jueves, 13 de abril de 2017

Ciudad con aroma de café XXVIII


Víctor Cardona Galindo
El primer cronista de la ciudad Patricio Pino Solís escribió en su diario de 1919, “la raza predominante es la mestiza, la indígena y la criolla. En Atoyac parte de la población de la sierra y de otros lugares del municipio, existen muchas familias indígenas descendientes de los cuitlatecos, cuyo dialecto hablaban, pero ahora está extinguido por completo, predominando el idioma castellano”. Remarca que había algunas familias descendientes de españoles en diversas partes del municipio y que en Corralfalso radicaba el mayor número.
El castillo del doctor Antonio Palós Palma
 estaba en la calle Aquiles Serdán, fue 
vendido por la familia y demolido, en junio
 de 1997, para construir unos laboratorios 
de análisis clínicos. Foto: colección de 
Felipe Fierro Santiago.

A lo largo de su historia Atoyac ha sido destino de muchas personas que vienen de otras latitudes del mundo atraídas por su riqueza, incluso se habla que el doctor Segundo de la Concha quien fue alcalde de nuestro municipio en 1956 procedía de Guatemala. La fiebre del oro verde cautivó a libaneses, árabes, alemanes, españoles, sirios y chinos. También en los últimos 30 años la lucha por la autogestión campesina trajo diversas personalidades europeas y de Asia.
Los miembros de la colonia española de Acapulco fueron dueños de haciendas algodoneras y fundaron la fábrica de hilados y tejidos Progreso del Sur Ticuí. El francés León Obé Penitoc que instaló la primera maquinaria de la fábrica dejó numerosa descendencia principalmente en El Ticuí.
El químico alemán originario de Hamburgo, Herman Wolff Ludwig, sembró café en la sierra y fue dueño de una pequeña mina en Los Tres Pasos. Llegó a ser terrateniente hasta que Lázaro Cárdenas le expropió sus tierras. El español Guillermo Avellaneda con su compañía Café Pluma trajo los vuelos de avionetas a la sierra. Su paisano Miguel José Garmendia explotó el tungsteno de la mina Los Tres Brazos en la mitad del siglo pasado, mientras la fábrica de hilados y tejidos Progreso del Sur Ticuí era trabajada por el también ibérico Antonio Esparza.
Hay numerosos recuerdos de los extranjeros que vivieron en Atoyac y todavía la gente comenta como si fuera una leyenda urbana sobre el médico japonés que mató a su esposa, la tragedia del hijo del doctor Antonio Palós Palma y del italiano que trajo el cine mudo.
Fue en la Semana Santa de 1910 cuando el italiano Ángel Mazzine, trajo a esta población el primer cinematógrafo y proyectó sus funciones en la barda conocida como La Zacatera misma que estaba ubicada en la calle de Aldama, dice Wilfrido Fierro Armenta.
Ricardo Pérez originario de Monte Líbano Siria era vecino de esta población en 1934, no se sabe si dejó descendencia, pero estuvo trabajando aquí por mucho tiempo.
Herman Wolff Ludwig desde que llegó a nuestra ciudad ejerció como médico y se incorporó a la revolución maderista bajo las órdenes de Silvestre Mariscal de cuyas tropas fue cirujano. Terminada la revolución se instaló en su finca de Los Tres Pasos. Estaba casado con doña Elidia Reynada ella tenía dos hijas: Modesta y María. Un día unos facinerosos se robaron a María y la familia la rescató a punta de bala. Eran los tiempos del vidalismo, por eso la familia Ludwig Reynada abandonó la sierra y se instaló en la calle Allende junto a la casa del doctor Silvestre Hernández Fierro, El doctor Chico. Don Herman instaló ahí su consultorio, la tía Rosita Santiago Galindo fue su cocinera y le hacía “dos tortillitas gorditas que se las comía con caldito de pata de cuche. Era flaquito güerito con el cabello colorado”, así lo recuerda la tía Rosita.
Los que lo conocieron comentan que fabricaba unas ampolletas de hígado. A los pobres no les cobraba la consulta ni la medicina que el mismo preparaba aprovechando sus conocimientos de química. Don Herman murió en 1939, de su unión con doña Elidia nacieron: Obdulio, Elisa, Gustavo, Sofía, Aurora, Crisóforo (Cheniño) y Herman que fue el más chico.
Una de las primeras regidoras que tuvo el municipio de Atoyac fue doña Yolanda Ludwig hija de Obdulio Ludwig y Antonia Nogueda hermana de Canuto Nogueda Radilla. A su vez Elisa se casó con el Canuto Nogueda Radilla quien con el tiempo llegaría a ser presidente municipal de Acapulco, de esa relación nacieron Alejandro y Alfonso. Cuenta la leyenda que al abandonar Los Tres Pasos don Herman dejó enterradas siete ollas con centenarios de oro y tapó muy bien la boca de la mina para que nadie la encontrara. El maestro guerrillero Lucio Cabañas Barrientos la buscó para explotarla en beneficio de los campesinos pero nunca la encontró.
Obdulio Ludwig Reynada fue fundador del Partido Pro Atoyac que es el principal antecedente del Partido Revolucionario Institucional en el municipio, parece que el mismo Ejército lo asesinó para justificar una represión selectiva contra los agraristas. La tía Rosita guarda en su memoria que lo mataron, el 31 de marzo de 1934, como a las siete de la noche en su farmacia El perpetuo socorro, que estaba ubicada en la calle principal donde ahora está el sitio de taxis Álvarez y donde ahora funciona una tienda de abarrotes. Estaba platicando con don Eduardo y Blum que se hospedaban con él. Eduardo estaba sentado arriba del mostrador. Llegaron unos individuos y dispararon contra ellos, mataron a Obdulio y a Eduardo y quedó herido de una mano Blum. A los pocos días el gobierno fusiló a su primo y principal contrincante político David Flores Reynada.
Al hablar de la tragedia de Obdulio Ludwig y de David Flores, la tía Rosita dice que eso fue política de aquellos tiempos, ellos no se podían ver a pesar que eran primos hermanos. “La política se manejaba al grado de que eran enemigos a muerte. La misma tarde que mataron a Obdulio tomaron prisionero a David y a los pocos días amaneció muerto. A David lo mandó a fusilar el presidente municipal Antonio Rosas Abarca. Está confuso, no entiendo como estuvo, los dos murieron con pocos días de diferencia”, dice.
Francisco Galeana Nogueda en su obra Conflicto sentimental. Memorias de un bachiller en humanidades recuerda que “Obdulio Ludwig fue asesinado un sábado de gloria, en su propia casa, muriendo a la vez el agente de la Compañía de Seguros La Nacional, don Eduardo Waigerber, de origen alemán y herido no de gravedad otro alemán de apellido Blum”.

Jaime Hinton

Por esos días, dice Galeana Nogueda, llegó un matrimonio de extranjeros; el señor Hinton y la señora Erika de Hinton, y Jaime un joven hijo del primero, ellos eran de origen inglés ella de Suiza. Venían de un lugar llamado Aguililla del estado de Michoacán, y dice Galeana Nogueda que se establecieron por un tiempo bastante largo en Atoyac. El señor era ingeniero y ella ejercía la medicina, profesión que adquirió en país natal.
“No sé exactamente que misión era la que traían, pues se remontaban a la sierra casi por seis meses, regresando al pueblo con un cargamento del flores y variedad de hojas raras, de todas las especies, y permanecían algunos meses en Atoyac, los que aprovechaban para atender su correspondencia y enviar el producto serrano a Ottawa, Canadá”. Jaime Hinton no solamente se dedicaba a la botánica, sino que escribía artículos literarios en la revista Life que se editaba en Canadá.
Filiberto Méndez García en su libro Dos pueblos, una vida recuerda que su tía Micaela estaba casada con un árabe que tenía su negocio de telas en una casa que rentaba al señor Esteban Parra y que a su tío le decían Chato el árabe.
En los años cincuenta los extranjeros que vivían en Atoyac se reunían en la farmacia Germana, propiedad de Manuel Radilla Mauleón y Sofía Ludwig Reynada donde improvisaban sus tertulias. La vivienda de los Radilla Ludwig era muy concurrida, porque era farmacia, restaurante y funeraria, ahí llegaron los primeros camiones de la Flecha Roja y la Estrella de Oro allá por 1953.
El árabe Gabriel Salum tenía una bonetería, de él descienden los dueños de la tienda café Wadi de Acapulco. Marcos Senado era sirio. Ferreiro quien tuvo su consultorio frente al Buen Precio era un español que siempre andaba de pantalón negro y camisa caqui. Francisco Baumgartner y Luis Bremen, eran alemanes y se dedicaban a la agricultura.
También vivían en ese tiempo los árabes Gabriel y Regina Zahar, a quienes don Simón Hipólito considera como los primeros comerciantes en la rama del café, seguidos por los chinos Lorenzo Lugo y su esposa.  Este matrimonio de árabes vendía chaquetas de mezclilla además de comprar café. 
Doña Regina llegó primero con sus papás y pusieron un negocio. Los Zahar vivían en la casa donde vivió Eduardo Parra. Como en ese tiempo no había bancos tenían todo el dinero en bolsas de lona. Una ocasión se les metió un ladrón del que se decía tenía pacto con el diablo. Ese mismo una ocasión se robó El Santísimo cuando estaba encargado de la parroquia el padre Isidoro Ramírez lo encontraron en el río todo aplastado, solamente se llevó las piedras preciosas que tenía incrustadas. Ese se metía a las casas y no lo sentían. Por eso muchas familias colocaban recipientes con agua debajo de las camas para que absorbiera el somnífero que echaba el ladrón.
El chino Lorenzo Lugo que tenía su compra de café en la esquina de la plaza a donde ahora están las oficinas del Ayuntamiento y don Gabriel donde los Parra. En ese tiempo se pilaba el café a puro pilón y lo despulpaban manualmente, a un tronco le hacían un hoyo en medio y le metían un palo con canales y le daban vueltas para que se despulpara el café.
Se comenta que fue un alemán el Francisco Baumgartner quien enseñó a los jóvenes nativos Guadalupe Galeana y Raúl Galeana Estévez el negocio del café, mismos que después se convirtieron en prósperos comerciantes.
El español Lorenzo González Díaz instaló la primera sinfonola en San Vicente de Benítez. También puso el primer molino, la primera planta de luz y una despulpadora de café en esa comunidad. Al motor de la máquina le decían chireta porque estaba muy largo y fue trasladado  a la sierra en 1948 a lomo de burro. Esta acción la replicó en San Vicente de Jesús y en San Francisco del Tibor en 1952 y 1954.
Las primeras máquinas piladoras de café que hubo en Atoyac las construyó Lorenzo González para José Navarrete y Raúl Galeana Estévez.
Lorenzo González llegó a nuestra tierra cuando el presidente Lázaro Cárdenas le abrió las puertas a los exiliados españoles. Nació en Madrid el 23 de septiembre de 1908, era hijo de José González de la Torre y Bueno y de Consuelo Díaz. Cuando llegó ya había aquí otros españoles como Antonio Palós Palma, José Ferreiro y Francisco Castaño.
Don Lorenzo mucho iba al lugar conocido como el Danubio Español donde se reunían los españoles exiliados en México. Se casó con Rosa Elia Rivero Reyes de Ometepec y tuvieron cinco hijos: José Daniel, Michey; Julio Lorenzo, María de los Ángeles, Luis y Consuelo. A este hispano, que dejó mucha descendencia en Atoyac, se le recuerda como buena persona. Cuando el jornal se pagaba a 75 centavos él lo pagaba a un peso en la sierra y en la cabecera a un peso con 50 centavos.
De pronto la sociedad local se cimbró cuando se supo de la muerte accidental del pequeño Faraón Palós. El niño se dejó ir una descarga de una pistola calibre 22 Trejo de ráfaga. Se metió todo el cargador en la sien que le desbarató la cara. Fue el  23 de enero de 1966, de acuerdo a un certificado emitido ese día por el doctor Silvestre Hernández Fierro. “Se quitó la vida Marco Antonio Faraon Palós Cabañas de 9 años de edad. Presentaba un orificio producido por arma de fuego, como de un centímetro de diámetro localizado en la región presuricular, en el temporal derecho, siendo orificio de entrada, provocando un exoftalmos de ese mismo lado, penetrando el cerebro, destruyendo masa encefálica y teniendo su orificio de salida en la región de la nuca, en el occipital a la izquierda de la línea media, produciendo hernia de masa encéfalica. La causa de la muerte fue la lesión descrita a lesiones descritas, que son mortales por naturaleza. La distancia entre el arma y el orificio es aproximadamente de unos diez centímetros, habiéndose disparado el arma, por lo que se concluye que fue un suicidio accidental”.
Así se fortaleció la leyenda de este médico español, del que se dice embalsamó a su hijo y lo mantuvo en su casa, hasta que con sus propias manos terminó de construir el mausoleo en el panteón municipal. Se comenta que Palós al marcharse de aquí en 1974 se llevó consigo el cadáver de su hijo que todavía se encontraba incorrupto.
  


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