sábado, 27 de febrero de 2016

Los cuitlatecos


(Séptima y última parte)
Víctor Cardona Galindo
No hay indicios que la creencia de la lechuza como ave de mal agüero, sea de origen cuitlateco, pero la gente de la costa y de la sierra, llaman ticuiricha a la lechuza, y su canto estridente anuncia la muerte. Otros relacionan el canto de la ticuiricha con el escándalo que hace el tecolotillo al ser atacado, por ese enorme pájaro blanco de hábitos nocturnos. La mariposa negra también presagia la muerte.
Cuando un pájaro llamado luisillo canta en la esquina de la casa, llora la lumbre del fogón o cuando una mariposa blanca pasa por el corredor, vendrá visita. Cuando lloraba la lumbre, mi madre decía: “Nomás que me traigan y no que me vengan a quitar”. Y al rato llegaba la visita.
Algunas familias tenían la costumbre de pronunciar dentro de la tinaja el nombre del ser querido ausente, para que viniera. Vi a unos niños hablarle muchas veces, a su padre, en la olla de la tinaja. Pero su padre nunca llegó porque se lo llevaron los soldados.  De niño me tocó, durante un eclipse, sonar tambores o botes viejos para que el sol no fuera vencido por la oscuridad. También durante el eclipse, las mujeres embarazadas debían usar un pañuelo rojo en la cabeza, para que el niño no fuera comido por la luna. Si no se ponían la prenda roja, los niños nacían con labio leporino. En caso de hipo todavía se coloca un hilo rojo, con saliva, en la frente y le colocan cintas rojas a los árboles frutales que no quieren parir.
El Hombre de Maíz, un petrograbado de más de 4.20 metros
 de largo con la representación de una planta de maíz con 
rasgos humanos, que se encuentra en la comunidad de 
Piedras Grandes, en la parte alta de La Sierra de Atoyac
Foto cortesía de Clevert Rea Salgado. 

Cuando un niño mudaba un diente, lo tiraba arriba de las tejas de la casa, porque de no hacerlo quedaría chimuelo, al tirarlo se gritaba “ratón, ratón dame tu diente y yo te doy en mío”. Ahora también se acostumbra que el ratón deje por un diente, 20 pesos debajo de la almohada.
De las costumbres que Hendrichs registró de los cuitlatecos de la Tierra Caliente muchas están todavía presentes, como es el caso de curar enfermedades con huevos, la curandera o curandero “toma dos huevos, para frotar el cuerpo o la parte enferma. Al terminar la operación, los huevos resultan podridos con la claras negras y las yemas cocidas o reventadas. Para averiguar quién fue el causante de la enfermedad, la curandera echa el contenido de los huevos podridos en agua; entonces se forman hebras desde el fondo de la vasija hacia arriba y estas hebras dejan ver claramente la imagen del brujo o de la bruja que hizo el maleficio”, luego la curandera lava el cuerpo del enfermo con el cocimiento de varias yerbas, entre las que figuran epazote, albahaca, estafiate y hierba buena.
Sobre la caza del venado se cuentan muchas leyendas, que son de origen cuitlateco. Se dice que quien tiene la piedra del venado puede cazar al por mayor. Las mujeres de La Sierra, se han transmitido de generación en generación, la costumbre de rodarle la piedra de moler chile, en los pies a los hombres, sin que se den cuenta, antes de que salgan de cacería y seguro traerán venado.
Un cazador con suerte puede tener acceso a la piedra del venado. Si la fortuna lo acompaña y mata al rey de los venados, un ejemplar grande de color blanco o negro, que en su agonía arroja la piedra. Si el cazador la recoge y la trae como amuleto, siempre que salga de cacería traerá venado, porque trayendo la piedra los venados lo ven como venado y caminan hacia él y puede matarlos con mucha tranquilidad.
Pero si se descuida puede ser atacado y herido por otro venado. Si un ejemplar macho de esa especie lo ve en su territorio piensa que le va a quitar a sus hembras. Hay quienes han pagado con su vida esta suerte, porque otro cazador también puede verlos como venado y dispararle.
Rescatamos aquí la leyenda que Judith Solís Téllez escribió para Agua desbocada. Antología de escritos atoyaquenses.

La piedra del venado

“Dicen los que saben: quien logra tener la piedra del venado puede matar los venados que quiera. Hay que matar al venado blanco o al negro y tomar la piedra que arroja durante su agonía. La piedra se puede traer en el morral y cuando uno va a salir, si se observa al venado echado, indica que está escondido y cualquier búsqueda será en vano. Pero si la figura de la piedra está parada es que se encontrarán a los animales en el camino. Aunque, también hay el peligro de que cualquier venado macho pueda pegar o matar al dueño de la piedra, al que ven como a uno de su especie. Así que se debe de andar muy atento. Para poseerla se deben tener ciertas características: no ser ambicioso, ser valiente y no tener maldad en el corazón. Hay que conservar en secreto la piedra para que resulte efectiva”.

Hay quien habla de que la piedra es como un rubí que los venados alfa traen incrustado en la frente. Hay que utilizar un cuchillo para despegársela porque está pegada al hueso. Aunque algunos cazadores aseguran que la existencia de la piedra del venado no es ninguna leyenda, es una especie de calculo que el venado produce cerca del hígado, la piedra parece una bolita de estambre y se le saca para guardarla “es de buena suerte”, hay quien le atribuye propiedades curativas. En las oficinas de la tesorería de Atoyac una mujer le regateaba a un campesino que se la vendiera porque es buena para curar la embolia. Ella decía, “dígame cuanto quiere”, él contestaba “no señora si se la vendo me salo”. La señora dice “déjeme hervirla y se la regreso”. El hombre dice que no. Porque la piedra del venado no tiene precio.
Hablando de otras leyendas y mitos cuitlatecas. Miguel Ángel Gutiérrez Ávila en su libro La historia del estado de Guerrero a través de su cultura habla de “Los Cuitlatecos y los hombres de metal” y rescata un mito de la creación al que le atribuye su origen en esta etnia ya desparecida.
“Las adoraciones eran de munchas maneras, porque adoraban al sol, a la luna y a los ydolos de piedra, de barro y de madera, de diversas hechuras y tamaños; y dizen que entendían avía un dios principal, questava en el cielo y lo había creado todo; y que a de aver juicio final y que el mundo tuvo un principio, y que hizo un hombre y una mujer de barro, y que se fueron a bañar y se deshicieron en el agua, y que los volvió a hacer de senysa y siertos metales, y los envió al río a bañar y que no se deshicieron, y que de aquello empezó el mundo”.
Dice Gutiérrez Ávila que este maravilloso mito de la creación de los seres humanos, proviene de la cultura cuitlateca, registrada el diez octubre de 1579 por el corregidor de Ajuchitlán Diego Garcés, en la Relación de Asuchitlan y su partido, 1579.
También rescata una leyenda chontal de Apaxtla de Castrejón.

Nacasqueme

Los chontales, cuando llegaron a Apaxtla, encontraron a un Dios con las orejas largas, hasta el suelo, se llamaba Nascasqueme. Los chontales aceptaron adorarlo a cambio de que él los protegiera de sus enemigos.
Nacasqueme cumple con su cometido preparando y entrenando al ejército de chontales y durmiendo al pie del Cerro de El Toro, que por su loma, se prestaba para que Nacasqueme extendiera sus orejas y lo enredara con ellas. Esta era la forma de escuchar todo lo que acontecía por los cuatro puntos cardinales.
Escuchó que en la gran Tenochtitlán de los aztecas había sido vencida por hombres de a caballo y armas de trueno. Rápido levantó a su ejército y resguardó sus dominios. Fácilmente fue vencido y huyó para esconderse cerca de la hoy llamada “Cascada de El charco”. Ahí vivió solo, abandonado. Como era dios debía estar limpio del cuerpo y del espíritu. Para lo primero hacía con sus orejas un recipiente que llenaba con agua de la cascada y allí se metía para bañarse. El peso de las orejas, el peso del agua y el propio Nacasqueme fue hundiendo la piedra en que se hallaba el recipiente hasta que se formó un apaxtli.
De ahí se deriva el nombre del pueblo.
Luego hace mención, citando al periódico Así Somos, que en una zona arqueológica hundida por la presa El Caracol un campesino encontró un ídolo de piedra que “era del tamaño de un niño de doce años, feo y con las orejas largas, largas hasta el suelo”.
“Tienes pies de nacaiqueme”, decían nuestros abuelos cuando, al crecer, ya íbamos dejando los zapatos. Se referían así al Nacaxqueme, ese hombre gigantesco que tiene los pies y orejas grandes y que vive como ermitaño en las soledades de la sierra. Simón Hipólito Castro rescató ésta leyenda que publicó en su libro Cuentos para niños preguntones y que luego retomamos para la antología Agua desbocada. Antología de escritos atoyaquenses.

El Nacaxcleme

Ancianos de la región nos comentaban que por allí habitaba un ser escurridizo como de cuatro metros de alto y de cuerpo peludo. En un mes de marzo nos trasladamos a un bosque lejos de la casa con el fin de abrir un tlacolol. Abrimos un campamento entre el bosque, limpiamos el terreno donde pondríamos las improvisadas camas de varas y regábamos en círculo cal para que no se nos arrimaran alacranes o víboras. Por las noches, escuchábamos derribar árboles con hacha y cuando amanecía íbamos a buscar el árbol y lo encontrábamos derribado y con cera de abeja silvestre en su tronco. Era el Nacaxcleme, como lo llamaban los ancianos. Nos contaba papá que su papá de él, o sea mi abuelito, una tarde buscando miel se perdió en el bosque. No pudo dar con la vereda y decidió pasar la noche arriba de un árbol, no grueso donde no pudiera subirse un tigre, un león o una boa. Sacó de su morral unas hojas de tabaco e hizo un puro el cual encendió con un eslabón y pedernal. Cuando lo estaba saboreando escuchó unos pasos. Al instante desenvainó su filoso machete y se puso en guardia.
De repente vio una figura grande que habló diciéndole que no tuviera miedo que era Nacaxcleme y que sólo iba a verlo para que le regalara un puro, pero grande, cosa que hizo mi abuelo. Esta enorme criatura lo invito a pasar la noche a su cueva y mi abuelo aceptó. Lo llevó a una cueva muy grande donde lo invitó a pasar. Ya en confianza Nacaxcleme le contó que solamente él quedaba de toda su familia; que los hombres al abrir tlacololes, derribando el bosque, fueron acabando con las colmenas y con su familia. La miel era lo único que los alimentaba.
Como mi abuelo tenía sueño, el gigante desenvolvió una de sus orejas y se la dio para que la tendiera en el suelo. Luego se desenvolvió la otra y se la dio para que se arropara. Cuando amaneció le pidió más puros de su garniel y lo llevó a unos gruesos árboles que tenían abundante miel. Enseguida le enseñó la vereda y le rogó que cada vez que fuera por colmenas le llevara puros, que si no lo encontraba se los dejara en la cueva. Desde entonces no le faltaba miel y cera que vender a mi abuelo. Recuerdo que cierta vez cuando llegábamos a la orilla de un río vimos en la arena rastros de un hombre cada huella media aproximadamente como veinticinco centímetros o un pie de largo. Yo entiendo que este gigante es el que derribaba árboles por las noches. El mismo que se hizo amigo de mi abuelo y el mismo de las enormes pisadas en la arena. Tal vez ya murió. Los campesinos y nosotros acabamos con los bosques para sembrar maíz. Ya ahora nadie dice haber visto al Nacaxcleme.

Aunque las últimas noticias que se tuvo del Nacaxqueme fueron unas gigantescas huellas de pie que se encontraron en unos barbechos, en las cercanías de la comunidad de Las Salinas, en la década de los noventa. Luego mi padrino José Aguilera me mostró unas fotos, tomadas por un ingeniero, donde parece que un ser peludo se escabulle entre las hojas de los árboles, allá en la exuberancia de la sierra.


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