Víctor Cardona Galindo
Los
terratenientes arrendaban parcelas a los campesinos de la región y sólo les
permitían sembrar cultivos anuales, tales como el maíz, arroz y frijol. Esto se
debía a que los cultivos perennes (como el café y el cacao), generaban derechos
de posesión de la tierra. La mayoría de las
familias costeñas eran arrendatarias y vivían a expensas del siclo de
lluvias. Las tierras de riego estaban destinadas para el usufructo del patrón.
En ese contexto
nació Patronilo Castro Hernández, el 31 de mayo de 1899, en la ciudad Atoyac de
Álvarez. Su madre fue Guadalupe Hernández Mesino y su padre Raymundo Castro
Gervasio. Don Petrón, como le llamaba
su familia era primo hermano del general Silvestre Castro García, el Cirgüelo. Como muchas familias, la
suya concurrió al llamado del movimiento insurreccional contra la dictadura de
Porfirio Díaz y para luchar por un pedacito de tierra.
Por eso siendo
todavía un niño de 11 años acompañó a sus padres a la revolución, cuando el
profesor Silvestre Mariscal se levantó en armas aquel 26 de abril de 1911,
apoyando a Francisco I. Madero y al grito de “Sufragio efectivo. No reelección”
tomó a sangre y fuego la ciudad de Atoyac. Luego Mariscal partió rumbo al
puerto de Acapulco para atacar la plaza principal del gobierno federal, donde estaban los intereses de los
principales hacendados.
Con el tiempo,
cuando creció, Petronilo se convirtió en un combatiente y pasó al bando
zapatista donde llegó a ostentar el rango de teniente, mismo que después de
varios trámites burocráticos la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) le
reconoció.
Una vez
concluida la revolución la familia Castro radicó en el Rincón de las Parotas
donde pasó su juventud. Pero transcurría el tiempo y aunque ya el país tenía un
gobierno emanado de la revolución, en la década de los veinte, las cosas
seguían igual. Las
haciendas de la Costa Grande eran propiedad de las casas españolas del puerto
de Acapulco. Baltazar Fernández, Uruñuela, Alzuyeta, Quiroz y Compañía, eran
quienes también tenían las fábricas de hilados y tejidos de El Ticuí y Aguas
Blancas. En Acapulco eran dueños de una industria de jabón, en lo que ahora se
conoce como El Barrio de la Fábrica. Contaban con bodegas en diferentes partes
de la región por medio de las que controlaban el mercado de algodón y los
granos básicos.
En Atoyac había terratenientes, hacendados y latifundistas
que vivían en la cabecera municipal como: Germán Gómez, Andrés Pino, Octaviano
Peralta y el coronel revolucionario Alberto González, Gabino Pino González, Herman
Ludwig y el guatemalteco Salvador Gálvez, quienes ya contaban, en sus
extensiones, con plantaciones de café. Pero los más voraces eran los hacendados
españoles.
Es Crescencio Otero Galeana
quien en su libro El movimiento agrario costeño y el líder Profr. Valente de la Cruz nos
habla de las condiciones de la región en aquella época. Cualquier campesino que viviera en
las haciendas y no fuera del agrado de los propietarios o de los
administradores, era obligado a salirse bajo cualquier pretexto. Sí, les
prestaban tierras pero en los terrenos altos infértiles y en cantidades
mínimas, no más de tres hectáreas, mediante el pago de una renta. Las cosechas
se levantaban tan pronto ordenaban los administradores, para darle el pasto al
ganado, aun cuando el maíz o frijol estuviera todavía secándose. El aviso era
intempestivo y cuando los campesinos estaban levantando su producto, los
caporales metían el ganado a pastar y se comían los cultivos de las semillas
básicas para la subsistencia familiar: maíz y frijol. Los campesinos no podían sembrar árboles
frutales de vida larga. Los esbirros de los hacendados sí tenían ese
privilegio, pero únicamente podían plantar una o dos palmeras de coco, cuando
mucho dos árboles de mango y algunas plantas de plátano. Esa era la
condescendencia por sus servicios prestados, de esta manera muchos se volvían
serviles a los hacendados que así formaban su pequeño ejército de guardias
blancas y pistoleros.
Al campesino que criaba
ganado sólo se le permitía tener cinco animales, porque aun las pasturas del
campo libre también pertenecían a las haciendas, no tenía derecho a tomar para
sus vacas ni un solo manojo de pasto del que nacía en el campo libre y quien
desobedecía era expulsado, y si intentaba defenderse inmediatamente era
aprehendido por las guardias blancas de la hacienda y remitido a Tecpan, la
cabecera de distrito, donde residía el tirano Prefecto Político y tenían su
sede las autoridades judiciales que estaban al servicio de los hacendados y
latifundistas españoles.
Los ciudadanos, como en
otros lugares del país, pagaban también la contribución personal que para
entonces era de veinticinco centavos mensuales para hombres y jóvenes y aquél
que no podía pagar por su miseria, entonces era apresado y llevado a la
cabecera distrital, o se echaba a huir por los montes como un coyote, viviendo
a salto de mata, para no caer en manos de los temibles rurales, quienes
constantemente los llevaban en “cuerdas” a desempeñar trabajos forzados a
lugares inhóspitos y mortales como el Valle Nacional, o a pelear contra los
indios yaquis de Sonora.
En este contexto Manuel
Téllez Castro y David Flores Reynada comenzaron a formar los comités agrarios
para organizar a los campesinos solicitantes de tierra siguiendo el lema
Emiliano Zapata “La Tierra es de quien la trabaja”, pero los terratenientes
respondieron con el asesinato de los líderes agraristas de la Costa Grande, así
cayó el 29 de octubre
de 1923 asesinado Manuel Téllez Castro en la calle Nicolás Bravo de la cabecera
municipal de Atoyac.
Por eso Alberto
Téllez se levantó en armas, le secundaron Feliciano Radilla y muchos campesinos
solicitantes de tierra de la región, entre ellos Antonio Onofre Barrientos y
Petronilo Castro Hernández que concurrieron a la toma sangrienta de la ciudad
de Atoyac y Petatlán donde se definió el triunfo del movimiento militar. Pero
fue necesario el levantamiento de Amadeo Vidales Mederos en 1926 para que las
tierras comenzaran a repartirse y así les tocara un pedacito, para sembrar, a
muchos revolucionarios sobrevivientes.
A don Petronilo
le tocó una parcela de café por el rumbo de Las Patacuas, que está en los
cerros aledaños a El Porvenir. Donde hay un fruto amarillo de un árbol llamado
patacua, que es agridulce. Doña Julia Molina Valdovinos, esposa de don
Petronilo recuerda que había muchas frutas que se comían como: arrayanes,
piñón, chirimoyas, frutillas, cajeles y muchos limones dulces.
Petronilo
Castro Hernández con Julia Molina Valdovinos procrearon 14 hijos de los que
sobrevivieron: Francisca, Fabiola, Martha, Guadalupe, Benigna, Julieta, un varón
de nombre Eleazar, Raquel, Miriam, Mayanin y adoptaron a Alejandra. A Eleazar
don Petronilo lo llamaba Castillo,
por el parecido que tenía con el general Heliodoro Castillo a cuyo lado
combatió en el bando zapatista. También fueron sus hijos: Pedro, Eusebio y
Julia Castro Martínez que tuvo con Maximiana Martínez y también Marcos Castro
Reynada que nació de otra mujer.
En los años
cincuenta se fue a vivir a Pie de la Cuesta, una pequeña población
que estaba en enclavada cerca de Cayaco municipio de Coyuca de Benítez, antes
de subir a la sierra, y que era ruta obligada para los que iban al Ojo de Agua
y otras poblaciones como La Remontita. Ahí se dedicó de lleno al cultivo de
la tierra. Dice Arturo Gallegos: “Su gran corazón y disposición al trabajo le
valieron el reconocimiento de todos los que lo trataron, nombrándolo
representante de esa comunidad ante el comisariado ejidal, prácticamente de
manera vitalicia”.
En 1959 don
Petronilo se sumó a la lucha en contra del gobernador Raúl Caballero Aburto y
siguió de cerca el movimiento del pueblo de Atoyac. Después de la masacre del
18 de mayo de 1967, don Petronilo Castro fue uno de los primeros tres
campesinos que se fueron con Lucio Cabañas. En esta pequeña célula que fue el
embrión de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento también estaban: Alfonso
Cedeño Galicia, el Güero Cedeño y
Antonio Onofre Barrientos. Los tres habían sido combatientes de la guerrilla
vidalistas. Más tarde se sumaron Juan Reinada Victoria, Clemente Hernández
Barrientos y Obdulio Gervasio.
Entonces
Petronilo Castro Hernández acompañó a Lucio en los primeros años de andar por
la sierra organizando comités de lucha junto con Antonio Onofre Barrientos,
Juan Reynada Victoria y Clemente Hernández Barrientos.
Después, cuando
el grupo creció, los fundadores se bajaron a las poblaciones, donde Antonio
Onofre Barrientos, Juan Reynada y Petronilo Castro fueron apoyos importantes
para contactar con la guerrilla y llegar hasta Lucio Cabañas.
Así lo conoció
Luis León Mendiola. “En los primeros tiempos de la guerrilla arriba de un
pueblo llamado Pie de la Cuesta don Petronilo Castro, tenía sembrado tomate,
jitomate y chile, lo que le daba buen pretexto para estar en el monte sin
despertar sospechas. Y llegamos al campamento donde se encontraba Lucio, quien
en compañía de un joven llamado Clemente Hernández Barrientos, que se había
integrado de manera permanente con Lucio, Clemente sobrevivió y hoy está
dedicado a la vida privada”.
Lucio aprovechó
los conocimientos que don Petronilo tenía en materia de estrategia militar y
aprendió mucho de viejos revolucionarios como él, de ahí aquella frase: “Ir al
pueblo a aprender y no a enseñar”.
“Don Petrón y un primo de Lucio Cabañas se
llamaba o se llama Clemente Hernández Barrientos, estos son los personajes, que
yo sé, fueron la base más importante para que Lucio pudiera mantenerse durante
esos tres años en la sierra de Atoyac, es decir, ellos le conseguían el
contacto, le llevaban comida, lo trasladaban de un lugar a otro, porque ellos
eran conocedores, como eran lugareños de
ahí conocían la sierra a la perfección, entonces era una base más importante
para el desarrollo”, comentó Arturo Gallegos Nájera.
Era excelente
músico, el 1 de noviembre de 1971, Petronilo Castro con violín y Pedro
Hernández Gómez, Ramiro con guitarra
tocaron vinuetes en un pueblito de la sierra, cuando la guerrilla
llegó a pasar el día de los difuntos con los campesinos. El vinuete es una música ceremonial tocada con violín y
guitarra para la despedida de angelitos o días de muertos.
Una vez
incorporado con su familia, la casa de don Petronilo ubicada en la calle 13,
lote 1833, de la colonia Juan R. Escudero en Acapulco fue paso obligado para
muchos guerrilleros que iban para la sierra. Por eso de su casa se lo llevaron
las fuerzas del gobierno y lo desparecieron.
La cuarta hija de Petronilo
Castro Hernández y de Julia Molina Valdovinos, Guadalupe Castro Molina que
nació el 7 de julio de 1952 en Atoyac de Álvarez, también está desaparecida,
ella estudió hasta cuarto año de primaria en la escuela federal Eduardo Mendoza
y fue detenida una primera vez por elementos de la 27 Zona Militar el 19 de
noviembre de 1971.
Fue cuando la
guerrilla asaltó la sucursal de Bancomer ubicada en avenida Cuauhtémoc y Diego
Hurtado de Mendoza. Participaron, Chon,
Francisco, Julián, Isael, Cuauhtémoc y Fernando. Ese “18 de noviembre de 1971, al calor de las copas, se
le ocurrió a Julián, Cuauhtémoc y a Fernando ir a Atoyac a dejarle dinero a Pancho Encinas para que éste lo hiciera llegar al Partido de los
Pobres. Contrataron un taxi que convino cobrar 500 pesos por llevarlos y regresarlos
al puerto de Acapulco”, dice Arturo Gallegos.
Antes pasaron
por la casa de don Petronilo, que era tío de Cuauhtémoc, para que una de sus hijas los acompañara y así evitar
sospechas de miradas indiscretas o de la policía. Don Petronilo despertó a
Guadalupe que los acompañó, serían las diez de la noche cuando salieron de
Acapulco.
Al llegar a
Atoyac, ninguno de los tres conocía el lugar donde vivía Florentino Loza
Patiño, Pancho Encinas. Pasaron
varias veces frente al cuartel a la una de la mañana, se les hicieron
sospechosos a los soldados y los detuvieron. A Guadalupe la condujeron a un
pequeño hotel, llevando el maletín con el dinero, ya casi al amanecer salió y
tomó un autobús rumbo al puerto de Acapulco.
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