(Segunda parte)
Víctor Cardona Galindo
Dice la tradición oral, y los
mismos textos de historia, que el agustino Juan Bautista Moya y Valenzuela tras
una estadía en Valladolid, salió a su misión a Guerrero y se entregó por entero
a su labor en Cutzamala, Petatlán, Tlapehuala, Atoyac, Pungarabato, Coyuca de
Catalán, Ajuchitlán y Zirándaro, por eso mereció el título de “Apóstol de
Tierra Caliente”.
Por eso se sabe que los indios
del territorio que ahora ocupa Atoyac fueron congregados en Mexcaltepec por fray
Juan Bautista Moya quien iba y venía de la costa a la Tierra Caliente. Cuando
él llegó por estas tierras muchos indios vivían en cuevas o andaban
como gitanos con sus pobres pertenencias, cargando a sus hijos y sus mujeres de
un lugar a otro huyendo del dominio español. El agustino caminó por escarpados
cerros buscándolos y organizándolos para vivir en comunidad. Además de aprender
el náhuatl, dominó muy bien él tarasco y el cuitlateco.
En Mexcaltepec se encontraron los vestigios, cerca del
panteón, donde estuvo la primera capilla de la localidad que fue construida
bajo las órdenes de fray Juan Bautista de Moya y Valenzuela “el Apóstol de
Tierra Caliente” o tal vez de su alumno fray Francisco de Villafuerte, quien
pasó muchos años evangelizando y construyendo la religión católica en la Costa
Grande, de hecho la consolidación de la fe cristiana en la zona se le debe a
Villafuerte. Por eso con toda seguridad se puede decir que fue un fraile de la
orden de San Agustín el que congregó y evangelizó a los indios cuitlatecas en
Mexcaltepec.
Dice Juan de Grijalva en su libro Crónica de la Orden de San Agustín que fray Francisco de
Villafuerte fue “gran ministro del Evangelio entre los tarascos, donde trabajó
mucho así en lo espiritual de la conversión de los indios, como en los
edificios y fábricas de los conventos. Fue hombre muy penitente y de mucha
oración, continuos ayunos y pesadas disciplinas. En fin fue puntualísimo en la
observancia de la religión y de la vida estrecha que en aquella primitiva
iglesia hacia ésta Providencia. Fue muy discípulo y procuró imitar grandemente
al santo fray Juan Bautista y así siguió su pasos pasando muchos años en
aquella tierras fragosas y calientes de los Apusagualcos”.
Los agustinos fundaron su
convento en Tacámbaro Michoacán. Su primer prior fue fray Juan Bautista Moya,
quien luego se regresó a la Tierra Caliente “porque sabía que era ésta… el
lugar a donde se habían retirado para hacerse fuerte los demonios, y estos sólo
con la oración y el ayuno se vencen… fue su oración, ayuno y penitencias
perpetuas”, dice Felipe
Castro Gutiérrez en Eremitismo y
mundialidad en la América Thebaida de Fray Matías Escobar.
“Por ello comía sólo tamales
cenicientos que dejaba enmohecer previamente, y un poco de maíz tostado;
ayunaba casi totalmente los cuarenta días de la cuaresma; evitaba tomar agua como
mortificación, llegando a no probarla durante 17 días. Se flagelaba y su
vestimenta –además de estar deliberadamente llena de parásitos, que le
mortificaban– era de lana burda y gruesa para sufrir más durante el calor.
Finalmente, acostumbró desnudarse diariamente, para que los mosquitos y otros
insectos le picaran, de modo que sus llagas eran constantes. Todo esto tenía el
fin de combatir el demonio y purificarse para facilitar la comunicación del alma con
Dios”.
Fray Juan Bautista Moya eligió el
poblado de
Pungarabato como el lugar de su residencia, congregando al vecindario. Instaló
un hospital, creó la escuela, abrió caminos, levantó la iglesia y puso una
escuela de música. “En Pungarabato, donde para el culto divino, ordenó que se
hiciese una iglesia muy buena, la cual hizo de cal y canto”, asentó fray Diego
de Basalenque en la Historia de la
provincia de San Nicolás Tolentino.
El cronista de Ciudad Altamirano,
Félix Manuel Villela Hernández, en su artículo “Por los caminos de Dios, Juan
Bautista Moya”, en revista Amate, número 15 de 1998, describe al religioso: “Sus
místicas sandalias de suela cruda y correa tosca se hacían trizas en la agreste
y solitaria ruta que emprendió amoroso […] Su cayado de pastor hispano daba
complemento a la circunspección de su figura enjuta y trashumante, tan sólo ataviada por el grueso y simple hábito
de la orden”.
El padre Moya, en el año de 1555,
contaba con 51 años de edad cuando llegó a Pungarabato en donde fundó su
cabecera misional. Cuenta la tradición que en Coyuca (de Catalán) a un lado de
la iglesia, plantó su cayado en los momentos que iba a
predicar a los indígenas. Al salir de la iglesia vieron todos con asombro que
el árido leño había echado retoños y crecía rápidamente de manera que en pocos
días quedó convertido en un alto y frondoso árbol llamado Parota.
Se dice también que en los
tiempos cuando el río Balsas estaba crecido, para auxiliar a los enfermos y
moribundos, lo cruzaba parado sobre la espalda de un gran caimán. Se le
atribuyen muchos milagros, dicen que hacía brotar agua de las piedras. Fray
Juan Bautista Moya era “constante en la meditación, exactísimo en la
obediencia, admirable en la penitencia, sublime en la humildad, ejemplar en la
pobreza, puntual en la observancia, purísimo en la castidad, perfecto en la
caridad, precursor veloz en la predicación y conversor de indios, solícito, inteligente y
encantador”, nos dice Carlos
Illades en Guerrero textos de
historia.
De la gran obra de los agustinos
desarrollada en Morelia se destaca la labor de fray Juan Bautista Moya, no
sólo como encargado de las misiones sino por el gran apoyo que brindó a la actividad
de la construcción del templo de San Agustín alrededor del año de 1552, cuando
se responsabilizaba de proporcionar alojamiento y comida a los trabajadores que
acudían a la empresa constructiva, incluso trabajando como peón de albañilería.
El ex convento de San Agustín no
es la excepción al guardar innumerables leyendas, pero sobresale la que se
refiere a fray Juan Bautista Moya, en aquel
entonces “refitolero” del convento, que era tan
solícito y cuidadoso en el empeño de sus labores, que toda la comunidad le
estaba verdaderamente agradecida.
Solamente una vez tuvo que
reprenderlo duramente el padre prior, porque había repartido todo el pan entre
una multitud de pobres hambrientos que lo esperaban en la portería. Irritado el
prior por tan lamentable suceso, pues el fraile había dejado sin comer a los
obreros, le echó en cara su mal proceder al preferir a los desocupados.
Afligido el santo varón ruega al superior le permita ir a la despensa para ver
si había sobrado algún pan para traerlo. Bien sabía él que no había quedado ni
una sola pieza, pero con gran fe en Dios, va a la despensa y no tarda en volver
con un gran cesto rebosante del magnífico alimento. Con gran asombro del padre
prior y de los que presenciaron el suceso, el superior confesó, estupefacto,
que aquel hecho insólito debía calificarse como milagroso.
En la Monografía del municipio de Cuetzala del Progreso Guerrero, Remigio
Estrada Román escribió un capitulo XI titulado “Así fue la aparición del Señor
del Perdón” dice: “Por ese entonces Fray Juan Bautista Moya (el apóstol de la
Tierra Caliente), que dominaba las lenguas: náhuatl, Amuzga, Mixteca, Cohuixca
y Matlaltzinca, había sido destacado por la superioridad agustina ya que el
pertenecía a la Orden de Ermitaños de San Agustín, precisamente a la Tierra
Caliente hoy estado de Guerrero. De este lugar Fray Juan Bautista se desplazaba
a los pueblos vecinos para realizar sus tareas evangelizadoras por los cuatro
puntos cardinales y fue así como los pueblos de: Huetamo, Carácuaro,
Apatzingan, Uruapan, Cutzamala, Tlalchapa, Coyuca de Catalán, Pungarabato (hoy
Ciudad Altamirano), Zacatula, Coahuayutla, Técpac y Petatlán. En uno de sus
recorridos que hacía para catequizar llegó a Mexicapan, pueblo aledaño a
Teloloapan, ahí se encontró con los religiosos franciscanos que trabajaban al
igual que él; Fray Juan Bautista evangelizó a los naturales de ese lugar”.
Tras haber cambiado expresiones
con los franciscanos se dirigió por los caminos escabrosos para llegar a Cuetzala,
Oxtotitlán y Apaxtla dedicándose a la predicación a los naturales de esos pueblos.
De la misma manera como había
hecho en otros pueblos en toda esa región fue dejando imágenes de Jesús Crucificado
en los pueblos más grandes para evangelizarse. Tras haber permanecido en
Cuetzala, fray Juan Bautista logró que los naturales aceptaran la nueva
religión y consintieran ser bautizados.
Se despidió de ese lugar muy
sentimental preocupado por no permanecer más tiempo con ellos y con palabras de
convencimiento del ánimo para que continuaran sirviendo al señor del
pensamiento, palabra y obra; abandonó esta comunidad.
“A los 8 días de su ausencia
volvió cauteloso a Cuetzala; llegó hasta un hermoso ojo de agua donde brotaba
un borbollón de refréscate líquido y donde se hacía una poza regular al pie de
un sombroso y gigantesco árbol llamado amate que conforme los años pasaron sólo
quedó un tronco, don Fray Juan Bautista llevaba en la mano una imagen de Jesús
crucificado subió como pudo al árbol con la imagen cuidadosamente la puso sobre
unas pajoneras de bejucos de trepadora resistentes, la imagen quedó colocada
boca abajo casi sobre la poza del ojo de agua una vez hecho esto se encaminó
hacia la comunidad de Apaxtla y esperó los acontecimientos”.
No tardaron en llegar, a los ocho
días de su ausencia, dos naturales de Cuetzala el viejo hoy de la Reforma,
sofocados por la gran caminata y angustiados por la emoción le narraron la
aparición del Señor del Perdón dentro del agua. “Don Fraile se preparó y se
encaminó con dos indios, durante el caminar de Apaxtla a Cuetzala, Juan
Bautista les habló con más calor del crucificado y su doctrina de amor;
inclusive les enseñó 2 alabanzas o cantos religiosos que más tarde ellos
multiplicaron entre los demás y que en la actualidad todavía se repiten en
español y en mexicano”.
De los muchos milagros atribuidos
a Moya después de muerto, uno es el nacimiento de Agustín de Iturbide ocurrido
en Morelia: “En penoso trance del parto encontrábase la madre de Iturbide en
peligro próximo de muerte, pues no podía dar a luz, lleváronle el hábito de
Fray Juan y, tan luego como se lo puso, quedó aliviada, dando a luz a un niño
que fue bautizado por un religioso agustino, imponiéndole por indicación de sus
padres, el nombre de Agustín”.
Fray Juan Bautista Moya y
Valenzuela, nació en Villa del Reino de España, sus padres fueron Jorge Moya y
Teresa Valenzuela, falleció en la Tierra Caliente el 20 de diciembre de 1567, a
la edad de 67 años.
Junto al altar de la virgen de la
Consolación, en el templo de San Agustín de Morelia Michoacán, en el recinto
principal, se encuentran dos urnas de madera tallada, una contiene los restos
de Fray Juan Bautista Moya y la otra los del cronista de la orden de San
Agustín, Fray Diego de Basalenque.
Los pueblos de la región de
Tierra Caliente y Michoacán rinden homenaje de alguna manera a Fray Juan
Bautista Moya, famoso evangelizador de la Tierra Caliente y de los pueblos de
la Costa de Pacífico, hasta Acapulco. En el escudo de Huetamo aparece su
silueta en recuerdo de que fundó esa ciudad.
En el escudo de Turicato
Michoacán aparece una imagen del báculo y el sombrero pastoral del agustino
fundador de ese pueblo y de cuyos prodigios fue testigo el lugar. En ciudad
Altamirano y en Iguala hay calles que se llaman Fray Juan Bautista Moya. En
Tlalchapa hay una iglesia, en la cabecera municipal, erigida en memoria del
gran fraile.