viernes, 25 de marzo de 2016

Fray Juan Bautista Moya y Valenzuela


(Primera parte)
Víctor Cardona Galindo
A la llegada de los españoles, una expedición encabezada por Juan Álvarez Chico exploró la Costa Grande, en el invierno de 1521-1522, el primer jefe blanco que recorrió nuestra región moriría en Colima enfrentando a los nativos. Después que se asentaron, los hispanos formaron la provincia de Zacatula e integraron, para la explotación del territorio, las llamadas encomiendas, que fueron un premio de la Corona española a los oficiales que participaron en la conquista. Las famosas encomiendas consistían en una extensión de tierra y la explotación de los indígenas que vivieran en ella.
La encomienda de Juan Rodríguez de Villafuerte tenía su cabecera en el poblado cuitlateca de Mexcaltepec; misma que en la década 1550 pasó a manos de su hija, Aldonza, quien se casó con Rodrigo García de Albornoz.
Juan Rodríguez de Villafuerte fue capitán de uno de los bergantines que vinieron con Hernán Cortés. Después de la caída del Imperio Azteca, colocó en el Templo Mayor, la primera imagen de la Virgen de los Remedios en lugar de un monolito a Huitzilopochtli. En 1522 capitaneó la incursión al territorio del actual estado de Colima, pero fue derrotado por el ejército del tlatoani Colímotl en Tecomán. A raíz de ese descalabro fue sustituido del mando y después de la caída del imperio colimense recorrió la provincia de Cihuatlán, donde se le encomendaron las tierras y de aquí se fue a fundar el pueblo de Villafuerte, hoy puerto de Acapulco, después atacar a los yopes que no pudo someter. Según los datos encontrados fue Juan Rodríguez de Villafuerte quien descubrió el puerto de Acapulco al que llamó bahía de Santa Lucía.
Así era la vieja iglesia de Atoyac, fue derribada para 
construir la existe ahora, solo sobrevive la torre, los
 restos del viejo panteón que la rodeaba fueron utilizados 
para construir sus cimientos, únicamente quedó intacta
 la tumba de insurgente Luis Pinzón misma que todavía
 se encuentra a un costado de la torre. 
Foto Archivo histórico municipal de Atoyac

La llamada encomienda obligaba a los indígenas a dar tributo en especie y a otorgar servicios personales. Incluían los derechos de explotación de los recursos de la tierra, además de los tributos que los indios daban al encomendero, quien tenía derecho de rentar las tierras y disponer del trabajo de los naturales.
Muchos encomenderos trataron con rigor excesivo a los nativos, lo que fue mermando la población, por eso es que algunos grupos étnicos sólo quedan de recuerdo en los libros de historia. La población indígena fue diezmada tanto por la brutalidad de la conquista como por las enfermedades traídas por los europeos y nunca vistas en el Nuevo Mundo. Hubo grandes epidemias entre 1545-1546 y 1576-1579.
En el territorio que sería el estado de Guerrero se formaron 76 encomiendas y en lo que ahora conforma el municipio de Atoyac hubo esa con cabecera en Mexcaltepec y se habla que en el pueblo tepuzteco de Chiantepec hubo otra, cuya cabecera sería lo que ahora es la comunidad de Cerro Prieto.
De acuerdo con la disposición que la Corona emitió en 1569, las encomiendas sólo deberían existir mientras viviera el beneficiario, sin que pudieran heredarse (como ya se venía haciendo) al fallecer el encomendero. A partir de esa orden real, cuando el encomendero pasaba a mejor vida las tierras pasaban a ser propiedad de la Corona de España.  A finales del siglo XVI, se decretó la desaparición de las encomiendas, sustituyéndola por repartimiento de indios.
Después la Corona reorganizó la asignación de la fuerza de trabajo y la encomienda fue sustituida por el repartimiento forzoso de trabajadores, mediante el cual cada poblado debía entregar cierta cantidad de brazos a la semana. En 1632, se suprimió este reparto. El trabajador forzado fue sustituido por una mano de obra libremente contratada. En esos años, en distintas regiones del país iniciaron su expansión la hacienda y el rancho.
También los españoles para controlar a los nativos formaron una unidad de gobierno que se llamó República de Indios. En el territorio que ahora es Atoyac se conformó una República de Indios cuya cabecera era Mexcaltepec. Al parecer Cacalutla también era cabecera de otra. Estas entidades eran encabezadas por un gobernador indio y su cabildo con representantes por cada uno de los pueblos sujetos. De esta manera los antiguos señores mantuvieron sus títulos nobiliarios y ayudaron a los españoles a gobernar las regiones.
“El historiador Rafael Rubí –dice Miguel Ángel Gutiérrez- prefiere llamar para el caso de Guerrero, ‘Dominio Español’ en lugar de época colonial, aduciendo que los españoles no tuvieron capacidad de ‘colonizar’ el territorio del actual estado de Guerrero a causa de los escasos hombres europeos que se instalaron en el territorio de la Nueva España, por lo que debieron fundar Repúblicas de Indios y dejar en manos de un cacique indígena, miembro de la antigua nobleza, su pueblo cabecera para que gobernara y administrara el tributo que debía entregárseles a los conquistadores”.
Los españoles, también trajeron misioneros que vinieron a evangelizar a los indios. Tres órdenes religiosas fueron las encargadas de cristianizar lo que ahora es nuestro país; los dominicos, los franciscanos y los agustinos, bajo la responsabilidad de estos últimos estuvo la misión de Guerrero, quienes tuvieron que aprender las lenguas de las etnias que deseaban convertir, fray Juan Bautista Moya y fray Francisco de Villafuerte debieron hablar muy bien el cuitlateco.
“El año de 1524, salieron de España y llegaron a las Indias doce frailes de la observancia de nuestro P.S. Francisco, tan pobres, tan caritativos y tan grandes ministros del Evangelio, que así como eran en el oficio, así también pudieran gozar del título, y deben gozar del premio de los Apóstoles… De allí en adelante prosiguieron con tanta continuación, que no hubo año en que viniesen otros, todos de muchas letras, y de grande espíritu y devoción, con que se continuaba y crecía la obra”, dejó escrito Juan de Grijalva en la Crónica de la orden de San Agustín.  
En 1926 llega la primera misión de los dominicos al Nuevo Mundo. Se tienen datos que en 1931, había ya un sacerdote en la ciudad española de San Luis Acatlán, sin precisar si era dominico o franciscano. Dos años más tarde, los primeros agustinos, Agustín de la Coruña y Jerónimo San Esteban, llegaron a la región norte, estableciéndose en Chilapa.
De ese trabajo de evangelización se conservan diversas danzas que aún se bailan en el estado y en la región de la Costa Grande. Miguel Ángel Gutiérrez en su libro La historia de Guerrero a través de su cultura asentó: “La existencia de diversas danzas para este fin han sido un indicio de la estrategia de los religiosos para lograr la conversión: era necesario incidir en la conciencia de los pueblos y hacerles asimilar las ideas maniqueístas de lo bueno y lo malo, del cielo y del infierno, de dios y satanás, de los fieles y los infieles, de los vencidos y los vencedores. Esta es la lógica de las danzas-teatro que enseñaron a los indígenas bajo un mismo parámetro, por ejemplo en danzas como Los doce pares de Francia, Moros y Cristianos, las diversas versiones de los Santiagos”.
“Esta danza e imagen del Señor Santiago es la que más ha impactado en el imaginario de los pueblos indígenas no sólo de México sino de otros países del continente como Perú o Cuba, donde la segunda ciudad en importancia es precisamente Santiago”, por eso vemos que en Atoyac en el siglo XVI la primera comunidad con nombre no indígena era precisamente Santiago. Sobreviven ahora Santiago de la Unión, Los Llanos de Santiago y Río Santiago donde se lleva a cabo una gran fiesta patronal todos los años.
Dice Gutiérrez Ávila que la representación del Señor Santiago en las danzas “hace recordar la idea que tenían los antiguos mexicanos de considerar al caballo y el hombre como un solo animal” y que tal vez aquí esté la causa de la duración en los siglos de esta danza-teatro. Y cita a Santano González Villalobos quien investigó danzas como la de El Cortés que “surge a principios de la colonización y conquista española, donde Hernán Cortés a caballo y machete en mano golpea a los indígenas”.
El Cortés, “vestido a la usanza española en tiempos de la Conquista, va montado en un brioso caballo, portando en la mano derecha una espada o machete, demostrando su habilidad y destreza al golpear a los toreadores que representan a los aztecas, estos individuos se protegen con un gabán y un machete de madera”, dice Santano González Villalobos en su libro Danzas y bailes tradicionales del estado de Guerrero.
En la zona de Atoyac, se bailaba el siglo pasado Los doce pares de Francia, despareció también la danza del Chareo y la de los Moros de vez en cuando se monta. Sobreviven aún diversas versiones de los Santiagos y Los Chinelos, herencia de la evangelización y la representativa danza de El Cortés.
La población que habitaba lo que ahora es nuestro municipio fue evangelizada por el misionero español fray Juan Bautista Moya y Valenzuela de la orden de San Agustín; otras versiones atribuyen la evangelización a fray Francisco de Villafuerte. Aunque la mayoría de los historiadores coinciden que Atoyac fue evangelizado por el misionero agustino Bautista Moya, llamado también el “Apóstol de Tierra Caliente”, a quien el imaginario colectivo le atribuye muchos milagros. Era un santo que levitaba y era capaz de cruzar el río Balsas montado en el lomo de un gigantesco caimán.
El 22 de mayo de 1533, llegaron a la Nueva España los primeros siete religiosos de la orden de San Agustín. Habían partido el 3 de marzo de Sevilla. Tardaron dos meses con 19 días en altamar. Los primeros agustinos que llegaron fueron: Francisco de la Cruz, Agustín de la Coruña, Jerónimo Jiménez de San Esteban, Juan de San Román, Juan Oseguera, Alfonso de Borja y José de Ávila. De los ocho que habrían de venir solamente se quedó fray Juan Bautista Moya que por visitar a un hermano no pudo abordar el barco.
Luego el 27 de mayo partieron de Veracruz a la Ciudad de México, a donde llegaron el sábado 7 de junio. Escribió Grijalva: “fueronse derechos al convento de nuestro Padre glorioso Santo Domingo, porque enviaron al camino a pedírselo con encarecimiento; allí estuvieron cuarenta días”, y luego alquilaron una casa por el rumbo de Tacuba. Los primeros agustinos llegaron, inicialmente, al marquesado del Valle de Oaxaca cuyo titular era Hernán Cortés. En lo que ahora es el estado de Guerrero arribaron, primero, a Chilapa y Tlapa. En menos de un año evangelizaron en su totalidad el marquesado.
Dice Heriberto Moreno García del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de Michoacán que “los recién llegados optaron por la porción meridional, que corresponde al actual estado de Guerrero, y la inabarcable región otomí del norte. Comenzaron por fundar bases, en Chilapa y Tlapa, enlazadas luego, a lo largo del camino, por los conventos de Ocuituco, Totolapan, Yecapixtla y Zacualpan. En un segundo momento se moverían por la Sierra Alta hacia las huastecas veracruzana y potosina y, más tarde, a Michoacán”. Con el tiempo la misión agustina llegaría hasta China y Filipinas.
“Estaban dos provincias, que eran la de Chilapa y Tlapa, todavía en la espesura de sus errores, sin que les hubiese entrado un rayo de la luz; por ser ásperas y remotas; estas les señaló la Audiencia Real para la espiritual conquista, el Padre venerable escogió para esta empresa al Padre fray Jerónimo de S. Esteban, que se llamaba así, y fray Jorge de Ávila, los cuales aceptaron con gran regocijo de su alma y se pusieron en camino”, comenta Grijalva.
A su paso por Ocuituco los religiosos que iban rumbo al sur, fundaron un convento. Muy pronto quedaron catequizados, bautizados y casados los nativos del lugar, desapareciendo por entero la idolatría y superstición de la comarca y floreciendo la cristiandad. Por tal motivo Ocuituco es la misión más antigua de la orden de los agustinos de América. San Esteban y Coruña llegaron a Chilapa el 5 de octubre de 1533.
En 1535, llegó a la Nueva España el segundo grupo de doce agustinos, poco a poco se fueron internando en el territorio de la Nueva España evangelizando lo que ahora es Michoacán, Guerrero y la Huasteca.
Corría 1536, cuando llegó el tercer grupo de doce agustinos en el que venía fray Juan Bautista Moya y Valenzuela, el “apóstol de tierra caliente”, evangelizador de esa región y de pueblos de la Costa Grande como Petatlán y Atoyac.
En 1539, llegó a México la cuarta barcada de agustinos que trajo a diez frailes, quienes fueron congregando a su paso a los indios dispersos por la conquista. En esta misión llegó fray Francisco de Villafuerte. Lo primero que hicieron los nuevos religiosos fue aprender la lengua de los nativos, luego los catequizaron, los bautizaron y les enseñaron las nuevas leyes que contenía el evangelio.


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