Víctor
Cardona Galindo
La vida de Zohelio Jaimes Chávez estuvo marcada por
su presencia en los momentos cruciales de nuestra historia reciente. Muchas
veces nos contó que cuando cursaba segundo año de primaria su padre Gonzalo
Jaimes lo llevó a Tixtla, al internado 21 donde estuvo dos meses esperando que
le otorgaran una beca, pero como nunca le llegó se regresó a seguir estudiando
en la escuela de su comunidad donde únicamente había clases hasta cuarto año.
Zohelio Jaimes Chávez |
Fue en uno de esos viajes a Tixtla cuando le tocó el
sepelio de los caídos en la masacre del 30 de diciembre de 1960, vio el día
primero de enero el desfile de los ataúdes, por las calles de Chilpancingo. Recordaba
“me tocó, era muy triste, yo estaba chavo, tenía 7 u 8 años, en la tarde
estábamos esperando el camión para Tixtla. Eso me quedó muy grabado”.
Zohelio contó su testimonio y le dio su historia de
vida a todos los que fueron a buscarlo a su despacho de la Coalición de Ejidos,
siempre dejaba bien clara su postura política y sus prioridades como luchador
social: el café, la vía campesina, los transgénicos y los desaparecidos
políticos. Muchos investigadores y periodistas lo trataron y lo quisieron. Luis
Hernández Navarro lo colocó a la altura de Álvaro Ríos aquel líder agrario
chihuahuense que más tierras repartió a los campesinos.
Se preocupaba mucho por el rescate de la historia
regional, promovió la edición de la revista Cronos,
lo que el tiempo no disuelve y diversas publicaciones más. Fue también
presentador del libro El último disparo
de Felipe Fierro Santiago. Lo recuerdo últimamente asistiendo a los eventos de
la Converdad, a la lectura de fragmentos de mi novela El Sendero de los Cacahuananches y al velorio de la maestra Hilda
Flores Solís.
Personalmente conocí a Zohelio Jaimes Chávez el 18
de agosto de 1988 en el centro Social Lido cuando inició el Segundo Encuentro
Nacional Campesino que terminó el 20 de ese mismo mes. Esa vez con la presencia
de más de 60 organizaciones se discutió el programa general y plan de acción de
la Unión Nacional de Organizaciones Campesinas Autónoma (Unorca), ese día
conocí también a grandes amigos como don Rodrigo Flores Jiménez de El Quemado.
Nunca fui miembro de la Coalición de Ejidos pero como estudiante de la
preparatoria 22 estuve presente en muchos eventos, fue en la Coalición de
Ejidos donde tomé el primer curso de periodismo impartido por Carlos García
Jiménez.
“Señores voy a cantarles este bonito corrido /en
memoria de un hombre /luchador muy conocido /nacido allá en San Francisco y por
todos muy querido… Se crio en los cafetales haya en lo alto de la sierra /es de
familia muy humilde dedicada a ayudar /a todos los campesinos de la sierra de
Atoyac /Zohelio Jaimes Chávez era un hombre cabal /respetado por la gente,
todos lo recordarán /campesino y dirigente de la Unorca nacional”, dicen las
primeras estrofas del corrido a Zohelio Jaimes.
En el reporte de su detención
aquel 18 de julio de 1972, la Dirección Federal de Seguridad (DFS) le puso a
Zohelio Jaimes Chávez como apodo “El Muchungo”. Se decía que era un delincuente
muy peligroso cuando fue presentado junto con los demás campesinos de San
Francisco Tibor detenidos por Ejército. Luego fue ingresado al penal de Hogar
Moderno acusado de participar en la primera emboscada que la gente de Lucio
Cabañas le tendió al Ejército en el Arroyo de las Piñas.
A su
llegada, la cárcel era controlada por Trinidad Mendoza Guillén, un reo
presidente nombrado por el director del penal. Mendoza Guillen había caído
prisionero por asaltar un banco y tenía como auxiliares a Luz y Victorino
Landeros. La autoridad dentro del penal era el presidente, segundo presidente y
los bastoneros, ellos controlaban la vida interna, el alcohol, la mariguana y
la trata de blancas que hacían con las “correosas” en contubernio con la
dirección. También estaba Simón Valdeolibar, El Tuba, “quien era el responsable de la adquisición de alimentos para los presos,
fungía como jefe de talacheros del penal uno de hombres y mujeres, acaparó la
producción artesanal en todas las ramas a muy bajos precios. En pocas palabras
fue cacique, verdugo y funcionario a la vez”, comentó Arturo Gallegos.
Los
bastoneros para mantener el orden usaban un “chile” toro disecado y les
permitían traer arma blanca. Además de reprimir a la población carcelaria, eran
los encargados de cantar cuando llegaba la mariguana: “cuantas y de a como,
llegó fresquecita”. Las condiciones eran infrahumanas, en una pequeña camita
más chica que la individual dormían dos presos, celdas que eran para nueve
personas albergaban hasta 30 reclusos.
Al
caer detenidos a Zohelio y a sus compañeros se les asignó un defensor de oficio
que nunca los acompañó a las diligencias, por eso los presos políticos y los
campesinos acusados de las emboscadas contra el Ejército tuvieron que organizar
su defensa por medio de la presión política y se formaron académicamente en la
misma cárcel.
Para
ello integraron un círculo de estudios en el que participaban alrededor de 20
presos, donde Octaviano Santiago Dionicio impartía militarismo, Guillermo Bello
Filosofía y Zohelio Jaimes economía política. Muchos años después Zohelio
diría: “En la cárcel aprendí
mucho. Yo leí muchísimos libros, eso me ayuda porque no fui a la universidad”.
El gobierno se encargó mediante la represión que la cárcel fuera su universidad
de donde se graduó como luchador social.
Los visitaban muchos
estudiantes de las preparatorias 2 y 7 de la UAG. También venían muchos
estudiantes de Sinaloa a los cursos de verano de la universidad que los
apoyaban con libros. Zohelio estaba en la celda 10, donde se destacaba como
organizador. Dentro de la cárcel formaron una cooperativa para la elaboración
de artesanías. Nicomedes Fuentes al caer prisionero se hizo responsable del
taller de salud, donde se aplicaban hasta 30 inyecciones diarias, con
medicamentos que conseguían mediante donaciones, Zohelio y Octaviano Santiago
eran de la comisión jurídica contestaban amparos y llevaban la defensa de
algunos presos, pero también redactaban cartas familiares. Casi todos los
presos se dedicaban a la artesanía que era lo fuerte en el penal.
Con
las acciones que realizaron dentro de la cárcel lograron que mucha gente se
concientizara, incluso los presos comunes que se incorporaron con ellos cuando
organizaron la tercera huelga de hambre. Zohelio recordaba “la tercera huelga
fue cuando se fugó Francisco Fierro Loza, la administración del penal paró la
alimentación y ahora si todos los presos le entraron”.
Después
de la fuga de Fierro Loza les echaron los soldados y les decomisaron todos los
libros, sacaron a Octaviano Santiago Dionicio y lo iban a trasladar a otro
penal. Entonces Zohelio y Fredy Radilla Silva encabezaron el movimiento e
iniciaron otra huelga de hambre. Las autoridades del penal respondieron cortándoles
el agua. Estando sin comer y sin agua “muchos se querían rajar pero un preso
común de la Costa Chica al que apodaban El Charco se puso en la puerta con un cuchillo
grandote y no dejó salir a ninguno de los que se rajaron”, comentaba Zohelio.
Esa
ocasión los estudiantes en solidaridad tomaron la estación de radio XEKJ de
Acapulco para denunciar la situación en la que se encontraban los presos y el trato
inhumano que estaban recibiendo de las autoridades penitenciarias. En ese
momento Octaviano Santiago estaba en las “Bartolinas”, así le llamaban a las
celdas de castigo, mientras ellos estuvieron tres días en huelga de hambre sin
agua.
El
guerrillero Francisco Fierro Loza quien había participado en el secuestro de
Jaime Farrill Novelo se fugó porque los bastoneros intentaron asesinarlo en el
patio de la cárcel, gracias al auxilio de otros presos salvó su vida. Zohelio
con otros campesinos y demás presos políticos participaron en la logística de
la fuga.
La
lucha continuó para mejorar las condiciones de vida al interior del penal y
lograron quitar al presidente y a los bastoneros a fines de 1975 y principios
de 1976, cuando el director era Jorge Alfonso Romero López y como subdirector
había llegado Juan Capote Orozco un ex porro de la UAG, quien fue el primer
subdirector, porque antes a los que ocupaban ese cargo los llamaban alcaides. A
partir de ahí en las 23 celdas se llevaron elecciones internas para elegir un
representante y así se formó el consejo de representantes que a partir de
entonces fue el interlocutor entre los presos y las autoridades del penal.
Arturo
Gallegos al hablar de la artesanías y de la vida dentro del penal nos dice: “Pero
no fue la única actividad a que se dedicaron, también tarde con tarde un grupo
de ellos se echaban la cascarita de básquet, como para no perder la costumbre.
Hasta que lograron inscribir a su equipo en una liga hotelera donde participaba
uno de los mejores equipos del municipio, sino es que el mejor, Fiesta Americana. El equipo del penal
estaba integrado básicamente por campesinos encabezados por Benito Manrique
Jiménez, Urbano Fierro Galeana, Francisco Vargas Vinalay, que eran de El
Quemado, Zohelio Jaimes Chávez que venía de San Francisco del Tibor y Narciso
Castillo Arreola del cual no recuerdo su población de origen. Ese año de 1975
recuerdo que llegaron a la final enfrentándose al mismo Fiesta Americana, quien
se llevó el galardón en un encuentro no apto para cardiacos”.
“El siguiente año fue inolvidable para los
‘campes’ pues con la experiencia acumulada lograron juego de conjunto, por lo
que el Penal uno era una barrera infranqueable para los equipos que sábado con
sábado asistían a buscar puntos, pues además de los antes mencionados, se
habían incorporado otros dos elementos: Delfino Jiménez Mendoza y Ricardo Jones
Ocampo, por lo que los internos esperábamos los sábados culturales con ganas de
disfrutar el partido, sobre todo el triunfo del equipo del penal. Para esos
sábados culturales la dirección del penal permitía la visita de esposas, novias
o concubinas para echar porras a su equipo, mismos que salían al término del
partido. Tiempo después y a petición nuestra se logró que la visita se quedara
a esos eventos deportivos ya que la visita familiar era hasta el otro día
domingo. Así fue como se logró un pequeño pero importante beneficio para la
población carcelaria”.
“Como
era de esperarse el básquetbol dio muchas satisfacciones a los internos y todo
gracias a la destreza de los inocentes llevados a prisión para justificar los
medios represivos del Estado mexicano. Esos acontecimientos nos hacia olvidar a
muchos el encierro y hasta las penurias de nuestras familias. Recuerdo que ese
torneo brilló todo el equipo, pero sobre todo Benito Manrique que con un tiro
desde la esquina y casi sin ángulo de tiro, encestaba la pelota con precisión
milimétrica, logrando encestes increíbles. Por otra parte Francisco Vargas
Vinalay, Franco, que siendo de baja
estatura, tenía un triple hecho dando grandes saltos y depositando suavemente
la pelota dentro del aro. La defensa férrea de Delfino Jiménez y Ricardo Jones
Ocampo que al mismo tiempo que defendían, repartían juego a Benito, Francisco y
Zohelio que tenía el tiro clásico: poniendo una mano adelante y otra atrás de
la pelota, se levantaba y quedaba suspendido en el aire, misma que al soltarla
le hacía dar un giro jalando por lo que iba rodando al revés y en forma casi
recta y al llegar al aro como que perdía fuerza y se clavaba en la piolas”.
“Como
podemos imaginar otra vez la final del año anterior, la revancha esperada:
Penal Uno-Fiesta Americana. El encuentro fue reñido, peleado palmo a palmo,
pero esta vez Benito Manrique fue el verdugo de ese equipo bizarro llamado Fiesta
Americana. Sin embrago los ‘campes’ obtuvieron el gusto de levantar el trofeo,
pues días después obtendrían su libertad, bajo una amnistía poco clara. Como
sea, lo importante fue que se incorporaron a la vida familiar, después de ser
víctimas de la peor de las injusticias: ser acusados de guerrilleros, abigeos,
bandidos y otros epítetos ofensivos a la dignidad de este sector tan trabajador
como desvalido”.
Ya el
18 noviembre de 1976 con otros campesinos Zohelio salió de la cárcel. “Al salir
del penal nos llevaron directo a la casa de Rubén Figueroa Figueroa… Nos dijo
que nos iban a fusilar, que mejor fuéramos sus guaruras. No aceptamos”,
recordaba años después entre risas, porque un campesino de El Quemado le dijo
al gobernador: “No señor mejor regrésenos donde estábamos”.
Una vez en libertad en 1977 participó de forma
activa con el movimiento de los familiares de los presos y desaparecidos
políticos, encabezado por la señora Rosario Ibarra de Piedra, se vinculó con el
sector universitario al que se incorporaron muchos ex presos políticos, en 1979
y 1980 participó en un movimiento universitario para exigir aumento al subsidio
a la Universidad Autónoma de Guerrero.
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