Víctor
Cardona Galindo
El
Ejército logró construir una red de soplones reclutados a veces con engaños y
amenazas de entre los jóvenes desempleados, a los cuales el gobierno les
prometió empleos en actividades culturales y deportivas. Después de ser
enganchados los sacaba de las comunidades y los integraba a la tropa para al
finalmente regresarlos clandestinamente al interior de sus pueblos de origen
como orejas y madrinas. Aunque también
hubo soplones que únicamente lo hicieron para recibir una palmadita en
el hombro de algún oficial. Creían que estar bien con los soldados era estar
bien con “el gobierno”.
Montañas de la sierra de Atoyac. Foto: Carlos Téllez |
“Durante
los primeros 26 días de operaciones independientemente de la acción militar; se
han efectuado reuniones con los comisarios municipales, comisariados ejidales,
asociados del Instituto Mexicano del Café, maestros que trabajan en escuelas
del área y con los campesinos de sus propias comunidades, con lo cual se ha
logrado que la actitud de la población civil, que antes se mostraba hostil,
altanera y expresaba apoyo al gavillero, haya cambiado, ya ahora se reciben
muestras de solidaridad al gobierno y la gente empieza a cooperar con informes;
además el cabecilla ya no se atreve a llegar a los poblados”. Lo anterior
son los resultados de la Operación
Atoyac que informaba el comandante de la 27 zona militar Eliseo Jiménez Ruíz el
5 de septiembre de 1974 a un mes de haber tomado posesión del cargo.
A estas alturas las tiendas Conasupo eran
manejadas por el Ejército, que repartía propaganda en contra de la guerrilla. Era
imposible para los guerrilleros conseguir comida y no podían acercarse a los
pueblos. Muchos soldados se hacían pasar por locos y pordioseros. En Los Valles había
un loco al que le decían La Borrega
que hablaba con los postes de la luz, besaba los arboles porque decía que eran
sus novias, al pasar por un arbusto le decía “¿como estas mi amor?” Se introducía
en las casas donde había niños y pedía permiso para jugar con ellos. También se
metía en las viviendas de familiares de Lucio Cabañas. Otros soldados
trabajaban como coimes en los billares, como peluqueros y había también
aquellos que compraban lo robado.
Con toda esta logística desplegada y el rescate de Figueroa el Ejército mexicano vivió su
momento de gloria, antes del 8 de septiembre de 1974, la
imagen del Ejército se había deteriorado por su fracaso para rescatar a
Figueroa y eliminar a Lucio Cabañas. La mayor parte de los comentarios y versiones
que circulaban entre todos los sectores de Guerrero eran que el Ejército estaba
haciendo el ridículo en la sierra.
Finalmente
la llamada Operación
Atoyac tuvo éxito. “Como resultado de esta operación, fue liberado el
citado senador y las personas que lo acompañaban cuando fue plagiado, señora
Gloria Brito de Díaz, Luis Cabañas, Febronio Díaz Figueroa y Pascual Cabañas,
resultando heridos los dos últimos nombrados; entre los maleantes muertos, se
identificó a Sixto Huerta (a) Sabás
uno de los principales gavilleros; por parte del personal militar resultó
herido un elemento del 27 Batallón de Infantería”, informaba el comandante de
la 27 zona militar. Ese mismo día, a las ocho de la noche, Jiménez Ruíz informó
telefónicamente a Cuenca Díaz que se había tenido un nuevo contacto con la
gavilla de Lucio en las inmediaciones del poblado colonia Benito Juárez, “combatiendo
desde las 18:00 horas hasta oscurecer”. El capitán Francisco Meza Castro encabezaba la patrulla
del Ejército que emboscó a la gente de Martín Nario Organes, Samuel.
En un
informe del 10 de septiembre de 1974 enviado al Presidente de la República,
Luis Echeverría Álvarez, el general Hermenegildo Cuenca Díaz habla que en el enfrentamiento
del 8 de septiembre a las 18:30 horas “resultaron siete guerrilleros muertos”
que se recuperó un FAL, se recogió una carabina M-1, tres escopetas de
diferentes calibres y dos rifles calibre 22, no hubo herido por el personal
militar. También dice que en reconocimiento por el área donde se rescató a
Rubén Figueroa “Se localizaron dieciséis gavilleros muertos”.
Como ya hemos dicho que los soldados
llegaron al campamento, guiados por tres guerrilleros que fueron detenidos con
anterioridad. No hay mucha certeza en los nombres, pero se sabe que José María era delgado, alto y morenito de
pelo largo, salió con Pablo al
Cucuyachi para informarse donde estaba el maestro Lucio y recibir nuevas
órdenes. Antes de salir a las poblaciones más grandes fueron a cortarse el
pelo, ahí los agarraron y los torturaron por eso ellos llevaron al Ejército a
La Pascua. Donde acuerdo a la versión de Rosario
murieron El Águila,
Sixto Huerta, Sabás; Mano Negra y Marquina Ahuejote Reyes, Matilde.
Carlos Bonilla Machorro para su libro Ejercicio Guerrillero entrevistó Pascual Cabañas quien habló del
momento del rescate. “Yo me di el arrancón y el Senador me siguió; a veces se
retrasaba, pero yo volvía hacia él, lo animaba y le hablaba en voz alta. Lo iba
sacando en dirección del Ejército. El
respiraba hasta por la boca, resbalaba, se enredaba entre las ramas, pero
seguía. Entonces nos colocamos junto a una gran piedra.”
En ese relato Bonilla comenta: “Si, Vicente (se refiere a un guerrillero) me dijo que te vio correr con
el senador y que nadie pensó en tirarles, sino más bien en cubrirlos, porque
habían recibido instrucciones de Lucio de ofrecer máxima protección
al ingeniero, porque lo querían asesinar para echarles
la culpa”. A lo que Pascual agrega: “Me parece que así fue, de lo contrario nos
matan fácilmente”.
Pregunta Bonilla ¿Y sus bajas... de qué bando las obtuvieron?
Responde Pascual “De los güachos. Ellos hirieron a Febronio en un brazo y a
Luis de gravedad. Yo los vi. Si a Luis lo hubieran atendido pronto, no muere.
Pero no lo recogieron. Lo dejaron mucho tiempo abandonado después de terminada
la batalla”. “Pascual –le pregunté-, las noticias afirman que les disparó un
guerrillero, ¿es cierto?” Responde: “Eso es mentira yo no puedo callar. Mi hermano
es mi hermano… En ese infierno de balas y pólvora, cerca del Quemado, murieron
como veinte, entre hombres y mujeres, pero también soldados. Creo que el grupo
completo era como de cuarenta y cinco o más guerrilleros entre los que se
encontraban una diez mujeres y algunos muchachos casi niños”.
Eloy
Morales Gervasio dijo a don Simón Hipólito: “Por la
mañana del día 8 pasó muy cerca de ahí un campesino, que no acordaron detenerlo
y que creen que él fue el que los delató. (...) Como a las nueve o nueve y
media empezaron helicópteros y aviones a sobrevolar la zona. No tardó mucho
tiempo para que uno de nuestros vigilantes llegara corriendo a decirnos que
sigilosamente se nos acercaban elementos militares para tendernos un cerco.
Rápidamente unos se quedaron al cuidado de Figueroa y acompañantes y otros nos
dispusimos a enfrentarnos con ellos. Al tratar de abandonar la casa, recibimos
una ráfaga de fusil seguida por descargas de granadas. Vimos como Sabás caía herido; igual caía otro
compañero. Ambos eran los que cuidaban a Rubén
Figueroa. Vimos también como Figueroa se escondía entre unas piedras y un árbol
caído; vimos también como una granada alcanzó a Luis Cabañas y caía herido de
muerte. Nosotros quisimos rescatarlo protegidos por el fuego de cuatro compañeras
guerrilleras, pero una lluvia de granadas oscureció el lugar y tuvimos que salir
cuesta arriba, por un lugar donde todavía nos cercaban los guachos.
Rosario se cubrió pecho tierra atrás
de una palma y se acordó lo que le dijo Juan “si a mí me matan en esto, tú no
te despegues de Ramón y Martha ellos te van a sacar, él conoce
bien el camino aquí, sólo con ellos vas a salir” por eso ella no les quitaba la
vista a Ramón y Martha. “Entonces, se cerró el fuego pues de una parte y otra, pero
pues nosotros no le hacíamos nada al gobierno, porque ellos ya estaban en sus
lugares escondidos…según que al primero que mataron fue a Sabás y al Gallo Negro y El Águila, eran los que hacían guardia, ya no supimos de ellos,
porque fueron los primeros que mataron”.
Los guerrilleros tuvieron que huir disparando “era mucho gobierno y no
alcanzábamos agarrar tiro, tuvimos que correr cada quien por su lado como
pudiera y nosotros salimos juntos porque brincábamos, nos revolcábamos y caíamos
y ya se fue la bolita junta rodando, peleando y tirando. Daniel andaba matando la misma gente tiraba sobre la misma gente,
le dijo Ramón ‘nos vas a matar, tírale al gobierno’. Ya de
ahí ya no supimos de Samuel para
dónde salió, con quién salió, nada más la gente que salimos fuimos: Ramón, Martha, Esteban, Kalimán, Rosario, Celia, Minerva y Germán, fuimos ocho que salimos juntos”. A los demás Rosario les perdió la pista.
Dice Moisés que Valente se encontró con Dukan
y luego con Solín, se reagruparon,
avanzaban para romper el cerco, él quiso seguirlos pero las balas se lo
impidieron caminó hacia otra dirección donde “me encontré con Silvano, Martha, Celia, Minerva, Rosario, Kalimán y Ramón, avanzamos protegiéndonos unos con
otros, abriéndonos paso hasta romper el cerco. Muchos de los compañeros le
hicieron frente a los guachos y también les costó salir como el grupo de
nosotros… Silvano iba adelante
abriendo paso, tendía su FAL y rociaba a la posición que esta enfrente, Martha ganaba terreno y protegía nuestro
avance, Ramón pasaba de largo y
ganaba una posición”. Así salieron los ocho, perseguidos por un helicóptero
artillado.
Eloy confió a don Simón que cuando llegaron a la cima de un cerro
cercano al enfrentamiento y vieron para abajo una nube de humo negra, producida
por tantas granadas; que fueron éstas las que dispararon los soldados, más que
sus fusiles de alto poder. De acuerdo a los datos recogidos por don Simón ahí cayeron
Sabás y El Zarco.
El grupo de los ocho avanzó con Ramón
al frente cerca de una carretera volvieron a encontrarse con los soldados. Se
escondieron ya no pudieron hacerle frente porque eran pocos y con pocas
municiones. “Todos llevábamos armas, porque alcanzamos a agarrar las que habían
dejado los compañeros que salieron, unos llevaban pistolas, otros llevaban
rifles, yo no alcancé a agarrar rifle, yo nada más llevaba la pistola”, dice Rosario.
Un testigo presencial,
entrevistado por Simón Hipólito, le relató que después de que
terminó la batalla, “como a los veinte minutos,
pasaron o llegaron adonde él estaba arrancando su frijol ocho jóvenes, cuatro
hombres y cuatro muchachas, todos venían armados y cargando mochilas; las
muchachas vestían pantalones. Le pidieron algo de comer y sólo pudo ofrecerles
elotes asados que devoraron así de rápido. Le pidieron agua y les dio... Una de
las muchachas lloraba; le preguntó a un joven qué le pasaba y le contestó: ‘es que
allí en el enfrentamiento le mataron a El Zarco, su marido’”.
Los ocho sobrevivientes, de los que se tiene noticas, se refugiaron en
un cerro cercano al Cucuyachi. “Por ahí en
unas palmas, en un arroyo, ahí tardamos un mes enterito sin comer, salíamos
nada más... comíamos hojas de ciruelo, era la único que comíamos y agua del
arroyo, sin probar tortilla sin probar nada, lo único que salimos a una milpa a
comer elotes crudos”, comenta Rosario.
Luego contactaron a un campesino, “un viejito que nos llevó ropa, que no
le conocí el nombre, nos llevó pollo en un traste y ese fue él que salió a
comprar. Ramón le dio dinero para que nos comprara ropa”,
recuerda Rosario. De ese cerro
cercano al Cucuyachi salieron el dos de noviembre Kalimán, Minerva, Celia y Rosario, dejaron allá a Ramón,
Martha, Esteban y Germán. “y
salimos a la carretera, nada más nosotros, cuatro personas y ellos se quedaron.
En Atoyac cambiamos los billetes que nos había dado Ramón y cada quien le dio por su lado”. De ahí Rosario se quedó en Atoyac y no ha vuelto a ver a sus compañeros.
Febronio recordaría muchos años después que pasó después que
salieron de ahí: “Nos llevaron a un hospitalito de Atoyac; había dos planchas
de concreto nada más. Nos pusieron suero glucosado, nos dormimos desde las
nueve de la mañana hasta las tres de la tarde. Después nos trajeron a la Base
Naval de Acapulco y de allí, en avión ambulancia, al Hospital Militar de la Ciudad
de México. Fue en ese momento cuando Luis me dijo balbuceando: ‘Febronio, quien
sabe si me muera. Quiero que vayas a ver a mi madre y le digas que mi último pensamiento
fue para ella’. Cuando volábamos a la altura de Cuernavaca, empecé a
sentir frío. Entonces le quitaron la sábana a Luis y
les digo: ‘Oigan, también él viene herido, no
se la quiten’. Y me dicen ‘Ya murió’. Efectivamente, había muerto en esos
instantes”.
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