Víctor Cardona Galindo
El camino a El Ticuí es histórico y está lleno de
leyendas. Es también un sendero tenebroso y romántico. En ese camino real las
fuerzas del legendario general Silvestre Castro García, El Cirgüelo, derrotaron a las tropas federales de Rómulo Figueroa.
Puente de madera rumbo a El Ticuí. Foto: Cortesía de Silvia Ocampo Galeana |
Wilfrido Fierro Armenta compuso, a la hermosa
jovencita que fue Antonia Chávez Veredita,
esa canción que inmortalizaron Los Brillantes de Costa Grande. “Veredita
que vas hacia el pueblo /donde mi adorada /suele caminar, /yo te pido /que
regrese pronto /para que con sus besos /me venga a consolar”, dice la primera
estrofa.
Esa
veredita de la canción, estaba rodeada de palmeras, bocotes, zazaniles, retamas
y cacahuananches. Tenía tramos con nombres propios como La Puerta de Fierro,
Los Postes Cuates y La Ceiba. Al subir el empedrado donde estaba una centenaria
ceiba era un lugar tenebroso por la noche. Muchos decían haber encontrado
caminando personas fallecidas, otros que habían topado una gallina con pollos,
que en la oscuridad, no los dejaba pasar. Entre los posquelites del arroyo
habitaban los chaneques. Por eso algunos, como yo, caminábamos por las noches
formando una cruz con el índice y el pulgar de la mano izquierda y con la
derecha sosteniendo la piedra más redonda que encontrábamos en la orilla del
río. Si nos amenazaba un ente sobrenatural habría que enfrentarlo con la cruz,
pero si era humano entonces habría que usar la piedra.
En el Camino Real todavía habitan muchos miedos. En sus
tramos ha muerto mucha gente, no sólo en los combates de los federales contra
los mariscalistas. En Los Postes Cuates mataron a El Gallo y en La Puerta de Fierro a otros más. En la orilla del
río, un tiempo estuvieron amaneciendo personas asesinadas a pedradas. Uno de ellos
fue Octaviano Lucena, El Tabaco,
quien amaneció muerto en el playón el 3 de marzo de 1963.
También en ese Camino Real mataron a Paulita el 19 de
mayo de 1979. Wilfrido Fierro registró en la Monografía de Atoyac el 20 de mayo de ese año: “Hoy fue encontrado
en el camino del poblado de El Ticuí, Gro., cerca al paso del río, el cadáver
de la Srita. Paulita Serrano Hernández. Por la forma en que la encontraron,
ésta fue conducida por la fuerza al sitio de referencia, en donde fue violada y
después asesinada a tiros. Su cuerpo estaba desnudo con diferentes
contusiones. La citada señorita trabajaba en el puerto de Acapulco en la casa
comercial María María y solía visitar a su familia cada fin de semana al poblado
de El Ticuí, y en esta ocasión llegó a la orilla del río como a las 10:00 horas
de la noche, por lo que al seductor la siguió con el resultado descrito. La
occisa era hija del Sr. Ángel Serrano Flores. Este espantoso crimen ha causado
gran consternación entre los habitantes del lugar y se espera que las autoridades
investiguen el paradero de los asesinos para que se les dé un castigo ejemplar”.
En el arroyito que ahora está debajo del puente de La
Ceiba, crecía una especie de lirio, al que nosotros conocemos como pato y en
otras latitudes se le nombra jacinto. Había muchos pececitos en sus pequeñas
pozas y el canto de las ranas era permanente. Desde el arroyito a la entrada
del pueblo todo estaba empedrado. Todavía en determinada época del año las retamas
adornan el camino con sus flores amarillas y los bocotes se tiñen de blanco.
Hasta 1992 los ticuiseños
pasábamos el río en pango (así le llamamos aquí a las canoas) de los pangueros
recuerdo a Rutilo y a los Lara, quienes con sus palancas de madera dominaban
las corrientes del embravecido río, con los pangos cargados hasta con 20
pasajeros. A veces teníamos que arremangarnos el pantalón y meternos al agua
para alcanzar lugar. Nos bajábamos en esos pequeños varaderos de piedra. Luego
nos íbamos caminando por el Camino Real.
Rubén
Ríos Radilla en una crónica que tituló El
Paso de la Canoa describe aquellos tiempos: “Víctor el panguero empezaba a
conducir la canoa al otro extremo del río… Junto a mí, alrededor de 30 personas
esperaban con paciencia el regreso del pango que en ese momento transportaba
más de tonelada y media de peso, pues había en su interior 20 personas a
bordo”.
Rubén
observó el pango recorrer los alrededor de 100 metros de distancia que había de
cortina de agua entre una y otra orilla, acción que duraba aproximadamente
cinco minutos. “El agua fría se adecuaba bien a lo cálido del sol del medio
día; los pequeños tumbos que se formaban en la parte más caudalosa del río
arrojaban con mayor velocidad aquel cuerpo de madera río abajo al venir de
regreso, mientras otros 20 pasajeros se disponían a descender de la
embarcación. Aun no bajaban todos, fuimos abordándola otros”.
Vio
las palmeras ese mediodía. “Las palmeras, las majestuosas palmeras se engalanan
en este día con la caricia de un norte que sopla mientras anuncia la llegada de
unos nubarrones que cubrirán por un corto tiempo el radiante sol de la
costa”.
Cuando
se caminaba a medio día se hacía obligatorio, después de dejar el pango, pasar a
saborear las aguas frescas de naranja, de limón, horchata o de Jamaica que
Celsa Mendoza vendía en unos garrafones de cristal, junto a chicharrones y
palomitas, debajo de ese frondoso ahuejote al que muchos huracanes respetaron,
menos el tiempo.
Cuando
las aguas del río bajaban mucho, los pangueros se dedicaban a cribar arena y a
sacar piedras del río para vender a los materialistas. Mientras el comisario de
El Ticuí organizaba a los habitantes que utilizando troncos, varas y lianas
hacían “chundes” (una especie de chiquihuite) que llenaban con piedras para que
sirvieran de columnas, encima colocaban troncos labrados de palmeras y luego
les clavaban tablas o huesos de palapa atravesados. Así pasábamos por ese
puente de madera en temporada de secas, al atravesarlo no se podía correr,
porque si alguien lo hacía, tenía el riesgo de rebotar e ir a dar al agua o
romperse un hueso al caer sobre las piedras del río.
La maestra María de Jesús Luna Radilla, La madre Chuchita, recorría ese camino,
con su sombrilla dos veces al día. En ocasiones asaltaban, pero a ella nadie la
tocó, ella nunca faltaba a impartir sus clases de ciencias sociales a la
secundaria Enedino Ríos Radilla, así estuviera lloviendo, el río muy crecido o
el sol muy caliente. En 1984 un maestro se le arrodilló para que no abordara el
pango, porque hacia unos días que una de las canoas había naufragado con el
saldo de tres ahogados.
El Polvorete
de Héctor Vargas fue el primer microbús que realizó en 1987 el recorrido desde
el río por la calle principal, pasando por el barrio del alto hasta la
secundaria Enedino Ríos Radilla. Cuando
estaba el río bajito lo atravesaba y echaba viajes hasta la secundaria número
14, Mi patria Es primero, porque había adolescentes de El Ticuí que estudiaban
allá.
El Río Atoyac en el pasado fue muy caudaloso. Un
tiempo se usaron balsas para pasar camiones cargados con algodón hacia El
Ticuí. Creo que todos éramos felices pasando en pango, hasta que un suceso nos
vino a cambiar la vida. El
23 de septiembre de 1984 con motivo de las crecientes que provocaron los
ciclones Ovidia y Norberto, uno de los pangos que
transportaba pasaje en el río Atoyac, rumbo a El Ticuí, se hundió por exceso de
peso y por la fuerte corriente, al chocar con las piedras tiró al agua a 21
pasajeros entre los cuales iba un sacerdote. Resultaron ahogados: María Ramírez
Terrones, Agustín Granados y Antonio Gómez Juárez.
Por
eso en una asamblea del
pueblo se nombró el primer comité pro-puente integrado por Miguel de León, León
Obé Ríos y Miguel Garibo Soberanis, este último le puso mucho empeño a la construcción,
hasta que murió defendiéndose de una banda de secuestradores. Ese año de 1984
al pasar la temporada de lluvias, la gente de El Ticuí se unió para amontonar
piedras, grava y arena. También se realizaron diversas actividades para reunir
fondos y construir el puente.
La
primera solicitud se le presentó al presidente municipal José Luis Ríos
Barrientos y después de muchas luchas
en 1989 el alcalde Alejandro Nogueda Ludwig anunció la construcción del puente,
pero no se concretó supuestamente por los conflictos poselectorales de ese año.
El 24 de agosto de
1991 estando de visita en el palacio municipal el gobernador José Francisco
Ruíz Massieu salió al balcón y ante un grupo de mujeres de El Ticuí que pedían
el puente en tono de broma les dijo: “Mis amigas no tienen muy buena voz pero
tendrán su puente”.
La
construcción del puente inició el 25 de noviembre de 1991 se proyectó una
longitud total de 130 metros, con un ancho de 4 metros, un metro de ancho de
banquetas incluyendo la guarnición, con tres pilas intermedias con claros entre
pilas de 32.50 metros. Su construcción fue de una superestructura de tipo
tridilosa, con capacidad de carga concentrada de 6.8 toneladas por rueda y con
una inversión total de dos millones doscientos cuarenta y cinco mil doscientos
nuevos pesos. Ruiz Massieu lo llamó el “puente de la concordia.
Pero la lentitud de la obra generó inconformidades. Había
quien aseguraba en mayo de 1992 que en las primarias lluvias los muros se
vendrían abajo. El comisario municipal Benito Bello Romero y el presidente del
comité pro-construcción Bonifacio Reynada Hernández enviaron un oficio al
gobernador José Francisco Ruiz Massieu, el 18 de junio de 1992, donde acusaron
a la empresa de estar desviando recursos del puente para otras obras de
Michoacán y Veracruz. Estaban preocupados por la lentitud de la obra y la
compañía ya había recibido el 50 por ciento del costo de la construcción.
El lunes 23 de noviembre de 1992 Rubén Ríos Radilla
escribió en El Sol de Acapulco: “Este
año es el último en que habrá puente de palma y en que hubo pango; se espera
dar un viraje de 360 grados, El Ticuí experimentará una nueva etapa, es posible
que nazca aquí un Ticuí nuevo, algo así como una colonia de Atoyac, porque para
nosotros hablar de El Ticuí, era hablar de su pango, de su puente de palma y de
su fábrica, pero ahora sin fábrica, sin pango y sin puente de palma será
difícil aceptar el cambio; el nuevo Ticuí por El Ticuí de antaño, ojalá que el
viraje del que hablamos sea para bien de los ticuiseños”.
Mientras se construía el puente vehicular dos años
pasamos por un puente hamaca, hecho con cables y tablas, el último lo construyó
el presidente municipal Evodio Arguello de León. El
gobernador José Francisco Ruiz Massieu finalmente inauguró el puente el jueves 11
de marzo 1993. Ese mismo día también entregó títulos de propiedad a los colonos
de la 18 de mayo de 1967. En su discurso dijo en el puente de El Ticuí se
invirtieron un poco más de dos mil 200 millones de viejos pesos y que para su
construcción se utilizó una tecnología moderna; la cual abatió los costos y
aceleró el proceso constructivo.
La llegada el puente benefició a todos, menos a Celsa
Mendoza que dejó de vender sus aguas frescas. Los Lara también salieron
perdiendo, sus pangos se quedaron un tiempo amarrados a la orilla del río sin
dar servicio, hasta que los vendieron o se perdieron en el agua de viejos.
El
puente aguantó las crecientes 20 años hasta que se lo llevó la tormenta Manuel el pasado 15 de septiembre de
2013.
Pero volviendo a Veredita,
Wilfrido Fierro esperaba todas las tardes a Antonia Chávez cuando la jovencita iba
por agua al río o a lavar. En ese tiempo, la década de los setentas, la gente iba
por agua al río. Se hacían pocitos en la arena y el agua salía limpia, filtrada
lista para tomar. No había contaminación, ahora al hacer un pocito a la orilla
del río encontramos la suela de una sandalia, un pañal desechable o un vidrio.
Ya no sirve para tomar.
Aunque la orilla del río, del lado de
El Ticuí, frente a Atoyac, sigue habiendo una sinfonía de pájaros. En los guamúchiles
anidan toda clase de aves, desde cascalotes, calandrias, gorriones, tortolitas
y colibríes. Hay muchas aves de colores: rojas, negras, azules y amarillas con
rallas negras en el cuello. Aquí desde principios de mayo el cielo se nubla. Es
el humo de los incendios forestales y tlacololes en el granero de Atoyac. El
río comienza a exigir la lluvia y los caminos de su ribera se adornan con las
roscas de los guamúchiles.
Y Veredita
sigue así: “Yo ruego /decirle que vuelva /que aquí yo muero
/de tanto esperar /y si logras hacer que regrese /cuéntale mis penas /al verla
pasar… Que mis ojos /ya quieren mirarla /y quiero besarla /más y más y más… Que
yo sufro /muy onda su ausencia /que en silencio /lloro sin cesar… Que le pido
/que regrese pronto /y que con sus besos /me venga a consolar… Que yo sufro
/muy onda su ausencia /que en silencio /lloro sin cesar”.
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