viernes, 25 de marzo de 2016

Calilla

De velorios en Atoyac

para Vita Téllez. e Ivonne Guerrero.

Judith Solís Téllez

     Asistir a un velorio en Atoyac, puede ser una experiencia que impresione vivamente al fuereño. Cuando la muerte visita un hogar atoyaquense, los familiares más cercanos pueden entregarse libremente a su dolor, mientras los otros parientes, amigos y conocidos se ocupan de los preparativos. Las mujeres se acomiden con los quehaceres y la comida; si no hay suficiente lugar adentro de la casa, se instalan fogones provisionales en la calle o en los patios, en donde se hacen enramadas. Alguien se encarga de mandar matar a un puerco, para que en la tarde o por la noche, las señoras lo pongan a cocer y al día siguiente esté listo el picadillo, que es uno de los guisos especiales para velorio. Una vez que la carne se ha cocido y picado, se agrega a la cazuela en la cual se fríe el chile guajillo con la cebolla, no debe faltar la hierbabuena que le da su sabor inconfundible. Otra de las comidas de velorio, es el estofado de res o de pollo. Estos platillos se acompañan con arroz blanco o tortillas.
Calilla. Foto de Rubén Ríos Radilla

     El primer día se arregla el altar con telas de satín en colores fúnebres que pueden variar en azul, morado o violeta y encajes blancos. Se colocan imágenes religiosas, flores, veladoras, y en ocasiones la foto del difunto.
     La gente va reuniéndose para presentar las condolencias, para comentar lo ocurrido y esperar la llegada del cuerpo o de los cuerpos, porque suele ocurrir que haya más de un muerto, debido a venganzas familiares, enfrentamientos o emboscadas.
     Las personas no llegan con las manos vacías, traen su "limosna", que es una cooperación en efectivo para ayudar en los gastos del funeral o velas, veladoras y flores.
Cuando llega el ataúd inicia el primer rezo por el alma del finado. En el rosario sólo participan las mujeres. Durante las letanías, un familiar cercano esparce el incienso, dirigiendo el humo hacia el altar. El incensario es, posteriormente, colocado en el suelo junto al altar. A las asistentes al rezo se les puede invitar una copita de rompope, agua fresca y galletas.
Hay rezadoras que cobran una cuota fija o bien aceptan una cooperación voluntaria por parte de los deudos.
     Quien lo desee puede quedarse y participar con su presencia en la velación del cuerpo presente. El acto da ocasión para encuentros amistosos y familiares. Se habla del desaparecido, recordando vivencias en su compañía. Se consuela a los afligidos consanguíneos. En los corredores, los hombres fuman, beben, platican y cuentan chistes entre ellos. Aunque no es frecuente, pueden ocurrir riñas, debido a las bebidas alcohólicas que alteran los ánimos. Por la noche, reparten pan y café de la región. Alguien anota los nombres de los asistentes, para mandarles luego las esquelas, por medio de las cuales se agradece el apoyo recibido y se informa del horario de la misa de cuerpo presente, del entierro y del novenario.
     Al día siguiente se llevará a cabo el entierro. Antes de ir al panteón se escuchará la misa de cuerpo presente, la cual es anunciada con tañidos de campana, los cuales indican con dobles si se trata de un muerto adulto o con repiques si es un "angelito o finado menor de edad. Los dobles son toquidos lentos y tristes; los repiques son rápidos y alegres. El féretro se coloca cerca del altar, en la nave principal del templo. Los más allegados se turnan para hacer guardia durante la celebración.
     Cuando se lleva a sepultar a un "ángel", se anuncia la procesión mortuoria con cohetes y música de violín y de guitarra. Los cohetazos se oyen a intervalos desde el momento en el que muere el infante hasta su entierro. Para el acompañamiento se invita a niños del mismo sexo, del fallecido, quienes se visten de blanco. Algunos riegan flores por el camino otros agarran los cuatro lazos de papel crepé color blanco que cuelgan de los extremos de la caja.
     En el cortejo de los mayores no hay música, ni cohetes. Amigos y parientes cargan el ataúd de manera voluntaria y se van turnando durante el trayecto. Hay personas que llegando a la entrada del camposanto, se retiran. Muchos se quedan. Gente cercana, que tiene facilidad de palabra, puede desempeñar el papel de orador, enumerar las virtudes, rememorar experiencias compartidas con el ausente, dar palabras de aliento a quienes quedan y con ello despedir al compañero. Los primeros puños de tierra son arrojados por los dolientes, también se avientan algunas flores humedecidas con agua bendita. Posteriormente se va a la casa de luto a disfrutar de la comida: picadillo y/o estofado con su arroz blanco o morisqueta, acompañado con refresco o con agua fresca. Cuando los recursos son escasos únicamente se regala chocolate con piezas de pan.
     Es durante el tercer día cuando inicia el novenario. Antes se daban algunas golosinas y algún refrigerio nadamás el último día. Ahora, durante los nueve días cuando las mujeres terminan el rezo esperan las viandas correspondientes, aparte de las galletas, rompope, y agua, pueden recibir gelatinas, frutas en almíbar y lo que la imaginación culinaria en bocados ligeros alcance a concebir. Es en la víspera del rezo final cuando se hace la velada. Aparte del rosario a la hora acostumbrada, pueden programarse otros al anochecer. Se sirve pozole, bebidas y cigarros. Unos participantes se retiran a medianoche, otros al amanecer. En la mañana se asiste a la celebración religiosa, el término de la cual reparten obsequios: crucifijos, o imágenes religiosas, vasos o platos de vidrio, diversos objetos de plástico: bandejas, recipientes....
Por su parte la familia de luto sigue recibiendo el pésame y la mencionada limosna. En la tarde se da término a las oraciones.
     Es reciente, en algunas familias, el "levantamiento de la cruz", la cual puede ser de flores o de arena y se coloca en el suelo, junto al altar. A medio rezo proceden a deshacerla y guardan las flores o la arena en un recipiente, que se llevará después a la tumba. Desbaratan rápido el altar para que cuando la rezadora termine la pared esté vacía, por la creencia de que si se deja el altar puede morirse otro miembro de la familia. Otros piensan que las personas indicadas para "levantar" la cruz son los compadres o comadres del difunto y no los parientes.
     Algunas de estas costumbres han desplazado a las que existían hace aproximadamente veinte años. Entonces, al finalizar el novenario encargaban pan especial, piezas chicas y grandes. Los panes grandes se partían en rebanadas y a cada asistente a los funerales le enviaban el "obsequio" que consistía en cinco o seis panes, enteros o en rebanadas y tres o cuatro tablillas de chocolate. Para repartir el "obsequio" se contrataban algunas repartidoras que cargaban en bandejas de madera o en canastos. Los obsequios primero se daban en platos prestados y luego envueltos en papel de china blanco atados con una madeja de hilo para tejer. Al celebrarse el primer aniversario luctuoso, se recibían otra vez los obsequios.
     Ahora al cumplirse el año se regalan "recuerdos", al igual que en la celebración de los nueve días. Los diversos objetos que pueden dar se reparten al acabar la misa. Y durante la noche realizan la velada, con las mismas características de la velada del novenario descrita antes.
     Cuando hay un deceso en Atoyac, nunca falta "Calilla", un personaje pintoresco del pueblo, quien llega a echarse un trago. "Calilla" se la pasa buscando velorios, ya que ahí puede conseguir, como todos, comida, cigarros y bebida gratuita. Cuando lo ven, se oye una exclamación conocida: "¡ Eh Calilla, ya llegaste !" Los varones lo invitan a acercarse, conversan, le hacen bromas pesadas y lo hacen llorar al decirle que nadie va asistir a su velorio, que cuando se muera va a estar solo y ni quien le lleve flores, le prenda veladoras ni rece por él.
     David Ochoa, su verdadero nombre, no es mal visto en la región. Se gana la vida tirando basura, cargando bultos o acomidiéndose en lo que haya que hacer. Antes chaponaba huertas de cocoteros, de mangos o de café. Duerme en el corredor de una casa, en donde tiene colgados de los barrotes de la ventana varios costales en los cuales guarda sus pertenencias. Los vecinos le dan de comer o dinero en efectivo por sus servicios. Lo aprecian por chambeador. Los moradores de las calles Francisco Montes de Oca y de la Cuauhtémoc le aclaran a la gente que lo acusa de teporocho, que únicamente bebe en los velorios y cuando algún compañero lo invita. Dicen que no comete indiscreciones y que sabe guardar secretos. Está encargado de prender y apagar el foco que ilumina esas calles. Si después de las seis de la mañana, el foco sigue prendido, saben que él no durmió ahí, porque probablemente asistió a un velorio o a una velada. Su presencia nocturna les da seguridad, porque saben que "Calilla" está pendiente, y de alguna manera los cuida. Cuando la chamacada, ajena al vecindario, le grita y lo agrede, deja de ser inofensivo y les tira piedras para defenderse. Los muchachos de su rumbo lo consuelan cuando lo notan angustiado y le dicen que sí, que ellos van a velarlo, que no va a estar solo cuando se muera, le van a llevar flores y a encender veladoras; que no se preocupe que lo enterraran en el panteón, ahí donde él quiere terminar, junto a los árboles de bocote y de cerezo, a los que "Calilla" cuidará y alimentará con sus huesos.




Calilla
Rubén Ríos Radilla
    
El buscar velorios es su deporte. A veces se le ve sentado en las afuera de las agencias funerarias, el servicio que Calilla presta es local, asiste a los velorios de la ciudad, de ves en cuando se le puede ver en algún velorio de El Ticuí, o de la Y Griega.
Cuentan en una ocasión que llegó sobre la avenida Álvarez y donde inicia la calle Nicolás Bravo, casi corriendo se para en medio de la calle y pregunta a la primera persona que se le acerca:
-Señora pá onde pasó la carroza?
Quienes le conocen le miran y le contestan
-A tientas le dicen:
-Pasó para San Jerónimo.
-No pa’ ya no voy.
     Si el muerto es un “angelito” él va por delante del funeral tirando los cohetes, o anunciándole a la gente, muy adelantado,
-Allí traían al difunto, se murió desde anoche, vale que tuvo como los velorios de los ricos onde dan puro refresco, allí daban tequila.
     Calilla siempre se ha destacado por ser una persona muy servicial, ya dije que es diferente a los parásitos que solo aprovechan estas desgracias para saciar su necesidad, Calilla, por el contrario no le pesa a los dolientes darle de beber y de comer y porque no hasta unos cuantos centavos.
     Después del entierro, se dispone a descansar unas cuantas horas, -¿dónde?, es lo de menos, puede ser en una de las resbaladillas del parque infantil, o quizás en los grandes corredores que hay sobre el consultorio del doctor Alcocer, o al parecer le gusta más en el atrio de la Iglesia, porque corre más aire.
     Y ¿del Maletín o de su guardarropa?, que va!, la cáscara guarda al palo, una sola muda de ropa es suficiente para un mes.
Y después, cuando dice “que no hay chamba”, vuelve a su rutina, es necesario para él, hacerse de unos centavos, para adquirir un pomo, ¡ha!, no anda como decimos en la costa “engambau”, por lo general anda sólo, aunque ande “tapau” de borracho, tiene sus clientes, atiende a sus clientes cuando la chamba desaparece, a tirar basura, no se le dificulta, porque sabe, que ahí entre la basura ha encontrado por lo general muchas cosas que le son de utilidad, él dice que le tira la basura a los ricos, y si le va mal en el asunto, entonces si hace por buscar a sus compañeros de “trago” y recurre a las diferentes asociaciones de borrachines de las que en Atoyac pululan por diferentes partes, socia su necesidad etílica y vuelve a su trabajo. No es grosero, no usa palabras vulgares, no roba, ni mata, quisiéramos en Atoyac muchos “Calillas”.
     Actualmente, el término Calilla, se utiliza como modismo para identificar a una persona que es impertinente, Calilla se ha convertido en sinónimo de una persona no deseable.
-¡Ahí viene ese Calilla!


    
     El primo que partió dejándonos sus recuerdos llenos de optimismos, de ternuras. Aquel que por un mendrugo llevaba la basura, los desperdicios que se consideraban indignos en la casa de los ricos y los no muy ricos, de ellos dependía, de ellos vivía y hasta de ellos comía, y por ellos murió.
     Calilla, el borracho acomedido, aquel que por intuición o por instinto o por acto de magia quizás se aparecía en cualquier velorio, aquel que por costumbre permanecía al pendiente de la sirena de cualquier ambulancia siguiéndole hasta llegar a la velación, así fue nuestro recordado Calilla.
     Para Calilla, el estar en un velorio pese al ambiente ríspido, no era para llegar a sentarse a la mesa y servirse el picadillo, o tampoco llegaba a disponer de las tequilas, el café o los cigarros, primero se los ganaba, ¿cómo?, pues atizando los fogones del café, aquellos donde se cocinaba el picadillo o la barbacoa, Calilla llegaba, presto para acarrear el agua, hacer la gaveta, buscar la leña, y era el fiel compañero del doliente, puesto que se amanecía y anochecía en la casa del velorio, al término de la novena, con decencia se despedía ¿Primo, cuando haya otro velorio me avisas?.
     Nuestro personaje, se paseaba con la frente en alto por las calles de la ciudad, lo encontraban hablando solo, nunca discutía con nadie, siempre respetuoso y decentemente vestido pese a ser un alcohólico consuetudinario, el pueblo Atoyaquense lo recuerda con su sombrero, su camisa, sus pantalones y sus huaraches, prendas a las que nunca renunció pese a estar en el estado de mayor inconciencia alcohólica.
     Calilla, hizo a sus patrones suyos, se inmiscuía en sus problemas, a quienes a su manera les buscaba solución, Calilla iba por la policía cuando su patrón golpeaba a su esposa, para ello en el transcurso hasta la comandancia le platicaba el problema a todo aquel que encontraba.
     Muchos Atoyaquenses nunca supieron cómo se llamaba Don Octavio Ochoa, todo mundo lo conocía como Calilla, tanto se llegó a familiarizarse con los Atoyaquenses que él la palabra Calilla en la actualidad es Sinónimo de inquieto, escandaloso, cargado.
     Calilla, nació en Técpan, allá murió y allá se enterró, cuánto le hubiera gustado ver en su velorio a todos aquellos familiares que acompañó durante sus infortunio, sí así hubiera sido muchísimos Atoyaquenses hubiéramos estado con él en su último Adiós, la radio local habló solicitando una limosna para Calilla, con ello se sufragarían los gastos de su funeral, quien se atrevió a atizar los fogones –si es que los hubo-, quién fue por leña?. ¿Por agua?, ¿quién depositó una lágrima sincera pro su partida? Como un homenaje a Don Octavio Ochoa Calilla.

     

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