Víctor
Cardona Galindo
Un día
mi compadre Toño Peralta le metió unos balazos a un cabrón borracho que lo fue
a insultar a su casa. Se vino de la sierra, y triste, ya de malas, se ocultó
cerca de la playa, andaba buscando la forma de sobrevivir. Pero allá en los
manglares le dieron ganas de hacer de sus necesidades, así que se metió tantito
entre el monte. Colocó el sombrero en el suelo y se sacó la pistola calibre 25
que traía fajada en la cintura y la puso sobre el sombrero. Terminando sus
necesidades quiso tomar la pistola, pero no pudo porque la había agarrado con
sus tenazas un cangrejo que le apuntaba con precisión, con una maniobra lo
quiso desarmar pero inmediatamente el cangrejo se hizo para atrás y le siguió
apuntando. Sin dejar de enderezar el cañón el cangrejo se perdió entre los
manglares desarmando a mi compadre sin remedio. “Mejor me voy para mi tierra,
no quiero que me mate un cangrejo lejos de los míos”, dijo mi compadre
derrotado.
Panorámica
de la comunidad de El Paraíso tomada
por el maestro Salvador Morlet Mejía en 1953.
Foto: Colección de Esteban Hernández
Ortiz.
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***
En la
Agencia del Ministerio Público había un jovencito, chofer del titular, que
traía siempre fajada en la cintura una pistola calibre 9 milímetros Smith & Wesson
plateada. Desde el primer día que llegó con ella el licenciado le dijo —está
bonita tu pistola —aquí la traemos mi jefe, para una necesidad.
Cada
día le preguntaba su jefe ¿y la pistola? —aquí anda, jefe, para
cualquier necesidad.
Y un
día no la llevó al trabajo y el jefe preguntó ¿y la pistola? Él contestó —la
empeñé, mi jefe, se me presentó una necesidad.
***
Cuentan
que en Santo Domingo vivió un hombre llamado Prócoro. Un día en una asamblea a Prócoro
se le salió un sonoro pedo. Después de eso era la comidilla de todos, por eso avergonzado
se fue del pueblo. Pero con el tiempo le entró la nostalgia por su tierra.
Pensó que ya eran muchos años y que tal vez ya nadie se acordaría de aquél
vergonzoso momento. Llegó de regreso y el primer día, después de limpiar su
casa y de instalarse, se fue a dar una vuelta por la cancha. Todo mundo lo
saludaba con cariño “ya nadie se acuerda”, dijo para sí. Pero llegó a la cancha
del pueblo y vio a un joven que observaba jugar basquetbol. Prócoro le preguntó
—¿cómo
te llamas? —Clevert —contestó —¿y cuántos
años tienes? —preguntó Prócoro. Clevert se quedó pensando y
contestó —pues no sé, pero mi mamá dice que cuando el
pedo de Prócoro yo tenía tres días de nacido.
***
En los
años noventa, eran los tiempos del Ejército Popular Revolucionario. Un día hubo
una balacera en el centro de la ciudad, dos jóvenes campesinos, que habían
intentado asaltar una tienda, yacían en el suelo atravesados por las balas de
la Policía Preventiva. Los dos portaban Cuernos
de Chivo nuevecitos. Había llegado el Ejército y tenía acordonada el área.
Los curiosos se aglomeraban en torno a las calles de Reforma y Álvaro Obregón.
Hasta la multitud llegó bien “pedo” Cuauhtémoc Romualdo y como es chaparrito se
alzó entre los demás y al ver los muertitos dijo en voz alta “eso no
es nada, se va a poner más feo”. Al escuchar eso los soldados se le fueron
encima y lo detuvieron. Dicen que había muchos testigos de lo contrario hasta
lo hubieran desaparecido. Lo maniataron y lo entregaron a Neftalí Ponce que en
ese momento era el comandante de la policía, con las estrictas órdenes que no
lo soltaran hasta que el Ejército terminara de investigarlo. En ese tiempo
todos éramos sospechosos se ser guerrilleros.
Por la
mañana éste cronista llegó a la comandancia de la policía, afuera se encontraba
un activo agente de Inteligencia Militar que sólo conocíamos por el apodo de El Titi. A boca de jarro me dijo —hey tú
que le has hecho entrevistas a la guerrilla ¿conoces al comandante Cuauhtémoc?
Le dije que no. —Las entrevistas han salido en mi periódico,
pero yo no las hice. —Pero dicen que tú eres el contacto… pásale
quiero que veas un cabrón que tenemos detenido, parece que ya agarramos el
comandante Cuauhtémoc. Es chaparro, es fornido y parece que tiene
entrenamiento. Por curiosidad entré a ver al supuesto jefe guerrillero y me
encontré a Cuauhtémoc Romualdo temblando de la cruda. Le dije — ¡ora
comandante Cuauhtémoc! —Se sonrió y me dijo —avísale
a la maestra Lupe que estoy detenido.
Ya
alguien le había dicho a la maestra Guadalupe Galeana Marín quien llegó rápido
y dialogó con el síndico Elías Salomón. No se lo quería entregar porque el
detenido estaba a disposición del Ejército. Era reo federal. Lupe respondió por
él y lo dejaron ir. Le dijo a Elías —para cualquier aclaración yo lo presento. El síndico,
por la amistad que había con la maestra, se echó la bronca y lo entregó. Quien
sabe por cuantos días investigarían a Cuauhtémoc Romualdo a quien ahora con los
años le recordamos, como guaca, lo que le hizo el Ejército, diciéndole “Eso no
es nada, se va a poner más feo”.
Y hace
poco alguien, que se oculta tras el anonimato de las redes sociales, le hizo la
guaca de señalarlo como un peligroso narcotraficante. Él solamente se ríe con
su carácter apacible y bonachón. Cuauhtémoc es de los hombres que nunca le
harían mal a nadie. Es común encontrarlo guaqueando en los pasillos del
Ayuntamiento. No deja títere con cabeza.
Tancho
El tío
Atanasio Galindo también es un buen guaquero y cuenta muchas guacas de Los Valles.
Una de sus favoritas son las aventuras de Tancho
el curandero del pueblo.
Cuando Tancho
curaba le rezaba a los espíritus recoquetones y les pedía que salieran del
cuerpo de su paciente. “Espíritus recoquetones salgan del cuerpo de esta
mujer”. “Espíritus recoquetones salgan del cuerpo de este hombre”, se escuchaba
entre los rezos que solamente él entendía.
Un tiempo, En Los Valles, dieron por caer las
jovencitas quinceañeras. Caían desmayadas y no se sabía porque, entonces
mandaban a traer a Tancho, quien las
curaba con flores y ramazos. Cierto día mientras curaba, un murciélago se metió
a la casa y entre todos lo espantaron a sombrerazos, pero llegando con Tancho de un golpe lo mató y lo colocó
en la esquina de la casa y le pidió a la familia que no lo fuera a mover de ahí
si no querían que su hija recayera y habiendo terminado el ritual la jovencita
se levantó muy sana y fresca.
Al día siguiente cuando se preparaba para ir a su
milpa, corriendo le fueron a decir, que la nieta consentida de Bernardo Reyes
había caído en un desmayo pesado y no había fuerza posible que la hiciera
volver. La niña estaba desguanzada tirada en un catre. Tancho se volvió del camino para curar la nieta del hombre más rico
del pueblo, pensó que ganaría una fortuna si la sanaba. Que Bernardo lo
llenaría de gratificaciones. Pero por más esfuerzos que hacía dándole ramazos y
rezando a los espíritus recoquetones. Nada, nada y nada. Entonces fue cuando se
acordó del murciélago que estaba en la esquina de la casa del día anterior. Le
dijo al papá de la muchacha que fuera a traer el murciélago.
El papá fue y lo trajo. Tancho frotó el murciélago por todo el cuerpo de la desmayada y al
poco rato la muchacha revivió. Entonces mandó a enterrar el murciélago al panteón
y la muchachita quedó sana. En eso salió Bernardo Reyes y le dijo —cuanto te debo muchacho. Tancho como no queriendo contestó —que sean doscientos pesos patrón. Entonces Bernardo
Reyes dijo —No, ¿pero cómo?, me estás
robando, ¡eso es mucho dinero! Y sacando unas monedas, le dio quince pesos. Tancho abandonó la mejor casa del pueblo
lamentando la tacañería de su dueño.
Los rezos a los espíritus recoquetones eran efectivos.
Tancho con su primo peleaban un árbol
de aguacate que estaba en la cerca. Su primo decía que era de él porque su papá
lo había sembrado y Tancho aseguraba que
fue el suyo el que lo plantó. Un día Tancho
subió al árbol para bajar los frutos. En eso su primo lo vio que andaba arriba
y le dijo —¡ha! Cabrón con que
robándome los aguacates. Buscó el hacha y comenzó a dar de golpes al árbol con Tancho arriba. El árbol se movía, Tancho sin poder bajarse y su primo muy
enojado trozando la corteza. Entonces comenzó a rezar “espíritus recoquetones
que moran en el cuerpo de este hombre, hagan que se apacigüe”. Sólo rezó tres
veces cuando ya su primo dejó el hacha y se metió a su casa. Entonces Tancho sintió que el alma le volvía al
cuerpo. Se bajó y corrió metiéndose en su vivienda. El árbol de aguacate se secó
poco a poco.
***
El general Tomás Gómez Cisneros siempre fue enemigo de
los revolucionarios de Atoyac y los de acá contaban que después de una batalla
en Técpan, Gómez salió derrotado y en su huida rumbo a San Jerónimo le dijo a
su asistente —revísame creo que me
dieron un balazo algo me escurre. —Mi general es mierda. —tope en eso mi teniente.
***
Durante la guerrilla de Lucio Cabañas en Las Palmas
muy cerca de El Ticuí dos batallones militares se confundieron y chocaron entre
ellos. La batalla duró como una hora se tiraron muchos balazos y hasta
granadas. La gente cuenta que un soldado gritaba —¿mi capitán, mi capitán, de qué color es la sangre? El
capitán enojado y tratando de dar ánimo contestó —color de mierda. —¡Ay entonces ya me dieron, mi capitán.
***
También de la guerrilla se cuentan guacas. Dicen que
por la mañana llegó la guerrilla y se quedó a acampar cerca de un pueblo. Por
la noche el guerrillero de guardia se escandalizó por la cantidad de luces que
estaba viendo. Corrió a dar la voz de alerta “estamos rodeados, estamos
rodeados por los guachos”, gritaba. Pero cuando todos corrieron a ver se dieron
cuenta que se trataba del alumbrado público del pueblo, que era una de las
primeras veces que se encendía en esa comunidad.
***
Otra ocasión cuando caminaban cerca de una carretera
los guerrilleros cayeron pecho tierra y se escondieron entre los arbustos
porque pensaron que se acercaba un avión. Así permanecieron largo rato, el
sonido se seguía escuchando y el avión no aparecía, hasta que un guerrillero se
percató de que se trataba de la resonancia de un transformador de la energía
eléctrica que apenas el gobierno había mandado a colocar por esos rumbos. Es
que pasó que algunos guerrilleros se subieron a la guerrilla y dejaron sus
casas alumbrándose con candil. Pero el gobierno estaba tan apurado en quitarle
banderas a la guerrilla, que cuando regresaban ya había carretera, centro de
salud, tienda Conasupo y hasta luz eléctrica en su casa. Muchos no creían lo
que estaban viendo.
***
También el ex presidente municipal Luis Ríos Tavera en
su libro El Guerrerense escribió un
texto que se llama “Pescado Fresco” donde da luz sobre una guaca que se cuenta
en la sierra, precisamente en la zona donde viven los Cabañas.
Se comenta que cuando comenzaba la guerrilla, un
teniente de nombre Eustaquio Aguilar llegó con un destacamento de soldados y
judiciales a San Vicente de Benítez para perseguir a Lucio Cabañas Barrientos. Le
preguntaba a la gente si lo habían visto, la gente contestaba que no. Para
hacer más efectiva su labor formó un grupo de voluntarios con campesinos
enemigos del guerrillero. Pero por más que salían hacia los cuatro puntos
cardinales de la sierra nada más no lo encontraban. De pronto el teniente
comenzó a recibir pescado fresco y camarones de río para almorzar. Él seguía
buscando a los guerrilleros y los pescados y camarones no dejaban de llegar.
Un día, en un campo abierto avistaron a los rebeldes,
los voluntarios querían ir de una vez a los trancazos, pero el teniente Aguilar
los contuvo, tal vez pensando en su hermosa mujer que lo esperaba en la ciudad.
Los voluntarios se enojaron y lo mandaron a la chingada. Llegando a San Vicente
de Benítez el teniente se encontró con una carta donde le pedían se presentara
a la Ciudad de México para un curso de promoción.
Subió a su Jeep para abandonar la comunidad, en la
salida se encontró a Luis Cabañas y se detuvo para despedirse. Le dijo —don Luis, si alguna vez llega a ver al maestro Lucio
dígale que me hubiera gustado conocerlo, en otras circunstancias y saludarlo
como amigo. —Qué bueno mi capitán —contestó Luis Cabañas— en cambio él dice que le dio mucho gusto conocerlo y
quiere saber si le gustaba el pescado fresco que le mandaba todos los días.
El teniente dejó caer con afecto un golpe al hombro de
Luis, al momento que el chofer arrancaba el motor del Jeep y el teniente se iba
rumbo a la ciudad de Atoyac con la esperanza de no volver.
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