se iba a llamar?, Pues Usebio padre. El padre vuelve a corregir es con e, hija es con e. Bueno póngale así como usted dice padre  dijo resignada.  
Cuando llegó al pueblo la gente le preguntó que como le había puesto a su hijo ella contestó Coné, así dijo el padre que se llamaba. Para todo le gritaban Coneee, esto. Conee lo otro. Todo el mundo siempre lo llamó Coné, como le había puesto el padre. Solamente cuando entró a la primaria se dio cuenta que se llamaba Eusebio.

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“Desde que Hildalgo /prendió la mecha /no hay un hijoelachingada /que la apague hasta esta fecha”, Fortina Rojas.

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El matrimonio de Gabriel y Regina Zahar, eran árabes, vivían en la casa donde vivió Eduardo Parra. En uno de los costados de la plaza principal de Atoyac. Como en ese tiempo no había bancos tenían todo el dinero en bolsas de lona. Una ocasión se les metió un ladrón del que se decía tenía pacto con el diablo. Ese mismo una ocasión se robó El Santísimo, cuando estaba encargado de la parroquia el padre Isidoro Ramírez, lo encontraron en el río todo aplastado, solamente se llevó las piedras preciosas que tenía incrustadas. Ese ladrón se metía a las casas y no lo sentían. Por eso muchas familias colocaban recipientes con agua debajo de las camas para que absorbiera el somnífero que echaba el ladrón.
Cuando sintió que el ladrón estaba dentro de la casa, Gabriel Zahar le gritó a su esposa pásame la pistola, pásame la pistola. Doña Regina sabiendo que no tenían pistola contestó ­— y de dónde quieres que te agarre la pistola de la cacha pendeja contestó él.

Aquilino Salas, La Laura

Aquilino Salas fue uno de los mejores peluqueros de la región. Enrique Galeana lo recuerda porque se caracterizaba por andar vestido impecablemente de blanco. En su juventud fue aventurero, anduvo en un barco carguero recorriendo el mundo. Era muy ágil se echaba las maromas, hacia atrás, con mucha facilidad. Yo lo recuerdo siempre de blanco y tenía la característica de aguantar mucho tiempo sentado de cuclillas. Así se colocaba durante horas en una esquina del mercado Perseverancia.
Cuentan que una ocasión cuando trabajaba de minero en la mina Los Tres Brazos, donde extraían tungsteno, en lo profundo de la tierra encontró una pepita de oro. Los demás trabajadores le dijeron, deja esa piedrita de todas maneras de la van a quitar al salir. Me la quitan madres —contestó y se dedicó a limarla durante el turno. A la hora de la salida antes de llegar a la boca mina se la metió en el ano. Ahí la escondió. Cuando los supervisores lo revisaron no le encontraron nada. Aquilino también se hizo famoso por los pedos que cobraba a peso.
En día llegó bien crudo donde Juanche Galeana y éste no quiso fiarle una copa de mezcal, para curársela. Aquilino enfureció y le dijo vas a ver cabrón ahorita te voy a matar. Se fue a El Ticuí y llegó al billar donde estaban todos los amigos de Juanche. Entrando suspiró y dijo triste. Hay amigo se murió Juanche Galeana. Todos preguntaron ¿A qué horas? Yo lo acabo de ver comentó uno. Aquilino dijo ahorita vengo de allá. Ponía la cara de compungido, al tiempo que de dejaba querer por los asombrados amigos que le acercaban unas cervezas frías para la tristeza. Se tomó tres y con eso curó la cruda. Se fue para su casa prometiendo que nada más iba cambiarse para regresar al velorio. Los amigos comenzaron a correr, compraron veladoras y flores. Llegaron a la casa de Juanche y lo encontraron acostado en la hamaca meciéndose.
Cuando Juanche le reclamó Aquilino se rió te dije que te iba a matar por ojete y lo cumplí.

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Aquilino pasaba a cortarle el cabello a Francisco Olea y a veces Francisco se lo cortaba a él. Un día Francisco le dice oyes se me antoja un caldo de guajolote. Aquilino dijo ahorita hombre. Se fue y en el callejón encontró un guajolote de su mamá, lo agarró y le amarró una liga en el pescuezo, el guajolote comenzó a contraerse queriéndose librar de la liga. Aquilino presuroso llamó a su mamá y le dijo –amá venga, vea ese guajolote tiene peste mire como le hace. Su inocente madre contestó –de veras mijo, anda llévatelo lejos de aquí, tíralo padre, antes que me vaya contagiar a los demás animales.
Aquilino tomó el guajolote, se lo llevó donde Francisco Olea e hicieron un festín al que concurrieron todos los borrachos de El Ticuí.


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