Víctor
Cardona Galindo
La
Semana Santa es la fiesta más importante para el pueblo de Atoyac, con sus
volantines y las procesiones. El olor y sabor al atole de nejo que se prepara
en las casas donde reciben El Santito, esa imagen grande de Jesús de Nazaret que
recorre las calles y cuarenta hogares durante la cuaresma. Al llegar los días
santos la ceremonia se combina con las actividades que ocurren dentro de la
iglesia y en las calles donde participa todo el pueblo. Estos días la parroquia
luce atestada de gente.
El tradicional encuentro. |
La fiesta
es de mucha tradición. Dice Zeferino Serafín Flores “El Prieto Serafín” que en el
pasado en la Semana Santa se hacía un corral de toros para el
jaripeo, pero éste tenía como característica que la policía municipal se
dedicaba a detener a todo aquel individuo que pasaba por el lugar donde lo
estaban construyendo y los obligaba a participar en la construcción del ruedo. También
que algunos “puesteros” de la feria vendían matracas pequeñas de madera para
que las jugaran los niños, las matracas eran el símbolo de la semana santa.
Los
ritos van desde el lavamiento de pies a doce personas que representan a los apóstoles
hasta la aprehensión, el encuentro y la crucifixión de Jesús. Pero de estos
ritos el que más gente involucra es el encuentro de la virgen María con su
hijo, en donde han llegado a participar hasta 10 mil personas en la calle
Álvaro Obregón, entre El Capire y Galeana. En la iglesia se realiza también la
ceremonia del encendimiento del fuego nuevo y la bendición de los santos oleos
que se utilizarán todo el año.
En el
pasado los fariseos, que siempre han sido ciudadanos de respeto, ataviados con
su machete envainado y sus varas de algodoncillo, rompían gloria formados, sonando
sus machetes y se golpeaban entre ellos con esas varas que silban al pegar. Los
fariseos eran como vigilantes dentro de la iglesia y en los años cuarenta inspeccionaban
que ninguna persona fuera al río a lavar o a bañarse en los días santos. A los que
encontraban dentro del agua los agarraban a varazos. Ellos también eran los
encargados de que en la peregrinación todos fueran guardando el orden.
Fue en
los tiempos del padre Isidoro Ramírez “Chilolo”, cuando no se permitía bañarse
en el río durante los días santos. La gente corría cuando veía legar a lo
fariseos. Al romper gloria muchos padres de familia les pedían prestadas las
varas para darles una tunda a los niños que no crecían. Algunas mamás
reprendían a sus hijos diciéndoles: “te calmas o contigo voy a romper gloria”.
Aun existe la tradición de que por la noche del sábado los fariseos suenen sus
machetes.
Uno de
los cronistas de esta ciudad, Eduardo Parra Castro, Yito, dejó escrito sobre
los fariseos de los años cuarenta del siglo pasado: “estos personajes eran los
encargados de todas las ceremonias religiosas de la Cuaresma, era tan estricta
la fe religiosa en esa época que el jueves, viernes y sábado de Gloria se
guardaba vigilia de no comer carne, sólo verdura, pescado y camarón que abundaba
mucho en el río, pero todo eso se pescaba con anterioridad porque del jueves al
sábado por orden del Ayuntamiento y de la Iglesia quedaba estrictamente prohibido
lavar y bañarse en el río… Por eso los
fariseos recorrían toda la ribera del río buscando infractores que estuvieran
lavando o bañándose, al que encontraban lo azotaban con varas de algodoncillo y
el que se oponía la policía lo remitía a la cárcel… El sábado de Gloria cuando
se rompía gloria, era de ver que los mismos fariseos se azotaban unos a otros,
quién sabe que significado tenía esa costumbre ya que había familiares que las
tomaban a su modo, como por ejemplo, había unos que teniendo palos frutales y
que no daban frutos, a esa hora los azotaban para que los tuvieran y otros
azotaban a los hijos y les decían que era para que crecieran”.
Los
viejos recuerdan todavía como entre los chamacos hacían apuestas de que no se
dejarían pegar el Sábado de Gloria.
Pero
hablando del encuentro de María y Jesús, que es el tema que nos ocupa hoy, Francisco
Magaña recogió en el 2002 que "cinco mil católicos participaron en la
escenificación del encuentro de Jesús y la Virgen María, tradición que se
celebra el viernes santo desde hace 80 años en la ciudad de Atoyac… Este acto
ejemplifica el encuentro de la Virgen María con Jesús de Nazaret rumbo a su crucifixión.
Desde muy temprano los vecinos barren, riegan y arreglan las calles por donde
va a pasar la procesión de Jesús y María. Muchos buscan un lugar donde esperarán
el paso de las imágenes”.
“La Virgen
María sale de la parroquia en busca de Jesús, que también sale de la Iglesia
cargando una cruz para ser crucificado y es acompañado con música de tambor y
de carrizo, en su trayecto es escoltado por sus 40 vírgenes y niños vestidos de
angelitos -–son mandas de sus padres para agradecer un favor-- quienes marchan
a las 12 del día por la calle principal para posteriormente encontrarse con
María”.
“Las
imágenes de los íconos de la iglesia católica, son cargadas en un templete por
seis hombres quienes cumplen también una manda… A pesar del sol ninguna persona
debe ir cubierta de la cabeza de lo contrario los fariseos –hombres que portan
una vara de un singular silbido- se encargan de recordárselo con un varazo a
todos aquellos que estén cerca de la imagen”. Narró en esa ocasión Francisco
Magaña en el periódico ATL del 7 de abril del 2002.
Año
con año el Jueves Santo a medio día el santito sale de una capilla. En el 2012
partió de la capilla de La Pindecua a las 12 del día y caminó por la colonia Vicente Guerrero, las
calles Obregón y Juan Álvarez. Con el sol caliente marchó el cortejo y el olor
a copal inundó el ambiente. Al lado del Santito caminaron dos vírgenes, un
hombre con túnica azul, una corona de espinas y las manos atadas. Atrás iban niños
con coronas de mirtos y niñas vestidas de vírgenes con velos de tul. La
procesión entró con la imagen a la parroquia y la colocó frente al altar principal
donde todos los fieles pasaron a tocarle sus heridas, frotar sus manos y persignarse.
Una mujer permaneció arrodillada rezando un buen rato, frente a esa a imagen que
impresiona por la sangre de sus heridas y después todo el mundo reposó del sol,
mientras los miembros de la hermandad “Jesús de Nazareth”, que es la heredera
de los viejos fariseos, se tomaban la foto con el sacerdote, como festejando
que parte del trabajo está hecho: El Santito regresó a la iglesia después de
cuarenta días de peregrinar.
Es
tradición que durante el Jueves Santo, el Santito salga de la parroquia a las
ocho de la noche. En el 2012 iba vendado y con una túnica roja. Por delante iba
un hombre que representaba Judas con una túnica azul sonando las monedas. En
esta tradicional procesión que año con año camina por las calles de Atoyac, los
11 apóstoles van atrás de Judas, y delante de la imagen, con túnicas de
diferentes colores. Se escucha la melodía triste del tambor y la flauta de
carrizo. Una jovencita vestida de ángel sigue a la imagen, mientras los de la
hermandad contienen a la multitud con una reata blanca. La matraca suena y los
de la hermandad iluminan el camino con hachones que ahora tienen una base de
metal y el aserrín con diesel son el combustible que dura ardiendo todo el
trayecto. Hace muchos años los hachones eran hechos con tiritas de madera de
ocote, pero ahora todo es más práctico. Este día dos cuerdas penden del cuerpo
de Cristo, una de sus manos y otra del cuello. El matraquero hace su escandaloso
ruido, con ese aparato hecho de madera.
No hay
rezos, todos van en silencio sólo se escucha la matraca, el tambor y la flauta.
La procesión pasa por la calle Álvaro Obregón y los 11 apóstoles caminan lento.
Los de la hermandad “Jesús de Nazareth” ahora convertidos en fariseos van
vestidos con playeras blancas y la imagen de Jesús estampada. Llevan machetes
envainados y unas varas de algodoncillo cada uno, ahora la bandera es roja y la lleva el Alférez
el mismo que ha sido durante muchos años. La imagen hace el recorrido por
Obregón, Galeana, Hidalgo y regresa a la parroquia.
El Viernes
Santo, la imagen sale de nuevo de la parroquia y tras de él sale la virgen.
Jesús lleva una corona de espinas, una pesada cruz sobre su hombro derecho,
tres cuerdas penden de él, una del cuello y las otras dos amarradas de sus
muñecas, van las vírgenes y niños vestidos de apóstoles. También niños disfrazados
de Nazarenos cargan cruces de palo en el hombro. El alférez lleva de nuevo la
bandera roja, van los músicos del tambor y la flauta de carrizo. Mientras Jesús
enfila por la calle Juan Álvarez seguido de miles de personas, la virgen se encauza
por Hidalgo acompañada de cientos de feligreses entonando cantos. La virgen es cargada por mujeres apoyadas por hombres
y en la esquina de Galeana e Independencia una señora sale sahúma la imagen de
la madre de Jesús y llora. Las coristas caminan atrás de la imagen con sus
rebozos blancos, cubriéndose el sol que es inclemente.
El
lugar del Encuentro está adornado de papel picado y un gran altar con flores
los aguarda. Mientras la virgen despunta por Galeana ya Jesús espera a la mitad
de Álvaro Obregón. El esperado encuentro se da en el lugar de costumbre, donde las
imágenes se entrelazan simulando un abrazo. Es el momento que todos esperan ver
y lo que años con año congrega a miles de feligreses. Las imágenes se colocan
en un altar bajo el inclemente sol, están un momento y luego emprenden la
marcha, ahora juntos por Galeana.
Hay
altares por todo el camino donde paran los miembros de la sagrada familia y algunos
vecinos sacan bolsas de agua para dárselas a los peregrinos porque el sol está
muy caliente. Son las dos de la tarde cuando las dos imágenes después del
encuentro comienzan a recorrer la calle Hidalgo.
Llegando
a la iglesia colocan a Jesús y la Virgen frente a frente. Las imágenes de la iglesia
están tapadas con telas moradas, otros santos fueron quitados de su lugar
habitual. Estos días las campanas no tañen, llaman al rito con matracas. Los
campanazos se volverán a oír hasta que se rompa gloria.
Ya el
Viernes Santo a las ocho de la noche, Jesús sale de nuevo de la parroquia para
recorrer las calles, pero ahora su cuerpo va dentro de una vitrina de madera y
vidrios, cuatro listones negros penden de cada esquina. La virgen lo sigue. El
Alférez va por delante. No hay rezos. El tambor toca a dos tiempos, suena triste
el carrizo. Con túnicas blancas van 16 hombres rodeando el féretro
transparente. Cuatro llevan charolas plateadas con las pertenencias que le
quitaron al cuerpo: los clavos, martillo y la corona de espinas. Ellos
representan los cuatro santos varones que bajaron el cuerpo de la cruz. El
cortejo camina por la calle Juan Álvarez y luego por Álvaro Obregón. De negro
van las vírgenes Martha y María Magdalena.
Todos
los apóstoles, de túnicas de diferentes colores y sus estopas prendidas, van
simulando el sepelio de Jesús, se paran en las estaciones donde hay altares,
son blancos y frente a ellos se baja a Jesús y a la virgen para sahumarlos. Se
colocan petates en el piso para instalar las mesas de madera que soportan las
imágenes. La vitrina pesa por eso la llevan entre seis. A la virgen la cargan
cuatro mujeres ayudadas por hombres. La multitud sigue hasta volver a la
iglesia, muchas caras son las mismas de la procesión cuando comenzó la
cuaresma: Son los devotos del rito y fieles a la tradición.
Los
que colaboran en el rito son muchos: Pedro Ríos toca la flauta de carrizo en la
procesión del silencio y en el Encuentro, él no sabe de notas, el tono lo
aprendió de memoria de Alejandro Galeana. A veces también toca el tambor. Los
dos sonidos representan la trompeta y el tambor del ejército romano.
Otro
personaje fundamental en la procesión es el Alférez, es quien lleva la bandera,
es el capitán de lo fariseos. En los años sesenta se tenía la costumbre de
perseguir al alférez para quitarle la bandera y darle varazos. Eso se hacía
como a las 11 de la noche del sábado después de romper gloria. A veces se iban
corriendo hasta El Calvario donde lo alcanzaban.
Perfecto
Ríos Laurel es el Alférez y tiene 40 años en la hermandad y 30 años como
Alférez. Explica que la bandera roja se lleva los días santos, él la saca cada
año; el resto de los días queda guardada en su casa.
Hay
testimonios de que un Jueves Santo cuando estuvo el padre Máximo Gómez
encargado de la parroquia, le mandó un oficio al presidente municipal para que
no se pusiera el tianguis del jueves, pero la autoridad no hizo caso y el
tianguis se puso en la calle donde pasaría la procesión. Entonces Máximo mandó
a todos los fariseos con sus machetes a quitarlos. “Tenían obstruida toda la calle
Juan Álvarez por donde pasaría la procesión, estaban instalados desde frente a
la casa Galeana hasta el arroyo, llegamos y trozamos las reatas de los
tendederos y no tuvieron otra que quitarse” recuerda un viejo fariseo.
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