Víctor Cardona Galindo
“En las profundidades de nuestra exótica selva y a la
sombra de altivos olmos, las manos fuertes de hombres laboriosos, en franca y
armoniosa convivencia con jaguares, pumas, cascabeles, tucanes y faisanes…
producen aromas y sabores aprisionados en granos oro para deleite de los más
estrictos gustos y refinados paladares: Café de Guerrero para delicia del Sur
para México y el Mundo”, escribió Julio César Ocaña en su libro Café de Guerrero Identidad y orgullo.
Un beneficio de café en San Vicente de Benítez. |
Cuando
se habla de café en Guerrero se habla de Atoyac. Este aromático grano fue
traído por primera vez a nuestro sierra por Claudio Blanco
y sembrado en El Porvenir en una finca que se llamó El Gamito eso
sirvió como prueba de que el café si se daba en estos contornos. Esa finca que
estaba sembrada de muchos árboles frutales, en su mayoría plátano, después fue
vendida a Gabino Pino González.
Durante el porfiriato los Pino eran dueños de una gran
porción de terrenos en la sierra. Eran los tiempos en que la colonia española
de Acapulco dominaba el comercio del algodón en las costas, los criollos de
estas tierras tenían que buscar otra forma de salir adelante. Por medio de
publicaciones llegaban noticias de que en Europa había mucha demanda de café y
don Porfirio Díaz impulsaba el cultivo para traer divisas al país. Por eso
Gabino Pino González se aventuró a viajar a Chiapas donde el café florecía.
Recorrió en barco hasta puerto Madero y luego fue al Soconusco en donde recibió
instrucciones del beneficiado del café.
A Gabino Pino González cada año se le rinden
honores, se hizo célebre por haber introducido el café al municipio de Atoyac.
Es uno de los personajes que más han trascendido en la historia de nuestra matria como le llama al terruño o a la
patria chica don Luis González y González.
Gabino Pino tuvo el mérito de haber comenzado de
manera formal el cultivo del café en estas latitudes. Por ello la mitad del
siglo pasado este municipio tuvo un repunte económico importante y fue conocido
como “La tierra del café”.
Don Gabino nació el 19 de febrero de 1856, en el
pueblo de Atoyac y murió el 17 de julio del 1921. Fue presidente municipal
siete veces, dice su biógrafo René García Galeana que en uno de esos periodos
que estuvo al frente del municipio, le tocó la ingrata tarea de dar fe del
levantamiento de los cuerpos de los hermanos Pinzón, cuando fueron fusilados
después de su fallida revuelta.
Fue un hombre de dos siglos y de grata memoria,
pues cuando disfrutamos una taza de un café natural de Atoyac, recordamos que
fue gracias a ese atoyaquense visionario, que allá por el año de 1891 inició un
ambicioso proyecto viajando a Chiapas para conocer del cultivo del aromático
grano. Por medio de los escritos que dejó ahora conocemos su peregrinar por la
selva de Chiapas. De los puertos que visitó y de su paso por Oaxaca, retratando
con sus crónicas los lugares por los que transitó.
Allá en Chiapas le presentaron a un guatemalteco
llamado Salvador Gálvez, quien lo acompañó y le enseñó a cultivar las plantas
del aromático grano. Compró los primeros viveros y los trajo vía marítima para
sembrarlos en la sierra de Atoyac. Cuando vieron que esta planta si producía a
mayor escala y que era negocio, otros se atrevieron a iniciar la aventura,
hasta que la selva se fue llenando de cafetos.
Gálvez sembró un extenso plantío en su finca a la
que denominó El
Estudio y en ese lugar se instaló el primer beneficio de
Café. Dice Wilfrido Fierro que construyó él mismo la maquinaria y aprovechando
las aguas del arroyo que corría por la finca, puso en movimiento una enorme
turbina que sirvió para el desarrollo de la industria.
Las tierras del Estudio, muy cerca
de La Soledad, después de la Revolución fueron usufructuadas por el coronel
agrarista Francisco Vázquez, La
Perra brava.
El siguiente en emprender la aventura en la
búsqueda del oro verde fue don Manuel Bello, quien tenía la fábrica de hilados
y tejidos La
Perseverancia en el lugar donde ahora está el mercado, la dejó
para dedicarse al cultivo del café que por esos tiempos prometía ser un negocio
rentable. Manuel Bello instaló su finca, a la que bautizó como La Siberia punto que
todavía existe muy cerca de El Paraíso.
Por investigaciones de doña Juventina Galeana
Santiago se sabe que don Gabino G. Pino no sólo trajo a Gálvez como técnico,
también vinieron con él Nicandro Corona y Jerónimo Loza. Don Nicandro puso una
finca cafetalera que denominó el Zafir y don
Jerónimo instaló otras plantaciones que llamó El Porvenir.
Pero el
mayor empuje de la siembra del café comenzó a darse después
de 1927 cuando los campesinos medieros habitantes de la sierra comenzaron a
tomar las tierras por la fuerza. Don Isaías Gómez Mesino a sus 89 años recordó
que su papá se metió a sembrar en los terrenos de Juana Fierro sin que todavía
se autorizara la ley agraria, ahí sembró café, después de cosecharlo lo pilaba
y lo traía en bestias a la cabecera municipal para venderlo a Gabriel Zahar y a
Lorenzo Lugo. Gabriel Zahar tenía su compra en el Zócalo, donde los Parra. Don
Lorenzo compraba en la esquina de la plaza a donde ahora están oficinas del DIF
municipal. Recordaba don Isaías que en ese tiempo se pilaba el café a puro
pilón y lo despulpaban manualmente. A un tronco le hacían un hoyo en medio, le
metían un palo con canales y le daba vuelta; así lo despulpaban.
Don
Simón Hipólito Castro escribió que los primeros comerciantes en la rama del
café fueron los árabes Gabriel y Regina Zahar y los chinos Lorenzo y su esposa
de Apellido Lugo. Este último matrimonio era cojo, ambos cojeaban de una
rodilla. El matrimonio de árabes vendía chaquetas de mezclilla y compraba café.
Se sabe que después el matrimonio Zahar construyó en el puerto de Acapulco un edificio
de departamentos bautizado como San Antonio y que el matrimonio chino se
trasladó a la ciudad de México donde montaron un almacén de ropa.
El café se descascaraba en pilones; trozos de madera
que trajeron a la Costa Grande los chinos y filipinos que en un principio sólo
era para pilar arroz. Era una gracia pilar entre tres, con las
manos pesadas daban los golpes y no chocaban, llevaban bien el ritmo. “Era una chingonería ver tres gentes pilando. No
todos lo podían hacer porque era difícil”, recuerda Concepción
Eugenio Hernández (Chon Nario).
De los primeros artefactos para
beneficiar el café, nuestro cronista José Hernández dice: “Los
granos de café cereza, frescos o del llamado ‘capulín’ eran despulpados en
pilones de troncos de árbol de parota. Se utilizaba un mortero de madera dura
llamado mano de pilón. También se
usaron molinos rústicos fabricados de un tronco hueco en el cual se introducía
un engrane largo o gusano de madera, colocándole en la parte trasera una
manivela del mismo material y una tolva en la parte superior para poder llenar
de café su interior. Este molino se
montaba en dos troncos delgados con sus respectivas horquetas”.
Aunque desde antes que los campesinos encontraran
la formas de beneficiar el café las ratas y los tlacuaches fueron los primeros
que comenzaron a procesar el café. Estos animalitos se comen la cáscara y la
pulpa del café maduro y el grano muy peladito lo van acumulando en sus
madrigueras. Los productores le llaman minitas a estos montoncitos de café que
se encuentran entre las ramas secas y cuevas. Entre febrero y mayo las mujeres
de los barrios o familias que no tienen huertas van a recoger ese café y
encuentran montoncitos hasta de dos kilos en las cuevas de estos animalitos; granos
que usan para su consumo o para vender e ir a la feria. La ventaja es que ya no
se tiene que pilar. “De hecho el primero que comenzó hacer café
pergamino fue el ratón”, dice un campesino.
El tejón y la zorra se tragan el café en cereza y
defecan el grano entero sin cáscara. Cuando encuentran “popó”
de zorra de puro grano de café es de buena suerte, porque luego se hallan
muchas minitas cuando la gente va a recoger.
De los
tiempos de la bonanza del café Chon
Nario recuerda que Ecliserio Castro Ríos, Cheyo,
aventaba el café frente al viento con una bandeja de palo y no se le caía ni un
grano a pesar de que era invidente y la gente lo contrataba para pilar café en
sus casas. Ventura y Liberato Fierro Barrientos inventaron una máquina para
tostar café e hicieron un molino de madera. El tostador era un tambo de fierro
con una manivela con la que le daban vuelta, sobre el fuego hecho con conchas
de coco.
El
primero que comenzó a mortear café en Atoyac fue Wadi que tenía su morteadora
en una barda grande de la calle Reforma, donde ahora están las instalaciones de
Cable Costa. Una vez la máquina se desgobernó y comenzó a temblar la tierra, se
escuchaba el estruendo muy feo. La gente salió de sus casas corriendo y en el
centro se hizo mucho escándalo, nadie sabía que hacer, esa maquinaria era
desconocida por todos. El héroe fue Flores Zedeño, quien sin medir el peligro
se metió y apagó la máquina mientras todo el mundo corría asustado.
Wadi
Guraieb llegó a Atoyac en 1937. Él y sus dos hermanos, Sebastián y Salomón Guraieb
Guraieb llegaron a Veracruz en 1922 procedentes de Dair Elama, Líbano. Escribió
Anituy Rebolledo. Vivió seis años en Atoyac donde conoció sus pueblos e instaló
el primer beneficio seco para comerciar café capulín comprado a los sierreños.
En
1944 Wadi y su esposa doña Rosa Guraieb se instalaron en Acapulco, donde abrieron
su negocio “Café Atoyac”. A partir de 1960 se llamó Casa Wadi, ubicada en la
esquina de Mina y Velázquez de León, según los datos de Anituy.
Después
en la ciudad llegaron a tener beneficios de café: José Carmen García Galeana,
José Navarrete Nogueda, Raúl Galeana Estévez, Onofre Quiñones, Miguel Ayerdi,
Sotero Fierro, Francisco Castaño y Fortino Gómez. Ahora hay muchas
torrefactoras pero de eso hablaremos después.
La superficie sembrada de café, el 60 por ciento
era de la variedad Típica o Criolla, un 30
por ciento Bourbón y el 10
por ciento, de Caturras, Mundo
Novo y Catuaí.
En estos tiempos la sierra está quedando olvidada. Se
calcula que hay 42 mil hectáreas sembradas de café de las
cuales el 60 por ciento está en abandono. Sólo se
cultivan el 40 por ciento, el resto se encuentra entre el monte padeciendo de
las plagas que provocan las malas prácticas de cultivo. Los mejores tiempos del
llamado oro
verde ya quedaron atrás; sin embargo urge seguir
manteniendo las plantas en pie, por el bien de todos.
El café en Atoyac, a diferencias de otras latitudes,
se produce bajo sombra. Cuidar el café es cuidar los riachuelos que todavía
nacen en las laderas de esta parte de la Sierra Madre del Sur.
Hay quienes dicen olvidémonos del café y busquemos
otras alternativas. Pero destruir los plantíos de cafetos significa acabar con
un pulmón importante del estado de Guerrero, con el hábitat de muchas especies
como el jaguar, que se encuentra en peligro de extinción; la mayoría de estos
felinos que existen en Guerrero se encuentran precisamente en la zona del café.
La tierra se ve triste y la vegetación es raquítica
si vas del bajo a la sierra, hasta el Rincón de las Parotas los cerros se
muestran pelones. Siguiendo la carretera rumbo al Paraíso, después de San
Andrés comienza a verse la exuberancia de la vegetación porque ahí inicia la
Selva Cafetalera y si seguimos la ruta rumbo al Filo Mayor nos encontraremos
que después del Edén, de nuevo los cerros lucen pelones. Es que ahí termina la
zona cafetalera.
El café tuvo su bonanza en dos periodos. El primero
fue a mediados de los cincuentas y el otro entre los años de 1978 a 1982, cuando se
llegaron a producir 352 mil quintales; en todo
el estado, el 60 por ciento de esta producción salía de Atoyac. Fue cuando las sinfonolas se daban gusto repitiendo
a todas horas la canción “Mi cafetal”:
“Porque
la gente vive criticando /me paso la vida sin pensar en nada /pero no sabiendo
que yo soy el hombre /que tengo un hermoso y lindo cafetal… Nada me importa que
la gente diga que no tengo plata /que no tengo nada /pero no sabiendo que yo
soy el hombre que tengo mi vida bien asegurada… Yo tengo mi cafetal y tú no
tienes nada”.
#Atoyacmimatria
Mil gracias ,trabajo de papá,J.Trinudad Vega Astudillo
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