miércoles, 10 de julio de 2019

Festividades de Semana Santa. El encuentro


Víctor Cardona Galindo
La Semana Santa es la fiesta más importante para el pueblo de Atoyac, con sus volantines y las procesiones. El olor y sabor al atole de nejo que se prepara en las casas donde reciben El Santito, esa imagen grande de Jesús de Nazaret que recorre las calles y cuarenta hogares durante la cuaresma. Al llegar los días santos la ceremonia se combina con las actividades que ocurren dentro de la iglesia y en las calles donde participa todo el pueblo. Estos días la parroquia luce atestada de gente.
El tradicional encuentro.

La fiesta es de mucha tradición. Dice Zeferino Serafín Flores “El Prieto Serafín” que en el pasado en la Semana Santa se hacía un corral de toros para el jaripeo, pero éste tenía como característica que la policía municipal se dedicaba a detener a todo aquel individuo que pasaba por el lugar donde lo estaban construyendo y los obligaba a participar en la construcción del ruedo. También que algunos “puesteros” de la feria vendían matracas pequeñas de madera para que las jugaran los niños, las matracas eran el símbolo de la semana santa.
Los ritos van desde el lavamiento de pies a doce personas que representan a los apóstoles hasta la aprehensión, el encuentro y la crucifixión de Jesús. Pero de estos ritos el que más gente involucra es el encuentro de la virgen María con su hijo, en donde han llegado a participar hasta 10 mil personas en la calle Álvaro Obregón, entre El Capire y Galeana. En la iglesia se realiza también la ceremonia del encendimiento del fuego nuevo y la bendición de los santos oleos que se utilizarán todo el año.
En el pasado los fariseos, que siempre han sido ciudadanos de respeto, ataviados con su machete envainado y sus varas de algodoncillo, rompían gloria formados, sonando sus machetes y se golpeaban entre ellos con esas varas que silban al pegar. Los fariseos eran como vigilantes dentro de la iglesia y en los años cuarenta inspeccionaban que ninguna persona fuera al río a lavar o a bañarse en los días santos. A los que encontraban dentro del agua los agarraban a varazos. Ellos también eran los encargados de que en la peregrinación todos fueran guardando el orden.
Fue en los tiempos del padre Isidoro Ramírez “Chilolo”, cuando no se permitía bañarse en el río durante los días santos. La gente corría cuando veía legar a lo fariseos. Al romper gloria muchos padres de familia les pedían prestadas las varas para darles una tunda a los niños que no crecían. Algunas mamás reprendían a sus hijos diciéndoles: “te calmas o contigo voy a romper gloria”. Aun existe la tradición de que por la noche del sábado los fariseos suenen sus machetes.
Uno de los cronistas de esta ciudad, Eduardo Parra Castro, Yito, dejó escrito sobre los fariseos de los años cuarenta del siglo pasado: “estos personajes eran los encargados de todas las ceremonias religiosas de la Cuaresma, era tan estricta la fe religiosa en esa época que el jueves, viernes y sábado de Gloria se guardaba vigilia de no comer carne, sólo verdura, pescado y camarón que abundaba mucho en el río, pero todo eso se pescaba con anterioridad porque del jueves al sábado por orden del Ayuntamiento y de la Iglesia quedaba estrictamente prohibido lavar y bañarse en el río…  Por eso los fariseos recorrían toda la ribera del río buscando infractores que estuvieran lavando o bañándose, al que encontraban lo azotaban con varas de algodoncillo y el que se oponía la policía lo remitía a la cárcel… El sábado de Gloria cuando se rompía gloria, era de ver que los mismos fariseos se azotaban unos a otros, quién sabe que significado tenía esa costumbre ya que había familiares que las tomaban a su modo, como por ejemplo, había unos que teniendo palos frutales y que no daban frutos, a esa hora los azotaban para que los tuvieran y otros azotaban a los hijos y les decían que era para que crecieran”.
Los viejos recuerdan todavía como entre los chamacos hacían apuestas de que no se dejarían pegar el Sábado de Gloria.
Pero hablando del encuentro de María y Jesús, que es el tema que nos ocupa hoy, Francisco Magaña recogió en el 2002 que "cinco mil católicos participaron en la escenificación del encuentro de Jesús y la Virgen María, tradición que se celebra el viernes santo desde hace 80 años en la ciudad de Atoyac… Este acto ejemplifica el encuentro de la Virgen María con Jesús de Nazaret rumbo a su crucifixión. Desde muy temprano los vecinos barren, riegan y arreglan las calles por donde va a pasar la procesión de Jesús y María. Muchos buscan un lugar donde esperarán el paso de las imágenes”.
“La Virgen María sale de la parroquia en busca de Jesús, que también sale de la Iglesia cargando una cruz para ser crucificado y es acompañado con música de tambor y de carrizo, en su trayecto es escoltado por sus 40 vírgenes y niños vestidos de angelitos -–son mandas de sus padres para agradecer un favor-- quienes marchan a las 12 del día por la calle principal para posteriormente encontrarse con María”.
“Las imágenes de los íconos de la iglesia católica, son cargadas en un templete por seis hombres quienes cumplen también una manda… A pesar del sol ninguna persona debe ir cubierta de la cabeza de lo contrario los fariseos –hombres que portan una vara de un singular silbido- se encargan de recordárselo con un varazo a todos aquellos que estén cerca de la imagen”. Narró en esa ocasión Francisco Magaña en el periódico  ATL del 7 de abril del 2002.
Año con año el Jueves Santo a medio día el santito sale de una capilla. En el 2012 partió de la capilla de La Pindecua a las 12 del día  y caminó por la colonia Vicente Guerrero, las calles Obregón y Juan Álvarez. Con el sol caliente marchó el cortejo y el olor a copal inundó el ambiente. Al lado del Santito caminaron dos vírgenes, un hombre con túnica azul, una corona de espinas y las manos atadas. Atrás iban niños con coronas de mirtos y niñas vestidas de vírgenes con velos de tul. La procesión entró con la imagen a la parroquia y la colocó frente al altar principal donde todos los fieles pasaron a tocarle sus heridas, frotar sus manos y persignarse. Una mujer permaneció arrodillada rezando un buen rato, frente a esa a imagen que impresiona por la sangre de sus heridas y después todo el mundo reposó del sol, mientras los miembros de la hermandad “Jesús de Nazareth”, que es la heredera de los viejos fariseos, se tomaban la foto con el sacerdote, como festejando que parte del trabajo está hecho: El Santito regresó a la iglesia después de cuarenta días de peregrinar.
Es tradición que durante el Jueves Santo, el Santito salga de la parroquia a las ocho de la noche. En el 2012 iba vendado y con una túnica roja. Por delante iba un hombre que representaba Judas con una túnica azul sonando las monedas. En esta tradicional procesión que año con año camina por las calles de Atoyac, los 11 apóstoles van atrás de Judas, y delante de la imagen, con túnicas de diferentes colores. Se escucha la melodía triste del tambor y la flauta de carrizo. Una jovencita vestida de ángel sigue a la imagen, mientras los de la hermandad contienen a la multitud con una reata blanca. La matraca suena y los de la hermandad iluminan el camino con hachones que ahora tienen una base de metal y el aserrín con diesel son el combustible que dura ardiendo todo el trayecto. Hace muchos años los hachones eran hechos con tiritas de madera de ocote, pero ahora todo es más práctico. Este día dos cuerdas penden del cuerpo de Cristo, una de sus manos y otra del cuello. El matraquero hace su escandaloso ruido, con ese aparato hecho de madera.
No hay rezos, todos van en silencio sólo se escucha la matraca, el tambor y la flauta. La procesión pasa por la calle Álvaro Obregón y los 11 apóstoles caminan lento. Los de la hermandad “Jesús de Nazareth” ahora convertidos en fariseos van vestidos con playeras blancas y la imagen de Jesús estampada. Llevan machetes envainados y unas varas de algodoncillo cada uno,  ahora la bandera es roja y la lleva el Alférez el mismo que ha sido durante muchos años. La imagen hace el recorrido por Obregón, Galeana, Hidalgo y regresa a la parroquia.
El Viernes Santo, la imagen sale de nuevo de la parroquia y tras de él sale la virgen. Jesús lleva una corona de espinas, una pesada cruz sobre su hombro derecho, tres cuerdas penden de él, una del cuello y las otras dos amarradas de sus muñecas, van las vírgenes y niños vestidos de apóstoles. También niños disfrazados de Nazarenos cargan cruces de palo en el hombro. El alférez lleva de nuevo la bandera roja, van los músicos del tambor y la flauta de carrizo. Mientras Jesús enfila por la calle Juan Álvarez seguido de miles de personas, la virgen se encauza por Hidalgo acompañada de cientos de feligreses entonando cantos.  La virgen es cargada por mujeres apoyadas por hombres y en la esquina de Galeana e Independencia una señora sale sahúma la imagen de la madre de Jesús y llora. Las coristas caminan atrás de la imagen con sus rebozos blancos, cubriéndose el sol que es inclemente.
El lugar del Encuentro está adornado de papel picado y un gran altar con flores los aguarda. Mientras la virgen despunta por Galeana ya Jesús espera a la mitad de Álvaro Obregón. El esperado encuentro se da en el lugar de costumbre, donde las imágenes se entrelazan simulando un abrazo. Es el momento que todos esperan ver y lo que años con año congrega a miles de feligreses. Las imágenes se colocan en un altar bajo el inclemente sol, están un momento y luego emprenden la marcha, ahora juntos por Galeana.
Hay altares por todo el camino donde paran los miembros de la sagrada familia y algunos vecinos sacan bolsas de agua para dárselas a los peregrinos porque el sol está muy caliente. Son las dos de la tarde cuando las dos imágenes después del encuentro comienzan a recorrer la calle Hidalgo.
Llegando a la iglesia colocan a Jesús y la Virgen frente a frente. Las imágenes de la iglesia están tapadas con telas moradas, otros santos fueron quitados de su lugar habitual. Estos días las campanas no tañen, llaman al rito con matracas. Los campanazos se volverán a oír hasta que se rompa gloria.
Ya el Viernes Santo a las ocho de la noche, Jesús sale de nuevo de la parroquia para recorrer las calles, pero ahora su cuerpo va dentro de una vitrina de madera y vidrios, cuatro listones negros penden de cada esquina. La virgen lo sigue. El Alférez va por delante. No hay rezos. El tambor toca a dos tiempos, suena triste el carrizo. Con túnicas blancas van 16 hombres rodeando el féretro transparente. Cuatro llevan charolas plateadas con las pertenencias que le quitaron al cuerpo: los clavos, martillo y la corona de espinas. Ellos representan los cuatro santos varones que bajaron el cuerpo de la cruz. El cortejo camina por la calle Juan Álvarez y luego por Álvaro Obregón. De negro van las vírgenes Martha y María Magdalena.
Todos los apóstoles, de túnicas de diferentes colores y sus estopas prendidas, van simulando el sepelio de Jesús, se paran en las estaciones donde hay altares, son blancos y frente a ellos se baja a Jesús y a la virgen para sahumarlos. Se colocan petates en el piso para instalar las mesas de madera que soportan las imágenes. La vitrina pesa por eso la llevan entre seis. A la virgen la cargan cuatro mujeres ayudadas por hombres. La multitud sigue hasta volver a la iglesia, muchas caras son las mismas de la procesión cuando comenzó la cuaresma: Son los devotos del rito y fieles a la tradición.
Los que colaboran en el rito son muchos: Pedro Ríos toca la flauta de carrizo en la procesión del silencio y en el Encuentro, él no sabe de notas, el tono lo aprendió de memoria de Alejandro Galeana. A veces también toca el tambor. Los dos sonidos representan la trompeta y el tambor del ejército romano.
Otro personaje fundamental en la procesión es el Alférez, es quien lleva la bandera, es el capitán de lo fariseos. En los años sesenta se tenía la costumbre de perseguir al alférez para quitarle la bandera y darle varazos. Eso se hacía como a las 11 de la noche del sábado después de romper gloria. A veces se iban corriendo hasta El Calvario donde lo alcanzaban.
Perfecto Ríos Laurel es el Alférez y tiene 40 años en la hermandad y 30 años como Alférez. Explica que la bandera roja se lleva los días santos, él la saca cada año; el resto de los días queda guardada en su casa.
Hay testimonios de que un Jueves Santo cuando estuvo el padre Máximo Gómez encargado de la parroquia, le mandó un oficio al presidente municipal para que no se pusiera el tianguis del jueves, pero la autoridad no hizo caso y el tianguis se puso en la calle donde pasaría la procesión. Entonces Máximo mandó a todos los fariseos con sus machetes a quitarlos. “Tenían obstruida toda la calle Juan Álvarez por donde pasaría la procesión, estaban instalados desde frente a la casa Galeana hasta el arroyo, llegamos y trozamos las reatas de los tendederos y no tuvieron otra que quitarse” recuerda un viejo fariseo.






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