Víctor
Cardona Galindo
El
pequeño pueblo donde nací, se llama Los Valles, está enclavado en la parte media
de la sierra de Atoyac. Ahí la gente tenía diversas formas de anticiparse a las
calamidades que se avecinaban, se guiaban por las señales de la naturaleza.
Cuando el cielo amanecía aborregado,
con pequeñas nubes simulando borregos, era seguro un temblor de tierra, como
sucedió el 4 de julio de 1971, cuando una gran sacudida derribó varias casas en
los pueblos de la región.
El Zócalo de
Atoyac en 1907 tenía un jardín sembrado
de almendros y rosales, contaba con un
modesto
kiosco con techo de lámina.
Foto:
Archivo histórico municipal.
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Había
muchas cotorras, que ahora están en peligro de extinción. Mi abuela Victorina,
distinguía el sonido de las cotorras cuando, por la noche, se cambiaban de un
árbol a otro, eso era un mensaje que habría un temblor en la madrugada y
despertaba a sus hijos para que estuvieran alertas.
Cuando
las calandrias hacían sus nidos en las ramas más bajas de los árboles era anuncio
que ese año azotarían huracanes. Cuando por la mañana se advertía un marrano
cargando ramas sobre su cuerpo, ese día habría una tempestad. Esta premonición
se reforzaba cuando todo el ganado vacuno salía solo de las huertas para ocupar
las calles del pueblo, era segura la borrasca con vientos fuertes y tormentas
eléctricas, así ocurrió el 26 de diciembre de 1971, cuando una fuerte lluvia
fuera de tiempo cayó sobre el pueblo llevándose las cosechas de café de los
asoleaderos.
Había
una señal inequívoca cuando se avecinaba una peste para el ganado. Era la
aparición del zopilote rey. De pronto sobre el pueblo sobrevolaba una parvada de
zopilotes y en medio de ellos iba un zopilote totalmente blanco, que avanzaba
volando lento en una sola dirección y todos los demás volaban en su derredor.
Ese era el zopilote rey, nos anunciaba que comenzaría a morirse el ganado. Les
caía el mal derriengue (rabia), por eso se morían y los esqueletos de la vacas
adornaban los caminos.
Ahora
la gente está indefensa ante los fenómenos naturales y epidemias, pues van
muriendo los viejos que leían la naturaleza. Si no encienden el televisor y el
gobierno descuida avisar, el desastre que venga agarra a la gente sin confesar.
Ya vimos que las calamidades no se han terminado, ahí está la lección que nos dejaron
los fenómenos naturales Íngrid y Manuel, las epidemias de influenza
porcina, zika y chikungunya.
En el
pasado Atoyac sufrió muchas epidemias. En 1833 hubo una pandemia internacional
de cólera morbus que llegó hasta este
terruño querido. De 1901 a 1905 esta ciudad fue atacada por la viruela causando
numerosas muertes. Otro ataque de la viruela se vino allá por 1918. La gente
decía que la causa de esta enfermedad era la mortandad que dejó la Revolución
Mexicana, porque en varias partes de la región apilaban cadáveres, los rociaban
con petróleo y les prendían fuego para quemarlos. Se decía que la manteca que salía
de los cuerpos iba directo a los arroyos y por eso vinieron las enfermedades.
La
viruela negra atacó muchas veces al municipio de Atoyac, hay testimonios de su
presencia en 1944. Le llamaban la viruela de peste o viruela de clavo negro,
porque cada grano tenía un punto negro que luego reventaba en pus. Acostaban a
los enfermos en hojas de plátano, porque la ropa y las sabanas se les pegaban
al cuerpo y al querer despegar la tela arrancaban pedazos carne.
El último
ataque que se recuerda fue en 1964, cuando mucha gente padeció de viruela, de
recuerdo quedó aquel verso: “Le dio la
viruela /le dio el sarampión /le quedó la cara /como chicharrón….” Cacarecos dirían
otros, al burlarse de los que por motivo de la viruela o el sarampión les quedó
el cutis con cráteres lunares.
El
sarampión también fue una epidemia recurrente, provocó muchas muertes sobre
todo en los niños, el tratamiento era bañar al enfermo con agua de borraja para
que sanara. Cuando alguien moría se decía que le dio sarampión cenizo, porque había, según los mayores,
dos tipos de sarampión, el rojo y el cenizo,
del rojo se aliviaban del cenizo no.
Muchos
niños murieron por las epidemias de tos ferina o tos ahogadora. La gente vestía
al enfermo con camisa roja para que se aliviara y cuando no obtenían resultado
entonces recurrían a la medicina, aunque allá por el 1976 cuando se recuerda el
mayor ataque de esta enfermedad, había pocos médicos en Atoyac. Pero además el
remedio era simple, medio vaso de leche de burra negra y los chamacos se
aliviaban, considero que se morían los niños cuyos padres no querían acudir a
estos remedios. Con leche de burra negra se alivió mi hermano Javier de esa
tos.
El
bronquitis era común, era una epidemia, cobró la vida de muchos niños hasta
1975, el remedio era también muy simple, sin acudir al médico, mi mamá nos curó
con una infusión hecha con un pedacito de concha de armadillo, cuatro temalcuanes y tres pedacitos de cáscara
de cirian.
En
esos años hubo también brotes de pelagra, que se decía trasmitía el marrano,
ahora sabemos que es por falta de niacina
en los alimentos. La pelagra era terrible, cobró la vida de algunos niños,
decían que por dejarlos jugar donde dormían los cuches.
Para
nosotros los atoyaquenses las epidemias habían quedado atrás, más de pronto nos
amanecimos con la noticia que un nuevo contagio se cernía sobre el mundo, “la
influenza porcina” provocada por el virus A (H1N1) misma que se dijo: venía de
una combinación genética de virus de gripe humana, porcina y aviaria, cepa que
aparentemente se originó en Canadá pero que le pegó a nuestro país entre marzo
y mayo de 2009.
Primeramente
se publicó en los medios la presencia de una onda cálida en todo el país con
temperaturas hasta de 45 grados centígrados. Luego se habló de las primeras 20
muertes por influenza estacional, a partir del 18 de marzo, que se detectó el
aumento inusual de la enfermedad. Nada más en el DF para ese entonces había 13
defunciones. Se hablaba de vacunar 500 mil trabajadores de salud y los medios
ya se referían a un virus mutante y del temor a una pandemia. En Estados Unidos
ninguno de los infectados por ese raro tipo de influenza había tenido contacto
con cerdos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) analizaba ya emitir una
alerta global.
En la
Ciudad de México se suspendieron todas las actividades públicas, se cerraron
las escuelas, restaurantes, teatros y centros nocturnos y se cancelaron las
misas. No se permitieron eventos masivos en la catedral ni en la Basílica de
Guadalupe. Lo medios masivos de comunicación propiciaron el pánico.
Se comenzó a recomendar: “cubre tu
nariz y boca con un pañuelo desechable o utiliza el antebrazo al toser o
estornudar; lavar las manos después de toser o estornudar; procurar no asistir
a lugares concurridos, evitar saludar de mano o beso al estar enfermo, además
de no compartir vasos, platos o cubiertos con personas enfermas”. La enfermedad
se caracterizaba porque el paciente presenta fiebre súbita de 39 o 40 grados,
dolor de garganta, tos sin expectoración y podía ocasionar malestar extremo
durante varios días.
El
lunes 27 de abril parecía un día tranquilo a no ser que por la mañana
comenzaron a verse personas con cubrebocas y comenzó la psicosis, la gente decía
que ya había dos casos en el hospital general, lo que resultó falso, pero en
eso estábamos cuando faltando unos minutos para las 12, se registró un sismo de
5.7 grados con movimientos trepidatorios y oscilatorios, lo que aumentó el
pánico y los rezos en la región “es que diosito ya no nos quiere por pecadores”,
decía una señora donde paso a desayunar.
Ya
para el martes 28 se habían suspendido las clases, en todas las escuelas, se
dispararon los precios de los cubrebocas de 50 centavos, llegaron a costar 10
pesos; los sastres comenzaron fabricar cubrebocas de telas por pedidos. También
escasearon los productos farmacéuticos con vitamina C. Siendo el miércoles 29
de abril se agravó la psicosis, porque llegaron masivamente los estudiantes y
atoyanquenses que radican en el Distrito Federal, Estado de México y Morelos. Personal
de la Secretaría de Salud repartió cubrebocas en la terminal.
Se
demostró que nuestro país no estaba capacitado para enfrentar la epidemia, pues
la Secretaría de Salud enviaba sus muestras hasta Atlanta. “La muestras que se
presumen son positivas en la entidad, son enviadas primero a la Ciudad de
México, para luego pasar a los laboratorios de Atlanta, en los Estados Unidos,
o bien a Canadá o Japón donde se tiene la infraestructura para llegar al
diagnóstico final de la fiebre porcina”, decía un funcionario de salud.
El 29
de abril se publicó la noticia que la OMS reconocía 79 casos en el mundo y
pedía a los países en desarrollo prepararse para una pandemia. Porque “la gripe
española de 1918, que dejó millones de muertos, comenzó igualmente de manera
suave”, para esas fechas en México se confirmaron 26 casos y un grupo de
expertos de Estados Unidos y la Gran Bretaña trabajaban en el antídoto.
El
jueves 30 el Ayuntamiento de Atoyac, suspendió labores por la contingencia,
mandó a cerrar los centros nocturnos, restaurantes y todos los negocios de
comida, sólo estaba autorizada comida para llevar. Se suspendieron por primera
vez, desde que tengo uso de razón, los festejos del Día del Niño y Día de las
Madres. El Ayuntamiento anunció que no festejaría a los pequeñines el sábado 2
de mayo como tenía previsto.
Ese
mismo jueves por la mañana, una avioneta blanca con franjas verdes, realizó
vuelos rasantes por toda la ciudad y soltaba un líquido blanco, lo que fomentó
la psicosis colectiva. Decía una vecina, ya nos cerraron los negocios, nos
quieren tener encerrados en nuestras casas, y ahora nos están fumigando ¿Para qué?
Más tarde, Marcos Villegas, El Campanita,
confirmaría que la avioneta aterrizó en El Ticuí y que estaba fumigando las
plantaciones de mango, para combatir la mosca de la fruta. Y si fumigaba en la
ciudad es porque dentro de la mancha urbana hay muchos árboles de mango y que
el “mosquicida” era inofensivo para la gente.
Para
el colmo de los males el día primero de mayo, amanecimos todos temerosos,
porque estaban llegando muchos chilangos con toda y su familia. Algunos
paisanos pensaron refugiarse en la sierra, huyendo de los chilangos, “allá el
aire está limpísimo”. Luego vuelve a
temblar por la tarde, 4.7 grados con epicentro en Acapulco. “Si de por si
andamos temblorosos del cuerpo y ahora nos tiembla la tierra”, comentaban
algunos vecinos.
En el
mercado Perseverancia la venta da carne de puerco disminuyó un 90 por ciento,
causando grandes pérdidas para los comerciantes. La iglesia Santa María de la
Asunción no suspendió sus celebraciones como sí ocurrió en la Ciudad de México.
No se supo en qué momento se le comenzó a llamar a la enfermedad “influenza
humana”. Porque ya no se vendía la carne de puerco, tanto que el presidente Felipe
Calderón tuvo que invitar en el jardín de Los Pinos, a los funcionarios y a la
prensa, unas carnitas al estilo Michoacán para demostrar que no era malo
consumir carne de cerdo.
Finalmente
de 59 casos de influenza humana probados en Guerrero ninguno fue de Atoyac,
únicamente se presentaron cuatro casos de influenza estacional. Cuando había 33
países afectados por el virus, inexplicablemente, en México se anunció que la
enfermedad estaba controlada. Y el 14 de mayo regresaron a clases los
estudiantes de nivel medio superior y superior. El 18 volvieron a clases los
niños, al entrar a la escuela les desinfectaban las manos con gel antibacterial
y los que llevaban moco fueron regresados a sus casas.
La
gripe A (H1N1) sigue en el mundo, en enero de este año le pegó a Rusia y el
virus ha mutado desde que se descubrió en el 2009. “Porque el virus de la influenza tiene
mutaciones continuas y no es posible erradicarlo, por lo que deberá convivirse
con él y formular los antivirales y vacunas que puedan prevenir una pandemia”,
señaló en mayo de 2009 el doctor Jaime Bustos Martínez, profesor-investigador
de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
El experto en Virología y Biología
Molecular comentó aquella ocasión que sólo fue posible erradicar la viruela en
el mundo con la vacunación de la población internacional y en lo que respecta
al virus de la influenza A/H1N1, sería necesario vacunar no sólo a los seres
humanos, sino a mamíferos y aves, lo que es una “empresa imposible”.
Como
se ve las epidemias seguirán azotando a la humanidad, por eso los atoyaquenses
deberíamos volver a nuestras raíces ancestrales, rescatar los conocimientos de
la herbolaria local y aprender a leer las manifestaciones de la naturaleza.
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