sábado, 8 de octubre de 2016

Ciudad con aroma de café II


Víctor Cardona Galindo
Muchos son los trovadores que le han cantado a la ciudad de Atoyac, desde Ambrosio Castillo Muñoz, Héctor Cárdenas Bello, Agustín Ramírez Altamirano y Kopani Rojas Ríos. A ellos se suman compositores de menos trascendencia que también, enamorados del entorno, cantan hermosas melodías al terruño querido, a la matria.
A mediados de siglo pasado, la refresquería El Trópico estaba 
frente al Ayuntamiento, donde Wilfrido Fierro Armenta vendía
 nieves y aguas frescas o raspados en copa grande con popote
 y tenía siempre una sinfonola de lo más moderno. Las teclas 
tenían dibujos animados. Foto: Archivo Histórico de Atoyac.

Esta ciudad también ha tenido numerosos cronistas como: Patricio Pino y Solís, Justino Castro Mariscal, José Castro Reynada, Wilfrido Fierro Armenta, Juventina Galeana Santiago, Eduardo Parra Castro, Francisco Galeana Nogueda, Régulo Fierro Adame y ahora también tiene a Rubén Ríos Radilla, René García Galeana, José Hernández Meza y muchos más.
“Atoyac tierra hermosa suriana /a quien baña la brisa del mar /donde pinta la naturaleza /las cosas más bellas /que Dios sabe crear”, dice la primera estrofa de la canción “Atoyac mi cuna natal” de Bocho Castillo.
Ambrosio Castillo Muñoz, Bocho Castillo murió a los 68 años de edad, en la iglesia Santa María de la Asunción, hace 20 años, un domingo 10 de septiembre de 1996, después de cantar el Ave María en la misa, de pronto se fue para atrás y un infarto fue la causa que ya no siguiera cantándole a la virgen como lo hacía cada ocho días. “El tenor de la Costa Grande” como le llamaron en sus mejores tiempos de artista, cantaba muy bien a capela, a puro pulmón, tenía una voz muy fuerte que no necesitaba micrófono.
“Por su río caudaloso que baja /cual escarcha que adorna un jazmín /sus mujeres son bellas gardenias /que adornan un fresco jardín”.
“Las palmeras cual guardias te cuidan /con el viento empiezan a cantar /y la luna se viste de plata /mientras duerme mi lindo Atoyac”.
“Atoyac, Atoyac  /nunca, nunca te podré olvidar /porque sé que eres tú /linda tierra, mi cuna natal”.
“Se oye el eco de voces bravías /que estremecen la bella región /y al compás de esta lira sonante
/yo te canto con el corazón”.
Bocho era hijo de Crescencio Castillo Cabañas y de Celestina Muñoz Reyes, vivió casi toda su vida en la calle Independencia número 12, en el centro de la cabecera municipal. Su familia tenía huerta de café en el cerro del Zanate, arriba de San Martín de las Flores, donde resonaba su voz, con canciones que le apasionaban como “Bésame mucho”. Unas de sus composiciones “Tragedia en la jungla” quedó inédita a su muerte: “Voy sin rumbo por la vida /es tan grande mi dolor /por culpa del cruel destino /que mi alma destrozó /era mi única esperanza”, se le escuchó cantar.
A pesar de su talento musical nunca menospreció los trabajos del campo, era muy bueno para chaponar. Quienes lo conocieron consideran que comenzaba a tener éxito. En el tiempo que se fue a vivir a la Ciudad de México, lo llamaban “La voz romántica de Guerrero”, pero se vino del Distrito Federal porque añoraba a su familia y a su tierra.
Algunas giras las realizó acompañado de La Orquesta de los Hermanos Márquez, pero él dejó la fama para venir a cantar el Ave María todos los domingos, acompañado por el piano del maestro Margarito Flores Quintana. Se hizo costumbre que todas las noches, después de la siete, asistiera a la calle Nicolás Bravo para ensayar con el profesor Margarito Flores las canciones religiosas que luego interpretaban en las misas. Después del ensayo ya entonados Bochito cantaba “Bésame mucho” y otras canciones de Agustín Lara que interpretaba con magistralidad. Él cantaba y el maestro Margarito, otro apasionado de la música, lo acompañaba con el piano.
Los dos eran muy solicitados para cantar en las misas de San Jerónimo, Tecpan y se iban hasta Petatlán. Fueron populares en toda la Costa Grande, en cuyas parroquias resonó la voz potente y bien timbrada de Bocho Castillo. Su muerte fue muy sorpresiva porque no se sabía que estuviera enfermo, pues él mismo completaba sus ingresos vendiendo medicinas y vitaminas, por eso llegó a ser muy conocido en la sierra de Atoyac y de Tecpan de Galeana.
Ambrosio Castillo junto a Margarito Flores Quintana formaron parte del grupo Promotores del Arte en el Estado de Guerrero, AC (PROA). Bocho Castillo, como le llamaba la gente, llegó a presentarse en los teatros “Cristo Rey” y en “El Rosales” de la Ciudad de México, como cantante acompañó a Adolfo López Mateos en su gira de campaña por las delegaciones de la ciudad de México. Luego realizó diversas giras por el interior de la república en compañía de artistas de renombre en la mitad de siglo pasado.
Bocho Castillo nació en Atoyac de Álvarez el 7 de diciembre de 1927. Cuando sólo tenía 10 años descubrió que tenía talento artístico. Con la canción “Espérame en el cielo corazón” en 1954 obtuvo el primer lugar, en un concurso organizado por José Ortega y Alejandro Sotelo, en el Cine Álvarez, que en ese tiempo era el lugar de los grandes eventos.
Por esas mismas fechas hizo su debut en la radiodifusora XEBB de Acapulco, para luego en 1957 participar en la XEW en el concurso internacional de aficionados, donde con la canción “Mar y cielo” obtuvo el segundo lugar. Con el triunfo en este concurso comenzaron las giras por interior de la república que lo llevaron a la fama. En vida recibió reconocimientos de parte del gobierno estatal y municipal. Siempre participó en todos los eventos cívicos a los que fue invitado por la autoridad.
Ambrosio Castillo, El Tenor de Guerrero dejó su carrera artística porque prefirió vivir en la tierra que lo vio nacer, eligió cantarle a su tierra que seguir de gira con los artistas de la época con los que alternaba. Sus amigos lo recuerdan como un gran conversador, muy buen contador de chistes que, por más difícil que estuviera el momento, no perdía la compostura y nunca se enojaba. Las generaciones que lo conocieron, lo recuerdan con cariño, principalmente sus vecinos del centro de la ciudad.
Salvador Novo dijo que el “Cronista de una ciudad debe ser únicamente quien la ame y la conozca”. Alguien que la amó y la conoció bien en su tiempo fue Wilfrido Fierro Armenta quien nos legó ese documento invaluable que es la Monografía de Atoyac.
El hombre nació el 13 de noviembre de 1915 y falleció a los 81 años, el 5 de febrero de 1997. Como compositor, periodista, cronista, poeta y servidor público dejó una rica herencia digna de admiración. Porque sin duda, don Wilfrido se preocupó siempre por dejar testimonio de los acontecimientos más importantes en la historia de nuestro pueblo.
Como cronista y poeta Wilfrido Fierro Armenta nos dejó tres obras la Monografía de Atoyac que todavía sigue siendo referencia para todo aquel que quiera escribir e investigar el pasado de Atoyac; Apuntes biográficos que fue editado el 20 de marzo de 1993, donde narra la vida de los atoyaquenses ilustres y el libro de poemas La Lira del Trópico publicado por la editorial Cabildo en 1994, en este último destacan poemas “A la ciudad de Atoyac”, a las comunidades del Salto y el Rincón de las Parotas. Así como el canto a la reina del café y el corrido a Fernando Rosas.
Como compositor nos legó una obra diversa. Los corridos: “A José Agustín Ramírez”, “La muerte del Cirgüelo”, “Corrido a Pancho Vázquez”; los huapangos Costeñita, Fernando Rosas y La pobreza. Así como los boleros El lugar de la Cita, No debes recordar y otras canciones más, varias de ellas grabadas en discos Columbia, RCA Víctor y Vicky Carden, por artistas como Los arrieros, Dueto Caleta y Fernando Rosas. Los Brillantes de Costa Grande le grabaron melodías exitosas como Veredita, que le compuso a esa hermosa jovencita que fue Antonia Chávez. “Veredita que vas hacia el pueblo /donde mi adorada /suele caminar, /yo te pido /que regrese pronto /para que con sus besos /me venga a consolar”, dice la primera estrofa.
También ejecutaron melodías de Wilfrido Fierro La Orquesta Atoyac, que dirigía Margarito Flores Quintana y Los Hermanos Chino que dirigió el profesor Ethel Diego Guzmán.
El 15 de julio de 1945, ganó el primer lugar en un concurso de la canción en Acapulco, donde recibió como premio una foto de la artista de cine Esther Fernández. El 10 de mayo de 1946 en Acapulco obtuvo el segundo lugar en el concurso de poesía dedicado a la madre.
Como servidor público y gestor social, Wilfrido Fierro Armenta contribuyó en la gestión y construcción de la escuela primaria Juan Álvarez, donde fue presidente de la sociedad de padres de familia, siendo directora Julia Paco Piza y director de obras públicas en el estado, Francisco Valdés Medrano.
Durante 1953, presidió la junta de mejoras materiales, cuando se iniciaron los trabajos de la construcción del palacio municipal. En 1954, fue presidente de la Junta de Mejoramiento Moral, Cívico y Material, siendo presidente municipal Ceferino Nogueda Pinzón.
También en 1956, participó activamente como vocal del comité pro construcción del primer hospital de Atoyac. Durante el año de 1962 fue gerente de la oficina del Sistema Federal de Agua Potable.
Como periodista, el 15 de agosto de 1954, fundó y fue el primer director del semanario independiente El Rayo del Sur. El 15 de mayo de 1957 fundó y presidió El Círculo de Cultura “Ignacio Manuel Altamirano”.
Fue secretario del Club de Leones, en 1960, entre otras actividades sociales. En 1994 el gobierno municipal, que encabezó María de la Luz Núñez Ramos, le rindió un homenaje después de que el cabildo autorizó publicar el libro de poemas La Lira del Trópico. Wilfrido amaba esta ciudad, la recorría cada vez que podía y salía con su cámara colgada a tomar fotografías de todo aquello que valía la pena. Él documentó todas las guerras y guerrillas que se pelearon en la región desde la Independencia, la Reforma, las invasiones extranjeras, los pleitos internos de Guerrero entre los el general Jiménez y Diego Álvarez, la Revolución Mexicana, el agrarismo y el movimiento de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas.
Hasta aquí rendimos homenaje a dos grandes que lo dieron todo por su ciudad.
A pesar de lo que se diga Atoyac es muy bonito y tiene algo que nos obliga a regresar. Como dice mi comadre: “Al llegar aquí nos sentimos seguros y sentimos bonito respirar ese aire que viene de la sierra por la noche, en diciembre”.
La ciudad tiene cosas que la hacen única. Las enchiladas del mercado “Las de pollo ausente”. Que son deliciosas hechas con la receta secreta de doña Francisca Castro Mesino. Son solamente unas tortillas enrolladas bañadas con una salsa de chile guajillo, rociadas de queso rallado y cebolla picada. Según su creadora lo sabroso consiste en la mano. Las personas que las prueban una vez, las vuelven a comer. Se llega a decir que quien no conoce las enchiladas del Mercado no conoce a Atoyac.
En El Mercado, Secundino Catarino Crispín y Marcos Loza Roldán, pintaron un mural que rememora todas las facetas de la lucha del pueblo mexicano, aunque ya quiere un retoque, está en las escaleras que suben a las fondas, donde por las mañanas los trasnochados deambulan buscando un desayuno. Muchos sierreños van buscando un café con leche y un plato de arroz frito.
Al fondo de las fondas tenía su cerrajería Poli, un gran amigo muy dicharachero y muy alegre que ya pasó a mejor vida, su esposa doña Tere y su hijo Fortino siguen que la tradición de la cerrajería. El mercado se llama “Perseverancia”, porque antes ahí estuvo la plazuela La Perseverancia y mucho antes la fábrica de mantas La Perseverancia propiedad del tixtleco Manuel Bello. Así se ha venido transmitiendo el nombre desde hace más de un siglo.
En una esquina de El Mercado se va para “El Champurro”, una casa de citas donde se puede tomar una cerveza y conseguir una chamacona, “un bolletín” decía Octavio  –“tengo que guardar para los bolletines” es la frase que dejó de recuerdo mi gran amigo. Donde Champurro siempre se pudieron conseguir baratos los “bolletines”. Se conoce así el lugar porque a su propietario le apodaban “Champurro”, de él se recuerda la anécdota: siendo fotógrafo fue a tomar una foto a un difunto de San Jerónimo, pero al imprimir las placas sólo le salieron los pies. La señora que le pidió el trabajo reclamó que sólo aparecían las extremidades, entonces Champurro contestó: “de gracias que le agarré aunque sea los pies, porque ya se iba al cielo”.


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