Víctor
Cardona Galindo
“Toda
ciudad es nuestra. Todo espacio, una geografía que nos define y nos confiere el
derecho de contar y de contarla (…) Por que la vida de una ciudad siempre es
compleja y en ella somos tránsito, momento, instante (…) Pero antes de ser
ciudad, esta era nuestra tierra, el barro que ahora somos. Fachadas, aceras,
gente, edificios, plazas cemento. Seguimos siendo polvo de su polvo; carne que
se queja y se levanta, cuerpo que la exige, voz que la enaltece, fiebre que le
canta. Esta ciudad nos duele, no porque sea un espacio desleído sino porque
utópicamente siempre queremos una ciudad mejor”, dice la presentación del libro
La ciudad es nuestra de Oliverio
Arreola y Laura Zúñiga.
Las
últimas semanas mí ciudad ha visto pasar por sus calles manifestaciones que exigen
la presentación de Adela Rivas Obé. Hombres y mujeres de blanco piden a quien la
tenga retenida que la regrese con vida. Ella está desaparecida desde el 22 de
septiembre, a las 12:40 horas cuando fue vista por última vez saliendo de la
clínica del Instituto Mexicano Seguro Social (IMSS) en Zihuatanejo.
Tiene
que regresar, porque no es posible que en este país la gente buena desaparezca
así como así, sin que nadie de una explicación de lo que pasa. Las autoridades
encargadas de buscarla no se mueven, seguramente porque no hay dinero de por
medio, lamentablemente es así, no quisiéramos que fuera así, quisiéramos ver
buscándola, por la región, a legiones de policías como los que mandan en contra
de las manifestaciones, pero no es así, eso desespera y duele.
Adela
Rivas Obé es descendiente del inmigrante francés León Obé Penitoc, el mismo que
vino a instalar la maquinaria que dio vida a la fábrica de hilados y tejidos
Progreso del Sur Ticuí y se quedó a vivir acá casándose con una atoyaquense.
Los Obé, cuya rama principal está en El Ticuí, son gente de trabajo. Son
personas que desde que amanece están dedicada a su labor, son gente de paz que
viven de su trabajo.
Conocí
a la doctora Adela Rivas allá por 1988, yo era un joven preparatoriano de 17
años y ella una aguerrida dirigente estudiantil en la escuela de medicina
dependiente de la Universidad Autónoma de Guerrero (UAGro). Ya era enfermera, y
vivía por el rumbo de Ciudad Renacimiento en Acapulco, después se vino a vivir
a la ciudad de Atoyac, en aquel tiempo esposa de Wilibaldo Rojas Arellano. Se
incorporó al PRD donde siempre defendió con coraje y convicción su postura.
Adela era una perredista pura y combativa consecuente con sus principios.
Fue
regidora por su partido en el periodo de 1999 al 2002. Recuerdo que salió
electa en una convención de perredistas, y cuando andaba buscando apoyo de los
amigos y compañeros la acompañé a la
sierra, juntos recorrimos la ruta Atoyac-Paraíso. En ese recorrido hablamos de
mis proyectos de vida, me aconsejó que debería enfocarme a una sola cosa,
estuvo de acuerdo que debería ser al periodismo y a escribir. Después que ella
ganara la regiduría, yo dejaría la política y así lo hice. Ese periodo que
encabezó como alcalde priista Acacio Castro Serrano lo reporteé por entero.
Recuerdo a la regidora Adela Rivas defendiendo a los campesinos de la sierra
que cayeron en manos de la policía judicial y siendo inocentes fueron torturados
severamente. Uno de ellos me contó que lo dejaron de torturar, por el rumbo de
la presa derivadora, cuando se escuchó por radio que una regidora se lo estaba
exigiendo al comandante. Los viejos trabajadores de limpia la recuerdan con
cariño, porque como edil lucho por mejorar sus condiciones de vida. Igual dio
la cara por los campesinos de El Quemado y otras comunidades de la sierra. Los
trabajadores sindicalizados del Ayuntamiento le agradecieron su intervención
para que se les otorgara el servicio del Seguro Social.
Adela
Rivas, Guadalupe Galena, Ángeles Santiago, Lucía Chávez, María Manríquez y Angélica
Castro, son de esas mujeres a quienes mucho debe el movimiento democrático de
Atoyac. Después de concluir su periodo como regidora Adela se retiró del PRD y
se dedicó a ejercer su profesión como médica, tanto en su consultorio
particular como en el IMSS. No pocos son los que le agradecen su intervención
para aliviar sus males.
Aunque
los últimos años, ya teníamos mucho contacto con Adela, seguía todo lo que
posteaba en su muro del Facebook, así encontré que estaba dedicada a la
religión, pues mucho posteaba oraciones y reflexiones cristianas. Su último
post, hecho casi una hora antes de que desapareciera, se refería a que la raíz
de todos los males es el dinero: “Porque la raíz de todos los males es el amor
al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se
torturaron con muchos dolores”, 1 Timoteo 6:10.
Adela
Rivas Obé tiene 52 años, es médico cirujano,
al desaparecer se desempeñaba como directora de la micro-zona en la región de
la Costa Grande que incluye las clínicas de Papanoa, La Unión y Petacalco con
sede en la cabecera municipal de Petatlán. Tiene una antigüedad en el IMSS de
25 años con 6 meses en el área médica, de joven fue socorrista de la Cruz Roja
de Chilpancingo, enfermera en el Hospital General Regional número 1 “Vicente
Guerrero”.
Ella nació en Acapulco el 8 de septiembre 1964, es
acapulqueña hija de Jesús Rivas Paniagua
y de la señora Angelina Obé Rosas y es madre de Bolívar Darío de 23 y Emiliano
Rojas Rivas de 19 años.
Adela estudió la primaria en el Instituto Victoria de
Acapulco, la secundaria en la federal número 2, la licenciatura en enfermería
número 2 de la UAGro en Acapulco, hizo su servicio social en el Centro Médico
Chilpancingo y de la facultad de medicina también de la UAGro, en la generación
1987-1993, egresó como médico cirujano, cuya cédula profesional es: 2597401.
Hizo su internado en el hospital Vicente Guerrero
del IMSS en Acapulco y su servicio social en la Clínica del IMSS de Papanoa
municipio de Tecpan de Galeana en 1993-1994.
Adela
es una profesionista al servicio de la gente y como como dice su familia “al
servicio de Dios” por eso cada día se suman más personas a su búsqueda, porque
la queremos de regreso y con vida.
Volviendo
al tema que nos ocupa y hablando de los barrios de mi ciudad. Bajando por donde
El Champurro en las orillas del río se encontraba un eterno basurero que se
negaba a desaparecer. La producción de basura en esta localidad es mucha y a
veces no se alcanza a recoger y se acumula. Dando un mal aspecto. El mercado
solamente produce 10 toneladas diarias de desechos, es decir un promedio de 300
toneladas al mes. El 60 por ciento de esa basura es orgánica y en lugar de ir a
un compostario va a parar al basurero municipal. Tiramos mucho dinero, porque
eso podría convertirse en abono orgánico y abastecer a comunidades campesinas
que requieren ese insumo.
Cerca
de El Champurro, bajo una ceiba, todavía hasta el 2013, vivía un hombre viejo
que se quedó ahí porque al salir de la cárcel, después de muchos años de estar
encerrado, ya no encontró a su familia y no le quedó otra que construir una
casa bajo ese frondoso árbol, que estaba rodeado por grandísimos ahuejotes.
Otras familias también vivían cerca de ese basurero, en improvisadas casas.
Pero las crecientes del río, provocadas por el huracán Ingrid y la tormenta tropical Manuel,
arrasaron con todo ese bosque y de paso con un relleno de escombros que se
estaba haciendo para construir un estacionamiento para el mercado.
Por
ese rumbo está El Calvario, se llama así porque, en el pasado, ahí se montaba
una representación de la crucifixión de Jesús. Por las noches son los dominios
de la mujer de blanco, a la que Felipe Fierro hace alusión en un cuento de su
libro El silencio del viento. Hay
quien se ha encontrado a la mujer de blanco, caminando silenciosa en altas
horas de la madrugada. Hay quienes han tenido el susto que los acompañe al
caminar por las inmediaciones del mercado y que los abandone al salir del
centro. Otros la han visto florando por encima de los tejados o caminando sola
en los oscuros callejones. Otros comentan que la mujer de blanco ha subido a
sus coches en las inmediaciones del rancho de Los Coyotes y se baja al llegar
al centro de la ciudad. De pronto la ven sentada en el asiento trasero y luego
sin avisar desaparece.
Y
hablando de leyendas urbanas, Dagoberto Ríos Armenta escribió para la antología
Agua Desbocada. Escritos atoyaquenses
lo que le sucedió un 2 de noviembre a una vecina llamada Cundita. “Cundita se
levantó presurosa, pues en esta fecha se celebra el día de la Animas, de quien
es ferviente devota. Se dispuso a prepararse para la misa de cinco, ya que
estaba segura de haber oído la última campanada llamando a tan solemne acto. Rápidamente
tomó su blusa y enagua y se vistió, cubriéndose con el rebozo y se dirigió a la
iglesia.
La madrugada estaba fresca, con el frío bastante agradable, el
aire que bajaba de la sierra se sentía confortante, presagiando un día sin el calor
sofocante de la semana anterior. En el trayecto iba cavilando, de lo apresurado
que iba no avisó a su hermana su asistencia a la misa.
Al llegar al callejón empedrado frente a la parroquia, avistó al
grupo de fieles en la puerta mayor, rezando fervorosamente, iluminando con sus
velas encendidas la oscuridad del próximo amanecer. Apretó el paso y por la
prisa se dio un tremendo tropezón, inclinándose a darse un masaje en la parte
adolorida, y al incorporarse se percató de que el vía crucis no se encontraba
donde lo había visto.
Se acercó al campanario, y se encontró a Mónico Gudiño, el
sacristán y le preguntó por el vía crucis, que si habían entrado a la iglesia,
contestando el sacristán que se disponía a dar la primera llamada para la misa.
Cundita ante tal respuesta se demudó, al mismo tiempo que
exclamaba presa de miedo, ¡Dios mío los fieles que vi, eran las ánimas del
purgatorio!”
Cundita
no es la única persona que se ha encontrado con un tumulto de mujeres de negro
caminando por las calles oscuras de mi ciudad.
En el
Calvario muchos años estuvo el cuartel militar, luego las oficinas del PRI. Por
el día, antes de subir están las pescaderas, el rumbo todo huele a pescado
seco. Luego siguen las verduleras con su particular alegría, esa esquina es muy
concurrida para los que acuden a comprar sus encargos.
Pero
la vida del mercado comienza por el callejón Victoria, esquina con Aldama. Esa
es una esquina muy bulliciosa, ahí se estacionan las combis que hacen el
servicio de pasaje rumbo al Ticuí, el 109 Batallón de Infantería y a la colonia
Miranda Fonseca. Los domingos la barbacoa que traen de San Jerónimo, es tan
sabrosa que los tamales vuelan y en dos horas ya no hay ni para remedio. Ahí se
ponen los vendedores de queso que vienen de los sanluises. Oscura la mañana
también llegan los camiones de verduras, los que traen las flores y los
vendedores de panocha que vienen de Potrero de Carlos.
En
Aldama llegan, los domingos, los habitantes de Caña de Agua con su cargamento
de escobas de palma que entregan en diferentes establecimientos. Luego se
instalan en Aldama frente al villar a esperar a sus compañeros para retornar
por la tarde a su pueblo que se encuentra en el cerro frente a El Ticuí. Los cañandongos, les llaman despectivamente
los ticuiseños, son gente muy pacífica que vive de la agricultura, de la
fabricación de escobas y de la cría de animales.
Por la
mañana en los días hábiles, como dicen los burócratas; en las cuatro esquinas
que hace la terminación de Aldama y comienza Insurgentes, el callejón y el
puente de El Ticuí, se hacía un aglomeración. Faltando 15 para las ocho era la
hora pico, una fila de carros esperaba entrar al puente, mientras los otros
venían y salía por el único carril que el gobierno de Ruiz Massieu consideró
que la gente necesitaba. Como si la ciudad nunca fuera a crecer. Aunque ese
puente ya no está, se lo llevó la creciente de Ingrid y Manuel. Solo
quedó el recuerdo y las fotos en el feis.
Ahora
la aglomeración se hace más abajo. En las motos llegan montados de a tres, el
joven o señor que va a su trabajo, la señora que lleva al niño a la escuela o
va al mercado. Las motos descargan y salen disparadas por Insurgentes frente a
donde estaba el viejo rastro y ahora es el lugar donde descansa el puente de
dos carriles que se construyó después de la contingencia del 2013.
En
Insurgentes muchas señoras se bajan de la combi y llevan casi arrastrando a sus
hijos a la escuela y es que muchos aunque existe la primaria Valentín Gómez
Farías en El Ticuí, prefieren traerlos a la Juan Álvarez, o a la Modesto
Alarcón. Las escuelas de El Ticuí perdieron su fama de antaño. Incluso la
escuela secundaria federal Enedino Ríos Radilla ahora apenas completa la
matricula necesaria para sobrevivir.
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