sábado, 7 de enero de 2017

Ciudad con aroma de café XV


Víctor Cardona Galindo
Los días 25 de diciembre y el día primero de enero de todos los años los pueblos y colonias de Atoyac se quedan semivacíos, porque la mayoría de la gente se traslada al río, al canal de riego, a la Hacienda de Cabañas, al Llano Real, a la orilla de la laguna de Mitla, a la playa Pez vela, Boca Chica y otras playas de Tecpan de Galeana como Michigan, la Piedra del Tlacoyunque, el Ojo de Agua y Cayaquitos.
El Zócalo de Atoyac de Atoyac a finales de los 
años noventa del siglo pasado, todavía no sufría
 las modificaciones que tiene ahora. 
Foto: archivo de Francisco Magaña.

Algunas familias tradicionales de Atoyac tienen algún terreno en la orilla de la playa, en lo que antes se llamó Costa de Plata, ya sea en playa Gaviotas o Magueyes, allá se van, pero la mayoría abarrota el río que por estas fechas no está tan bajito ni tan contaminado como en mayo. Los lugares más socorridos son: la zona del puente de El Ticuí, El Cuyotomate, la presa derivadora Juan Álvarez y El Salto donde se disfruta del aire limpísimo de la sierra y la belleza de la naturaleza. Este último balneario es el favorito de muchos visitantes que buscan las cercanías de las montañas y todo el periodo denominado Guadalupe Reyes llenan las tres enramadas que existen y la sombra de los árboles a la orilla del río.
Aspecto de la poza de El Salto en 1998.
Foto: Francisco Magaña.

El balneario que les comento se llama El Salto por las dos hermosas cascadas que la naturaleza nos regaló y que  están a unos metros río abajo. Para llegar a él, antes hay que pasar por la comunidad de El Salto que se fundó allá por 1915.
El primero que llegó a vivir a esas tierras fue don Eusebio Téllez, luego se le sumaron Isabel Benítez, Ignacio Benítez y Miguel Castro. Le llamaron El Salto Grande, porque ya había otro pueblito que se denominaba El Salto Chiquito ubicado en los terrenos de don Marcelino Mariscal. El Salto Chiquito desapareció después del periodo negro llamado guerra sucia.
Los paseos en pango se organizaban en El Salto hasta antes
del 20013. Foto: Francisco Magaña.

En 1956 El Salto Grande tenía 14 casitas, en ese tiempo se fueron sumando otras familias como los Cruz, los Aguilar, los Caballeros, los Martínez Bautista, los Guzmán y los Zaragoza. Una vez que fue creciendo tuvo su primer comisario en 1959 que fue don Celestino Benítez.
Para llegar al balneario son cinco kilómetros, de la cabecera municipal hasta el entronque de la comunidad, y de ahí 600 metros hasta el río, una parte de terracería y otra ya está pavimentada, al llegar se encuentra luego la poza de cristalinas aguas rodeadas de enramadas, donde se venden camarones de río, sopes y todo tipo de carnes, acompañadas de una cerveza bien fría.
Una candidata a reina del café se baña en la poza de El Salto Chiquito.
Foto: Archivo Histórico Municipal de Atoyac.

A la orilla del río hay árboles muy frondosos, donde se puede instalar un asador de carne y cocinar para la familia mientras se bañan en las frescas aguas. O si se prefiere, auxiliados de un visor se pueden atrapar personalmente los camarones que se consumirán, respetando las hembras embarazadas, claro está, se distinguen por las hueveras que tienen en su pancita.
Cuando uno mismo se sumerge en el río para atrapar los camarones que consumirá, el relajamiento es total, pero si alguien es muy malo para pescar camarones, lo más recomendable es llevar una provisión de carne o pedir el platillo preferido en una de las enramadas, porque a pesar de no atrapar suficientes camarones para la comida, se sale del agua con mucha hambre. El proceso de camaronear es muy emocionante, al andar buceando se ve como los camarones salen de una piedra y se esconden en otra. Aunque el aprendiz de pescador no agarre ninguno, el susto a los camarones nadie se los quita.
Aspecto del paisaje en El Salto. Foto: Francisco Magaña.

Al primero que se ocurrió que El Salto podría ser un lugar turístico, fue Ladislao Sotelo Bello en su segundo periodo como presidente municipal de Atoyac. Luego José Cruz, Tirso Silva, Ofelio Benítez, Gonzalo Caballero y Francisco Téllez se asociaron para construir las primeras cuatro enramadas que existieron.
Hasta antes de 1975, se iba a El Salto por medio de un Camino Real, que comenzaba en el lugar conocido como Las Compuertas y salía en La Cumbre, entre el 1975 y 1976 quedó terminado el camino de terracería y el 2008 durante la gestión del alcalde Pedro Brito García quedó pavimentada la carretera, por eso ahora quien decide visitar El Salto en menos de 20 minutos está bañándose en las frescas aguas del río y disfrutando de la naturaleza.

El pueblo tiene su calle principal pavimentada, obra que se ejecutó en el periodo del alcalde Carlos Armando Bello, la Organización Campesina de la Sierra del Sur (OCSS) también ha realizado gestiones para mejorar la comunidad. Las casas son tradicionales construidas a base de adobe, una que otra de bajareque, hay unas dos casas construidas con un poco de diseño y buen gusto. Aunque ya la gente ha sustituido la teja por la lámina galvanizada. Los programas federales también han edificado algunos cajones que llaman viviendas, están deshabitados porque son calientes para la zona.
Las tierras de El Salto pertenecen al ejido de Mexcaltepec y sus habitantes siembran maíz y frijol de temporal y de riego. El pueblo toma su nombre de la primera cascada que se forma en el río de Atoyac al sur de la población. El río baja por una laja muy grande y cae en el fondo del acantilado, formando un espectáculo natural muy impresionante. Más abajo como a medio kilómetro está El Salto Chiquito una muy bonita cascada que puede verse sentado bajo la sombra de los cuajinicuiles, quien quiera puede nadar. Pero como el lugar es un paraje muy solitario, los visitantes se conforman con mirar.

El río está poblado de camarones aloncillos, hay mucha trucha blanca y tienen una nueva habitante: la carpa, esa depredadora de las especies de los ríos y que se está reproduciendo con mucha facilidad en los ríos y arroyos de la sierra. En los bosques cercanos al salto, se asolean las iguanas verdes y negras que se esconden a ver pasar al visitante y por la tarde se escucha el sonoro canto de las chachalacas y la triste melodía de la paloma torcaza.
El Salto Chiquito

Frente al salto está el cerro Cabeza de Perro una de las montañas más grandes del municipio de Atoyac, donde la leyenda dice que está escondido el tesoro de Juan Álvarez y el cuyas faldas Lucio Cabañas establecía su campamento guerrillero. Al cerro se puede subir sólo por la comunidad de Agua Fría.
El cerro tiene su encanto, Francisco Galeana Nogueda en su libro Conflicto Sentimental, Memorias de un Bachiller en Humanidades escribió:
“El cerro está al norte de Atoyac, Cabeza de Perro, que tiene un aspecto estéril y desértico; no nos muestra el tono azul como los otros, sino que es de faz blanca como montaña nevada.
Al fondo, el cerro Cabeza de perro.

Me viene a la memoria de inmediato el cuento o leyenda de ese cerro: Se ha dicho y se sigue diciendo hasta la fecha, que en cerro o en la cárcel que encierra su verde selva, existe una hermosa laguna, cuyo encanto consiste en vestirse de multicolor ropaje cuando el sol diluye sus rayos blanquecinos sobre la faz azul de su rostro cristalino.
Y a la vez, en dicho perímetro abunda lujuriosa floresta, y en cuanto a su fauna hasta el ave del paraíso surca con sus alas medrosas el cielo limitado e impasible. La laguna hechizada tiene de todo y la habitan hermosas ninfas.
Un arroyo grande nace en esta laguna, cuyos bordes según cuentan quienes tuvieron la dicha de experimentar este sortilegio, forman el más bello ramillete de flores exóticas y raras; viñedos cuyas frutas almibaradas satisfacen al paladar más exigente.
Todo este sopor lo sentían quienes en alguna ocasión se aventuraban por esos contornos, pues se cree que es el lugar donde los habitantes de Tecpan, temerosos de las incursiones de los tarascos guiados por su rey Caltzontzin, depositaron sus riquezas en oro y piedras preciosas, tesoro que se cree que existe hasta la fecha.

Un nativo del pueblo de Atoyac, según versiones, entregó al general Juan Álvarez un pergamino, el cual contenía el mapa que señalaba exactamente el sitio donde estaba este encantamiento, con el objeto de que el patricio usara este tesoro para la causa de la Independencia; no sabemos si lo encontró, aunque se cree que no fue hallado y sigue reflejando en determinado tiempo la dorada llama de su existencia”.
Otro lugar que los visitantes abarrotan en estos días es el Cuyotomate, sitio que toma su nombre de un árbol con ese fruto, que ya no está porque se lo llevó el río en una de sus múltiples crecientes. Ir al Cuyotomate es bañarse en medio de un cardumen de truchitas, tomar la chela, comer unas picadas o un pescado frito, ver a los jóvenes clavadistas que se avientan de lo más alto del paredón o de las ramas de los árboles, es  nadar junto a las tortugas que asoman la cabeza, es sumergirse en una frescura muy reconfortante. Durante el año las familias atoyaquenses se congregan en El Cuyo los sábados y domingos. El lugar es muy apacible en las tardes, las garzas pasan volando río arriba, la música de Chalino Sánchez resuena en las enramadas, los luisillos y las primaveras comen el fruto de los guamúchiles, una parvada de golondrinas pasa rosando el agua quieta de la poza, un Martín pescador grita mientras vuela rumbo a las piedras.

En estos días, los guamúchiles que rodean la poza del Cuyotomate comenzaron a reventar sus frutos, los ahuejotes presumen sus flores amarillas y los sauces reflejan sus ramas en el río, cual narcisos enamorados de sí mismos.
Durante la contingencia que se vivió en septiembre 2013 con la presencia del huracán Ingrid y la tormenta tropical Manuel, los 10 enramaderos del Cuyotomate fueron afectados. Lo suyo fue pérdida total porque únicamente rescataron unos trastecitos pero no todo lo que tenían. La creciente modificó el río, la poza de El Cuyotomate despareció. En El Salto los árboles frondosos de guamúchiles, en cuya sombra la gente asaba carne en sus días de campo, fueron arrasados por la corriente al igual que las enramadas que había en la orilla. También la fuerza del agua se llevó los grandes árboles de guamúchiles, ceibas y ahuejotes que había en el río frente a la ciudad de Atoyac.
Afortunadamente a tres años de la contingencia los árboles del río se han ido recuperando, los sauces y los ahuejotes crecen muy rápido, ya hay fronda para asar la carne y descansar con la familia. En El Salto nacieron varios hermosos capulines que por las noches son punto de reunión de los murciélagos herbívoros y durante el día dan sombra al visitante.

Este fin de año las calles de la ciudad y de los pueblos cercanos lucieron saturadas. Tenía muchos años que no recibíamos tantos visitantes. Los pueblos tratan de organizar eventos para que el disfrute del vacacionista. En la cabecera se comenzó el 23 de diciembre con el paseo del Cortés, donde participaron las representaciones de la danza del cortés de las diversas comunidades y colonias. Así como instituciones educativas que contribuyeron con sus grupos de danza en este evento que se pretende instituir todos los 23 de diciembre.
El 26, la reina del café María Fernanda organizó un evento cultural en El Ticuí con la participación de artesanos, pintores y productores de café. El evento congregó a la sociedad local y diferentes expresiones artísticas. Los torneos de basquetbol de El Ciruelar y Alcholoa hicieron lo suyo, son eventos deportivos muy acreditados y concurridos, igual que el torneo de futbol que se llevó a cabo en el estadio Francisco Ruíz Gómez. La carrera ticuiseña del 31 de diciembre ya es todo un acontecimiento estatal, ahora participaron 200 corredores del Estado de México, Queretaro, Acapulco y de los diferentes pueblos de la Costa Grande.
Cortina de la presa derivadora Juan Álvarez.

Aunque no se ha explotado, Atoyac tiene un gran potencial turístico, comenzando con las zonas arqueológicas de La Gloria, Piedras Grandes y El Paraíso. También tenemos infraestructura para promover una ruta del café, con las pocas huertas que están en producción y con todos los beneficios húmedos y secos que se encuentran abandonados a lo largo de la sierra, comenzando por el que está dentro de las instalaciones del Ejército en el paraje de Los Tres Brazos.
Se puede potencializar con proyectos recreativos de ecoturismo: caza deportiva,  rapel, caminatas, excursiones y concursos de vehículos todo terreno, entre otros muchos más. Esto ayudaría a la preservación de especies en peligro de extinción como el jaguar, el puma y el tucán y la urraquillas verdes, las gallinitas y los faisanes.

En nuestra sierra, sobre todo la ruta Atoyac-Puerto Gallo, existen una gran variedad de recursos hídricos que se podrían explotar construyendo cabañas de descanso, donde al tiempo que se disfruta de la naturaleza se puede participar en excursiones para observar las zonas arqueológicas y bañarse en las limpias pozas que en la región existen.


No hay comentarios:

Publicar un comentario