De
velorios en Atoyac
para
Vita Téllez. e Ivonne Guerrero.
Judith Solís Téllez
Asistir
a un velorio en Atoyac, puede ser una experiencia que impresione vivamente al
fuereño. Cuando la muerte visita un hogar atoyaquense, los familiares más
cercanos pueden entregarse libremente a su dolor, mientras los otros parientes,
amigos y conocidos se ocupan de los preparativos. Las mujeres se acomiden con
los quehaceres y la comida; si no hay suficiente lugar adentro de la casa, se
instalan fogones provisionales en la calle o en los patios, en donde se hacen
enramadas. Alguien se encarga de mandar matar a un puerco, para que en la tarde
o por la noche, las señoras lo pongan a cocer y al día siguiente esté listo el
picadillo, que es uno de los guisos especiales para velorio. Una vez que la
carne se ha cocido y picado, se agrega a la cazuela en la cual se fríe el chile
guajillo con la cebolla, no debe faltar la hierbabuena que le da su sabor
inconfundible. Otra de las comidas de velorio, es el estofado de res o de
pollo. Estos platillos se acompañan con arroz blanco o tortillas.
Calilla. Foto de Rubén Ríos Radilla |
El primer día se arregla el altar con
telas de satín en colores fúnebres que pueden variar en azul, morado o violeta
y encajes blancos. Se colocan imágenes religiosas, flores, veladoras, y en
ocasiones la foto del difunto.
La gente va reuniéndose para presentar las
condolencias, para comentar lo ocurrido y esperar la llegada del cuerpo o de
los cuerpos, porque suele ocurrir que haya más de un muerto, debido a venganzas
familiares, enfrentamientos o emboscadas.
Las personas no llegan con las manos
vacías, traen su "limosna", que es una cooperación en efectivo para
ayudar en los gastos del funeral o velas, veladoras y flores.
Cuando
llega el ataúd inicia el primer rezo por el alma del finado. En el rosario sólo
participan las mujeres. Durante las letanías, un familiar cercano esparce el
incienso, dirigiendo el humo hacia el altar. El incensario es, posteriormente,
colocado en el suelo junto al altar. A las asistentes al rezo se les puede
invitar una copita de rompope, agua fresca y galletas.
Hay
rezadoras que cobran una cuota fija o bien aceptan una cooperación voluntaria
por parte de los deudos.
Quien lo desee puede quedarse y participar
con su presencia en la velación del cuerpo presente. El acto da ocasión para
encuentros amistosos y familiares. Se habla del desaparecido, recordando
vivencias en su compañía. Se consuela a los afligidos consanguíneos. En los
corredores, los hombres fuman, beben, platican y cuentan chistes entre ellos.
Aunque no es frecuente, pueden ocurrir riñas, debido a las bebidas alcohólicas
que alteran los ánimos. Por la noche, reparten pan y café de la región. Alguien
anota los nombres de los asistentes, para mandarles luego las esquelas, por
medio de las cuales se agradece el apoyo recibido y se informa del horario de
la misa de cuerpo presente, del entierro y del novenario.
Al día siguiente se llevará a cabo el
entierro. Antes de ir al panteón se escuchará la misa de cuerpo presente, la
cual es anunciada con tañidos de campana, los cuales indican con dobles si se
trata de un muerto adulto o con repiques si es un "angelito o finado menor
de edad. Los dobles son toquidos lentos y tristes; los repiques son rápidos y
alegres. El féretro se coloca cerca del altar, en la nave principal del templo.
Los más allegados se turnan para hacer guardia durante la celebración.
Cuando se lleva a sepultar a un
"ángel", se anuncia la procesión mortuoria con cohetes y música de
violín y de guitarra. Los cohetazos se oyen a intervalos desde el momento en el
que muere el infante hasta su entierro. Para el acompañamiento se invita a
niños del mismo sexo, del fallecido, quienes se visten de blanco. Algunos
riegan flores por el camino otros agarran los cuatro lazos de papel crepé color
blanco que cuelgan de los extremos de la caja.
En el cortejo de los mayores no hay
música, ni cohetes. Amigos y parientes cargan el ataúd de manera voluntaria y
se van turnando durante el trayecto. Hay personas que llegando a la entrada del
camposanto, se retiran. Muchos se quedan. Gente cercana, que tiene facilidad de
palabra, puede desempeñar el papel de orador, enumerar las virtudes, rememorar
experiencias compartidas con el ausente, dar palabras de aliento a quienes
quedan y con ello despedir al compañero. Los primeros puños de tierra son
arrojados por los dolientes, también se avientan algunas flores humedecidas con
agua bendita. Posteriormente se va a la casa de luto a disfrutar de la comida:
picadillo y/o estofado con su arroz blanco o morisqueta, acompañado con
refresco o con agua fresca. Cuando los recursos son escasos únicamente se
regala chocolate con piezas de pan.
Es durante el tercer día cuando inicia el
novenario. Antes se daban algunas golosinas y algún refrigerio nadamás el
último día. Ahora, durante los nueve días cuando las mujeres terminan el rezo
esperan las viandas correspondientes, aparte de las galletas, rompope, y agua,
pueden recibir gelatinas, frutas en almíbar y lo que la imaginación culinaria
en bocados ligeros alcance a concebir. Es en la víspera del rezo final cuando
se hace la velada. Aparte del rosario a la hora acostumbrada, pueden
programarse otros al anochecer. Se sirve pozole, bebidas y cigarros. Unos
participantes se retiran a medianoche, otros al amanecer. En la mañana se
asiste a la celebración religiosa, el término de la cual reparten obsequios:
crucifijos, o imágenes religiosas, vasos o platos de vidrio, diversos objetos
de plástico: bandejas, recipientes....
Por
su parte la familia de luto sigue recibiendo el pésame y la mencionada limosna.
En la tarde se da término a las oraciones.
Es reciente, en algunas familias, el
"levantamiento de la cruz", la cual puede ser de flores o de arena y
se coloca en el suelo, junto al altar. A medio rezo proceden a deshacerla y
guardan las flores o la arena en un recipiente, que se llevará después a la
tumba. Desbaratan rápido el altar para que cuando la rezadora termine la pared
esté vacía, por la creencia de que si se deja el altar puede morirse otro
miembro de la familia. Otros piensan que las personas indicadas para
"levantar" la cruz son los compadres o comadres del difunto y no los
parientes.
Algunas de estas costumbres han desplazado
a las que existían hace aproximadamente veinte años. Entonces, al finalizar el
novenario encargaban pan especial, piezas chicas y grandes. Los panes grandes
se partían en rebanadas y a cada asistente a los funerales le enviaban el
"obsequio" que consistía en cinco o seis panes, enteros o en
rebanadas y tres o cuatro tablillas de chocolate. Para repartir el
"obsequio" se contrataban algunas repartidoras que cargaban en
bandejas de madera o en canastos. Los obsequios primero se daban en platos
prestados y luego envueltos en papel de china blanco atados con una madeja de
hilo para tejer. Al celebrarse el primer aniversario luctuoso, se recibían otra
vez los obsequios.
Ahora al cumplirse el año se regalan
"recuerdos", al igual que en la celebración de los nueve días. Los
diversos objetos que pueden dar se reparten al acabar la misa. Y durante la
noche realizan la velada, con las mismas características de la velada del
novenario descrita antes.
Cuando hay un deceso en Atoyac, nunca
falta "Calilla", un personaje pintoresco del pueblo, quien llega a
echarse un trago. "Calilla" se la pasa buscando velorios, ya que ahí
puede conseguir, como todos, comida, cigarros y bebida gratuita. Cuando lo ven,
se oye una exclamación conocida: "¡ Eh Calilla, ya llegaste !" Los
varones lo invitan a acercarse, conversan, le hacen bromas pesadas y lo hacen
llorar al decirle que nadie va asistir a su velorio, que cuando se muera va a
estar solo y ni quien le lleve flores, le prenda veladoras ni rece por él.
David Ochoa, su verdadero nombre, no es
mal visto en la región. Se gana la vida tirando basura, cargando bultos o
acomidiéndose en lo que haya que hacer. Antes chaponaba huertas de cocoteros,
de mangos o de café. Duerme en el corredor de una casa, en donde tiene colgados
de los barrotes de la ventana varios costales en los cuales guarda sus
pertenencias. Los vecinos le dan de comer o dinero en efectivo por sus servicios.
Lo aprecian por chambeador. Los moradores de las calles Francisco Montes de Oca
y de la Cuauhtémoc
le aclaran a la gente que lo acusa de teporocho, que únicamente bebe en los
velorios y cuando algún compañero lo invita. Dicen que no comete indiscreciones
y que sabe guardar secretos. Está encargado de prender y apagar el foco que
ilumina esas calles. Si después de las seis de la mañana, el foco sigue
prendido, saben que él no durmió ahí, porque probablemente asistió a un velorio
o a una velada. Su presencia nocturna les da seguridad, porque saben que
"Calilla" está pendiente, y de alguna manera los cuida. Cuando la
chamacada, ajena al vecindario, le grita y lo agrede, deja de ser inofensivo y
les tira piedras para defenderse. Los muchachos de su rumbo lo consuelan cuando
lo notan angustiado y le dicen que sí, que ellos van a velarlo, que no va a
estar solo cuando se muera, le van a llevar flores y a encender veladoras; que
no se preocupe que lo enterraran en el panteón, ahí donde él quiere terminar, junto
a los árboles de bocote y de cerezo, a los que "Calilla" cuidará y
alimentará con sus huesos.
Calilla
Rubén Ríos Radilla
El
buscar velorios es su deporte. A veces se le ve sentado en las afuera de las
agencias funerarias, el servicio que Calilla
presta es local, asiste a los velorios de la ciudad, de ves en cuando se le
puede ver en algún velorio de El Ticuí, o de la Y Griega.
Cuentan
en una ocasión que llegó sobre la avenida Álvarez y donde inicia la calle
Nicolás Bravo, casi corriendo se para en medio de la calle y pregunta a la
primera persona que se le acerca:
-Señora
pá onde pasó la carroza?
Quienes
le conocen le miran y le contestan
-A
tientas le dicen:
-Pasó
para San Jerónimo.
-No
pa’ ya no voy.
Si el muerto es un “angelito” él va por
delante del funeral tirando los cohetes, o anunciándole a la gente, muy
adelantado,
-Allí
traían al difunto, se murió desde anoche, vale que tuvo como los velorios de
los ricos onde dan puro refresco, allí daban tequila.
Calilla siempre se ha destacado por ser
una persona muy servicial, ya dije que es diferente a los parásitos que solo
aprovechan estas desgracias para saciar su necesidad, Calilla, por el contrario no le pesa a los dolientes darle de beber
y de comer y porque no hasta unos cuantos centavos.
Después del entierro, se dispone a
descansar unas cuantas horas, -¿dónde?, es lo de menos, puede ser en una de las
resbaladillas del parque infantil, o quizás en los grandes corredores que hay
sobre el consultorio del doctor Alcocer, o al parecer le gusta más en el atrio
de la Iglesia ,
porque corre más aire.
Y ¿del Maletín o de su guardarropa?, que
va!, la cáscara guarda al palo, una sola muda de ropa es suficiente para un
mes.
Y
después, cuando dice “que no hay chamba”, vuelve a su rutina, es necesario para
él, hacerse de unos centavos, para adquirir un pomo, ¡ha!, no anda como decimos
en la costa “engambau”, por lo general anda sólo, aunque ande “tapau” de
borracho, tiene sus clientes, atiende a sus clientes cuando la chamba desaparece,
a tirar basura, no se le dificulta, porque sabe, que ahí entre la basura ha
encontrado por lo general muchas cosas que le son de utilidad, él dice que le
tira la basura a los ricos, y si le va mal en el asunto, entonces si hace por
buscar a sus compañeros de “trago” y recurre a las diferentes asociaciones de
borrachines de las que en Atoyac pululan por diferentes partes, socia su
necesidad etílica y vuelve a su trabajo. No es grosero, no usa palabras
vulgares, no roba, ni mata, quisiéramos en Atoyac muchos “Calillas”.
Actualmente, el término Calilla, se utiliza como modismo para
identificar a una persona que es impertinente, Calilla se ha convertido en
sinónimo de una persona no deseable.
-¡Ahí
viene ese Calilla!
El primo que partió dejándonos sus
recuerdos llenos de optimismos, de ternuras. Aquel que por un mendrugo llevaba
la basura, los desperdicios que se consideraban indignos en la casa de los
ricos y los no muy ricos, de ellos dependía, de ellos vivía y hasta de ellos
comía, y por ellos murió.
Calilla,
el borracho acomedido, aquel que por intuición o por instinto o por acto de
magia quizás se aparecía en cualquier velorio, aquel que por costumbre
permanecía al pendiente de la sirena de cualquier ambulancia siguiéndole hasta
llegar a la velación, así fue nuestro recordado Calilla.
Para Calilla,
el estar en un velorio pese al ambiente ríspido, no era para llegar a sentarse
a la mesa y servirse el picadillo, o tampoco llegaba a disponer de las
tequilas, el café o los cigarros, primero se los ganaba, ¿cómo?, pues atizando
los fogones del café, aquellos donde se cocinaba el picadillo o la barbacoa, Calilla llegaba, presto para acarrear el
agua, hacer la gaveta, buscar la leña, y era el fiel compañero del doliente,
puesto que se amanecía y anochecía en la casa del velorio, al término de la
novena, con decencia se despedía ¿Primo, cuando haya otro velorio me avisas?.
Nuestro personaje, se paseaba con la
frente en alto por las calles de la ciudad, lo encontraban hablando solo, nunca
discutía con nadie, siempre respetuoso y decentemente vestido pese a ser un
alcohólico consuetudinario, el pueblo Atoyaquense lo recuerda con su sombrero,
su camisa, sus pantalones y sus huaraches, prendas a las que nunca renunció
pese a estar en el estado de mayor inconciencia alcohólica.
Calilla,
hizo a sus patrones suyos, se inmiscuía en sus problemas, a quienes a su manera
les buscaba solución, Calilla iba por
la policía cuando su patrón golpeaba a su esposa, para ello en el transcurso
hasta la comandancia le platicaba el problema a todo aquel que encontraba.
Muchos Atoyaquenses nunca supieron cómo se
llamaba Don Octavio Ochoa, todo mundo lo conocía como Calilla, tanto se llegó a familiarizarse con los Atoyaquenses que
él la palabra Calilla en la
actualidad es Sinónimo de inquieto, escandaloso, cargado.
Calilla, nació en Técpan, allá murió y allá se
enterró, cuánto le hubiera gustado ver en su velorio a todos aquellos
familiares que acompañó durante sus infortunio, sí así hubiera sido muchísimos
Atoyaquenses hubiéramos estado con él en su último Adiós, la radio local habló
solicitando una limosna para Calilla, con ello se sufragarían los gastos de su
funeral, quien se atrevió a atizar los fogones –si es que los hubo-, quién fue
por leña?. ¿Por agua?, ¿quién depositó una lágrima sincera pro su partida? Como
un homenaje a Don Octavio Ochoa Calilla.
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