Víctor Cardona Galindo
El
libro El Paraíso. Municipio de Atoyac de
Álvarez, Guerrero es una monografía de este hermoso pueblo de la sierra,
aunque me recuerda a La Feria de Juan
José Arreola y La noche de Tlatelolco
de Elena Poniatowska, porque son los vecinos de El Paraíso, entrevistados por
Esteban Hernández Ortiz, los protagonistas que van narrando su historia donde
resalta la presencia del café, la ceiba y el jaguar.
En
la existencia de la comunidad de El Paraíso sobresale la figura de cuatro
revolucionarios importantes: Pablo Cabañas Macedo, Amadeo Vidales Mederos,
Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas Barrientos. Porque la historia de los
pueblos de la sierra de Atoyac no se puede contar sin referirse a sus acciones
de armas.
El
Paraíso, que ahora tiene más de 3 mil 600 habitantes, se pobló con campesinos
que llegaron del municipio de Chilpancingo, de San Miguel Totolapan, Helidoro
Castillo y Leonardo Bravo. De allá vinieron los hombres y mujeres que ocuparon
estas tierras donde había una espesa selva habitada por animales exóticos.
De
acuerdo a la investigación de Esteban Hernández Ortiz, que da a conocer en este
libro El Paraíso. Municipio de Atoyac de
Álvarez, Guerrero, los primeros habitantes comenzaron a llegar a partir de
1915 y se establecieron en Los Planes y en El Naranjo.
Después
poco a poco se fueron asentando en medio de esos tres hermosos ríos que atraviesan
el pueblo. Donde las mujeres lavaban ropa con “chicayote”, un bejuco con
bolitas verdes muy amargas que servía como jabón.
El
Paraíso se encuentra a 45 kilómetros de la cabecera municipal, el Zócalo se
ubica a 793 metros sobre el nivel del mar y su mayor altura es la colonia El
Mirador que está a 960 metros sobre el nivel del mar.
Los
vestigios arqueológicos que se localizan alrededor de El Paraíso demuestran que
la zona ya había sido poblada cuando menos 500 años atrás. Se encuentran
rastros de las diferentes etapas de nuestro pasado prehispánicos en El Mangal,
Los Planes, Las Palmas y El Naranjo.
Algunos
de los fundadores, del actual Paraíso, se vieron obligados a emigrar de sus
lugares de origen por diversas dificultades, como es el caso de la familia de
doña Severiana Ciprés Salinas de los Chicahuales, a quienes unos facinerosos les
quemaron su casa, además tenían ganado que los jaguares atacaban
constantemente, por eso se cambiaron a El Terrero, luego a Coronillas hasta
llegar a los espesos montes de El Paraíso, donde se asentaron a lado de una
enorme ceiba. Hasta allí los siguió la Revolución y se dio un enfrentamiento entre
bandos contrarios, a pesar del conflicto bélico, ya no se fueron de El Paraíso
únicamente se cambiaron a unos kilómetros de donde habían llegado.
Eran
tiempos en que las familias se movían de un lugar a otro huyendo de la
revolución. Pero luego topaban que en todos lados había campamentos
revolucionarios, como El Paraíso que fue refugio de las tropas de Pablo
Cabañas, a esa facción se sumó doña Severiana Ciprés Salinas. Otros fundadores
del pueblo llegaron huyendo del levantamiento de Amadeo Vidales, que en 1925,
que se extendió por todo el Filo Mayor.
Y como dice Gabriel García Márquez en Cien Años de Soledad, “Uno no es de
ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra”, cuando doña Simona
Salinas mamá de Severiana falleció fue sepultada en El Paraíso, igual que su
hijo Bartolo quien murió a los tres años de edad y fue enterrado en un panteón
que está frente a la entrada de la carretera que va a Las Delicias, entre Los
Planes y La Quebradora. Ahí estuvo el primer Campo Santo del pueblo. También
hubo dos sepulturas donde ahora es la calle Vicente Guerrero. Don Maximino
Andrés Santos fue sepultado en el atrio de la iglesia y después sus restos fueron
trasladados al interior del templo y ahora se encuentran debajo de la imagen de
la virgen de Guadalupe.
Cuando el pueblo apenas se estaba asentando en su
actual lugar, llegaba un tigre (jaguar) hasta lo que ahora es el Zócalo. En su
investigación Esteban concluye que La Guadalupana fue el barrio
fundador de El Paraíso y que cuando llegaron aquí los primeros pobladores había
un árbol de paraíso, por eso le denominaron así.
Esteban
Hernández nos narra la dinámica de su comunidad. Espiridión Nava organizaba la
danza de Los Diablitos. Modesto Rodríguez comenzó con la danza de los
tlacololeros, don Isidro con los vaqueros, Esmeralda Fonseca Sotelo organiza las
chinelas y José Eleazar y su hermano Abel Celis Nava la danza de El Cortés.
En
1995, habitantes de El Paraíso al hacer las excavaciones en El Naranjo
encontraron una pistola calibre 22, de esas grandes, ya muy deteriorada.
También en las inmediaciones de La Pintada se encontró una pistola calibre 38 igual
ya muy dañada. Esas armas seguramente pertenecieron a los rebeldes que tuvieron
sus campamentos en esos lugares. Además en El Paraíso se avecindaron muchos
revolucionarios como: Filiberto Carbajal, a quien se le conocía como El Hueso y
participó en combates bajo las órdenes de Silvestre Castro, El Cirgüelo.
Como
en todas las comunidades de la sierra la gente se convocaba a las reuniones
usando un cuerno de toro, que sonaba muy fuerte y los cerros hacían que el eco
se llevara lejos el sonido, pues se escuchaba hasta las huertas. Ahora
solamente envían un whatsapp porque hay señal de celular hasta en los cerros
más altos.
En
los primeros tiempos de El Paraíso el rapto de mujeres era común. También se
enfermaban de espanto. Doña Linda fue una de las mejores parteras y doña Custodia
Téllez leía las cartas.
Cuando
se fundó el ejido “Dentro de una botella que se colocó bajo la mojonera
guardaron una hoja de papel que contenía los nombres de los señores y de las
señoras que habían participado para ubicar la mojonera en el cerro de Las Tres
Tetas”, comenta Hernández Ortiz. En la defensa del ejido hubo muchos actos de
heroísmo, como cuando le dispararon al ingeniero Chavacano que establecía los
límites del ejido, la señora María Isabel Ciprés Salinas trató de cubrir al
ingeniero y salió herida de un brazo.
La
compañía maderera Arturo San Román explotó los bosques empezando por el cerro
Teotepec. En tiempos en que la carretera no comunicaba a los pueblos de lo alto
de la sierra se tomaba té de toronjil, con las vía de comunicación se
generalizó la costumbre de tomar café de olla.
En
los primeros tiempos acarreaban café de El Paraíso hacia Atoyac, en bestias de
carga, haciendo un descanso en Los Llanos Santiago. El papá de Brígido Bautista
domesticó unos toros que utilizaba en las tareas del campo. Los toros se acostumbraron
a que les colocaran una silla de montar, en las que se les colgaba un costal
con seis latas de café por cada lado. Se venían desde El Paraíso arreando las
bestias y llegaban a El Mesón de doña Laureana Fierro, donde les vendían un
rollo de zacate a dos pesos. Ahí descansaban los animales y arrieros, para
regresar el día siguiente a El Paraíso. “Las casas de los dueños tenían grandes
corredores, en los que nos daban permiso de dormir”, recuerda Emilio Reyna
Morales. Esos mesones estaban, a la salida de Atoyac rumbo a San Juan de las
Flores.
En
los terrenos que ahora ocupa la escuela secundaria de El Paraíso, entre los
años 1955 y 1957, aterrizaba una avioneta propiedad de unos españoles de
apellido Avellaneda misma que transportaba café de El Paraíso a El Ticuí.
Aunque los primeros aterrizajes fueron en Los Planes. La avioneta cobraba 50
pesos por llevar gente de El Paraíso a Chilpancingo y le cabían 14 sacos de
café por cada viaje.
Cuando
Salvador Morlet Mejía, el mentor más importante de El Paraíso, vino por primera
vez a la comunidad en 1952, llegó a bordo de una avioneta de la familia
Avellaneda que despegó desde El Ticuí. También otros maestros como Simón Bello Espíritu
y Adán Catalán Altamirano dejaron huella profunda en muchas generaciones de
paraiseños.
La
carretera fue llegando poco a poco, primero al Rincón de la Parotas, luego a
Río Santiago, después a San Vicente de Jesús y en el siguiente jalón llegó a La
Estancia, dos años estuvo sin avanzar y luego llegó a Rancho Alegre. De otro
tirón llegó hasta el lugar donde estuvo el Inmecafé en la entrada del pueblo.
Una
comisión de jovencitas colocó una cadena de flores de cempasúchil al ingeniero José
Ramales cuando la maquinaria, que abría la carretera, llegó a El Paraíso. Luego
Ramales seguiría su trabajo hasta Puerto del Ángel por encargo de la compañía
Maderas Papanoa. La compañía maderera San Román extraía los recursos maderables
del Filo Mayor y venía también abriendo la carretera del filo a El Paraíso.
El
primer carro que entró al pueblo fue de Julia Catalán manejado por Hipólito
Lira, luego trajo su carro Álvaro
Nogueda. Aunque hay quien sostiene que fue Efrén Muñoz el primero que entró a
El Paraíso conduciendo una camioneta blanca allá por 1956. Los choferes de las
camionetas pasajeras como Chico Palo,
Parota y Pollollo dejaron gratos recuerdos entre los paraiseños.
Uno
de los primeros comerciantes que subieron de Atoyac a El Paraíso fue Artemio
Maya. Leopoldo Cadenas instaló la primera tortillería en 1974. Marciano Adame
Pastor tenía una lotería que daba mucha diversión al pueblo. Josefina Pérez fue
la primera persona que trajo un aparato de sonido y José Mancilla hacía
limonadas que sabían a refresco.
La
primera piladora de café la instaló Julia Catalán, el primer servicio
telefónico fue una caseta que se instaló en casa de Juana García. En septiembre
de 1976 llegaron los primeros camiones de transporte público a El Paraíso, eran
de la marca Dina Fiat. Uno de los primeros choferes fue Jorge Flores Pastor de
Alcholoa y Macario Araujo Calderón fue el primer nativo que se convirtió en
mecánico.
El
primer fotógrafo fue Celestino de León Pérez de El Ticuí, luego Francisco
Cebrero sería el primer nativo en ejercer la fotografía.
Juan
Ramos de Corral Falso llevó el cine. Luego los húngaros. En los años sesentas una
radionovela muy escuchada fue Chucho el
roto, aquel justiciero que robaba a los ricos para darles a los pobres. “En
las parcelas de café, la gente colgaba sus radios en las ramas de los cafetos y
escuchaba la radionovela de Chucho el
roto y Porfirio Cadena”, dice
Esteban Hernández Ortiz.
El
basquetbol fue siempre el deporte principal, con los inolvidables torneos del
20 de noviembre. En 1990 llegó a El Paraíso, el jugador estadounidense Kenny
John que venía de Lombeach California, era negro y medía dos metros 15
centímetros de estatura. Durante los encuentros Víctorino Barragán, El Cariño; se colocaba a media cancha y
subía su pie arriba del cuello. Este personaje paraiseño es muy singular
dicharachero y compone versos bien rimados.
Kenny
John no fue el único extranjero avecindado en El Paraíso, también vivió Pierre
Martín, El Señor Sol; un canadiense
vegetariano que casi no tenía dentadura y se estableció en las orillas del arroyo
que baja de La Siberia.
Cuando
llega a nevar en el Teotepec, desde la cancha de El Paraíso se ve el hermoso
copete de nieve en el cerro más alto del estado de Guerrero.
Isidro
Villa Morales fue un dirigente campesino que vivía en la colonia Guadalupana.
Luchaba porque se reconociera como ejidatarios a campesinos productores de café
que no estaban registrados en el padrón ejidal, pero por su lucha fue
asesinado, después un grupo de trabajo llevaría su nombre. Isidro Pérez Jiménez
campeón mosca de la Organización Mundial de Boxeo nació en El Paraíso.
Hablando
del café, que es un mundo aparte y necesitaríamos otro libro para ello, en El
Paraíso hubo unas instalaciones de compra de café, a cargo de la familia
Avellaneda, mismas que a partir de 1962 pasaron a manos de Álvaro Nogueda,
quien luego le vendió las instalaciones al Instituto Mexicano del Café
(Inmecafé) que se instaló en 1974.
Don
Álvaro Nogueda confesó a uno de sus peones que por cada uno de los tres años
que administró la compra de café pudo comprarse un autobús “olímpico”, los
cuales incorporó al servicio público de transporte de Acapulco a la capital del
país, así los Nogueda se hicieron socios de la empresa de autobuses Flecha
Roja.
En
los años setentas y ochentas el café llegó a situarse en el tercer lugar como
generador de divisas para México, sólo ubicado detrás del petróleo y del
turismo. Allá por 1980 y 1983, las instalaciones del Inmecafé en El Paraíso
llegaron a recibir diariamente hasta 250 toneladas de café maduro.
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