Víctor
Cardona Galindo
Héctor Cárdenas Bello
compuso esa hermosa canción que se llama Lindo Atoyac, inspirado por la
exuberancia de la sierra, sus cafetales y aromáticos limoneros. Estuvo en esta
tierra un año, aunque en su autobiografía no lo dice, seguramente se enamoró de
una linda musa costeña que le inspiró estos versos.
Héctor Cárdenas Bello en su actuación aquél 31 de enero
de
1999 en el auditorio municipal Juan Álvarez.
Foto Francisco Magaña de Jesús.
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“En Atoyac, hay un sol en primavera /lindo lugar,
de la costa y de la sierra /Un cafetal entre pinos y palmeras /y el palapal
donde mi costeña espera.
Dame a probar un jarrito de café /que no he perdido
la fe, de volverme a enamorar /y saborear, limón dulce, rica miel /de tus
labios, de tu piel quiero la esencia libar.
En Atoyac, hay un río caudaloso /corre hacia el
mar, con su canto presuroso /se oyen gritar, los pericos en parvadas /bajo el
jazmin, que al crecer forma enramadas.
Quiero amar, costeñita di que sí /soy costeño del
Ticuí que te quiere enamorar /y saborear agua dulce, coco y miel /de tus
labios, de tu piel quiero la esencia libar.
En Atoyac hay murmullos de la costa /para cantar a
la hembra que me gusta /voy a pasear en sus noches de lunada /en mi carreta,
por dos bueyes tirada.
Voy a llegar, hasta Ixtla y San Martín /luz de luna
en mi confín de estrellado palpitar /y saborear agua dulce, tuba, miel /de tus
labios, de tu piel quiero la esencia libar.
En Atoyac hay un sol en primavera… donde mi costeña
espera”.
El
maestro Héctor Manuel Cárdenas Bello nació el 27 de noviembre de 1938 en
Chilpancingo. Fue hijo único del matrimonio compuesto por Artemio Cárdenas
Deloya y Cristina Bello Bonilla. Tuvo el privilegio de que Agustín Ramírez fuera su maestro de música en la primaria, aunque
eso no influyó en su vida como compositor. Empezó a componer canciones a los 18
años cuando era estudiante de la escuela normal y un chofer le contó su vida,
conmovido Héctor hizo su primera composición y no dejaría hacerlo hasta su
muerte, acumulando más de dos mil canciones. De él se recuerdan sus
composiciones como Mi lindo Atoyac, Allá en la Quebrada, Tata Jesucristo y Bodas
Costeñas. También le compuso a Chilapa, Chichihualco, Zitlala y Ometepec. Nuestro
compositor falleció el 21 de noviembre del 2006 y fue sepultado el 22 en su
natal Chilpancingo, el mero día de Santa Cecilia la patrona de los músicos.
“Santa Cecilia te recibió con sus enormes pechos de luna”, le cantó Isaías
Alanís.
El
libro El Sendero de un Bohemio. Héctor
Cárdenas Bello pintor musical de Guerrero escrito a cuatro manos entre el
mismo Héctor, Ismael Catalán Alarcón, Juan Sánchez Andraca y Tulio R. Estrada
C. y publicado por el Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y
Comunitarias (PACMyC), arroja muchos datos sobre su vida. Ismael Catalán y Juan
Sánchez Andraca escribieron sobre él en diversos medios. La Enciclopedia guerrerense también le hace
justicia.
Juan
Sánchez Andraca dice en la introducción del libro El Sendero de un Bohemio. Héctor Cárdenas Bello pintor musical de
Guerrero que “el campo, los pueblos con sus tradiciones y costumbres, las
ciudades, la gente, las flores fueron su constante inspiración”. En la Costa
Chica principalmente en Cuajinicuilapa se le recuerda por esa hermosa
composición Tata Jesucristo, que
retrata el paso por la región de Francisco Goitia ese pintor de talla
internacional que vivió entre los afrodescendientes de San Nicolás y
Montecillos. Sin duda Boda Costeña es
la canción de Héctor Cárdenas más conocida en la Internet, “No se enoje, doña
Chucha, /y baile con doña Berta /y si no puede, haga la lucha /como su nieta
Ruperta”.
Dice
la Enciclopedia guerrerense que hay
canciones que “por su contenido son consideradas emblemáticas y distintivas de
ciertas regiones: Chilapa, Azoyú, A San Jerónimo, Canción de
Ometepec, Vámonos a Mochitlán, Petaquillero, Allá en la Quebrada, Taxco
Colonial y Tata Jesucristo, Corrido a Iguala, Soy zumpangueño, Novia de
Tlapa, Nuevo Chilpancingo, Pie de la Cuesta, Lindo Atoyac, y Boda costeña,
son ejemplo de algunas de ellas. Destacando significativamente aquellas hechas
a algunas ciudades europeas, como Venecia y París, y a las que viajó, como a
muchas, a través de la lectura”.
Nunca
usó su segundo nombre. Su formación académica la hizo en Chilpancingo: cursó el
jardín de niños Bertha von Glümer, la primaria la inició en la escuela Primer Congreso
de Anáhuac y la terminó en la escuela Vicente Guerrero; la secundaria y la normal
en el Colegio del Estado. Además cursó dos años en un seminario católico
de la Ciudad de México, “después se bautizó con los mormones, acudiendo a las
ceremonias religiosas durante algún tiempo para luego alejarse definitivamente
de esas prácticas”, recoge la Enciclopedia
guerrerense.
Al
divorciarse sus padres quedó bajo la protección de sus tías Graciela y Ramona,
a quienes correspondió su cariño cuidándolas hasta que fallecieron. “Desde muy
joven se despertó en él la pasión por el arte; la vena artística proviene de
ambos padres: su padre pintaba, componía canciones y tallaba figuras de madera,
mientras que su madre tenía por orgullo el ser sobrina de Margarito Damián
Vargas”, este último un gran músico tixtleco.
“Inicialmente
comenzó a pintar –pasión que nunca abandonaría–, recibiendo buenas e
importantes críticas por parte de artistas plásticos de la talla de Leopoldo
Estrada, pero su carácter introspectivo y reservado le impidió mostrar su obra
a la luz pública; sólo pudo ver uno de sus cuadros colgando en la casa del
escritor Herminio Chávez, en Tepecoacuilco”.
El
mismo Héctor Cárdenas nos cuenta que sus primeros años transcurrieron en
Chilpancingo en la calle empedrada llamada Doctor Liceaga, en el barrio de San
Mateo, vivía en una modesta vivienda con muros de adobe y techumbre de palma.
“Mis padres fueron Artemio Cárdenas Deloya y Cristina Bello Bonilla, ambos
estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa (cuando era mixta); ahí se
enamoraron, se casaron y me engendraron como hijo único, siguiendo después
caminos divergentes. Me pusieron por nombre Héctor Manuel Cárdenas Bello,
aunque siempre omití mi segundo nombre”.
Dice
que pasó su niñez jugando a “las canicas, el trompo, el balero, el avión (que
pintábamos en el piso y sobre el que saltábamos), el yoyo, los carritos
(algunos de los cuales nosotros construíamos con cartón o madera) y andar en
zancos. Un poco mayor: los papalotes, las rayuelas (filosas corcholatas
aplastadas que hacíamos girar mediante un hilo) y el burro fletado, aparte de
‘agarradoras’, ‘encantados’ y muchos más”.
Como
maestro estuvo “en un bellísimo lugar de la sierra de Atoyac de nombre Santo
Domingo, donde me tocó andar en los tiempos en que Lucio Cabañas se había
levantado en armas con su movimiento guerrillero”.
José
Agustín Ramírez fue su maestro de música en sexto grado de primaria en la
escuela Vicente Guerrero. “Agustín Ramírez si tenía conocimientos musicales,
sabía solfeo y tocaba más de un instrumento, entre los que se contaban en forma
sobresaliente el piano y la guitarra. Perteneció al cuarteto Los Trovadores
Tamaulipecos, del que también formaban parte Lorenzo Barcelata, Ernesto Cortázar y Carlos Peña. La obra musical
del Ramírez fue conocida y reconocida a nivel internacional, siendo también
fondo musical de algunas películas nacionales como las actuadas por María
Antonieta Pons y Lilia Prado, entre las que tengo presentes”, nos dice Héctor
Cárdenas.
“Producto
de mi estancia en el municipio de Atoyac, es mi canción Lindo Atoyac. Fui comisionado a la escuela de Santo Domingo,
bellísimo lugar con un caudaloso y cristalino río que se divide al llegar al
poblado, dándole semejanza a un islote, al que se arribaba a través de un
puente colgante.
Para
llegar ahí, tuve esperar una semana en San Juan de las Flores, esperando la
cabalgadura y el guía que me llevaría a mi destino, recibiendo mientras
hospedaje y alimentos que amablemente me obsequiaron en San Juan. Como no
llegaba mi transporte, el que no quería utilizar por ser poco afecto a cabalgar
y siendo –por el contrario- muy bueno para caminar, decidí iniciar mi andadura
al punto que me habían designado. En el trayecto, encontré un arriero con una
recua de mulas cargadas con sal, que iba a Sierra Preciosa, adecuado nombre
pues tiene hermosa vegetación donde abundan (o abundaban) limoneros, cafetales,
cotorras, pericos y ardillas, así como cristalinas corrientes de agua. Como se
venía la lluvia, el arriero empezó a proteger la sal con hules y otros
recubrimientos. Pero una de las mulas salió corriendo, por lo que fue tras de
ella, pidiéndome que condujera la recua por el camino y que nos encontraríamos
más adelante. Como no sé de esas cosas, me concreté a seguir a los animales,
hasta encontrar a su dueño. Al poco trecho, encontramos a un jinete que llevaba
jalando otro caballo. Presintió que yo era el maestro para quien llevaba la
montura, y al preguntarme que si era el maestro de Santo Domingo y al
confirmarlo, me dijo que él seguiría a su destino y que yo montara el caballo
que era para mí servicio, el que era mansito y conocía el camino, por lo que me
llevaría a mi paradero sin problema. A querer o no tuve que aceptar el
transporte, al que de malas, se le rompió uno de los estribos y el que tuve que
montar casi a fuerzas, teniendo en el camino que ir librándome de las numerosas
ramas que obstaculizaban el paso y sintiendo un malestar por las largas horas
de cabalgar, al grado de que al llegar al pueblo y descansar, soñé que me había
quedado con las piernas arqueadas, como el charrito de Pémex.
Aprecié
mucho este encantador entorno en el que permanecí durante un año, así como la
alegría y el movimiento comercial de su cabecera municipal: Atoyac, donde tenía
que trasladarme periódicamente con el fin de recoger mi sueldo. Y es de todas
estas vivencias de donde brota la canción. Como ya lo he mencionado, eran los
tiempos de la guerrillas de Lucio Cabañas y había en muchas comunidades
destacamento de soldados, así como grupos guerrilleros que llegaba uno a
encontrar, como me sucedió en una ocasión en la que iba solo y encontré cuatro
o cinco de ellos armados, a los que saludé sin que me respondieran. Cometí el
error de voltear a verlos y considerando que los espiaba, me detuvieron,
revisando todos mis haberes, entre los que afortunadamente no encontraron nada
comprometedor, aclarándoles por mi parte, que era el maestro de Santo Domingo.
Me dejaron ir, advirtiéndome que me anduviera con cuidado porque a partir de
ahí ya me conocían. Desde entonces evité viajar solo por la sierra. Muchos años
después, tuve la satisfacción de saber que mi canción (Lindo Atoyac) había
tenido muy buena difusión en esta zona y que hasta la habían tomado como fondo
musical de la feria del café”.
Al
final de su vida Héctor Cárdenas vivía solo en un cuartito rentado en la ciudad
de Chilapa, al morir dejó varias cajas de escritos que fueron recogidas por
Ismael Catalán. El más grande compositor sobre Guerrero dejó inéditas muchas
canciones entre ellas una que se refiere a la muerte de río Huacapa.
La Casa de la Cultura
El 29
de enero de 1999 el presidente Javier Galeana Cadena inauguró las instalaciones
de la Casa de la Cultura, para tal efecto se desarrolló una semana cultural el
31 estuvo Héctor Cárdenas en el auditorio Juan Álvarez, cantó sus éxitos y
contó la historia de su estancia en Atoyac durante su juventud. La primera
directora de nuestra Casa de la Cultura fue Sandra Castro Nogueda y Francisco
Magaña de Jesús el subdirector.
Desde
entonces la Casa de la Cultura funciona en el edificio que fue del Cine Galápagos
propiedad del ex presidente municipal Ladislao Sotelo Bello, de alguna forma el
edificio pasó a ser posesión de la Secretaría de Hacienda misma que lo cedió en
comodato al Ayuntamiento de Atoyac, después de que la alcaldesa María de la Luz
Núñez Ramos realizó una marcha a la ciudad de México para exigir la destitución
del gobernador Rubén Figueroa Alcocer.
Ese
edificio tiene 22 años en manos del Ayuntamiento y 16 años siendo Casa de la Cultura,
ya han sido directores: Isaac Rendón Reyes, Tomás Radilla, Graciela Radilla
Rivera, Carlos Ponce Reyes, Rubén Ríos Radilla, Adrián Saucedo y Agustín López
Flores. En ese lugar se imparten clases de música, danza, teatro y pintura.
Antes en
Atoyac funcionaron dos casas de la cultura. La prepa 22 tiene el mérito de ser
la primera institución en instalar una casa de la cultura. Años más tarde
funcionaría en el castillo del doctor Antonio Palós Palma la casa de la cultura
“Romualdo García Alonso”, también
auspiciada por la prepa 22 y encabezada por Secundino Catarino Crispín. Donde
se enseñó: fotografía, pintura y técnicas de grabado.
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