domingo, 14 de julio de 2019

Nuestro café I


Víctor Cardona Galindo
“En las profundidades de nuestra exótica selva y a la sombra de altivos olmos, las manos fuertes de hombres laboriosos, en franca y armoniosa convivencia con jaguares, pumas, cascabeles, tucanes y faisanes… producen aromas y sabores aprisionados en granos oro para deleite de los más estrictos gustos y refinados paladares: Café de Guerrero para delicia del Sur para México y el Mundo”, escribió Julio César Ocaña en su libro Café de Guerrero Identidad y orgullo.
Un beneficio de café en San Vicente de Benítez.

Cuando se habla de café en Guerrero se habla de Atoyac. Este aromático grano fue traído por primera vez a nuestro sierra por Claudio Blanco y sembrado en El Porvenir en una finca que se llamó El Gamito eso sirvió como prueba de que el café si se daba en estos contornos. Esa finca que estaba sembrada de muchos árboles frutales, en su mayoría plátano, después fue vendida a Gabino Pino González.
Durante el porfiriato los Pino eran dueños de una gran porción de terrenos en la sierra. Eran los tiempos en que la colonia española de Acapulco dominaba el comercio del algodón en las costas, los criollos de estas tierras tenían que buscar otra forma de salir adelante. Por medio de publicaciones llegaban noticias de que en Europa había mucha demanda de café y don Porfirio Díaz impulsaba el cultivo para traer divisas al país. Por eso Gabino Pino González se aventuró a viajar a Chiapas donde el café florecía. Recorrió en barco hasta puerto Madero y luego fue al Soconusco en donde recibió instrucciones del beneficiado del café.
A Gabino Pino González cada año se le rinden honores, se hizo célebre por haber introducido el café al municipio de Atoyac. Es uno de los personajes que más han trascendido en la historia de nuestra matria como le llama al terruño o a la patria chica don Luis González y González.
Gabino Pino tuvo el mérito de haber comenzado de manera formal el cultivo del café en estas latitudes. Por ello la mitad del siglo pasado este municipio tuvo un repunte económico importante y fue conocido como “La tierra del café”.
Don Gabino nació el 19 de febrero de 1856, en el pueblo de Atoyac y murió el 17 de julio del 1921. Fue presidente municipal siete veces, dice su biógrafo René García Galeana que en uno de esos periodos que estuvo al frente del municipio, le tocó la ingrata tarea de dar fe del levantamiento de los cuerpos de los hermanos Pinzón, cuando fueron fusilados después de su fallida revuelta.
Fue un hombre de dos siglos y de grata memoria, pues cuando disfrutamos una taza de un café natural de Atoyac, recordamos que fue gracias a ese atoyaquense visionario, que allá por el año de 1891 inició un ambicioso proyecto viajando a Chiapas para conocer del cultivo del aromático grano. Por medio de los escritos que dejó ahora conocemos su peregrinar por la selva de Chiapas. De los puertos que visitó y de su paso por Oaxaca, retratando con sus crónicas los lugares por los que transitó.
Allá en Chiapas le presentaron a un guatemalteco llamado Salvador Gálvez, quien lo acompañó y le enseñó a cultivar las plantas del aromático grano. Compró los primeros viveros y los trajo vía marítima para sembrarlos en la sierra de Atoyac. Cuando vieron que esta planta si producía a mayor escala y que era negocio, otros se atrevieron a iniciar la aventura, hasta que la selva se fue llenando de cafetos.
Gálvez sembró un extenso plantío en su finca a la que denominó El Estudio y en ese lugar se instaló el primer beneficio de Café. Dice Wilfrido Fierro que construyó él mismo la maquinaria y aprovechando las aguas del arroyo que corría por la finca, puso en movimiento una enorme turbina que sirvió para el desarrollo de la industria.
Las tierras del Estudio, muy cerca de La Soledad, después de la Revolución fueron usufructuadas por el coronel agrarista Francisco Vázquez, La Perra brava.
El siguiente en emprender la aventura en la búsqueda del oro verde fue don Manuel Bello, quien tenía la fábrica de hilados y tejidos La Perseverancia en el lugar donde ahora está el mercado, la dejó para dedicarse al cultivo del café que por esos tiempos prometía ser un negocio rentable. Manuel Bello instaló su finca, a la que bautizó como La Siberia punto que todavía existe muy cerca de El Paraíso.
Por investigaciones de doña Juventina Galeana Santiago se sabe que don Gabino G. Pino no sólo trajo a Gálvez como técnico, también vinieron con él Nicandro Corona y Jerónimo Loza. Don Nicandro puso una finca cafetalera que denominó el Zafir y don Jerónimo instaló otras plantaciones que llamó El Porvenir.
Pero el mayor empuje de la siembra del café comenzó a darse después de 1927 cuando los campesinos medieros habitantes de la sierra comenzaron a tomar las tierras por la fuerza. Don Isaías Gómez Mesino a sus 89 años recordó que su papá se metió a sembrar en los terrenos de Juana Fierro sin que todavía se autorizara la ley agraria, ahí sembró café, después de cosecharlo lo pilaba y lo traía en bestias a la cabecera municipal para venderlo a Gabriel Zahar y a Lorenzo Lugo. Gabriel Zahar tenía su compra en el Zócalo, donde los Parra. Don Lorenzo compraba en la esquina de la plaza a donde ahora están oficinas del DIF municipal. Recordaba don Isaías que en ese tiempo se pilaba el café a puro pilón y lo despulpaban manualmente. A un tronco le hacían un hoyo en medio, le metían un palo con canales y le daba vuelta; así lo despulpaban.
Don Simón Hipólito Castro escribió que los primeros comerciantes en la rama del café fueron los árabes Gabriel y Regina Zahar y los chinos Lorenzo y su esposa de Apellido Lugo. Este último matrimonio era cojo, ambos cojeaban de una rodilla. El matrimonio de árabes vendía chaquetas de mezclilla y compraba café. Se sabe que después el matrimonio Zahar construyó en el puerto de Acapulco un edificio de departamentos bautizado como San Antonio y que el matrimonio chino se trasladó a la ciudad de México donde montaron un almacén de ropa.
El café se descascaraba en pilones; trozos de madera que trajeron a la Costa Grande los chinos y filipinos que en un principio sólo era para pilar arroz. Era una gracia pilar entre tres, con las manos pesadas daban los golpes y no chocaban, llevaban bien el ritmo. “Era una chingonería ver tres gentes pilando. No todos lo podían hacer porque era difícil”,  recuerda Concepción Eugenio Hernández (Chon Nario).
De los primeros artefactos para beneficiar el café, nuestro cronista José Hernández dice: “Los granos de café cereza, frescos o del llamado ‘capulín’ eran despulpados en pilones de troncos de árbol de parota. Se utilizaba un mortero de madera dura llamado mano de pilón. También se usaron molinos rústicos fabricados de un tronco hueco en el cual se introducía un engrane largo o gusano de madera, colocándole en la parte trasera una manivela del mismo material y una tolva en la parte superior para poder llenar de café su interior. Este  molino se montaba en dos troncos delgados con sus respectivas horquetas”.
Aunque desde antes que los campesinos encontraran la formas de beneficiar el café las ratas y los tlacuaches fueron los primeros que comenzaron a procesar el café. Estos animalitos se comen la cáscara y la pulpa del café maduro y el grano muy peladito lo van acumulando en sus madrigueras. Los productores le llaman minitas a estos montoncitos de café que se encuentran entre las ramas secas y cuevas. Entre febrero y mayo las mujeres de los barrios o familias que no tienen huertas van a recoger ese café y encuentran montoncitos hasta de dos kilos en las cuevas de estos animalitos; granos que usan para su consumo o para vender e ir a la feria. La ventaja es que ya no se tiene que pilar. “De hecho el primero que comenzó hacer café pergamino fue el ratón”, dice un campesino.
El tejón y la zorra se tragan el café en cereza y defecan el grano entero sin cáscara. Cuando encuentran “popó” de zorra de puro grano de café es de buena suerte, porque luego se hallan muchas minitas cuando la gente va a recoger.
De los tiempos de la bonanza del café Chon Nario recuerda que Ecliserio Castro Ríos, Cheyo, aventaba el café frente al viento con una bandeja de palo y no se le caía ni un grano a pesar de que era invidente y la gente lo contrataba para pilar café en sus casas. Ventura y Liberato Fierro Barrientos inventaron una máquina para tostar café e hicieron un molino de madera. El tostador era un tambo de fierro con una manivela con la que le daban vuelta, sobre el fuego hecho con conchas de coco.
El primero que comenzó a mortear café en Atoyac fue Wadi que tenía su morteadora en una barda grande de la calle Reforma, donde ahora están las instalaciones de Cable Costa. Una vez la máquina se desgobernó y comenzó a temblar la tierra, se escuchaba el estruendo muy feo. La gente salió de sus casas corriendo y en el centro se hizo mucho escándalo, nadie sabía que hacer, esa maquinaria era desconocida por todos. El héroe fue Flores Zedeño, quien sin medir el peligro se metió y apagó la máquina mientras todo el mundo corría asustado.
Wadi Guraieb llegó a Atoyac en 1937. Él y sus dos hermanos, Sebastián y Salomón Guraieb Guraieb llegaron a Veracruz en 1922 procedentes de Dair Elama, Líbano. Escribió Anituy Rebolledo. Vivió seis años en Atoyac donde conoció sus pueblos e instaló el primer beneficio seco para comerciar café capulín comprado a los sierreños.
En 1944 Wadi y su esposa doña Rosa Guraieb se instalaron en Acapulco, donde abrieron su negocio “Café Atoyac”. A partir de 1960 se llamó Casa Wadi, ubicada en la esquina de Mina y Velázquez de León, según los datos de Anituy.
Después en la ciudad llegaron a tener beneficios de café: José Carmen García Galeana, José Navarrete Nogueda, Raúl Galeana Estévez, Onofre Quiñones, Miguel Ayerdi, Sotero Fierro, Francisco Castaño y Fortino Gómez. Ahora hay muchas torrefactoras pero de eso hablaremos después.
La superficie sembrada de café, el 60 por ciento era de la variedad Típica o Criolla, un 30 por ciento Bourbón y el 10 por ciento, de Caturras, Mundo Novo y Catuaí.  
En estos tiempos la sierra está quedando olvidada. Se calcula que hay 42 mil hectáreas sembradas de café de las cuales el 60 por ciento está en abandono. Sólo se cultivan el 40 por ciento, el resto se encuentra entre el monte padeciendo de las plagas que provocan las malas prácticas de cultivo. Los mejores tiempos del llamado oro verde ya quedaron atrás; sin embargo urge seguir manteniendo las plantas en pie, por el bien de todos.
El café en Atoyac, a diferencias de otras latitudes, se produce bajo sombra. Cuidar el café es cuidar los riachuelos que todavía nacen en las laderas de esta parte de la Sierra Madre del Sur.
Hay quienes dicen olvidémonos del café y busquemos otras alternativas. Pero destruir los plantíos de cafetos significa acabar con un pulmón importante del estado de Guerrero, con el hábitat de muchas especies como el jaguar, que se encuentra en peligro de extinción; la mayoría de estos felinos que existen en Guerrero se encuentran precisamente en la zona del café.
La tierra se ve triste y la vegetación es raquítica si vas del bajo a la sierra, hasta el Rincón de las Parotas los cerros se muestran pelones. Siguiendo la carretera rumbo al Paraíso, después de San Andrés comienza a verse la exuberancia de la vegetación porque ahí inicia la Selva Cafetalera y si seguimos la ruta rumbo al Filo Mayor nos encontraremos que después del Edén, de nuevo los cerros lucen pelones. Es que ahí termina la zona cafetalera.
El café tuvo su bonanza en dos periodos. El primero fue a mediados de los cincuentas y el otro  entre los años de 1978 a 1982, cuando se llegaron a producir 352 mil quintales; en todo el estado, el 60 por ciento de esta producción salía de Atoyac.  Fue cuando las sinfonolas se daban gusto repitiendo a todas horas la canción “Mi cafetal”:
“Porque la gente vive criticando /me paso la vida sin pensar en nada /pero no sabiendo que yo soy el hombre /que tengo un hermoso y lindo cafetal… Nada me importa que la gente diga que no tengo plata /que no tengo nada /pero no sabiendo que yo soy el hombre que tengo mi vida bien asegurada… Yo tengo mi cafetal y tú no tienes nada”.
#Atoyacmimatria



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