sábado, 9 de abril de 2016

Guerrilleros I


Víctor Cardona Galindo
Los terratenientes arrendaban parcelas a los campesinos de la región y sólo les permitían sembrar cultivos anuales, tales como el maíz, arroz y frijol. Esto se debía a que los cultivos perennes (como el café y el cacao), generaban derechos de posesión de la tierra. La mayoría de las  familias costeñas eran arrendatarias y vivían a expensas del siclo de lluvias. Las tierras de riego estaban destinadas para el usufructo del patrón.
En ese contexto nació Patronilo Castro Hernández, el 31 de mayo de 1899, en la ciudad Atoyac de Álvarez. Su madre fue Guadalupe Hernández Mesino y su padre Raymundo Castro Gervasio. Don Petrón, como le llamaba su familia era primo hermano del general Silvestre Castro García, el Cirgüelo. Como muchas familias, la suya concurrió al llamado del movimiento insurreccional contra la dictadura de Porfirio Díaz y para luchar por un pedacito de tierra.
Por eso siendo todavía un niño de 11 años acompañó a sus padres a la revolución, cuando el profesor Silvestre Mariscal se levantó en armas aquel 26 de abril de 1911, apoyando a Francisco I. Madero y al grito de “Sufragio efectivo. No reelección” tomó a sangre y fuego la ciudad de Atoyac. Luego Mariscal partió rumbo al puerto de Acapulco para atacar la plaza principal del gobierno federal,  donde estaban los intereses de los principales hacendados.
Don Petronilo Castro Hernández, fue detenido 
el 25 de abril de 1972 elementos del Policía Judicial
 de Guerrero al mando del comandante Wilfrido
 Castro Contreras, lo sacaron de su domicilio 
ubicado en calle 13 esquina con Avenida Silvestre 
Castro, colonia Juan R. Escudero de la ciudad de 
Acapulco. Foto tomada de la revista Revolución 
editada por los presos políticos de Acapulco 
en marzo de 1979.

Con el tiempo, cuando creció, Petronilo se convirtió en un combatiente y pasó al bando zapatista donde llegó a ostentar el rango de teniente, mismo que después de varios trámites burocráticos la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) le reconoció.
Una vez concluida la revolución la familia Castro radicó en el Rincón de las Parotas donde pasó su juventud. Pero transcurría el tiempo y aunque ya el país tenía un gobierno emanado de la revolución, en la década de los veinte, las cosas seguían igual. Las haciendas de la Costa Grande eran propiedad de las casas españolas del puerto de Acapulco. Baltazar Fernández, Uruñuela, Alzuyeta, Quiroz y Compañía, eran quienes también tenían las fábricas de hilados y tejidos de El Ticuí y Aguas Blancas. En Acapulco eran dueños de una industria de jabón, en lo que ahora se conoce como El Barrio de la Fábrica. Contaban con bodegas en diferentes partes de la región por medio de las que controlaban el mercado de algodón y los granos básicos.
En Atoyac había  terratenientes, hacendados y latifundistas que vivían en la cabecera municipal como: Germán Gómez, Andrés Pino, Octaviano Peralta y el coronel revolucionario Alberto González, Gabino Pino González, Herman Ludwig y el guatemalteco Salvador Gálvez, quienes ya contaban, en sus extensiones, con plantaciones de café. Pero los más voraces eran los hacendados españoles.
Es Crescencio Otero Galeana quien en su libro El movimiento agrario costeño y el líder Profr. Valente de la Cruz nos habla de las condiciones de la región en aquella época. Cualquier campesino que viviera en las haciendas y no fuera del agrado de los propietarios o de los administradores, era obligado a salirse bajo cualquier pretexto. Sí, les prestaban tierras pero en los terrenos altos infértiles y en cantidades mínimas, no más de tres hectáreas, mediante el pago de una renta. Las cosechas se levantaban tan pronto ordenaban los administradores, para darle el pasto al ganado, aun cuando el maíz o frijol estuviera todavía secándose. El aviso era intempestivo y cuando los campesinos estaban levantando su producto, los caporales metían el ganado a pastar y se comían los cultivos de las semillas básicas para la subsistencia familiar: maíz y frijol.  Los campesinos no podían sembrar árboles frutales de vida larga. Los esbirros de los hacendados sí tenían ese privilegio, pero únicamente podían plantar una o dos palmeras de coco, cuando mucho dos árboles de mango y algunas plantas de plátano. Esa era la condescendencia por sus servicios prestados, de esta manera muchos se volvían serviles a los hacendados que así formaban su pequeño ejército de guardias blancas y pistoleros.
Al campesino que criaba ganado sólo se le permitía tener cinco animales, porque aun las pasturas del campo libre también pertenecían a las haciendas, no tenía derecho a tomar para sus vacas ni un solo manojo de pasto del que nacía en el campo libre y quien desobedecía era expulsado, y si intentaba defenderse inmediatamente era aprehendido por las guardias blancas de la hacienda y remitido a Tecpan, la cabecera de distrito, donde residía el tirano Prefecto Político y tenían su sede las autoridades judiciales que estaban al servicio de los hacendados y latifundistas españoles.
Los ciudadanos, como en otros lugares del país, pagaban también la contribución personal que para entonces era de veinticinco centavos mensuales para hombres y jóvenes y aquél que no podía pagar por su miseria, entonces era apresado y llevado a la cabecera distrital, o se echaba a huir por los montes como un coyote, viviendo a salto de mata, para no caer en manos de los temibles rurales, quienes constantemente los llevaban en “cuerdas” a desempeñar trabajos forzados a lugares inhóspitos y mortales como el Valle Nacional, o a pelear contra los indios yaquis de Sonora.
En este contexto Manuel Téllez Castro y David Flores Reynada comenzaron a formar los comités agrarios para organizar a los campesinos solicitantes de tierra siguiendo el lema Emiliano Zapata “La Tierra es de quien la trabaja”, pero los terratenientes respondieron con el asesinato de los líderes agraristas de la Costa Grande, así cayó el 29 de octubre de 1923 asesinado Manuel Téllez Castro en la calle Nicolás Bravo de la cabecera municipal de Atoyac.
Por eso Alberto Téllez se levantó en armas, le secundaron Feliciano Radilla y muchos campesinos solicitantes de tierra de la región, entre ellos Antonio Onofre Barrientos y Petronilo Castro Hernández que concurrieron a la toma sangrienta de la ciudad de Atoyac y Petatlán donde se definió el triunfo del movimiento militar. Pero fue necesario el levantamiento de Amadeo Vidales Mederos en 1926 para que las tierras comenzaran a repartirse y así les tocara un pedacito, para sembrar, a muchos revolucionarios sobrevivientes.
A don Petronilo le tocó una parcela de café por el rumbo de Las Patacuas, que está en los cerros aledaños a El Porvenir. Donde hay un fruto amarillo de un árbol llamado patacua, que es agridulce. Doña Julia Molina Valdovinos, esposa de don Petronilo recuerda que había muchas frutas que se comían como: arrayanes, piñón, chirimoyas, frutillas, cajeles y muchos limones dulces.
Petronilo Castro Hernández con Julia Molina Valdovinos procrearon 14 hijos de los que sobrevivieron: Francisca, Fabiola, Martha, Guadalupe, Benigna, Julieta, un varón de nombre Eleazar, Raquel, Miriam, Mayanin y adoptaron a Alejandra. A Eleazar don Petronilo lo llamaba Castillo, por el parecido que tenía con el general Heliodoro Castillo a cuyo lado combatió en el bando zapatista. También fueron sus hijos: Pedro, Eusebio y Julia Castro Martínez que tuvo con Maximiana Martínez y también Marcos Castro Reynada que nació de otra mujer.
En los años cincuenta se fue a vivir a Pie de la Cuesta, una pequeña población que estaba en enclavada cerca de Cayaco municipio de Coyuca de Benítez, antes de subir a la sierra, y que era ruta obligada para los que iban al Ojo de Agua y otras poblaciones como La Remontita. Ahí se dedicó de lleno al cultivo de la tierra. Dice Arturo Gallegos: “Su gran corazón y disposición al trabajo le valieron el reconocimiento de todos los que lo trataron, nombrándolo representante de esa comunidad ante el comisariado ejidal, prácticamente de manera vitalicia”.
En 1959 don Petronilo se sumó a la lucha en contra del gobernador Raúl Caballero Aburto y siguió de cerca el movimiento del pueblo de Atoyac. Después de la masacre del 18 de mayo de 1967, don Petronilo Castro fue uno de los primeros tres campesinos que se fueron con Lucio Cabañas. En esta pequeña célula que fue el embrión de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento también estaban: Alfonso Cedeño Galicia, el Güero Cedeño y Antonio Onofre Barrientos. Los tres habían sido combatientes de la guerrilla vidalistas. Más tarde se sumaron Juan Reinada Victoria, Clemente Hernández Barrientos y Obdulio Gervasio.
Entonces Petronilo Castro Hernández acompañó a Lucio en los primeros años de andar por la sierra organizando comités de lucha junto con Antonio Onofre Barrientos, Juan Reynada Victoria y Clemente Hernández Barrientos.
Después, cuando el grupo creció, los fundadores se bajaron a las poblaciones, donde Antonio Onofre Barrientos, Juan Reynada y Petronilo Castro fueron apoyos importantes para contactar con la guerrilla y llegar hasta Lucio Cabañas.
Así lo conoció Luis León Mendiola. “En los primeros tiempos de la guerrilla arriba de un pueblo llamado Pie de la Cuesta don Petronilo Castro, tenía sembrado tomate, jitomate y chile, lo que le daba buen pretexto para estar en el monte sin despertar sospechas. Y llegamos al campamento donde se encontraba Lucio, quien en compañía de un joven llamado Clemente Hernández Barrientos, que se había integrado de manera permanente con Lucio, Clemente sobrevivió y hoy está dedicado a la vida privada”.
Lucio aprovechó los conocimientos que don Petronilo tenía en materia de estrategia militar y aprendió mucho de viejos revolucionarios como él, de ahí aquella frase: “Ir al pueblo a aprender y no a enseñar”.
“Don Petrón y un primo de Lucio Cabañas se llamaba o se llama Clemente Hernández Barrientos, estos son los personajes, que yo sé, fueron la base más importante para que Lucio pudiera mantenerse durante esos tres años en la sierra de Atoyac, es decir, ellos le conseguían el contacto, le llevaban comida, lo trasladaban de un lugar a otro, porque ellos eran  conocedores, como eran lugareños de ahí conocían la sierra a la perfección, entonces era una base más importante para el desarrollo”, comentó Arturo Gallegos Nájera.
Era excelente músico, el 1 de noviembre de 1971, Petronilo Castro con violín y Pedro Hernández Gómez, Ramiro con guitarra tocaron vinuetes en un pueblito de la sierra, cuando la guerrilla llegó a pasar el día de los difuntos con los campesinos. El vinuete es una música ceremonial tocada con violín y guitarra para la despedida de angelitos o días de muertos.
Una vez incorporado con su familia, la casa de don Petronilo ubicada en la calle 13, lote 1833, de la colonia Juan R. Escudero en Acapulco fue paso obligado para muchos guerrilleros que iban para la sierra. Por eso de su casa se lo llevaron las fuerzas del gobierno y lo desparecieron.
La cuarta hija de Petronilo Castro Hernández y de Julia Molina Valdovinos, Guadalupe Castro Molina que nació el 7 de julio de 1952 en Atoyac de Álvarez, también está desaparecida, ella estudió hasta cuarto año de primaria en la escuela federal Eduardo Mendoza y fue detenida una primera vez por elementos de la 27 Zona Militar el 19 de noviembre de 1971.
Fue cuando la guerrilla asaltó la sucursal de Bancomer ubicada en avenida Cuauhtémoc y Diego Hurtado de Mendoza. Participaron, Chon, Francisco, Julián, Isael, Cuauhtémoc y Fernando. Ese “18 de noviembre de 1971, al calor de las copas, se le ocurrió a Julián, Cuauhtémoc y a Fernando ir a Atoyac a dejarle dinero a Pancho Encinas para que éste lo hiciera llegar al Partido de los Pobres. Contrataron un taxi que convino cobrar 500 pesos por llevarlos y regresarlos al puerto de Acapulco”, dice Arturo Gallegos.
Antes pasaron por la casa de don Petronilo, que era tío de Cuauhtémoc, para que una de sus hijas los acompañara y así evitar sospechas de miradas indiscretas o de la policía. Don Petronilo despertó a Guadalupe que los acompañó, serían las diez de la noche cuando salieron de Acapulco.
Al llegar a Atoyac, ninguno de los tres conocía el lugar donde vivía Florentino Loza Patiño, Pancho Encinas. Pasaron varias veces frente al cuartel a la una de la mañana, se les hicieron sospechosos a los soldados y los detuvieron. A Guadalupe la condujeron a un pequeño hotel, llevando el maletín con el dinero, ya casi al amanecer salió y tomó un autobús rumbo al puerto de Acapulco.




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