Víctor
Cardona Galindo
Para
mi zanca Chavita Ruiz
La
avispa solitaria antes de desovar reta a un duelo a una tarántula, la somete y
la inutiliza, ya sometida la piel y el pelo aterciopelado de la araña sirven de
nido a la que se conoce como avispa real. Aprendimos que a los seres humanos se
nos pudre la piel si nos cae un pelito de tarántula. Entonces la avispa negra
según las creencias locales es más venenosa que la tarántula y se le ha visto
comer incluso abejas. Al respecto Wikipedia dice: “La avispa caza
tarántulas es una avispa araña que caza tarántulas como alimentos para sus
larvas”.
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Un día cualquiera en la plaza de Atoyac en el
año de 1994. Foto
Archivo Histórico de Atoyac.
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“La
especie más conocida mide hasta cinco centímetros de longitud con un cuerpo
negro azulado y alas rojizas y brillantes (otras especies tienen las alas
negras con reflejos azules), haciéndola una de las avispas más grandes… Sus
largas patas tienen garras en forma de gancho para agarrar a sus víctimas. El
aguijón de la hembra puede medir 7 mm de largo, siendo considerado una de las
picaduras más dolorosas del mundo”.
“La
avispa caza tarántulas hembra captura, pica y paraliza a la araña, entonces
arrastra a su presa de vuelta a su madriguera o a un nido especialmente
preparado, donde un solo huevo se deposita en el abdomen de la araña, posteriormente
bloquea la entrada dejando atrapada a la tarántula. Cuando la larva de la
avispa eclosiona, crea un pequeño agujero en el abdomen de la araña, entonces
entra en el abdomen de la araña alimentándose vorazmente, evitando órganos
vitales tanto tiempo como le sea posible para mantenerla viva. Después de
varias semanas, la larva se convierte en pupa. Finalmente, se convierte en un
adulto y emerge del abdomen de la araña”.
Salomón García Jiménez en su libro Jerga y modismos de Guerrero, México habla de la Avispa solitaria, “Avispón
negro azuloso, cazador de abejas. Vaga sola entre los arbustos y troncos. Dicen
que, macerada en alcohol, se usa
como menjurje para curar el mal de amor”.
Los
bosques renovados son la morada preferida de la avispa negra. He visto
ejemplares cerca del río que atraviesan el camino rumbo a las ruinas de la
vieja fábrica, con las alas relucientes de color azabache. Los curanderos la
buscan para aliviar el ajuanamiento,
ella se pasea dueña de si, entre guamúchiles, carnizuelos y espinos. Recorre el
llano después de bajar al río, ignorando que vale 500 pesos en el mercado.
Una
copa de mezcal con avispa solitaria es efectiva para liberar de su pasividad a
quien le dieron toloache, para eso la buscan, para remedio, es la eterna
auxiliar para aquellas suegras que sienten que han perdido a sus hijos en manos
de aquellas liberales, dominantes y posesivas nueras.
Otro
espécimen raro es la peligrosa avispa ahorcadora. Dice Salomón García que estos
insectos construyen su panal en lo alto de los tallos de los árboles grandes,
se le llama avispa ahorcadora porque su veneno ataca el gañote y dificulta la
respiración. Disminuye los síntomas de la picadura zambullirse al agua y
respirar el polvillo que resulta de golpear dos piedras de río.
Yo
ya tengo experiencia con estas avispas, una ocasión estaba chaponando la orilla
de los mangos, cuando sentí un piquete en la frente y al mismo tiempo una
punzada que me creció en todo el cuerpo. Alcancé a ver una avispa grande y
amarilla, que se escondía entre las hojas. Mi mamá no estaba lejos, le grite,
corrí hasta donde estaba el pozo de agua y en lo que mi mamá llegó con la
bandeja ya no la veía. Cuando me echó el primer jicarazo de agua, comencé verla
como a lo lejos, con la cara larga y a veces redonda, pero muy pequeñita. Poco
a poco su cara se fue acercando como si fuera yo saliendo de un pozo en el que
había caído.
Desde
entonces mi mamá ya no quiso trabajara en el campo, porque seguramente el
veneno de la avispa ahorcadora había matado mis defensas y ahora si me picaba
un alacrán podría ser de fatales consecuencias. Por eso hay que traer siempre
un poco de agua en el bule por si se ofrece aunque hay también quien recurre a
sus propios orines para salvarse.
Una de
las amenazas de la ciudad son las abejas africanizadas que de repente
aparecieron por todos lados y llegaron a atacar a las personas. No es el caso
solamente de Atoyac, a mediados de 1995 un panal de abejas africanizadas se
desprendió del techo de la parroquia San Miguel Arcángel de Coyuca de Benítez y
le picaron a los feligreses, personas que resultaron con picaduras fueron trasladadas
al puerto de Acapulco para su atención médica.
A finales de 1950, las abejas africanas
escaparon accidentalmente de Brasil, en poco tiempo avanzaron hacia el norte
del continente y llegaron al sur de Estados Unidos. Los enjambres mostraban una
conducta fuertemente agresiva y su picadura podía tener consecuencias mortales.
Ahora hay abejas que son resultado de una cruza de razas europeas y las melíferas
africanas. Los apicultores aprendieron a tratarlas, cuando son agresivas se les
mata la reina y se les pone una reina mansa europea.
Dicen
que el arlomo es un cocuyo (luciérnaga) que se distingue en la noche porque no
apaga su luz. Donde orina un arlomo se va carcomiendo la piel, no hay medicina
que lo alivie, únicamente se puede sanar lavando la herida con una infusión de
un bejuco que lleva el mismo nombre: arlomo. Salomón García Jímenez define al
arlomo como “un gusanito de fragmentos fluorescente. Su babaza es venenosa:
quema”.
En
nuestra ciudad después del 15 de mayo la naturaleza empieza a cambiar y creo
que también el ánimo de la gente. El airecito es nostálgico y ya huele a tierra
preñada, a parte de los temblores y del humo que impregna el ambiente de
nuestros pueblos, por las quemas de los tlacololes y los incendios forestales,
hay otras manifestaciones que anuncian la temporada de siembras, aparecen
masivamente las chicharras (cigarras) que cantan en todos los árboles. Hay un
especie de chicarra que canta muy fuerte su silbido es muy sonoro, armonioso y
elegante.
Mi
padre nos inculcó que las chicharras cantan para pedir la lluvia. Llaman el
agua todo el día, por lo tanto son insectos protectores y protegidos. Aliados
de Tláloc.
Cuando
sembrábamos maíz, e íbamos con Valente a dejarle el bastimento a nuestro padre
a la milpa, en el camino nos entreteníamos agarrando chicharras para hacerlas
pelear o las veníamos espiando para ver como cantaban. Ahora sé que únicamente
cantan los machos. Cuando la cigarra muda la piel, lo que fue su protección se
queda transparente pegada en las ramas de los árboles. De ahí viene el dicho
para los enamorados, “te vas a quedar pegado al palo, seco, como las
chicharras”.
De las
otras cosas que se ven al iniciar las lluvias, unos son los angelitos, una
especie de garrapata forrada de un terciopelo rojo, es inofensiva y se ven
miles caminando por los caminos cerca de los renovales, rastrojos y tlacololes.
En
internet encontré este dato: “En la región de Tierra Caliente (Guerrero)
existen una peculiar especie de acaro de gran tamaño, percibible en los campos
y terrenos desnudos o con ligera maleza. Los pobladores locales lo conocen como
“gachupin” y tiene la peculiaridad de solo ser visto a principios de la época
de lluvias, por la época en torno al día de San Juan (24 de junio), el cual se
comenta que solo aparecen durante un efímero periodo para después no ser visto
en otra época mas del año, si no que hasta el siguiente. El gachupin tiene un
color rojo intenso debido a que sus cerdas (pelillos sensoriales) esta
coloreado así, y da la apariencia de terciopelo, de ahí que especies similares
en otras partes del mundo le den el nombre de Terciopelo o Aterciopelado”. Aquí
en la costa les llamamos angelitos.
Las Hormiga de carnizuelo. “Hormigas bravas
que habitan en los espinos de carnizuelo. Su cuerpo de 0.5 centímetro combina el
color carne y el negro. Aunque de tamaño pequeño, su picadura siempre es
dolorosa y produce ronchas”, dice Salomón.
En 1997 cuando el Ejército Popular Revolucionario
atacó al Ejército mexicano en El Guanábano, la tropa detuvo a un campesino que
andaba acarreando leña y para obligarlo a que los llevara a una cueva, le
quitaron la camisa y sacudieron una rama de carnizuelo en la espalda, el
campesino se retorcía del dolor, las hormigas hicieron estragos.
Hormiga tumeca es, “Prieta y alargada,- dice
Salomón García- del tamaño de la arriera. Ya que su táctica es picar y huir
rápido, también se les conoce como hormigas piquijulli. Cuando salen masivamente de su morada
anuncian lluvia”.
Allá
en Los Valles había días completos que nos salíamos de la casa, porque como eso
de las nueve llegaban las tumecas, esas hormigas negras que vienen del monte en
gran cantidad y se adueñan de la casa. Cuando las tumecas llegaban se metían en
todos los hoyos de la casa y limpiaban, después de que se iban no quedaban
cucarachas ni alacranes. Todo se comían “ya llegaron las tumecas a limpiar la
casa” decía mi mamá y nos íbamos todo el día donde la abuela.
“Hormiga chicatana del Nahuatl. Tzicatana, hormiga guerrera. Un tipo de hormiga voladora de color
lila que abunda en la temporada de lluvias. El insecto es grande –dos a tres
centímetros– a expensas de su abdomen. Es comestible”, nos dice Salomón en su
libro Jerga y modismos de Guerrero,
México.
Al
caer las primeras lluvias fuertes, salen las chicatanas. Son una especie de
hormiga gigante y aladas que vuelan y luego se dejan caer. En la Costa Chica
hacen una salsa de chicatanas muy sabrosa. Nosotros únicamente las agarramos
para hacerlas pelear. Si es que se las ganamos a las gallinas. El escritor
Felipe Fierro Santiago en su libro Tierra
Mojada le dedicó un hermoso texto a las chicatanas de su pueblo.
Y hablando de mascotas raras, un
vecino me contó su experiencia con los pichiches.
“Eran
seis, los agarré recién nacidos en el arroyo de Caña de Castilla, se criaron
entre las gallinas, primero comiendo masa, luego maíz molido y alimento
procesado. Crecieron y volaban alto. Cuando por las noches pasaba una parvada
de pichiches surcando el cielo, ellos armaban un escándalo, por eso creo que el
idioma pichiche se aprende por instinto.
“Los
pichiches saben de solidaridad, cuando uno de ellos moría a manos de una banda
de ladrones en la loma, llegaban los demás corriendo a la casa y nos picoteban
los pies haciendo escándalo gritando chillando como se pide ayuda en idioma
pichiche. Con mis hermanos íbamos corriendo, tras ellos que se señalaban donde,
sólo encontrábamos las plumas. Alguien comería estofado de pichiche. Cuando un
perro los correteaba hacían un gran bullicio y se defendían mentándole la madre
en su idioma pichiche.
“Así
fueron cayendo todos, a manos de los desocupados de la loma, quienes hacían su
festín con caldo de pichiche. Hasta que quedó el último, que llegó haciendo su
algarabía cuando el penúltimo, que era hembra, sucumbió. Vi llorar al último
pichiche. Acarició mis pies, picoteó mis huaraches, yo le acaricié la cabeza.
Por la noche, del patio de la casa levantó el vuelo tras una parvada que pasó
rozando la loma”.
Nosotros,
en la familia, también tuvimos una experiencia con una mascota fuera de lo
convencional. Una de esas veces que mi papá fue a trabajar a la sierra agarró
un pichón de urraquilla, allá por el rumbo de La Peineta. Era verde con el
pecho amarillo y hacía mucho escándalo, la hicimos crecer dándole pedacitos de
masa y agua en el pico. La teníamos en una jaula hecha de varitas, le
cortábamos las alas para que no volara y la sacábamos a pasear. Cuando nos fuimos
a vivir a una huerta de coco, en los primeros días que estuvimos ahí, salió de
la jaula y desapareció. Mis hermanas lloraron su pérdida y la buscamos por
todos lados y nada. Se fue.
Pasaron
cerca de tres años, ya nos acordábamos de ella, un día cuando acabábamos de
llegar de la escuela, la escuchamos cantar y gritar, mi hermano Javier dijo — ¡la
urraquilla! —y corrió hacia donde salía el sonido. Todos lo
seguimos. La encontramos cantando y dándose vueltas en un árbol de limón que
estaba atrás del asoleadero. Se dejó agarrar, la bajamos del árbol y la
llevamos a la mesa, le dimos agua y de comer. Apenas picó la masa, se quedó
viendo para todos lados, nos miró a todos, cantó y dobló sus patitas, se echó y
murió.