Víctor Cardona Galindo
“¿Recuerdas Macondo? El
calor es igual de insoportable y el sol te quema hasta la raíz de los vellos
púbicos. Ese es el Ticuí, Guerrero. Y si pasas algún día por ahí, entenderás
que para los melancólicos y los viejos provincianos el resplandor de un lugar
paradisiaco culmina con la ruina y la miseria emocional de su gente, de sus
tierras y de sus jacales... ese es el Ticuí... ¿Recuerdas Macondo?”, escribió
en Internet Flor de Calabaza, un
seudónimo de alguien que seguramente estuvo aquí en mayo o durante la canícula.
Un pango para trasportar pasajeros en río Atoyac. Foto: cortesía de Dagoberto Ríos Armenta. |
Porque sí, hace mucho
calor, principalmente en mayo y los días de la canícula son terribles, pero en
diciembre el aire frío que baja de la sierra es muy agradable. El Ticuí es
bonito, siempre lo ha sido. Aquí la
luna despunta enorme y anaranjada al oscurecer por el cerro de La Florida. Después
de las lluvias las lomas se llenan de “angelitos”, una especie de arañitas
rojas, los caminos están poblados de palomas torcazas que vuelan entre los
árboles, el cenzontle canta por las mañanas brincando entre los bocotes y
cuando el sol está más caliente el cielo es intensamente azul con pinceladas de
nubes blancas.
A
las siete de la noche tres parvadas de murciélagos invaden el cielo de El
Ticuí. Una sale de la boca de El Chacuaco y dos de los tubos abandonados de las
turbinas de esa vieja fábrica de hilados y tejidos. Un tiempo dieron por vivir en
las ruinas un grupo de tecolotes albinos, pero tuvieron la desdicha de
encontrarse con una bien orientada bala calibre 22.
Según
Wilfrido Fierro El Ticuí fue fundado allá por 1850 por las familias Radilla y
Cabañas. Todo el pueblo era de bajareque y dellame.
Las primeras casas de adobe y tejas se construyeron a la par de la fábrica de
hilados y tejidos. El pueblo fue trazado por técnicos hispánicos dice Regulo
Fierro quien se refiere a El Ticuí como el último pueblo español. Por eso en el
pasado los ticuiseños se sentían superiores y llamaban “indios Camaroneros” a
los de Atoyac.
En
la historia de El Ticuí esta que en 1924
el coronel delahuertista Ambrosio Figueroa Marbán ocupó la población, pero al
ser derrotado por Amadeo Vidales en Atoyac el 4 de marzo, se retiró a las lomas
donde pernoctó y luego por la mañana se marchó rumbo al puerto de Acapulco para
indultarse ante las tropas leales al general Álvaro Obregón.
Cuando
era niño me gustaba caminar por esas lomas y sentarme debajo de los arbustos
para observar el pueblo. Me gustaba ver como las palomas salían de las culatas y volaban por encima
del caserío para sentarse en los tejados. Por las tardes parecía que todas las
palomas salían de su escondite. Era impresionante observar las parvadas de
palomas cafés, blancas, moradas y grises que sobrevolaban el pueblo.
Desde mi lugar privilegiado sentía que estaba por arriba
de esas aves. Mientras ellas volaban por encima del caserío, yo las podía
observar desde lo alto, porque desde ese lomerío se puede ver todo, no sólo la rutina
de las palomas, también la vida de las personas que se iban caminando rumbo a
la cabecera municipal o estaban metidas en sus quehaceres.
Mi
mamá, mis hermanos y yo, llegamos a El Ticuí en 1978 y nos instalamos para
vivir en la calle Progreso del Sur. En ese tiempo estaban saqueando la fábrica,
yo fui por una rueda con la que hice una carretilla de madera para acarrear
leña. Con el tiempo la rueda vendida como fierro viejo. Crecimos bajando guamúchiles en la orilla del río,
camaroneando y cortando escobillas para hacer escobas que con el tiempo fueron
sustituidas por las varillas de palaba, porque la escobilla se extinguió. En
ese tiempo El Ticuí se dividía en: El Barrio del alto, Las Cortinas, El Trueno
y El amate.
¿Donde
vives?
-En El
Ticuí
Allá
donde matan a pedradas… Era la respuesta de la gente cuando les decía donde
vivía. Tal vez lo decían por los muertos a pedradas que amanecían en el playón.
Pero también había una rivalidad entre ticuiseños y los “Indios Camaroneros” de
la cabecera municipal.
El
atoyaquense Salvador Ruíz Fierro dice:
“No se sabe el origen de la
rivalidad entre atoyaquenses y ticuiseños, la cosa es que se apedreaban y la
línea fronteriza era el río. En el Cuyotomate, cuando estaba echado en la
arena, cayó una piedra junto a mí y mis amigos pasaron corriendo alejándose del
río. Eran los ticuiseños que nos estaban apedreando. Yo también corrí y cuando
pude respirar entre jadeos me preguntaba por qué ese pleito. Nunca lo supe.
Pero ahora El Ticuí es una colonia de Atoyac y ya no existe esa rivalidad.
Dentro de poco tampoco existirá el río”.
El ticuiseño Filiberto Méndez escribió que la
costumbre de pelear a pedradas de los ticuiseños surgió en 1930, cuando la
palomilla de Atoyac, “siempre atravesaban el río para robarnos los mangos de la
huerta que estaba al otro lado del canal y que según nosotros nos correspondía,
los agarrábamos a pedradas. Como teníamos fama de campeones de la piedra, no se
iba ninguno sin su alcancía en la cabeza”.
Eran los tiempos de la banda pesada de Alfredo
Armenta, El Presumido, Bartolo Ríos, El Diablo Verde, Antonio Martínez, El Pechón, Gilberto Sánchez, La Rata, Rogelio Soberanis, Balester
Hernández, El Cuche, Aquilino Salas, La Laura y Juan Chávez, El Serio. Estaban también Chucho patitas y Cucho Patotas, por ser uno de piernas largas y el otro las tenía
cortas.
Los
niños que ahora tenemos más de cuarenta años, nos divertíamos jugando a La
Víbora de la Mar, al Tigre, la Gallinita Ciega, Milano, El Coyote, al
Escondedero y al Stop. Pero uno de nuestros pasatiempos favoritos era irnos a
bañar a La Poza, que estaba en el bombeo y donde todavía se sigue bombeando el
agua para el pueblo en lo que se conoce como el sistema viejo. Pero La Poza
profunda donde echábamos chavados es ahora únicamente un charco.
En los
días festivos izábamos bandera a la seis de la mañana. Nos levantábamos a la
cinco y allá íbamos todavía en la oscuridad. Cuando escuchábamos los primeros
acordes de La Marcha de Zacatecas,
comenzábamos a correr, el tocadiscos de la primaria se escuchaba en todo el
pueblo.
También
para ir a clases todos los días, corríamos a la escuela para llegar antes de
que terminara La Marcha de Zacatecas,
esa era la pieza que ponían los maestros de la primaria Valentín Gómez Farías
para anunciar que ya se acercaba la hora de entrada o el regreso a clase
después del recreo. Esa escuela se fundó 1932 y comenzó funcionando en unos
cuartos de la fábrica. Mucho se recuerda al enérgico maestro Matías Hernández.
Yo siempre recuerdo a mi maestra Francisca Serrano que me enseñó las primeras
letras.
Los 9
de mayo a las 9 de la noche les cantábamos las mañanitas a las madres. Con
faroles en mano recorríamos el pueblo. Había quienes se esmeraban y lucían unos
faroles que eran verdaderas obras de arte. Estaban hechos de papel celofán o de
china con una vela adentro. El desfile de esa noche era una verdadera
exhibición de creatividad.
El
pueblo tenía su dinámica, un rastro y un tajón. Los que vendían desde tamales,
carne u otros servicios se anunciaban en el tocadiscos. Que también servía para
felicitar en los cumpleaños o enviar complacencias.
“Se
les avisa que en casa de Evelia Juárez hay chicharrones”, se escuchaba en la
bocina. Los pilinques de doña Evelia eran muy sabrosos, con limón y un plato de
frijoles bien moliditos, una salsa de jitomate asado y unas tortillas de mano
bien calientes. Era la comida de los domingos en El Ticuí. Doña Evelia hacía
también muy sabroso el relleno de cuche.
Doña Francisca
Flores, Doña Chica, vendía los
cuchitos por las tardes, un pan a base de harina y piloncillo que tenía forma
de marrano, bien dorados y con café eran un manjar.
Teófilo
García el pabellonero tocaba un claxon de bicicleta en cada sombra que
encontraba. Hasta la sombrita íbamos por nuestro raspado de grosella, limón o
tamarindo. Desde que me acuerdo el mismo nevero recorre las calles de El Ticuí.
Se llama Luis Castro con más de 30 años en el oficio, siempre va empujando su
carretilla de madera pintada de rojo y amarrillo gritando “vainillaycocooo” o
dejando salir un intenso silbido. Siempre trae de tres sabores: limón, vainilla
y coco.
Tenían
molinos de nixtamal: Adolfo Solís, Luis Pérez y Bonifacio Reynada, era donde
llevábamos el nixtamal para moler. Las mujeres se acomedían para sacarnos la
masa a los hombres. La voz de don Luis Pérez retumbaba en el sonido anunciando los
productos que estaban a la venta. Las complacencias y las felicitaciones de
cumpleaños eran donde Gabriel Barrera y Santos Martínez, la voz de Sara sonaba
muy bonita. Gino anunciaba tamales y
la película de la semana. Mucho exhibían películas revolucionarias, de los
hermanos Almada, de Jorge Rivero o Angélica María. La primera película que vimos
mis hermanos y yo, fue Mama soy Paquito
con Pedrito Fernández. Era un desmadre el cine en El Ticuí, a veces tiraban hasta
miados, en bolsas de plástico, a la mitad de la película. Ahí vimos La Niña de la Mochila Azul también con Pedrito
Fernández. Había que llorarles a nuestras mamás para que nos dieran para el
boleto. Atrás del cine estaba un guamúchil con grandes raíces donde algunos
enamorados se comían a besos por las tardes.
El
Ticuí tiene aun una pista de aterrizaje que se construyó en los tiempos que
Enedino Ríos Radilla fue gerente de la fábrica. Se inauguró en 1935 con el
aterrizaje del avión trimotor piloteado por un aviador de apellido Clevens, dice
Wilfrido Fierro. Fue en ese campo aéreo donde aterrizó, el 8 de febrero de 1940,
la aeronave que trajo los restos del líder agrarista Feliciano Radilla Ruíz.
Una
vez aterrizó una avioneta muy temprano, cuando Conrado y yo íbamos por agua al
canalón. Unas señoras nos pidieron les lleváramos unas maletas hasta el río y
nos dieron una propina que para nosotros era mucho dinero.
En la pista caían aviones y los helicópteros eran el
pan de cada día. Por largas temporadas venían los de la Procuraduría General de
la República a combatir los plantíos de amapola. A pesar de la campaña, a muchas
personas se les veía la prosperidad y las Cheyennes (camionetas de moda en los
ochenta) se volvieron parte del panorama local. Los helicópteros antes de
aterrizar en la pista, daban vueltas de reconocimiento por el pueblo. Se oía el
sonido al despuntar los aparatos en los cerros. Los niños corríamos a verlos
llegar, desde abajo les veíamos las letras de la matrícula. Todos los días levantaban
el vuelo a las ocho de la mañana y se iban rumbo a la sierra, regresaban ya en la tarde. Con ellos también
venía una avioneta azul que despegaba temprano.
En el pueblo había muchos marranos sueltos y muy
seguido pisábamos un excremento de cuche
que tenía un olor difícil quitar. “Chiiiino, chiiiino, chiiiino”, gritaban
mañana y tarde las dueñas de los marranos al mismo tiempo que sonaban la
bandeja con maíz. Los cuches suspendían su deambular por el pueblo y regresaban
corriendo con su propietaria para comer. Cuando llegaban los matanceros se
hacía un escándalo, porque al agarrar un marranito la madre y la manada
intentaban quitárselo a trompadas y a mordidas. La dueña tenía que agarrarlo
con engaños para entregarlo al matancero que se lo llevaba en un costal.
En El Ticuí las bodas eran muy bonitas. Desde el
viernes en la tarde las anunciaban en el tocadiscos de Santos Martínez o de
Gabriel Barrera. Se escuchaba “Don Fulano de Tal los invita a la boda de sus
hijos Zutano y Perengana, y mañana sábado los espera para que le ayuden hacer
la enramada”, la voz de Sara era muy melodiosa.
Desde temprano, el sábado, los hombres del pueblo
llegaban frente a la casa donde sería la boda y se organizaban. Unos se
quedaban para hacer los pozos, otros iban por morillos y otros más traían las
palapas verdes de las huertas de coco. Ahora no se pueden hacer enramadas por
casi todas las calles están pavimentadas. Las bodas se hacen en la cancha o en
centros sociales de Atoyac. Pero en aquel tiempo todo era fiesta, desde el
sábado había comida, por la tarde cuando ya se había terminado la enramada, se
organizaban los torneos de gallos. Julio Mendoza era la estrella en la tarde y
muchos galleros del rumbo.
Catarino
Hernández compuso Ticuiseña una
canción que mucho se escuchó en la década de los ochenta: “Cuando yo me vaya
/de esta tierra tan querida /una ticuiseña /llorando se va a quedar… Porque no
ha querido /decidirse irse conmigo /grandes sufrimientos /son los que ella ha
de pasar… Yo ya me voy, ticuiseña /llorando estarás, Ticuiseña”.
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