Víctor Cardona Galindo
Isabel
Gómez Romero nació en Las Patacuas, una comunidad ya desaparecida que estaba ubicada
en el centro de la sierra cafetalera, fue hija de Modesta Romero Meza y Onésimo
Gómez Serafín, estaba casada con Juvencio Rojas Mesino un campesino nacido en
la ciudad de Atoyac.
Prisciliano Téllez Castro, Leonor Téllez Pino, Ángela Pino Vargas y Josefina Téllez Pino. |
El 18
de mayo don Juvencio fue herido de un balazo en la nuca y al caer un policía le
daba culatazos en la cabeza. Por eso doña María Isabel se le fue encima al agente
y lo ensartó con un verduguillo, a ella otro policía le disparó con un M-1, el
balazo la atravesó de costilla a costilla. Tenía cuatro meses embarazada de
gemelos, la gente con susto y dolor veían como se le movía el vientre cuando
estaba muriendo. Dejó huérfanos a tres hijos: Julia que ya estaba casada,
Hilario de 13 años y Fermina de cinco.
El
verduguillo que llevaba ese día era su arma habitual, lo traía para todos lados,
cuando iba a lavar al río o al campo, a la leña. Doña María Isabel que tenía 35
años cuando murió se dedicaba a las labores del hogar y vivía en la calle
Montes de Oca número 29 en la cabecera municipal donde fue velada, para luego
ser sepultada en el panteón viejo. Donde cada año, el 18 de mayo, su hijo
Hilario Rojas Gómez le llevaba flores. Hilario ya murió.
Mientras
don Juvencio Rojas fue atendido de sus heridas por el doctor Antonio Palós
Palma, quien lo ayudó para que no cayera preso. Los demás: Gabino Hernández,
Juan Reynada y Franco Castillo heridos de bala fueron trasladados al penal de
Tecpan y estuvieron detenidos. Con el tiempo Juvencio murió a causa de las
heridas recibidas aquel funesto día.
Cuando
sucedió la masacre, Hilario Rojas hijo de doña María Isabel estaba en casa con
su hermana. Estudiaba el quinto año en la escuela Juan Álvarez con el maestro
Celestino Lévaro. Se había espinado la rodilla por eso no fue a clases ese día.
Don
Juvencio era campesino, cultivaba dos huertas de café en El Ocotal y en el
lugar que ahora ocupa la colonia El Parazal tenía un corral donde trabajaba.
Las huertas apenas eran plantillas y se perdieron en el abandono. Los dos
hermanos menores: Hilario y Fermina, ya huérfanos, quedaron a cargo de su abuela Modesta y su abuelo
Onésimo que los llevaron a vivir a La Vainilla.
En
1989, cuando se fundó la Colonia Popular 18 de Mayo un campamento se llamó
María Isabel Gómez Romero y ahora una colonia que fue fundada en el predio
conocido como El Rondonal lleva el nombre de esta valiente mujer. “Más en fin,
ya me despido, /ya voy a finalizar, /sólo una cosa les pido, /no se nos vaya
olvidar /la muerte de doña Isabel, /heroína de Atoyac”, remataba en su corrido
don Rosendo Radilla.
Prisciliano
Téllez Castro nació el 4 de enero de 1922, en la comunidad serrana de La
Florida. Era hijo de Rosendo Téllez Blanco y Ángela Castro, estaba casado con
Ángela Pino Vargas. Tenía 45 años cuando murió en la plaza. Su esposa Ángela se
quedó a cargo de sus seis hijos: Pablo de 23 años, Leonor de 22, Jesús de 20,
José Luis, Matías y Josefina Téllez Pino de 8 años.
Se le
recuerda siempre con ropa de campo y muy juguetón con sus hijos. Corría atrás
de ellos simulando que era robachicos: “era muy cariñoso”, rememora Josefina
Téllez. Pilaba el café de la huerta de su padre Rosendo Téllez Blanco y cargaba
la camioneta para entregar el producto. Se involucró en el movimiento
asistiendo a las reuniones en la escuela Modesto Alarcón. Ahí estudiaban sus
hijos; uno de ellos, José Luis era alumno de Lucio Cabañas.
Era
alto, delgado y rollizo, no usaba sombrero. Iba todos los días a la huerta de
coco que tenía en Quinto Patio, donde hacía milpa y en la temporada de secas trabajaba
su huerta de café que tenía en El Ocotal. Sus hijos nunca lo vieron enfermo: “era
puro trabajo, en eso se entretenía, no era borracho ni fiestero. Tenía un caballo
que usaba para el mismo trabajo del campo. El 18 de mayo andaba con una punzada
en la cabeza por eso no fue a su huerta de Quinto Patio. No tenía pensado
acudir al mitin.”
Salió
a comprar unos cigarros, no encontró en la tienda cercana, luego buscó en la
calle Independencia tampoco encontró y tuvo que ir hasta el Zócalo a una
dulcería que estaba al poniente de la plaza. Después de comprar sus cigarros
encendió uno y se paró en la orilla del Zócalo cuando vio que un policía le
estaba dando a su compadre Gabino Hernández. Como era costumbre en los hombres
de ese tiempo, Prisciliano siempre cargaba un puñal que igual le servía para su
defensa, para hacer un cocol de sus hijos, pelar un mago o partir un limón.
Su
hermano Cristino Téllez Méndez escribió en el periódico ATL (número 23, junio del 2000) que Gabino Hernández, compadre de Prisciliano
fue alcanzado por un motorizado, quien le disparó y luego lo comenzó a golpear
con su rifle, al ver esto Piche, como
le llamaba su familia de cariño, salió gritándole desafiante al motorizado;
“deja a mi compadre, yo te voy a enseñar a tratar a la gente. El policía soltó
a Gabino y trató de encañonar a Piche,
muy tarde, ya Piche le sujetaba el
arma con tanta fuerza que ambos luchaban por quedarse con ella y en su
desesperación cayeron sobre las piedras haciéndose pedazos el rifle. Piche rápido como un rayo, deslizó su
brazo alrededor del cuello del policía, sujetándolo fuertemente, al mismo
tiempo buscó atrás de su cintura un cuchillo con cacha de hueso, repetidas
veces lo hundió en el cuerpo del agente que se desplomó sin vida”. Más otro motorizado
acudió al auxilio de su compañero y le disparó en varias ocasiones al valiente
campesino dejándolo muerto en el lugar.
Su
cuerpo fue levantado por sus hijos con el auxilio del coronel Olvera Fragoso y
velado en la casa de su padre en la calle Vicente Guerrero y al otro día fue sepultado
en el panteón viejo.
Después
de la masacre todo quedó en silencio. No se supo nada, nadie investigó nada y
tampoco se esperaba nada del gobierno. Todos los hijos de Prisciliano trabajando
salieron adelante. Pablo el mayor se puso al frente de la familia y siguieron
con los trabajos de la milpa, el cocotero y el café.
Doña
Fidelina Téllez Méndez escribió en Agua
Desbocada. Antología de Escritos Atoyaquenses que su hermano Piche “era muy audaz y temerario, una
vez un leoncillo se llevó del patio a su perro preferido, cogió su machete y
persiguió al animal hasta que éste lo soltó y regresó a la casa con el perro en
brazos, casi muerto, pero con sus cuidados volvió a ponerse bien”.
Sobre
el mismo caso Cristino Téllez Méndez escribió en el ya citado periódico ATL:
“Don Rosendo y sus hijos solían platicar en el patio los sucesos del día
alrededor de una fogata o junto a una ‘pata de gallo’; rudimento hecho con tres
palos cruzados y sujetos casi en un extremo, sosteniendo una piedra que a su
vez sirviere de base a ocotes encendidos sobre ella… De pronto un león [así se
le conoce en la región al puma] saltó al patio y al pasar cerca de ellos tomó
en sus fauces a un perro chaparrito que descansaba cerca de Piche, dirigiéndose hacia un arroyo
cercano, Piche como era su perro
favorito, con rápidos reflejos tomó su machete afilado y una raja de ocote
encendido y corrió tras él gritándole ¡deja mi perro! Por el arroyo lleno de
peñas el león saltaba sin soltarlo entre los dientes y desconcertado veía como Piche lo seguía cuesta abajo, duró la
persecución un rato al cabo del cual el león soltó al perro y de un salto se
perdió en la espesura del monte y de la noche. Piche abrazó a su perro y regresó al campamento. Fueron necesarios
varios días y varios remedios para cerrar aquellos agujeros dejados por el león
en el cuerpo del perro”.
Como
dije en otro momento los caídos el 18 de mayo de 1967 eran actores de primera
línea de la vida atoyaquense y participaban en sus tradiciones y costumbres. En
el caso de Prisciliano Téllez dice su hermano Cristino: “Cuando un año nuevo u
otro festejo El Cortés hacía acto de presencia, Piche pedía prestada una cuchilla y un zarape a los toreadores y
enfrentaba por gusto al enmascarado, éste trataba una y otra vez de aporrearlo
con una y otra mano pero no lograba tocarlo siquiera, en medio del griterío de
la gente. Al final Piche solía darle
uno o dos golpecitos en las pantorrillas del Cortés como diciéndole ¡Te gano! Y
regresaba cuchilla y zarape que le habían prestado”.
Los alumnos de Serafín
El
maestro Gabriel Salones era el director de la escuela “Modesto Alarcón” y
cuidaba el Sexto “A” que era el grupo de Serafín Núñez Ramos, quien había ido
por los cheques del pago de los trabajadores al puerto de Acapulco. Les estaba
platicando la clase, cuando se oyeron los disparos, los alumnos pensaron que
eran cohetes. En eso llegó corriendo la maestra Rita Solchaga –diciendo “¡profesor
Gabriel, profesor Gabriel!, mataron al profesor Lucio y a Serafín”. Al oír esto
los alumnos se pararon de los asientos y el director se puso en la puerta para
atajarlos, pero no pudo porque todos los niños brincaron el muro del aula, no
respetaron, volaron la cadena de la puerta de la escuela y salieron a toda
prisa a la calle.
Quien se los encontró dice que los muchachitos iban
bañados en llanto porque la noticia era: ¡Mataron al profesor Lucio y a
Serafín!
Llegaron
al Zócalo con piedras en las manos, pero solamente encontraron a los muertos. Estaba
en el piso el cuerpo de don Regino Rosales con su sombrero zapatista en la cara,
era un sombrero de ala ancha y de copa abultada. Ayudaron a levantar el cuerpo
de doña María Isabel y lo llevaron rumbo al camposanto donde vivía su familia.
La
gente estaba alborotada y les dijeron que donde el doctor Chico (doctor Silvestre Hernández) estaba un herido. Era don Gabino
Hernández que convulsionaba, brotándole sangre de un costado, estaba taponeado
con gasa, aun así le salía sangre con espuma. Le habían dado un balazo en el
abdomen a la altura del ombligo y le salió por la espalda.
Los alumnos
de Serafín salieron a pedir dinero a la gente, ya que juntaron un poco se
llevaron a don Gabino en un coche a San Jerónimo donde lo atendió el doctor
Sotelo.
Luego
que los ejecutores de la masacre se fueron los militares llegaron a la plaza en
posición de combate. A esa hora, algunos ciudadanos simpatizantes del
movimiento venían con las camisas amarradas y armados, pero los judiciales ya
habían salido despavoridos y se llevaron a sus heridos en las camionetas que se
usaban para el combate al paludismo.
Serafín
Núñez Ramos recuerda que en la escuela Modesto Alarcón tenían un club de
maestros para evaluar el trabajo de la semana. Innovaban en la enseñanza y no
caían en la rutina. Con alumnos de sexto año editaron un periodiquito
mimeografiado que se llamó Vanguardia
Infantil, se imprimía en un mimeógrafo que el propio Serafín había
fabricado. Educaba con la poesía de Pablo Neruda y García Lorca.
En su
grupo la poesía era un instrumento de expresión del sentimiento, no sólo el
contenido ideológico. Al final de la clase dejaban un hueco para cantar, recitar
poesías y leer textos. Era un grupo en el que mucho se aplaudía. Serafín dice
que él no les metió en la cabeza el camino de la política, lo hizo el ambiente.
Muchos de sus alumnos se integraron al primer club de la Juventud Comunista, al
movimiento social y algunos a la guerrilla.
Ese 18
de mayo por presión de los maestros de la sierra, como era el habilitado, Serafín
tomó un taxi acompañado de un niño y fue a recoger los cheques al puerto de
Acapulco. De regreso al tomar el camión en la Flecha Roja ya se comentaba de la
masacre. En el tramo Acapulco-Coyuca encontraron unas ambulancias que iban a
toda velocidad. Y al llegar a Coyuca ya lo estaban esperando en la terminal
tres maestros de San Jerónimo que habían sido sus compañeros en la normal. Se
lo llevaron a un domicilio donde le comentaron de la masacre y le dijeron que
no sabían si habían matado a Lucio, pero que a él lo andaba buscando la
policía. Se quedó en Coyuca y los cheques los mandó con el niño que lo
acompañaba para que los entregara en la supervisión previo recibo. Su padre
Fidel Núñez Ávila llegó a Coyuca y tomaron una camioneta rumbo a Tepetixtla. Mientras
una tía se fue a cubrir su plaza en la Escuela Modesto Alarcón. Él estuvo un tiempo en Tepetixtla trabajando
en el campo con sus abuelos.
Serafín
ya no volvió a Atoyac porque tenía orden de aprehensión, regresar era como
llegar a la cárcel. Después de eso el Partido Comunista buscó la manera de
protegerlo y lo envió a estudiar a la Unión Soviética. Don Fidel Núñez visitó a
Lucio Cabañas en la sierra, el profesor convertido en guerrillero después del
mitin del 18 de mayo de 1967, estuvo de acuerdo con la salida de Serafín Núñez
del país. Dijo que era bueno que se fuera a estudiar al extranjero porque una
vez triunfando la revolución socialista se necesitarían cuadros preparados para
gobernar.
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