domingo, 18 de septiembre de 2016

Guerrilleros XXIV


Víctor Cardona Galindo
El Quemado fue fundado por excombatientes vidalistas que formaron parte de la Colonia Agrícola Juan R. Escudero. Antes vivieron en La Tamalera, comunidad que estaba en los terrenos de la hacienda de Los Cortés, pero el 11 de abril de 1934 los federales y “voluntarios” al servicio de los terratenientes de Atoyac arrasaron y quemaron La Tamalera, para después colgar a los líderes. La población se dispersó, algunos se asentaron en Cacalutla, pero la mayoría subió más arriba de las montañas donde, entre milpas, piedras y palmeras de cayaco, construyeron toritos con techos de palapa y fundaron una nueva cuadrilla que se llamó Villa Guerrero.
Calle principal de la desparecida colonia Agrícola 
Juan R. Escudero, 20 de julio de 1930. Foto tomada 
por el ingeniero Armando González Guerra. Archivo 
General Agrario.

Pero sus enemigos nos los dejaban en paz, Villa Guerrero fue atacada en tres ocasiones por un grupo de civiles al servicio de los terratenientes que se oponían al reparto agrario. Los “voluntarios”, que era un grupo de guardias blancas al servicio de los hacendados, encabezados por Dionisio Fierro de El Cucuyachi, las tres veces redujeron a cenizas al endeble caserío, por eso el pueblo fue rebautizado como El Quemado y reconstruido con casas de adobe, cuyos muros servían de parapeto para resistir los embates de sus enemigos. Pero luego los habitantes del El Quemado se organizaron, y al mando de Toribio Gómez Pino, formaron parte de las reservas rurales y atacaron el 7 de enero de 1938 a la familia Cortés en Cacalutla arrasando con la hacienda. “A las 6 de la mañana /Cacalutla fue sitiado /a los Cortés y Ventura /los primeros que agarraron… Ellos se hallaban sitiados /y lo estaban matando /las casas de los corteces /se las estaban quemando”, quedó el recuerdo en los versos del corrido.
E 1939 después de muchos enfrentamientos, persecuciones y sacrificios recibieron las tierras del ejido. Por eso dicen que los guachos los atacaron con saña aquella vez: “porque los viejos fundadores de El Quemado eran hombres de ‘güevos’, hombres que no se doblan a la primera”. Un viejo agrarista de Los Valles le dijo un día a un coronel: “Somos más civiles que soldados, si ustedes y nosotros nos medimos en el llano, no nos aguantan ni un día”, quizá por eso los militares querían “quebrar” pueblos completos, porque conocían su historia.
Muchos de los detenidos aquél fatídico septiembre de 1972, en El Quemado, eran viejos campesinos, que en su juventud agarraron las armas para exigir la tierra. Eran herederos de la tradición de Francisco Pino, El Tejón de la Cinta Baya; eran hombres que después de guardar su fusil tomaron el machete para tumbar los tlacololes para hacer milpa y callejonear la selva para sembrar café. Eran hombres apegados a la tierra que ganaron con sudor y sangre. Antonio Onofre Barrientos detenido en esa redada combatió al lado de Silvestre Castro, El Cirgüelo; y a lado de Amadeo Vidales Mederos defendiendo el Plan del Veladero.
Claudia Rangel Lozano en el libro: México en los setenta. ¿Guerra sucia o terrorismo de Estado? Hacia una política de la memoria, también escribe de la amarga experiencia que vivieron los habitantes de El Quemado, ella habla que se llevaron 95 hombres y que primeramente los encerraron en una casa grande de tejas abandonada, hacía tiempo, por la familia Mercado.
Una de las mujeres que presenció la detención de los hombres, explicó a Claudia Rangel, cómo, además de no contar con órdenes de aprehensión, se robaban los documentos con la finalidad de desaparecer su identidad y que no pudieran reclamar después su paradero; esto significa –dice Claudia- que tenían bien planificado el proceso. “El Ejército se llevó todos los documentos de los hombres para que no se pudiera reclamar. Los militares entraban en las casas, hacían cateos, sacaban las fotos, se llevaban los documentos”. 
Para el 13 de septiembre, 19 lugareños de El Quemado, ya estaban consignados ante el Ministerio Público Federal por haber atacado al Ejército: “Las 17 personas consignadas auténticas piltrafas humanas que aún presentan en sus carnes abiertas las huellas de la tortura a que han sido sometidas, declararon asesoradas por su defensor de oficio (...) que ellos no tienen ninguna conexión con Lucio Cabañas y no haber participado en ninguna forma en la masacre”, decía la nota que el Novedades de Acapulco cabeceó como: “Deprimentes diligencias con los guerrilleros”, aquel el 13 de septiembre de 1972, que Eneida Martínez desempolvó de la hemeroteca.
Los detenidos fueron sometidos a terribles vejaciones. El 18 de septiembre debido a los golpes murió Ignacio Sánchez un campesino de aproximadamente 70 años de edad, “Por causa que se desconocen, ayer en la mañana murió dentro de la cárcel municipal el detenido Ignacio Sánchez Gutiérrez”, publicaba el Novedades de Acapulco. Sin embargo, su deceso no tuvo mucha trascendencia en los demás medios de comunicación.
Al día siguiente de la muerte de Ignacio Sánchez Gutiérrez, se reflejó en los medios la aprehensión a otros siete campesinos: “Nicolás Valdez Palacios, Tito Flores Morales, Pedro Arizmendi Moreno, Fausto Sandoval Valdez, Fortunato Benítez Reyes, Pedro Baltasar Pino y Bruno Reyes Nava” la nota de Gaudencio Valente Campos, en el Avance de Guerrero aquel 20 de septiembre de 1972 se titulaba: “Cabañas obligó a campesinos a disparar”.
Los días subsiguientes se reflejaron en los medios un rosario de detenciones arbitrarias contra más campesinos que nada tenían que ver con la emboscada. El 21 de septiembre quedaron detenidos en la cárcel de Acapulco las siguientes personas; “Salustino Valdez Palacios, José Ramos Pano, Telésforo Valdez Palacios, Celso Pino Hernández, Juan Rodríguez Díaz, Leonardo García Téllez, Victoriano Flores de la Cruz, Agustín Ríos Ocampo, Benito Manríquez Jiménez e Hipólito Morales Piza”
De acuerdo a la investigación de Eneida Martínez en su tesis: Los alzados del monte. Historia de la guerrilla de Lucio Cabañas, otros dos fueron a parar a la cárcel el 23 de septiembre, “Juan Onofre Gómez, Cirilo Gatica Ramírez, quienes se encuentran confesos de haber participado en la emboscada...” Dos días después atrapan a “Guillermo Sotelo Rabiela, Domingo Linares López, Reynaldo Adame Bernal, Eusebio Bello Hernández, Lino Quintero Cruz, Sixto González Hernández, Higinio Castañón Adame, Bernardo Reyes Félix y Pablo Loza Patiño”.
Un día antes de cerrar el mes de septiembre, se le decreta auto formal prisión al campesino Francisco Ulloa Alcocer, se le acusó “por delitos de robo de armas, incendio al convoy militar, asociación delictuosa y homicidio”, sin embargo, negó todos las acusaciones “al tiempo que mostraba las huellas de tormentos de que fue víctima”.
El 23 de octubre, un mes después de los hechos –dice Eneida Martínez- detuvieron a “Martín Gatica Nava, Odilón Vargas García, Filiberto Radilla Zequeida y Jerónimo Casarrubias Sánchez, este último de 60 años de edad”. A pesar de tener ya una cantidad considerable de pobladores detenidos, la persecución seguía “Elementos del Ejército siguen deteniendo y torturando a campesinos del poblado de El Quemado, municipio de Atoyac”, decía el periódico Revolución de Guerrero.
Después que llegaron los más de 90 campesinos de El Quemado a la cárcel de Acapulco, que se sumaron a los que ya estaban de San Francisco del Tibor, La Remonta y San Vicente de Benítez acusados de la primera emboscada; encabezados por los presos del Partido de los Pobres que habían caído por el secuestro de Farril Novelo, organizaron la primera huelga de hambre para exigir la libertad de los presos políticos.
De la experiencia vivida, Evaristo Castañón ha dicho a la prensa: “No nos culpen si a veces no queremos decir cosas pero estamos aterrorizados todavía. No es fácil revivir esas crueles experiencias, sobrevivir y después andar tranquilos”. El campesino estuvo preso cinco años en la cárcel de Acapulco, sentenciado a 30 años de prisión acusado de haber emboscado al Ejército. Salió libre por la Ley de Amnistía que implementó el gobernador Rubén Figueroa Figueroa, “Después de tanto tiempo de estar encarcelados nos soltaron a morir, pero muchos ya no encontramos a nuestros padres, a nuestros hermanos, llegamos a nuestras humildes casas a empezar de nuevo”.
En aquellos tiempos la autoridad municipal también comenzaba a resentir y enfrentar problemas con los militares. El 14 de septiembre de 1972, el comandante de la Policía Urbana Municipal José María Patiño Aparicio informaba mediante un oficio a sus superiores: “Siendo 12: 15 de la noche se registró un escándalo en el interior del cabaret El Cha cha cha ocasionado por soldados federales que exigían más horas extras de las acostumbradas, debido a que el dueño del establecimiento les seguía dando servicio, cuando la policía los andaba sacando del establecimiento llegó un subteniente profiriendo insultos en contra de la policía, y cuando el segundo comandante le habló para que guardara compostura los soldados, se le echaron encima lográndose zafar en el forcejeo, perdiendo un cargador de 38 súper con cartuchos. Un soldado andaba ebrio y uniformado, también el oficial andaba uniformado y no hizo nada por su parte por controlar los soldados”.
Y las obras llegaron. A las 6 de la mañana del 26 de septiembre arribaron a los pueblos de la sierra, el gerente general de Recursos Hidráulicos en el estado de Guerrero, ingeniero Fernando Galicia Islas; venía acompañado por los ingenieros: Uriel Cano Vicario, director de Pequeñas Obras de la Dirección de Agua Potable y Alcantarillado; Teodoro Villegas, residente general de Agua Potable y Alcantarillado en el Estado. Los recibió el presidente municipal Silvestre Hernandez Fierro y el Administrador del Sistema Federal de Agua Potable de Atoyac Wilfrido Fierro Armenta.
El objetivo del recorrido por las comunidades fue: dotar de agua potable a los poblados de la sierra cafetalera que carecían de ese servicio. La comisión de referencia regresó por la tarde después de recorrer El Rincón de las Parotas, San Andrés de la Cruz, San­tiago de la Unión, Río de Santiago, San Vicente de Benítez y San Vicen­te de Jesús, no llegaron hasta El Paraíso porque se les descompuso la camioneta en que se transportaban.
El 28 septiembre llegó a la ciudad el gobernador del estado Israel Nogueda Otero para informar sobre el Plan de Desa­rrollo Integral que se implementaría en todo el estado, pero principalmente en el municipio de Atoyac, por disposición del presidente de la República Luis Echeverría Álvarez que consistía en la electrificación de las comunidades rurales, a las que por primera vez también llegaría el agua potable, sistemas de riego, créditos a los campesinos, escuelas y solución a sus problemas agrarios.
La reunión se efectuó en el cine Álvarez en donde cada uno de los directores, de las diferentes depen­dencias tanto estatales como federales, dieron a conocer a petición del gobernador el plan de trabajo que el presidente de la república viene desarrollando en todo el estado y preferentemente en la Costa Grande. La reunión de referencia empezó a las 11 de la mañana y terminó a las 6 horas, a la que asistieron representantes de los pueblos del municipio.
En la revista Por qué? del 26 de octubre de 1972, salió a la luz un comunicado en el cual Lucio Cabañas hizo una denuncia contra el gobierno de Luis Echeverría por las arbitrariedades que venía cometiendo en los pueblos de la sierra de Guerrero, también deslindó a los campesinos que estaban siendo detenidos y torturados de haber participado en ambas emboscadas.
“Se torturan, golpean, capan, queman, ahogan y matan a hombres, mujeres, niños y ancianos de los barrios de: Cacalutla, el Quemado, San Andrés, El Cucuyache, Santiago de la Unión, San Francisco, Cierro Prieto, San Juan, El Camarón, Tres Pasos, Los Valles de Jesús, Mezcaltepec, Cayaco, El Rincón, Pie de la Cuesta, Zacualpan, La Vainilla, Las Trincheras, San Martín, La Remonta, El Paraíso, Santo Domingo, Tecpan, El Salto, El Arrayán, La Florida, El Porvenir, Río Santiago, El Refugio, El Posquelite y muchos más (...) A nadie le han encontrado armas, nadie ha robado ni matado, con las torturas les han hecho decir que participaron en las emboscadas contra el ejército, lo cual es mentira y demuestra que el gobierno no quiere reconocer sus derrotas y trata de engañar al pueblo haciendo creer que ha apresado a quienes combatimos por la nueva revolución”.
Y la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) hacía sus enroques, preparando sus posteriores jugadas, el cronista Wilfrido Fierro registra que el 2 de noviembre fue retirado de la ciudad el 50º Batallón de Infantería, que estaba al mando del coronel Macario Castro Villarreal y  fue sustituido por el 27º Batallón de Infantería a cargo del coronel Maximino Gómez Jiménez.


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