Víctor
Cardona Galindo
Laurentino
Santiago cuenta que un ordeñador pasaba todos los días montado en su caballo
por el caudaloso río Atoyac. El patrón tenía la medida de cuanta leche
producían sus vacas cada día. Al ordeñador se le ocurrió en cierta ocasión que
al pasar por el río, le echaría un litro de agua a los picheles. Así, todos los
días pasaba y tomaba un litro de las cristalinas aguas de nuestro río, por eso
la leche rendía un litro más. Fue juntando los centavos que le daban por ese
litro y cuando tuvo lo suficiente se compró un elegante sombrero. Pero luego se
posesionó de él la ambición y pensó agregarle dos litros de agua a los
picheles. Pero ese día al agacharse desde el caballo, para recoger agua a medio
el río, el sombrero se le cayó y rápido se lo llevó la corriente. “Por eso lo
que es del agua, al agua”, remata Laure.
Una tarde de los años cincuenta en el río Atoyac.
Foto
colección de Dagoberto Ríos Armenta.
|
Pronto
de ese hermoso río Atoyac quedarán solamente las anécdotas, que los vehículos
atravesaban en grandes balsas sus embravecidas corrientes, de los robalos
grandes que se capturaban y que un tiempo se pescaba con dinamita porque había
infinidad de peces. Desde hace mucho tiempo se dio la voz de alerta. Lo estamos
acabando, pero no ponemos atención, ahora por primera vez desde que tengo memoria
el río Atoyac se secó. En la parte del puente de El Ticuí la mitad del agua que
corre está limpia y la otra mitad es pura agua negra. En el puente de San
Jerónimo, hasta el viernes 5 de mayo, no llegaba nada de agua, el río era un
desierto, solamente algunos “pacholes” de lirio luchaban por sobrevivir en
algunas partes húmedas. Mientras los cerros siguen tapados por el humo de los
incendios forestales.
El río
comienza a secarse desde que nace, en las laderas de los pequeños riachuelos
que lo abastecen los campesinos construyen presas para regar sus cultivos:
amapola, jitomate, chile, maíz y frijol, la gente busca que comer y aprovecha
el pequeño afluente que tiene cerca. Ha esto le súmanos el cambio de uso de
suelo, los campesinos tumban los renovales para sembrar milpa o para hacer
potreros, los pequeños manantiales pagan las consecuencias. Se busca el
beneficio a corto plazo y no se ve la afectación que vendrá con el tiempo. La
poca agua que baja se desvía antes de llegar a la cabecera municipal mediante
la presa derivadora Juan Álvarez que la envía hacia potreros y campos de
cultivo. El agua termina regándose en el tular de Monte Alto.
Desde
su fundación la vida de Atoyac está marcada por su río. Las tribus primitivas
que se asentaron en estas tierras dependieron de él para sus cultivos y
alimentación; así como dependemos nosotros. Mi
abuela contaba que en su niñez, todas las mañanas, las mujeres enfilaban hacia
el río para traer agua, y los domingos la algarabía de las costeñas del rumbo
alegraba el día. Todas acudían a lavar a las cristalinas pozas del río. Los
cuajinicuiles, amates y ahuejotes eran altísimos y frondosos. Los posquelites y
zarzales adornaban la ribera.
Los
hombres amarraban sus caballos, cerca del pasto verde y de los estanquillos de
agua para que comieran y bebieran durante el día. Los mangos que sombreaban los
caminos prodigaban sus frutos a los transeúntes. Los cañales y platanales le
daban un aspecto paradisiaco al entorno.
Y mientras
las mujeres lavaban usando un bejuco aromático, los hombres atrapaban camarones
en las frescas aguas y se deleitaban con cantos y escandalosas pláticas. Los
niños y adolescentes jugaban en las amplias y profundas pozas a los clavados y
zapotazos.
Pero
ahora los efectos del calentamiento global están llegando ya, y bien duro.
Todavía no nos reponíamos de los daños que dejó el huracán Ingrid y la tormenta tropical Manuel
en el 2013, y nos llegó, el fenómeno Mar de Fondo y después una profunda sequía
en el temporal, luego las lluvias atípicas y granizadas que se llevaron la
esperanza de cosechar el poquito de café que estaba madurando en la sierra.
Luego la roya afectó el 90 por ciento del café. El año pasado la
laguna Mitla sufrió una tremenda sequía y las flores que se dan en los campos están deshidratadas,
tanto que las abejas no llevan miel a sus colmenas. Hay quien dice que
desapareciendo las abejas el hombre no tardará en perecer.
En la
región siempre hemos visto el calentamiento global como un tema muy lejano,
como si fuera un asunto de naciones industrializadas. De lo contrario haríamos
todo lo que estuviera en nuestras manos para contrarrestarlo, pero todos
permanecemos apáticos mientras sufrimos sus efectos. No nos damos cuenta que
poco a poco nos va faltando agua. Los ríos y arroyos no son los mismos cada
año.
Cada
vez que puedo les recuerdo que cuando los de mi generación éramos niños, allá
por 1980, bebíamos agua directamente de la sangría del riego, el agua que venía
del canal era limpia y cristalina. Los que un tiempo fuimos aguadores en El
Ticuí, nuestros clientes nos mandaban a traer agua, para tomar, del canalón por
donde ahora está el cuartel del 109 Batallón de Infantería.
Ahora
las cosas van cambiando y no hacemos nada por defender nuestro río. Lo
contaminamos sin ninguna consideración. Le arrojamos basura y por si fuera poco
también los envases de fungicidas. El grito de alerta es que el río languidece
y está muriendo. Desde el año 2003 Arturo García Jiménez promovió, sin mucho
eco, la formación del Consejo Ciudadano para el rescate de la cuenca del Río
Atoyac, que hizo muchas actividades buscando hacer conciencia para cuidarlo. Un
grupo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) realizó
investigaciones en la cuenca del río Atoyac, se hicieron recomendaciones que
nadie ha seguido.
Ya he
dicho aquí que muchas variedades de peces desaparecieron, como los
blanquillitos, esos peces que con el sol reflejaban los colores del arcoíris.
Ahora hay pocos pegas pegas, ese pez que se adhiere con sus ventosas a las
piedras y es difícil de quitar. Se acabó la guevina. Aunque todavía hay truchas
que se ven nadar junto a la carpas. En cantidad, reina el popoyote. Los bobos
quedan pocos: ese pez feo parecido al cuatete que no se puede agarrar porque su
piel es babosa.
Don Simón Hipólito que vivió su
juventud en la época de los cuarenta, comenta: “muchos chamacos de mi edad
acarreábamos agua en dos botes sostenidos por palancas que descansaban en los
hombros. Las señoras acarreaban agua del río en botes que descansaban en sus
cabezas amortiguadas por yaguales. Igual lo hacían las jóvenes,
quienes haciendo girar graciosamente sus cabezas hacían que saliera el agua de
sus botes para mojar a los jóvenes intrusos que se les apareaban para
enamorarlas y que no eran de su agrado. Era habitual acarrear agua del río
desde las cuatro hasta las seis horas de cada mañana, antes que llegaran
señoras o lavanderas a lavar ropas”.
Zeferino El Prieto Serafín es de los años cincuenta y recuerda: “cuando no
había agua entubada en las casas había que irla a traer al río, para esto lo
hacían los jóvenes, hombres y mujeres; los hombres adaptaban un palo con unas
cadenas a los extremos y ahí enganchaban las latas o botes para transportar el
agua, el palo se colocaba encima de los hombros y le llamaban palanca.
En cambio las mujeres se colocaban la lata de agua sobre la cabeza, para
amortiguar un poco el peso y lo duro de la lata, un trapo lo enrollaban en
forma circular y se lo ponían en la cabeza y encima del trapo acomodaban la lata.
Al trapo enrollado que se ponían en la cabeza le llamaban yagual.
Cuando algún joven quería enamorar o cortejar alguna muchacha que andaba
acarreando agua, decía me voy a echar un ‘norte’, y el ‘norte’ consistía en
seguir a la muchacha cuando iba al río y andarla acompañando ida y vuelta cada
viaje que hacía para aprovechar y enamorarla, había ocasiones en que se
detenían un rato en algún lugar ya fuera un rincón o callejón y ahí permanecían
platicando y la muchacha con el bote o lata lleno de agua sobre la cabeza y ni
el peso del agua sentían, todo por amor”.
Los hombres de mi generación también
acarreamos agua en palancas, en la década de los ochenta. Todos desfilábamos
con nuestras cubetas en palancas hacia el canal y las mujeres con sus cubetas
en la cabeza. Mucho antes de irnos a la escuela, llenábamos los tambos para que
nuestras madres cocinaran y lavaran. Por la tarde cobrábamos 50 centavos por
viaje de agua y un peso cuando era para la tinaja, porque entonces íbamos por
ella hasta arriba del canalón.
En ese
tiempo el río nos daba para comer camarones reales y cuando mi madre lavaba en
el río, entonces mis hermanos y yo nos pasábamos el día tirados de panza en las
pocitas para atrapar con cerda camarones de castilla y antes de irnos a casa
metíamos el anzuelo entre las piedras del lavadero y pescábamos unos bobos
grandes.
En
esos años, en temporada de lluvia, la gente iba por agua al río. Se hacían
pocitos en la arena y el agua salía limpia, filtrada lista para tomar. No había
contaminación, ahora al hacer un pocito a la orilla del río encontramos la
suela de una sandalia, un pañal desechable, ropa o un vidrio. Ya no es apta
para el consumo humano. Incluso si nos metemos a la corriente el agua tiene un
olor a podrido ya no huele a limpio, esto es alarmante. Ahora el agua que llega
a las casas huele a podrido, igual que la del canal, donde ahora nadamos en
agua caliente, entre bolsas de sabritas, ropa vieja o todo tipo de envases.
Para
los que vivimos en El Ticuí cabría recordar, como ejemplo, la poza que estaba
en el bombeo, en el año 2000 todavía podíamos irnos a bañar ahí. Ahora es un charco.
¿En el pueblo donde ustedes viven cual sería la referencia que la falta de agua
nos está alcanzando?
Otro
daño que sufre el río es la explotación irracional del material pétreo. Hace
poco se generó un descontento en el ejido de Mexcaltepec porque la empresa que
construía el puente, estaba sacando material para vender. De ese lugar desde
hace mucho tiempo han sacado material para diversas obras, destruyendo el
ecosistema sin ningún miramiento. Por eso no es la primera vez que se
inconforman sus habitantes por este tipo de explotación de los recursos. Es
notable que cuando se extrae arena se hacen grandes hoyos donde el agua se
estanca y no corre normalmente por su cauce, provocando sequía en otras partes.
En la
cabecera municipal se sacó material pétreo, para hacer el bordo, que con
recursos del Fondem se construyó para defender la colonia Las Palmeras de
futuras inundaciones. Con esa extracción de materiales se afectó un arroyuelo,
sin embargo no hubo sanciones a la empresa. En nombre del bienestar común se
afectan los ecosistemas que nunca más se reponen.
Así se
han venido haciendo obras sin ver cómo afectan. Al Zócalo se le quitó el
adoquín y se le cambió por concreto estampado, sin reparar que con eso se
dañaban los mantos freáticos. Se siguen pavimentando calles sin considerar que
con eso se incrementa el calentamiento de las casas. Al medio día no se aguanta
el calor. Con eso también se afecta los mantos freáticos. Últimamente
pavimentamos hasta los patios, luego nos quejamos porque se secan las norias y
porque hace mucho calor. Es necesario cambiar de rumbo, comenzar a pavimentar
lo necesario y pensar que tenemos que dejar espacios por donde se reincorporen
las aguas a la tierra. Luego las calles parecen ríos y nos que quejamos de las
inundaciones, pero es que el agua como cae se va. Nada la retiene.
También
el daño que está sufriendo la selva cafetalera es alarmante, se están acabando
las maderas preciosas, hace poco el campinceran fue sometido a una explotación
irracional, a este árbol también se conoce como granadillo es famoso porque con
él se elaboran instrumentos musicales como guitarras y marimbas, lapiceros
decorados que son muy caros. En el mercado asiático es altamente cotizado
porque con él se decoran yates de lujo. El granadillo es muy resistente como
poste, en la cerca, expuesto al sol, a la tierra y a la lluvia dura cuarenta
años.
La
gente ha perdido los escrúpulos, hay quienes prenden fuego a los potreros sin
hacer guardarrayas, campesinos que le prenden fuego a sus tlacololes y se van a
sus casas o lo dejan ardiendo durante la noche sin vigilar el fuego. Estamos
acabando con el bosque, además de que los drenajes de todos los pueblos grandes
del municipio van a dar al río Atoyac.
Se está acabando nuestra identidad, ya casi no hay
café y la raíz etimológica de Atoyac viene del náhuatl Atl, agua; toyaui,
regarse, esparcirse. Si no cuidamos nuestro río, pronto no quedará ni una gota
de agua que se riegue o se esparza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario